PAN Y VINO: SÍMBOLOS DE AMOR Y DESAFÍO

El 4 de abril de éste año, se cumplen cuarenta y ocho años del asesinato de Martin Luther King, quien fuera un pastor evangélico estadounidense. Estuvo al frente de un movimiento que buscaba el reconocimiento de los derechos civiles para los afroamericanos. Participó como activista en numerosas protestas contra la Guerra del Vietnam y la pobreza en general. Organizó y llevó a cabo diversas actividades pacíficas reclamando: 1) El derecho al voto, 2) La no discriminación y 3) otros derechos civiles básicos para la gente de color en Estados Unidos.

El 28 de agosto de 1963, en Washington, durante la «Marcha por el trabajo y la libertad», en un momento considerado como definitorio en el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, ante más de 250,000 personas, en lo que constituyó la manifestación más grande que haya tenido lugar en la capital estadounidense, pronunció el discurso «Yo tengo un sueño» (considerado de los mejores de la historia por su retórica). En éste, habló poderosa y elocuentemente sobre su deseo de un futuro en el cual, la gente de raza negra y blanca, pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales. He aquí un fragmento: «¡Yo tengo un sueño hoy!, que un día… pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas, como hermanos y hermanas».

Martin Luther King murió asesinado de un disparo el 4 de Abril de 1968, a los 39 años de edad. El 30 de marzo de ese año, King fue a Memphis (Tennessee) para apoyar a los empleados afroamericanos de obras públicas sanitarias, que habían estado en huelga desde el 12 de marzo para pedir salarios más altos y mejor trato. El 3 de abril, King volvió a Memphis, pues participaría en una reunión. Se alojó en la habitación 306 de un hotel. El 4 de abril, a las 18:01, mientras estaba asomado al balcón, una persona de raza blanca, racista, le disparó. La bala entró por su mejilla derecha, le rompió la mandíbula y pasó por la médula espinal antes de alojarse en su hombro. Sus últimas palabras en el balcón fueron para el músico Ben Branch, que debía actuar esa noche en el evento al que asistiría King: -Ben, asegúrate de que cantes: «Toma mi mano, precioso Señor» en la reunión de ésta noche. Cántalo muy real-.

Durante el funeral, a petición de su viuda, se reprodujo el último sermón de King, en la Iglesia Bautista de Eben Ezer. Era una grabación de su famosa predicación «Drum Major» (Tambor Mayor), en base a Marcos 10, realizado el 4 de febrero de 1968. En aquel sermón, King pedía que en su entierro no se hiciera ninguna mención a sus premios y honores, sino que se dijera que él trató de «alimentar al hambriento», «vestir al desnudo», «ser justo sobre la cuestión de la guerra» y «amar y servir a la humanidad». Por la petición de King, su buen amigo Mahalia Jackson cantó su himno favorito «Toma mi mano, precioso Señor» en el funeral.

La vida de este hombre, es un buen ejemplo de cómo vivir lo que representa la Cena del Señor, todos los días. Tal vivencia, es más que sólo mantenerse en comunión con los demás. Implica una entrega hasta el final, por amor, como lo hizo Jesús. La Cena del Señor, representa el modo de ser que pasa de Jesús a sus seguidores y, por el testimonio de éstos, tiende a irradiarse en la sociedad y en el mundo.

Los Evangelios y el apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios, hacen referencia a éste acto tan central e importante para la fe cristiana. Evento que tiene como emblemas centrales, el pan, que representa al cuerpo de Jesús, y al vino, que simboliza su sangre.

El Pan

También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí(Lucas 22:19, NVI).

El sentido inmediato del pan es el de alimento, y como tal, indispensable para la vida. Es el que sustenta, el que sacia el hambre, el que da fuerza y vigoriza. Es Jesús, en ese sentido, el pan que nos sostiene, alienta y fortalece; es alimento y sostén espiritual para el pueblo de Dios que camina en la historia.

El pan era símbolo de la Ley, al tomarlo Jesús como emblema, significa también que, Jesús, en su persona y obra, resume el código de la alianza antigua. En otras palabras, la norma de vida para el discípulo es Jesús mismo, su vida y su actividad.

Jesús dice que el pan es símbolo de su cuerpo. El «cuerpo», en la mente hebrea, representa la manera en que una persona está presente en el mundo; a la forma como ésta vive, y por tanto, al impacto que su manera de vivir genera en la historia. De esta forma, las opciones de Jesús transformadas en actos son «cuerpo»; los gestos con los que comunica sus sentimientos son «cuerpo»; sus pensamientos exteriorizados en palabras son «cuerpo».

Jesús, invita a los discípulos a comer el pan. El acto de comer o masticar, adquiere, en el testimonio bíblico, un carácter simbólico. Es más que sólo consumir alimento. El comer, hace referencia al acto de apropiación de una determinada realidad, para asimilarla e interiorizarla de tal forma que ya sea parte indisociable de quien la come. En ese sentido, comer el pan en la Cena del Señor, significa que hacemos propias las ideas de Jesús, su voluntad, sus sueños  y anhelos, los cuales, son del Padre, que cuando estuvo en la tierra, los tradujo en actos de amor, justicia y misericordia. Comer en la cena, significa entonces que asumimos la forma de vida del Resucitado, como paradigma de la nuestra, lo cual es todo un desafío.

En resumen, al darles el pan a sus discípulos, Jesús les está diciendo: «¡Hagan suya mi vida, mi forma de pensar y actuar, anuncien, también con sus pensamientos traducidos en acciones, que el Reino de los cielos se ha acercado!».  Al darnos el pan en la Cena del Señor, ese es su mensaje, ese es su deseo. Jesús, por medio de su cuerpo (la iglesia) posibilita la renovación y transformación del mundo, conforme a los propósitos del Reino.

El vino

…tomó la copa después de la cena, y dijo: esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes (Lucas 22:20, NVI).

En el pensamiento hebreo, el vino simboliza el amor. Así, en las bodas, el signo del amor que unía a los esposos, se expresaba mediante la abundancia del vino en el banquete. Por eso, cuando se termina el vino en las bodas de Caná, a las que Jesús asistió, parece ser un serio problema.

En el texto bíblico, el vino simboliza el amor de Dios en la alianza con su pueblo. En el testimonio de los evangelios sobre la última cena, el vino representa la sangre de Jesús, precisamente porque fue derramada por amor. Es el Hijo, la manifestación máxima del amor del Padre, por eso la cruz es la expresión de todo lo que se opone a Él. La sangre, pues, simboliza el amor derramado, entregado hasta la muerte, y desde la muerte, ese mismo amor genera vida, y vida en abundancia.

El vino entonces, es señal de amor y de perdón; pues es el perdón una de las expresiones más sublimes del amor. En la cruz, estará concretizándose todo lo nuestro que se opone a Dios, y en la sangre, se manifiesta el perdón a ese rechazo que nuestra forma de vida ha evidenciado. El perdón de nuestros pecados es posible por su sangre.

Beber el vino, en la Cena del Señor, significa asumir ese perdón que ha sido ofrecido de parte del Padre a través de Jesús. Representa la conciencia de que, por más terrible que hubiese sido la manera como nos opusimos a Él, nos perdona, si abrazamos a Jesús. Beber el vino, entonces, representa la disposición a amar de quien lo bebe; a amar, de la misma forma que Él, sin esperar nada a cambio. Tomar de la copa, evidencia también la disposición a perdonar las ofensas de los demás, así como Él ha otorgado el perdón.

La Cena del Señor

La Cena del Señor, entonces, ante todo, representa la vida misma de Cristo. Vida que es modelo, ejemplo y desafío, para la vida del discípulo. Comer el pan que simboliza su cuerpo, es estar dispuestos a vivir como Él. Beber el vino que simboliza su sangre, es estar dispuestos a amar como Él.

Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí, vivirá por mí (Juan 6:55 -57, NVI).

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