CELEBRANDO EL PERDÓN Y LA VIDA

Para muchos, Jesucristo es tan solo un punto cronológico que divide a los años en a.C. y d.C.; para ellos no trajo otro cambio; el hombre sigue sin más horizonte que su propia persona. Todo lo hace por y para su persona y convierte lo que le rodea en una extensión de sí mismo. Es decir, sus relaciones con lo demás y con los demás; con la naturaleza y con los hombres; las determina en función de sus intereses. Esto ha hecho de los años antes de Cristo (a.C.) y los años después de Cristo (d.C.) un repetido escenario de crueles luchas por la supremacía, por el poder.

Antes de Cristo los perdedores, los desposeídos, los débiles en medio de su dolor, suspiran esperanzas, que esfuman los poderosos; después de Cristo, la historia sigue contando el mismo drama: antes y después de Cristo los poderosos y los débiles sólo tienen algo en común, la muerte.

Para unos el cerrojo a sus delirios de grandeza, para otros la cúspide de su dolor. La muerte es la frontera infranqueable que hace de los sueños manjar para gusanos; la muerte no tiene sentido y además se lo quita a todo.

Nada tiene sentido, para el incrédulo nada ha cambiado, sólo la fecha. Para el creyente ¡todo ha cambiado!, y lo cambió una tumba vacía. La muerte ahora tiene sentido, es el resultado del pecado del hombre, es el resultado de su decisión de «vivir» (muerte) apartado de Dios, bajo el auspicio de sus propios recursos, y del deseo de ser su propio dios.

La muerte ahora ya no tiene más el poder; la tumba vacía se lo quitó

El hombre unido a Dios murió y resucitó, la muerte, vencida, no lo pudo retener en sus dominios; por primera vez la vida y la obra de su hombre fueron más fuertes ¡todo cambio! Desde entonces reina la vida y no la muerte.

Jesús depositó esta verdad en una celebración que instituyó: La Cena del Señor Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: !!Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama (Lucas 22:14-20). Anunció su muerte, pero también anunció su participación futura en celebraciones que continuarían; la que tenía con ellos esa noche, no la entendieron en ese momento, y no la aceptaron después (Lucas 24:5-11).

Fue necesario que personalmente Jesús comiera nuevamente con ellos para que empezaran a entender el gran cambio ¡muera la muerte! ¡viva la vida!  Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos (Lucas 24:41-43).

Toda la Escritura apuntaba hacia esa gran verdad. La resurrección, que implica aquí y ahora el perdón de Dios y el regreso (conversión) del hombre a su hogar: El Padre, ¡esa es la vida! y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lucas 24:46-47).

Los discípulos antes de ver nuevamente a Jesús estaban tristes porque pensaban que nada había cambiado, su tristeza la originaba la muerte. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido (Lucas 24:17-21).

Pero la presencia del resucitado cambió su tristeza en alegría. Jerusalén, que la habían visto como el final de Jesús, ahora sería el escenario del comienzo de la alegría. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo (Lucas 24:52), la alegría y el perdón los trajo el Resucitado.

En la última cena los discípulos no comprendían lo que Jesús estaba poniendo en la mesa.

Cuando el resucitado los volvió a reunir alrededor de su mesa lo comprendieron y se gozaron.

Hoy la Cena del Señor es sentarse a la mesa del Resucitado. ¡Él vive!, tenemos perdón y vida. ¡Vamos a celebrar!

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