NO TODO SE TRATA DE MÍ

Abraham Lincoln dijo: «Si quieres probar el carácter de un hombre dale poder». El orgullo, la soberbia y el protagonismo, presentan un importante reto al siervo de Dios, ya que la naturaleza pecaminosa de la carne y los antivalores de este mundo, pueden llegar a infiltrarse en la más poderosa armadura.

En su segunda carta, Pedro habla de una manera muy hermosa acerca de las alturas alcanzadas por los cristianos; de ser, al igual que Cristo, Piedras vivas (1 Pedro 2:4-5), de ser un linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido (2:9) y de ser pueblo de Dios (2:10), pero inmediatamente les ruega que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma (2:11) y comienza una serie de exhortaciones que aparentan ser un viraje extremo, ante el cual uno se pregunta ¿Pues entonces qué? ¿Son o no son, todo lo que se ha dicho de ellos? ¿Cómo es posible que un hijo de Dios escogido, sacerdote, santo, adquirido, todavía batalle, con cosas que se suponen superadas?

De la misma manera, los siervos de Dios, hemos sido tocados, de una forma muy especial por su gracia, tenemos el privilegio de ser hechos Pastores, Diáconos, Ministros, Obreros, Líderes, el honor de ser sus embajadores; pero sin duda, batallamos en nuestra alma, contra muchos deseos carnales. La comprensión de esta ambigüedad, nos debe de llevar a ser humildes, mansos, modestos, siempre teniendo cuidado de nosotros mismos, como dijo David ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos (Salmo 19:12).

En mis días de seminario escuchaba constantemente, de parte de los maestros, que el Pastor batalla con las tres «F», pero no piense en las famosas tres «efes» que todo hombre, se dice, debe tener: «feo, fuerte y formal» ¡No, decían! cuídense de las tres «efes»: faldas, fama y finanzas, que son las tres tentaciones más graves de todo Siervo de Dios. Hablaremos un poco de la segunda.

Dice la Palabra de Dios, que Nabucodonosor, era un rey muy poderoso, los libros de historia secular, nos hablan del gran constructor de Babilonia y forjador de un gran y vasto imperio. Él, sí tenía motivos humanos para sentirse poderoso, orgulloso, arrogante, pues todo giraba en torno a él, a sus decisiones, a sus políticas, a los caprichos y excesos de un déspota oriental.

Aunque Babilonia tenía muchos siglos de existir, antes que él, fue Nabucodonosor, quien reconstruyó la ciudad, y la volvió, en la ciudad más grande y hermosa de su tiempo. Cavaron una enorme fosa alrededor de la ciudad, la llenaron de agua, desviando parte del caudal del río Éufrates, la bordearon con una muralla enorme, con palacios y construcciones magníficas, su sistema hidráulico la convirtió en un oasis en medio del desierto, y con sus jardines colgantes, una maravilla del mundo antiguo; además logró grandes victorias militares, hasta volverse, el más poderoso imperio de su tiempo, pues fue capaz de vencer a los asirios y de someter y convertir en tributarios a todos los pueblos y naciones de alrededor, incluyendo al pueblo judío, a quién tiempo después le destruirían su Templo, las murallas, la ciudad de Jerusalén y se llevarían cautiva, a la mayor parte de su población a Babilonia.

Nabucodonosor, en el apogeo de su poder y en lo máximo de su gloria, tuvo varios sueños, en el capítulo 2, del libro de Daniel, nos habla del sueño de la gran estatua, que al habérsele olvidado, no había quien le pudiera descifrar nada, y que por este motivo, estuvo a poco de matar a todos los que se decían sabios en Babilonia; sin embargo fue Daniel, un joven hebreo, quien libró la situación, al declarar e interpretar el sueño, con mucha humildad y mesura, dándole el crédito al Dios: Entonces el arcano fue revelado a Daniel en visión de noche; por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo (Daniel 2:19ss). Y a mí ha sido revelado este misterio, no por sabiduría que en mí haya más que en todos los vivientes, sino para que yo notifique al rey la declaración (Daniel 2:30). Terminado este episodio, Nabucodonosor, «aparentemente» reconoce la supremacía del Dios verdadero El Rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente que el Dios vuestro es Dios de dioses, y el Señor de los reyes, y el descubridor de los misterios… (2:47ss).

Y es increíble, que después de esta experiencia, en el capítulo 3, él mismo se manda a hacer una estatua de oro, como la del sueño, de veintisiete metros de alto, por dos y medio de ancho para que todos la adoraran, pero los tres compañeros de Daniel: Sadrach, Mesach, y Abed-nego, no lo hicieron y fueron arrojados a un horno de fuego, calentado siete veces más de lo común (3:19ss). Dios guardó a sus hijos y después de experimentar ese poder, Nabucodonosor, tuvo un nuevo y fugaz «ataque de conversión»: Nabucodonosor habló y dijo: Bendito del Dios de ellos, de Sadrach, Mesach, y Abed-nego que envió su ángel, y libró sus siervos que esperaron en él (3:28-29).

Después de estas dos oportunidades, que Dios le dio al rey, de reconocerlo verdaderamente en su vida, en el capítulo 4 tiene un sueño más, que no le da un buen augurio; al momento de interpretar el sueño, Daniel, quedó impactado, por el significado que Dios le estaba mostrando y al ver que dudaba en declarárselo, Nabucodonosor le urge: Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, estuvo callando casi una hora, y sus pensamientos lo espantaban. El rey habló, y dijo: Beltsasar, el sueño ni su declaración no te espante. Respondió Beltsasar, y dijo Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su declaración para los que mal te quieren (4:19ss).

Resulta que, a través del sueño, Dios le estaba advirtiendo contra su pecado, su arrogancia, egoísmo, maltrato, injusticias, abusos, explotación, e iniquidades que cometía contra el pueblo: Por tanto, oh rey, aprueba mi consejo, y redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades con misericordias para con los pobres; que tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad (4:27).

A Nínive le dieron cuarenta días para arrepentirse (Jonás 3:4ss) y lo hicieron, y no llegó el castigo en esa generación. Pero a Nabucodonosor le dieron doce meses, un año, (4:29ss), no obstante, el sueño, la advertencia y todo lo que esto significó; él no cambió ni un ápice de su soberbia.

Dice la Palabra: Al cabo de doce meses, andándose paseando sobre el palacio del reino de Babilonia, habló el rey, y dijo: ¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa del reino, con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi grandeza? Aun estaba la palabra en la boca del rey, cuando cae una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: el reino es traspasado de ti; y de entre los hombres te echan, y con las bestias del campo será tu morada, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo se enseñorea en el reino de los hombres, y a quien él quisiera lo da (4:29-32ss).

Dios lo castigó quitándole la razón, haciéndole quedar como un animal durante siete años, después de los cuales dice la Palabra: Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi sentido me fue vuelto; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre; porque su señorío es sempiterno, y su reino por todas las edades… En el mismo tiempo, mi sentido me fue vuelto, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis grandes me buscaron; y fui restituido a mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdad, y sus caminos juicio; y humillar puede a los que andan con soberbia (5:34-37).

Aprendió la lección ¿no es cierto?, comprendió que el asunto, no se trataba de él, que las cosas no las había logrado por él, que debía ser humilde, honesto, tratar con consideración a las personas, que tenía que dejar a un lado su soberbia.

El Apóstol Pablo, el Apóstol de los gentiles, lo comprendió muy bien pues dijo: Yo mismo tengo motivos para tal confianza. Si cualquier otro cree tener motivos para confiar en esfuerzos humanos, yo más: circuncidado al octavo día, del pueblo de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable. Sin embargo; todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia… (Filipenses 3:4-9a, NVI).

La Palabra, nos insta a luchar contra la tentación del egoísmo, de centrar toda la atención en nosotros mismos; nuestra principal preocupación debe ser, rendir la gloria al Señor en todo lo que somos y hagamos, procurando el bienestar de nuestros hermanos, antes que el nuestro propio: En conclusión, ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios… Hagan como yo, que procuro agradar a todos en todo. No busco mis propios intereses, sino los de los demás, para que sean salvos (1 Corintios 10:31,33, NVI).

Aprendamos a disminuir las pretensiones personales, a valorar la importancia de llevar una vida sencilla, de escuchar la voz de Dios, en las llamadas de alerta, a desterrar la soberbia, la egolatría, el orgullo, el narcicismo, y a mantener una actitud confiada en los propósitos de Dios: Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado (Romanos 12:3, NVI).

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