Una doctrina que sana
Min. Ausencio Arroyo García
Con su poder divino, Jesús nos da todo lo que necesitamos para dedicar nuestra vida a Dios. Todo lo tenemos porque lo conocemos a él, quien nos llamó por su gloria y excelencia. Así, nos dio promesas preciosas y valiosas; confiando en ellas, ustedes serán semejantes a Dios y podrán escapar del mundo, el cual será destruido a causa de los malos deseos de los seres humanos (2 Pedro 1:3-4).
En un lejano 1924 comenzaron los estudios bíblicos sistemáticos para la membrecía de nuestra iglesia en México. Sus inicios fueron muy modestos, pero el fuerte apego a las Escrituras y el serio compromiso de obediencia de nuestros hermanos ha logrado que esta práctica perdure a lo largo de 100 años. La meta principal de las lecciones ha sido el aprendizaje para el crecimiento en el conocimiento y la experiencia de la fe cristiana.
Nuestra experiencia confirma la validez de la declaración de la Palabra revelada: somos un pueblo de mujeres y hombres bendecidos. Las Escrituras señalan que Dios, por su gracia, provee las virtudes que necesitamos para vivir en condición espiritual conforme a su corazón; ya que las condiciones de crianza y de influencia negativa del entorno son superadas por la intervención del Espíritu de Dios, quien actúa sobre nuestra mente y emociones y nos transforma para ser nuevas personas. Este es un proceso en el que vamos siendo conformados al carácter y la santidad de Cristo.
Necesitamos ser cambiados porque somos cortos de vista
Lo que hay en tus ojos define lo que ves. Es decir, el conjunto de ideas sobre el mundo y sobre el ser humano nos hacen ver la realidad de una forma particular. En el siglo primero, igual que ahora, se presume una supuesta libertad de ataduras: las personas tenían la tendencia a vivir con criterios egoístas. En el tiempo que se escribe la segunda carta de Pedro se divulgaba una filosofía de vida denominada epicureísmo; la cual consistía, entre otras cosas, en el rechazo de la autoridad divina sobre la vida moral, se proclamaban libres de restricciones, negaban que Dios gobernara la historia declarando que, más bien, ésta iba a su suerte.
El valor principal que promovían era lo útil. Juzgaban que no hay verdades morales absolutas, que solo se tienen opiniones particulares. Afirmaban que el hombre era la medida de todas las cosas y que cada uno tiene su verdad. Planteaban que las leyes morales eran convencionales, no naturales. Promovían la avaricia como válida y la consecución del placer por el placer; así como la evitación del dolor.
Varios de estos maestros se introdujeron en las iglesias. Algunos creyentes, ante la postergación del regreso de Jesús, dejaron de crecer en la gracia de Jesucristo y empezaron a vivir en la perspectiva de una existencia temporal, pensaron que no había retorno de Jesús y que, por lo tanto, no habría juicio final. En su escepticismo, estos, que una vez fueron seguidores de Jesucristo, quedaron atrapados por la filosofía de la época, dejaron los principios de la pureza y la justicia y se deslizaron hacia la inmoralidad.
El escritor sopla la tierra de los ojos de los lectores, y dice con dureza: El Señor castigará sobre todo a aquellos que se dejan llevar por sus sucios deseos y no respetan su autoridad (2 Pedro 2:10). Les reprocha el cinismo de asistir a los convites de la iglesia y comportarse como seres irracionales: Estos maestros insultan lo que no entienden… Ellos les hacen mal a otros y se les pagará con la misma moneda. Disfrutan haciendo a la vista de todos lo que les viene en gana; cuando cenan con ustedes, ellos son una mancha que causa vergüenza, pues con sus mañas lo echan todo a perder (2:12-13).
Hoy como ayer, un alto porcentaje de la humanidad está adoptando las propuestas de una vida sin Dios y, por lo tanto, sin valores permanentes. Para muchos no existe una realidad absoluta que determine las normas con las cuales deba vivir el ser humano. Proponen que cada uno debe, de su propio criterio y preferencia, definir cómo comportarse. El ser humano sin Dios busca ser ley a sí mismo; la sociedad que pretenden formar está caracterizada por el éxito basado en la avaricia y el egoísmo, es decir, su final es la ganancia. Se cree que cada uno tiene derecho de tomar lo que le venga en gana, solo porque así lo desea.
El espectro más oscuro de la búsqueda de la ganancia es la cosificación del otro. Los otros no son valorados como personas sino como cosas a las cuales se les quiere sacar provecho. Esto se hace evidente en muchos ámbitos de la vida: muchos políticos solo quieren nuestros votos para ocupar un cargo donde servirse, los ladrones quieren nuestros bienes, los asesinos las vidas, algunos hombres tratan a la mujer como su propiedad. Para muchas empresas, como las de internet, que en apariencia nos dan su servicio de forma gratuita, somos simples objetos, ya que nos convierten en consumidores y lucran con nuestras identidades y nuestros hábitos.
Este criterio está presente aun en los delitos más delicados como los secuestros, la trata de personas, el uso de niñas y niños como objetos de placer, igual que la industria de la pornografía y la prostitución; a todos los mueve el espíritu de la ganancia. Este es el mundo que estamos formando porque es lo que podemos hacer los humanos. Tenemos la vista muy corta, porque solo pensamos el presente.
La soberanía divina, un atributo olvidado
La imagen predominante de Dios es la de un ser misericordioso. Pero, se ha enfatizado tanto que parece que es el único aspecto del carácter divino. Aun los creyentes olvidamos que Él es Soberano y, por tanto, es juez. Los humanos, incluyendo muchos creyentes, hemos dejado de lado la actitud de reverencia ante la majestad divina. El texto de la carta nos enseña que la verdadera religión no viene de nuestros actos rituales sino del encuentro en temor reverente al Dios santo.
Las manifestaciones de Dios a los personajes del Antiguo Testamento provocaron temor y la postración ante lo Santo: Moisés fue exigido a quitarse sus zapatos, Isaías cayó de rodillas, Tomás reconoció a Jesucristo resucitado y le reconoció como su Señor y su Dios. La fe cristiana consiste en la sumisión a la voluntad divina. No se trata de hacer de Dios un ser mágico que cumple nuestros deseos. Él tiene el dominio real puesto que es eterno y único; además sabe y hace lo que es justo. Pedro argumenta la razón para esforzarse en vivir en obediencia a Dios: el futuro es de Dios y cumplirá sus promesas.
Como ya tienen esas promesas, esfuércense ahora por mejorar su vida así: a la fe, añádanle un carácter digno de admiración; al carácter digno de admiración, añádanle conocimiento. Al conocimiento, añádanle dominio propio; al dominio propio, añádanle constancia; a la constancia, añádanle servicio a Dios; al servicio a Dios añádanle afecto a sus hermanos en Cristo y a ese afecto, añádanle amor. Si todas estas cosas están presentes en su vida y aumentan, entonces no serán gente inútil y no habrán conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo. Si a alguien le faltan estas cosas, entonces está tan corto de vista que está ciego y ha olvidado que sus pecados fueron perdonados. Así que hermanos, Dios los llamó y los eligió. Esfuércense por demostrarlo en su vida, y así nunca caerán, sino que recibirán una grandiosa bienvenida al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:5-11, PDT).
Dios cumplirá sus promesas, resta que hagamos nuestra parte. Los cristianos somos desafiados a pelear contra el pecado. El Señor pide que actuemos en conformidad con la naturaleza a la que hemos sido llamados a participar. Pedro explica que la naturaleza determina el apetito (el puerco quiere lodo, el perro comerá su vómito (2:22); pero, las ovejas buscarán pasto limpio). Así como la esencia de los animales, la condición humana se expresará en sus decisiones, la naturaleza caída buscará satisfacer sus apetitos de placer de forma indiscriminada, mientras que una naturaleza renovada tenderá hacia lo santo. Hay un principio determinante: la naturaleza de los seres determina su conducta, construye su medio ambiente y establece sus tipos de asociación. Un apetito santo y puro busca lo que agrada al Dios santo en un ambiente espiritual y nos asocia con los de nuestra naturaleza. Pero debemos comprender que la nueva naturaleza, que viene por medio del nuevo nacimiento, no es el final, es solo el principio. Una vida santa crece, conforme a su esencia. Esto solo puede ocurrir porque el mismo Señor da los medios de gracia para el crecimiento. Lo que opera de manera correcta llega a ser excelente.
La santificación de los salvos exige disciplina y determinación de por vida. Hay una serie de virtudes cristianas que se suman en el desarrollo: fe (confianza y obediencia), virtud (excelencia moral), conocimiento (relación personal con el Señor y de su voluntad), dominio propio (control de sus pasiones e impulsos), paciencia (resistir las pruebas, Santiago 1:2-8), piedad (glorificación de Dios), afecto fraternal (aprecio y cuidado de los cristianos, Hebreos 13:1) y amor (un compromiso abnegado que busca el más alto bien de la persona amada). Todas estas virtudes son como círculos concéntricos que van aumentando la madurez del creyente. Es también como una escalera donde un escalón lleva al siguiente, en un ascenso hacia la meta del carácter que Dios forja en sus hijos.
La Carta de Pedro nos indica que todo lo que el cristiano necesita para el presente y para el futuro viene de Jesucristo; el mismo que nos llamó, es quien nos dio las promesas para el futuro. Un futuro que está condicionado por el efecto que permitimos haga su Espíritu en nuestro carácter. Esto es, para que una persona participe en los bienes de la vida cristiana debe entrar en relación con Jesucristo, y llegar a ser su discípulo por fe en su sacrificio redentor y su resurrección de entre los muertos.
La entrada a esa relación es la conversión, no la asistencia al culto, ni la bendición del ministro, ni las oraciones de nuestra madre, ni la tradición religiosa de nuestra familia. Esta relación comienza con la iniciativa de Jesucristo, Pedro dice que Cristo nos llamó “por su gloria y excelencia”. Las primeras bendiciones que El Dios Proveedor otorga a su pueblo son para el presente. Esto debe ser valorado en razón de que, la vida cristiana no es solamente una promesa escatológica (para el final de los tiempos), sea personal (nuestra muerte) o universal (la venida del Señor); sino que sus dones comienzan en el presente, desde ya nos ha dado todo lo que se necesita para “la vida y la piedad”.
Ser cristiano no es simplemente buscar a Dios por medio de Jesucristo para que Él provea para todas nuestras necesidades físicas, sino es dedicarse a Cristo en la vida moral. Es tener la actitud de obediencia que pone en primer lugar los asuntos de Dios. Es obedecerlo en la vida moral de tal manera que la conducta y las actitudes del cristiano sean un testimonio de la salvación de Dios y no una afrenta que lleve a los inconversos a dudar de la verdad del Evangelio.
El Evangelio implica determinación sobre el futuro del individuo. Pedro dice (1:2) que Cristo nos ha dado promesas, no vacías ni vanas sino valiosas y grandes. Pedro comienza su lucha contra el escepticismo escatológico en este verso al afirmar que el cristiano tiene un futuro seguro y grande. Estas promesas orientan al cristiano en su conducta en el presente (1:5) y le dan esperanza para un futuro escapando de la “corrupción” o la mortalidad, llegando a ser así “participante de la naturaleza divina” (1:4).
En los últimos años, mucha de la enseñanza sobre las “últimas cosas” que se escucha en los sermones es nada más que especulación. Por lo general no se relaciona la escatología bíblica con la ética cristiana en el tiempo presente. La enseñanza solo pretende satisfacer la curiosidad del creyente respecto a los tiempos y a los eventos de los últimos días, mas no se enfoca en la forma correcta de esperar el retorno del Señor.
Caminando a la luz de sus promesas
Pedro advierte la relación íntima entre el futuro y el presente. Los versos 3:11-12, que dicen: Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios; establecen la finitud de las cosas presentes y la certeza de la segunda venida de Cristo. La visión puesta en el futuro le da al cristiano la perspectiva necesaria para apreciar el valor de la vida santa y piadosa en el presente. En cambio, la persona que abandona la esperanza escatológica está en peligro de pensar que su conducta en el presente no tiene valor o importancia respecto a su destino eterno.
Además, la perspectiva escatológica que Pedro promueve es el antídoto para el pesimismo que piensa que la muerte acaba con todo. La muerte humana no tiene la última palabra porque el cristiano espera ser “participante de la naturaleza divina”, es decir, espera la resurrección cuando cambie su estado corruptible por el incorruptible, su mortalidad por la inmortalidad divina (1 Corintios 15:42, 50-58). Cristo es la respuesta al anhelo más profundo del ser humano, esto es, alcanzar vida eterna, la vida como la de Dios, sin corrupción ni amenazada por la muerte.
En los primeros versículos de la carta, Pedro presenta a Jesucristo como la respuesta completa a todas las necesidades del ser humano. En el presente, provee para las necesidades básicas de la vida natural y la existencia moral. Además, da promesa para el futuro que consiste en la victoria sobre la muerte. Esta existencia es temporal, este estado de cosas pasará, pero, hay una realidad nueva, incorruptible, que está viniendo. Pedro emplea un término mesiánico, la nueva creación consiste en “cielos nuevos y tierra nueva”. La promesa es que seremos revestidos de naturaleza incorruptible. Los cuerpos ya no envejecerán, ni estarán expuestos a las enfermedades, ni a la muerte y toda lágrima será borrada, la presencia plena del Padre y de Jesucristo llenarán todo en todas las cosas.
Si Cristo no regresara entonces toda la vida es un absurdo. Si no hay un Señor que haya vencido la muerte y que retornará a esta tierra con poder y gloria, entonces: “¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!” Si no hay un Señor Soberano a quien demos cuentas, si no hay valores absolutos de dignidad, amor, verdad y justicia; si no hay juicio, no hay justicia para las víctimas; nunca habrá justicia para las niñas y los niños inocentes a los cuales se les arrebata con violencia la pureza de su corazón por las mentes perversas que encuentran en su camino. Si no hay juicio divino, entonces las lágrimas de las mujeres que son abusadas o secuestradas y obligadas a prostituirse nunca serán enjugadas, los desaparecidos serán olvidados del todo y su sangre habrá sido derramada en vano, como lo habría sido su misma existencia. ¿Es suficiente nuestro deseo para asegurarnos un bello mundo? ¿No, acaso, estamos atrapados en nuestro corazón engañoso? ¿Podemos como humanos conformar un mundo correcto? Sin Dios, jamás.
Vivimos en esta confianza: Las promesas del Señor son preciosas y plenas para quienes caminan con Él. No son fruto de la casualidad ni de la magia, son regalos para quienes permanecen en fidelidad.
El objetivo de nuestros estudios bíblicos, en armonía con la Palabra eterna, es conocer y comprender el mensaje de Dios, para que nuestras vidas sean cambiadas y nuestra personalidad sea conformada a Cristo. Estamos siendo transformados por la influencia de su poder y su gracia.
Nos quedamos con este sabio consejo: «Ser un auténtico cristiano tiene un alto costo: según las normas de la Biblia. Hay enemigos que vencer, batallas que librar, sacrificios que hacer, un Egipto que dejar atrás, un desierto que cruzar, una cruz que cargar y una carrera que correr. La conversión no se trata de poner al convertido en un cómodo sillón y llevarlo sentado al reino. Es el comienzo de una tremenda batalla, en la cual cuesta mucho obtener la victoria. ¡La vida espiritual que nada cuesta, nada vale! Un cristianismo barato, sin una cruz, probará ser al final, un cristianismo inútil, sin ninguna corona». JC Ryle