PAZ EN TIEMPOS VIOLENTOS

Paz en tiempos violentos.

El pequeño cuerpo de un niño sirio de tres años sobre una playa de Turquía, ahogado en el intento de migrar junto con su familia a la Unión Europea, conmocionó al mundo hace unos meses, en septiembre de 2015. Ante tal tragedia, un diputado británico publicó en su Twitter: «El niño sirio estaba bien vestido y bien alimentado. Murió porque sus padres fueron codiciosos por la buena vida en Europa…»(1). El niño y su familia trataban de escapar de la guerra en Siria, según reportes de prensa.

París vivió un viernes 13 negro, el pasado noviembre. Sufrieron varios ataques terroristas. Fueron perpetrados en su mayoría por atacantes suicidas. Murieron 136 personas y otras 415 resultaron heridas. La autoría de los ataques fue asumida por la organización yihadista del Estado Islámico. Los atentados están vinculados con la Guerra en Siria.

En México, al igual que en varios países de América Latina, se está deteriorando la vida social, la convivencia armónica y pacífica. La violencia causada por organizaciones criminales, en nuestro país, va en aumento. Esta violencia tiene sus propias características, causas y circunstancias: la crueldad, venganza, la exhibición de poder que tiene la intención de intimidar a quienes son considerados rivales y a toda la sociedad. Narcotráfico, secuestro, trata de personas, lavado de dinero, distintos tipos de extorsión, ejecuciones intimidatorias, así como corrupción e impunidad por parte de las autoridades, son golpes mortales que hieren día a día a la sociedad mexicana.

Muchas familias, incluso nuestras, sufren violencia física, sexual, emocional y económica. Aparte de esta violencia que pudiésemos llamar intrafamiliar-social, internamente el individuo, en la profundad del alma, a veces vive tormentas que lo asfixian. Más dramático es cuando, dentro de las congregaciones, se sufre violencia. La grey es maltratada. Los pastores son maltrados. Peleas, divisiones, antagonismos y luchas de poder.

Tal realidad evidencia una sed de Shalom en todos los ámbitos, en todas las esferas.

Shalom

El término es tan rico que, según los especialistas en lenguas bíblicas, se torna difícil traducirlo en una sola palabra. La razón es que encierra varios elementos al mismo tiempo: gozo, unidad, plenitud, salud y bienestar. Abarca la totalidad de las bendiciones de Dios para su pueblo, tanto en el plano personal, como en el comunitario y social.

Shalom resume el ideal del Reino: la perfecta, íntima y permanente unión del pueblo de Dios, manifestándose en vínculos de perdón, justicia y paz que se extienden de manera incluyente, y a la vez trasformadora, hacia toda la humanidad, desde el amor. En otras palabras, comunidades de fe que se unen, aún en medio de las diferencias y ofensas, por medio de vínculos amorosos de paz, los cuales se extienden y abarcan a la sociedad, como acción pacificadora. Vínculos también de cuidado y responsabilidad hacia el Planeta.

Dios en Cristo hace posible el Shalom: a través de su vida, muerte y resurrección, Jesús nos reconcilia con el Padre, sana nuestras vidas, restaura los vínculos fraternos, despierta el compromiso ecológico. Muy bien podríamos afirmar que Shalom es la sanación de la persona completa operada desde el amor del Padre en Jesús. Implica la restauración de los cuatro ejes relacionales que todo ser humano tiene: relación con Dios, consigo mismo, con el otro, con la Creación. Shalom entonces no es algo, sino alguien. Es Jesús. El Señor es nuestra paz, de Él viene. En Él y por Él es (Efesios 2:14).

Tengan Shalom

Juan 20:19-23

Paz a vosotros (traducción de la Reina Valera) fueron las palabras que Jesús expresó a sus discípulos en una de sus apariciones posteriores a su crucifixión. Al anochecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: Tengan Shalom. Jesús les deja la paz como un regalo de despedida.

Los discípulos estaban encerrados. Los entumía el miedo a morir en manos de los judíos. No tenían paz ni libertad. Se había esfumado la esperanza. Su ánimo se apagaba con el temor paralizante. Al ver a su Señor se alegraron. Jesús repitió: Tengan Shalom. Dicho esto, levanta los brazos, les muestra su costado y las palmas de sus manos traspasadas por los clavos. En la unión de este gesto con la palabra pronunciada encontramos la clave para comprender la trascendencia y el profundo significado de esta acción de Jesús. Está hablando a través de un signo físico. Jesús transmite paz mientras muestra en sus manos el precio que le costó conquistarla: sus llagas. Como señal de victoria allí están ahora expuestas las cicatrices de la corona de espinas, las flagelaciones en su espalda, las llagas de los clavos y la lanza que penetró en su costado. Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1:20).

Bendición y desafío

Una vez que Jesús muestra lo que le costó hacer posible la paz y después de que se las trasmite a sus discípulos, les dice: Como me envió el Padre, así también yo os envío (v. 21b). Las heridas del Señor son señal de entrega, signos de amor que desafían. Una entrega hasta el final, por amor, que trajo el Shalom de una vez por todas. Entrega amorosa pues, que tiene que reproducirse en el discípulo. En ese sentido es desafiante. La vida, muerte y resurrección de Jesús evidencian el itinerario del transitar de quien desea seguirle. Su misión, Su tarea, tendrá que ser abrazada por aquellos que aspiran a caminar tras sus pasos.

El Shalom no viene del discípulo, viene de quien lo hace posible. Una vez que los envía, Jesús sopla y les da del Espíritu Santo (v. 22), el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Dios, Su presencia activa en el mundo: en las personas y en la Creación. Presencia trasformadora, pacificadora, dadora de paz. Esa paz que reconcilia, que trae perdón, que une en justicia y da vida. El discípulo que recibe el Shalom es enviado a compartirlo para que otros lo vivan como él.

¿Shalom en tiempos violentos?

A menudo, la paz se relaciona con ausencia de guerra y hostilidad, pero cuando hablamos del Shalom de Dios, no siempre es así. Se da aún en medio de las circunstancias más adversas, como las que enfrentaban los discípulos. Ellos se encontraban encerrados por miedo a los judíos, y aunque fueron llenos de la paz de Jesús, las circunstancias amenazantes y violentas en el exterior no se modificaron, incluso se puede decir que empeoraron (como sabemos, algunos de ellos, tiempo después, en los sucesos subsiguientes, fueron aniquilados). El hecho en sí, considerando la circunstancia conflictiva que vivían, indica que el Shalom ha de entenderse en un sentido pleno y trascendente, como don realizado y como promesa futura, que abarca toda la realidad humana, desde la fe. En ese sentido, es bendición presente que conforta en medio del caos, y es, al mismo tiempo, bendición futura, que da esperanza, pues brinda la certeza de que lo mejor está por venir, en los últimos tiempos, al regreso del Señor de paz.

El amor hace posible la paz

El Señor Jesús vivía el Shalom en medio de los momentos terribles que sufrió. Aun padeciendo, era capaz de amar, incluso a quien lo atormentaba. Por eso, desde su amor, hizo, y hace, posible la paz.

En el libro El arte de bendecir(2) se encuentra la historia de un hombre que, encarna perfectamente lo que es dar Shalom, desde el amor, en tiempos adversos. Dicha historia es, a su vez, tomada del libro Regreso del mañana(3), escrito por un médico americano de la Segunda Guerra Mundial, George Ritchie, quien estaba con las tropas americanas que liberaron a las víctimas del holocausto en los campos de concentración nazis. El arte para bendecir narra así el testimonio del médico:

«En un campo cerca de Wuppertal, cuenta Ritchie que conoció a un prisionero que parecía llevar allí poco tiempo, ya que todavía se mantenía en pie, le brillaban los ojos y estaba radiante de salud. Como hablaba varias lenguas, se convirtió en una especie de traductor y ayudaba a los soldados americanos a cumplir sus muchas y complejas tareas administrativas, en sus esfuerzos por ayudar a los prisioneros a regresar a sus casas. Aquel hombre, a quien Ritchie y sus colegas llamaban “Wild Bill Cody” (El Salvaje Bill Cody) por sus bigotes que recordaban los del héroe del “Far West” (Lejano Oeste), estaba dotado de una energía infatigable. Después de jornadas de trabajo de 15 a 16 horas, no mostraba el menor signo de cansancio, mientras que Ritchie se caía de agotamiento.

Cuando los papeles de “Wild Bill” llegaron a su despacho, Ritchie se quedó estupefacto al ver que aquel hombre llevaba en el campo de concentración ¡desde 1939! Con los conocimientos médicos de la época, parecía imposible que un hombre hubiera sobrevivido con tan excelente salud en un ámbito físico y mental tan horroroso. Sin embargo, era un hecho indiscutible. Aquel hombre había compartido las mismas barracas infestadas de piojos, había comido la misma sopa infecta que había reducido en pocos meses a los demás prisioneros a ser piltrafas humanas; pero él derrochaba vitalidad y energía. Además, era la única persona con quien todos se entendían bien, en aquel campo de concentración donde reinaban unas enemistades entre las diversas nacionalidades casi tan intensas como contra los alemanes.

Un día, en torno a unas tazas de té, cuando Ritchie hablaba de la dificultad que podían sentir los ex-prisioneros para perdonar a sus verdugos nazis, Wild Bill contó su admirable historia. Era abogado en Varsovia y vivía con su mujer y cinco hijos en el ghetto judío. Un día, los soldados alemanes llegaron a su barrio, alinearon a todos contra un muro (excepto al abogado, porque hablaba alemán) y los ametrallaron sin piedad. “Tuve que decidir entonces”, dijo, “si iba a permitirme odiar a los soldados que habían hecho aquello. De hecho, era una decisión fácil. Yo era abogado. En mi profesión había visto con demasiada frecuencia lo que el odio puede hacer en los espíritus y en los cuerpos de la gente. Pero el odio acababa de matar a las seis personas que eran para mí los seres más preciados del mundo. Decidí en aquel momento dedicar el resto de mi vida, fueran unos pocos días o muchos años, a amar a cada una de las personas con las que entrase en contacto”.

Lo notable de este relato, entre otras muchas cosas, es que el abogado tomó su decisión simplemente sobre la base de su experiencia de la vida y sobre su constatación de que el amor regenera y el odio destruye. Hoy, gracias a la psico-neuro-inmunología (una especialidad médica que estudia los vínculos entre el sistema nervioso, el espíritu y los mecanismos inmunológicos), existen pruebas científicas de que el amor refuerza los mecanismos auto-inmunitarios del cuerpo.»

Amando a cada persona. Éste era el poder que había mantenido a un hombre bien ante la crueldad más horrenda que alguien puede vivir. Poder que hace posible el «Shalom» en los momentos de adversidad: el amor. Amor como el de Jesús.

De dentro hacia afuera

La realidad violenta en que vivimos, la sociedad, nuestras familias, la propia vida, requieren constantemente Shalom: esa realidad que nos bendice, pero que a la vez, como hemos visto, nos interpela a compartirla con quienes sufren. Nuestro interior que en ocasiones se atormenta, el exterior que dramáticamente convulsiona, anhelan Shalom. Sí, se dará desde dentro hacia fuera. Esa paz tan anhelada inicia en el corazón humano. Es Jesús en el corazón de las personas el que, a partir de ellas, posibilita la paz en el mundo violento. Las guerras, los pleitos, la violencia, vienen del corazón (Santiago 4:1). Será desde el corazón trasformado que estaremos compartiendo la paz en este entorno que se hace trizas. El mundo sufre violencia, tenemos el desafío de poner nuestro «granito de arena» para que la paz sea posible en donde estemos.

Así como Shalom en la cultura hebrea es de las palabras más recurrentes, importantes y significativas, de la misma manera lo es para nosotros, la Iglesia de Dios (7º día), desde el inicio de nuestro caminar en la fe. La hemos abrazado y la expresamos en nuestras propias palabras, en nuestra lengua, como un deseo, como saludo, aun siendo de diferentes lugares, sin conocernos incluso, así nos identificamos: «Paz a vos». Saludo y deseo que, como ya reflexionamos, implica desafío: entrega y amor aún en lo adverso. Como creyentes, tenemos la responsabilidad de llevar el Shalom más allá de un saludo, de un buen deseo. Cada vez que expresamos paz a vosotros estamos afirmando que Jesús nos ha dado la paz, de otra manera no la podríamos compartir, pero también, será necesario asumir el compromiso de hacer ese deseo de paz una realidad en quien lo expresamos.

Paz a vosotros

Expresar Paz a vosotros entonces, es entender que la paz es señal amorosa. Signo del acto de amor más grande en la historia: Jesús en la cruz. Señal de toda una vida de entrega, la cual, por ser congruente y por ende desestabilizadora, despertó celos y deseos de aniquilarla en quienes se vieron desafiados.

Paz a vosotros es asumir que el Señor nos ha dado la paz primero: gozo, unidad, plenitud, salud y bienestar en todos los ámbitos de la existencia. Nuestra reconciliación con Dios, la sanación de la propia vida, la restauración de nuestros vínculos con los demás y nuestra conciencia ecológica, son evidencias del Shalom que hemos recibido (y que estamos recibiendo, ya que la restauración de éstos elementos es un proceso que dura toda la vida).

Paz a vosotros implica comprender que el Shalom no necesariamente representa ausencia de guerra o adversidad. Aunque gocemos de la paz del Señor, tendremos momentos de zozobra y miedo ante la hostilidad que a veces trae la vida, como los discípulos del ayer lo vivieron. Violencia y contrariedad se presentarán, sin embargo, reconoceremos que ahí el Señor se hace presente, brindando confianza y moviendo al amor.

Paz a vosotros representa un compromiso. Es una tarea que el Señor ya hizo primero en nosotros y nos envía a realizarla en los demás, en medio de ésta realidad violenta. Él da la paz por medio de nosotros en su Espíritu. Los que hemos abrazado la paz de Jesús, somos llamados a compartirla, por medio de nuestras acciones amorosas, con la gente que sufre a nuestro alrededor, para que, como nosotros, ellos vivan gozo, experimenten plenitud, tengan salud y disfruten bienestar. Si bien no podremos cambiar al mundo que gime ante la violencia, pero sí haremos lo que nos toca en donde estemos. Como dijo Teresa de Calcuta: «A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota».

La opción por el amor

El portal de noticias BBC(4), y otros muchos medios, dieron a conocer la historia de Antoine Leiris, periodista de radio francesa, que perdió a su esposa, de nombre Helene Muyal, en el Teatro Bataclán, durante los atentados en París. Ella tenía 35 años, era maquilladora artística. Apenas 17 meses atrás habían tenido a su primer hijo. El periodista publicó en Facebook una carta conmovedora:

«La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio… Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Eso es lo que ustedes están buscando, pero responder al odio con el odio y la rabia sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que son… Por supuesto que estoy devastado por el dolor… Pero no, ustedes no obtendrán mi odio».

La publicación es muy fuerte, hace referencia al odio (que podría ocasionar la violencia) y al perdón, como opción ante ésta. El Señor permita que ante la violencia podamos responder con perdón y amor, como Jesús lo hizo. Será la única manera en que la paz sea posible.

Fuentes de consulta

(1) URL: www.lajornada.unam.mx

(2) Pierre Pradervand, El arte de bendecir, Sal Terrae, 1998

(3) George G. Ritchie – Elizabeth Shrrhl, Return from the tomorrow (con un prólogo del Dr. Raymond A. Moody), NJ. 1981 (traducción al castellano: Regreso del futuro, Clio, Terrassa, 1986).

(4) URL: www.bbc.com

     La Santa Biblia (2000). Corea: Sociedades Bíblicas Unidas (Versión Reina-Valera 1960)

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