EL DIOS MERCADO

En lo alto y profundo del Olimpo se encuentran los dioses, aquellos cuyo alimento es la plegaria de los hombres, cada plegaria añade poder a su existencia y los coloca en posiciones de preminencia dentro del panteón. Zeus se yergue, casi omnipotente y se posiciona en el trono frente a todos los seres divinos como padre. Los romanos han adoptado su culto y también le ofrecen incienso y le encomiendan sus plegarias, pero se refieren a él como Iuppiter (Júpiter), mas eso no importa, mientras su culto se extienda y muchos más se encomienden a él.

El verdadero problema es que los caminos que conectan al imperio y el crecimiento de la actividad naviera ha provocado que se extiendan por diferentes partes del mundo las rutas comerciales. En los puertos, a lo largo de los caminos por donde transitan las caravanas de mercaderes que transportan diferentes tipos de mercancías: telas, especias, metales, artesanías, remedios medicinales, esclavos, animales exóticos, semillas, herramientas y armas son los principales objetos de interés. En los mercados, en las casas de los productores y artesanos, cada persona eleva sus plegarias y ofrece su incienso al dios Mercurio (así le conocen los romanos), parece que los devotos de esta deidad van aumentando y las plegarias que ofrecen el resto de los pobladores al dios Júpiter se van desvaneciendo. En el olimpo, Mercurio va teniendo más fuerza, y en la lucha de los dioses; la diosa del amor, la de la guerra y el resto de los dioses no pueden prevalecer ante la fuerza del dios que guía a los Mercaderes. El mismo Júpiter quedando sin fuerza pierde terreno y cede su trono para que en el orden de los días aparezca Mercurio (Miércoles), antes que él (Jueves) dándole el privilegio de ser primero y mayor.
Nuevamente necesitamos recurrir a la mitología para contar la historia. Mercurio era, entre los romanos, el dios que protegía a los mercaderes1. En su honor, el imperio le dedicó el quinto día, el miércoles (cabe recordar que, entre los romanos, nuestro sábado, dedicado a Saturno, era el primer día de la semana). Por tanto, queda claro que era una deidad muy importante, la quinta potencia, del nombre de esa deidad provienen nuestras expresiones: mercar, mercancía, mercado. Pero, así como en la mitología un dios se levanta y mata o desplaza a otros dioses, Mercurio ha conseguido triunfar sobre los otros y en nuestra sociedad es la deidad más venerada. Parece que los antiguos dioses no han muerto y la idolatría es más vigente que nunca.

La tarde de un día entre semana, un grupo de amigos y yo buscábamos algo para comer y decidimos ir al centro de la ciudad en la que nos encontrábamos de visita. Llamó mi atención la tranquilidad de aquella ciudad, era lunes y además, el horario era la típica «hora pico» en otras ciudades, pero aquí el movimiento era diferente; en una ciudad progresista, su centro histórico estaba casi vacío. Mi sorpresa fue mayor cuando otro día fuimos a una plaza comercial y en ese lugar parecía que habíamos llegado a otra ciudad, allí había movimiento, mucha gente, no había algo típico, nos encontramos en un sitio que nos era familiar, tenía las características de los centros comerciales de cualquier lugar, en realidad se trataba de un «no lugar», como les denominó el antropólogo Marc Augé.
En la mayoría de las ciudades solemos encontrar en su plaza de armas o zócalo, tres poderes concentrados: gobierno, religión y dinero; con sus edificios respectivos: palacio, catedral y bancos; el mercado, quedaba en la zona central, pero al margen de los tres. Es interesante notar que las civilizaciones han cambiado, y que los tres poderes anteriores han perdido centralidad y, en lugar de ello, el comercio ha ocupado la silla del trono, lo que era mercado ahora se ha convertido en centro comercial (mall en inglés). Retomando el mito para explicar nuestra realidad; hoy, nuevos altares, nuevas catedrales, nuevos cultos y nuevos oficios se elevan en torno al dios que se ha levantado sometiendo a los otros tres a sus condiciones y caprichos: Mercurio, el mercado.
En política, todo obedece a las estrategias mercadológicas: ya no queda como presidente de una nación el que sea más apto para la política, sino el que sepa usar la «mercado-tecnia» a su favor. No gana el que presente un proyecto de desarrollo sino quien sepa imponer su imagen y tenga a los mercaderes de su lado. Es sabido que las decisiones más relevantes que se dan en política obedecen a los movimientos del mercado. Un dato importante que salta a la vista es la decisión generalizada que han hecho muchos gobernantes de hacer convenios con los centros comerciales, al darles autorización y facilidades a cambio de la mejora de infraestructura, por ejemplo la pavimentación de calles, iluminación, construcción de carreteras, parques e incluso escuelas. También es sabida la decisiva influencia que las grandes trasnacionales tienen sobre el curso de los acontecimientos, de las decisiones y de las políticas de los gobiernos. Por ejemplo está la denominada extrema derecha y el neoliberalismo, que son una expresión clara de la sustitución de la política por el mercado. Aunque hoy día las fronteras entre países se hacen más marcadas y cerradas, los tratados comerciales, o mercantiles de libre comercio son el foco de atención de los líderes.

El dinero ha venido perdiendo fuerza, su valor no es intrínseco como era antes; por ejemplo, un peso era de plata y valía por su peso en el preciado metal, hoy es plástico, son señales electrónicas virtuales que están determinadas por los movimientos del mercado: —¿a cuánto amaneció el dólar hoy?, decimos. El valor de una moneda depende de los movimientos del mercado, de hecho, el dinero ya no es un medio de intercambio sino un producto más con el que se co-mercia.
La guerra es un mercado. Desde tiempos antiguos la guerra ha sido motivada por intereses mezquinos: ampliar el territorio, expandir el imperio, someter a otros para utilizarles, quitar a otros sus bienes, exterminar a una raza que se considera inferior, etcétera. Hoy, con el propósito de expandir el mercado, de obtener y apropiarse de materias primas que servirán para comerciar y sobre todo, la guerra mueve el mercado de las armas, de los equipos de guerra, el comercio de equipos, vehículos y recursos necesarios para los conflictos, la industria y el mercado armamentista es una de las actividades más lucrativas y poderosas del mundo. Nuevamente, el dios mercado le dice al dios de la guerra lo que debe hacer, le da fuerza y poder a cambio de posicionarse en el trono.
En este mundo todo se vende, en el ámbito religioso el mercado se ha convertido en una nueva religión. Las nuevas catedrales, el lugar a donde va la gente el domingo para encontrarse con su dios (dinero, poder, belleza y descanso), en donde se encuentra ante el sentido de plenitud y trascendencia, el lugar en donde la familia se junta, donde se escucha a los nuevos profetas anunciando: ¡paz, paz!; todo es prosperidad; en donde las personas dan culto y expresan pleitesía a las imágenes que ofrece el mercado, en donde se encuentra el sentido de pertenencia por medio de las marcas, son los centros comerciales: lugares que han robado el centro de atención y actividad de las personas. La gente antes iba a la iglesia, aprovechaba para pasear por la plaza con la familia, se sentaba a comer en algún lugar, ahora lo hacen en la plaza comercial, el mercado moderno.

En el documental «El poder de los centros comerciales»2 , el Teólogo y crítico social John Pahl, describe una serie de elementos que los centros comerciales han tomado de la experiencia religiosa para ofrecer a las personas un sentido de trascendencia y provocar la compulsión de comprar.

«Han adoptado simbolismos religiosos: en casi todos se usa agua para dejarnos llevar por la corriente compradora. Lo mismo se puede decir de la forma en que se utiliza la luz. Con sus grandes ventanales los diseñadores nos quieren transmitir que estamos en un lugar de energía, en un sitio especial. Los techos altos dan la impresión de estar en una iglesia donde uno se siente pequeño, mientras que los árboles al interior nos están diciendo que puedes crecer, incluso que puedes vivir eternamente. Son sitios que ofrecen trascendencia», considera Pahl3.

No cabe duda que el mercado ha tenido alcances de carácter religioso imponiéndose como un poder que determina la forma de vida de las personas, un poder que se eleva como un ídolo al que se le venera, en el que se confía, en el que se cree y al que las personas están dispuestas a ofrecerle toda clase de sacrificios y confesarle sus debilidades. El cristianismo se encuentra frente a un «baal» moderno al que necesita hacerle frente como lo hizo Elías. Sin embargo, lamentablemente éste se ha metido hasta la médula de la vida cristiana.
¿Hasta dónde se ha metido el mercado a la experiencia de fe? ¿Nos suena familiar? Iglesias que mercan con el evangelio, lo ofrecen como un producto que sea vendible, iglesias cuyo fin es hacer negocio, venden una imagen, un estilo de vida, un milagro, la solución a una causa perdida, utilizan estrategias mercadológicas para atraer seguidores y mantener a sus «clientes» satisfechos.

El asunto no queda allí, celebraciones que antes pertenecían al pueblo o a las tradiciones (aunque no las aprobamos desde nuestra doctrina) ahora son del mercado: día de muertos se convirtió en un producto globalizado llamado Halloween, el mercado mueve el día del amor y la amistad, el día de las madres en realidad es el día del mercado que aprovecha para vender electrodomésticos; lo mismo pasa con el día del padre que aprovechan los mercaderes de herramientas y corbatas, o el día de la independencia que vende sentido patriótico. La época de navidad (dedicada originalmente al dios sol) es el mercado más dinámico del año, (pregunte a cualquier comerciante cuál es la época de mejores ventas, excepto papelerías), todo está determinado, regulado, dirigido y legitimado por el poder y la influencia del mercado.

¿Y qué dice la Biblia acerca de todo esto?
En el libro de Apocalipsis, se describe una escena en la que se exhibe el descaro de los mercaderes que provocan especulaciones para generar riquezas. Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino (6:5-6).

La narración describe una escena en la que se realiza una revelación: ven y mira; expresión que hace saber que lo escondido saldrá a la luz, que lo que era oculto ahora es evidente. El tercer sello, revela un caballo sombrío, negro, color relacionado con la maldad; el que lo monta es un mercader, tiene una balanza con la que pesa el alimento y es descubierto por la voz que sale de en medio de los cuatro seres vivientes, como si de parte del cielo se estuviera poniendo en evidencia lo que sucede: pone precio a los productos generando especulación. Es vergonzoso lo que estos portadores de balanzas realizan en lo oculto, poniendo precio a los alimentos, elemento de consumo que resulta vital, y jugando con la estabilidad de las personas, afectando dramáticamente la vida de los más pobres, de quienes menos recursos tienen para poder sortear los vaivenes de la inflación, de las alzas y bajadas de los precios. Es importante notar que aquí no se describe una especulación sobre el precio de la ropa o de los artículos de tecnología, sino sobre el alimento, el trigo y la cebada, alimentos de los que dependía aquella población. Al lado de la guerra, de la enfermedad, de la violencia, de los desastres naturales; elementos o situaciones destructivas, que provocan crisis, daño y sufrimiento, se encuentra la acción deshumanizada de los mercaderes; quienes al final del texto, después de verse evidenciados y estar frente al rostro del Señor: prefieren que los trague la tierra o que las piedras les caigan encima antes que enfrentar la mirada y las acciones justas del Cordero (vv. 15-17).

En contraposición a las imágenes con las que se presenta la realidad del mercado: un caballo negro con un jinete macabro que especula con el alimento, se presenta al final, enjuiciando tales acciones, el Cordero, el que se dio y se entregó derramando su sangre. ¡Vaya contraste! No cabe duda que el camino que el Cordero ofrece es lo que nuestra humanidad necesita, porque mientras unos van por el sendero de la imposición de medidas mercantiles injustas y abusivas, el Señor nos propone un camino de vida en el que se nos invita a darnos y a compartir. Es la vida de nuestro Señor, ofrecida y compartida como Cordero en la cruz del calvario lo que sirve para tomar una posición y establecer un criterio para evaluar lo que hacen los mercaderes.

Es nuestro desafío, no sólo confrontar a los «nuevos baales» sino seguir el camino de amor y justicia marcado por el Cordero de Dios. Necesitamos abrir nuestros ojos y tomar consciencia de nuestra propia participación. O estamos con Baal o estamos con el Cordero, o seguimos a Mercurio o a Jesús. Valdría la pena examinar nuestra vida como creyentes para saber si no hemos permitido que el mercado determine lo que somos y hacemos, para darnos cuenta de si no repetimos los patrones injustos que establecen las leyes del mercado, si no hemos dejado de valorar a las personas y en lugar de ello les vemos como consumidores, o si tratamos a nuestro prójimo como hermanos o como clientes. Nuevamente, la voz que sale del cielo vuelve a poner en evidencia a este caballo negro y su jinete, nuevamente el Señor nos coloca entre dos posiciones. ¿Qué vamos a elegir?

Referencias
1 https://marcasehistoria.com/2010/11/02/mercurio-el-dios-de-los-mercaderes/
2 https://www.youtube.com/watch?v=XaqivBqodLo&t=173s
3 https://www.forbes.com.mx/la-mujer-que-hace-millones-creando-templos-de-consumo/ consultado el 16/05/2017.

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