La iglesia contextualizada

Min. José Raúl Quintero Ancona

Introducción

La condición actual que vive nuestro país, el estado de las cosas en las que se desenvuelve nuestra vida, los retos sanitarios, económicos, sociales y ecológicos, nos urgen como Iglesia a renovar nuestras fuerzas, a remodelar nuestras prácticas, usos y costumbres, y actualizar y mejorar nuestras prácticas espirituales. Además, a profundizar en nuestra teología y doctrina, a renovar nuestra hermenéutica, homilética, oratoria, nuestras maneras de administrar, de ejercer los liderazgos y, en especial nuestras estrategias de trabajo hacia la sociedad.

Por lo que consideramos que para este siglo segundo nos debemos evaluar autocríticamente a todos los niveles, comenzando por nuestro desempeño personal, el de la iglesia local, en todos sus aspectos, y hasta las instancias nacionales, en función del alcance de la misión de nuestro Señor Jesucristo.

Y es que tenemos delante de nosotros un campo misionero enorme con más de ciento veinticinco millones de personas; un México que sufre por la falta del Evangelio de Jesucristo, pero no cualquier evangelio, no puede ser un evangelio abstracto, fosilizado o ausente el que va a cambiar el rumbo de las cosas; sino un evangelio encarnado en cada uno de nosotros sus hijos, un evangelio visible, oportuno, salvador, sanador y liberador. Un evangelio contextualizado, comprometido con las personas que va a alcanzar, empático a la manera de Jesús quien, siendo Hijo de Dios (Filipenses 2:5-8), vino a sudar la camiseta, a empolvarse sus divinos pies y sufrir la muerte por cada uno de nosotros. Para enseñarnos cómo calzarnos sus sandalias, cómo ceñirnos su toalla y cómo se camina el camino (Juan 14:6; Hechos 19:23).

I. Nuestra realidad como sociedad

Se le atribuye al teólogo suizo Karl Barth la siguiente frase: «Un sermón hay que prepararlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra ». Y es muy cierto: no podemos pretender hablarle al mundo desde la substracción de nuestras templo-céntricas vidas, o aislados de la sociedad a la que pretendemos servir. El cristiano de hoy debe saber lo que está sucediendo en el país, en su estado, su ciudad, municipio, pueblo, villa, aldea, etc. Debemos saber las condiciones sociales imperantes en el contexto al cual somos enviados a servir, con el Evangelio, desde nuestras vidas.

En la Biblia encontramos que saber la cantidad de pueblo era fundamental en las migraciones (Éxodo 12:37), para salir a la guerra (Josué 4:13; Lucas 14:31), cuando regresan del destierro (Esdras 2:64), e inclusive conocer lo que estaba sucediendo en la composición étnica de los matrimonios, del lenguaje que se habla dentro de las casas y sus consecuencias (Nehemías 13:23-24), en el número y ventajas de sus oponentes (Jueces 20:16), así como de sus adelantos tecnológicos para la guerra (Jueces 4:13, 1 Samuel 13:20-21).

Tener datos de primera mano de lo que ocurre a nuestro alrededor no es pecado, más bien es nuestra responsabilidad enterarnos de lo que está sucediendo en nuestro entorno, para saber cómo abordarlo. Mientras más datos tengamos de nuestro alrededor mejores decisiones podremos tomar, para enfocar nuestros trabajos, para afinar nuestra precisión y para dirigir nuestros esfuerzos y recursos en un sentido objetivo y fiable. Para ello debemos de ser diligentes en revisar lo que sucede en cuanto a las problemáticas sociales: población, migración, familias, divorcios, personas en situación de calle, las caravanas migrantes, los enfermos, encarcelados, la actual contingencia sanitaria, la violencia de género, la delincuencia organizada, la drogadicción, la trata de personas, la destrucción de la naturaleza, la contaminación, etc.

Son situaciones de las que no debemos de sustraernos, tampoco podemos asumirlas todas, pero sí aquellas urgentes en el medio que nos encontramos, a partir de los dones y profesiones de la Iglesia, para saber que hacer al respecto. En ocasiones los cristianos se resignan y piensan que las cosas son como son y así tienen que seguir siendo, olvidando el poder de Dios, nuestro papel profético y nuestra responsabilidad cristiana (Lucas 12:43).

II. La contextualidad de la Palabra

¿Qué papel tiene la Palabra de Dios en nuestra vida y la vida de la Iglesia? ¿Cómo hace usted sentido a la Palabra de Dios? De la respuesta a estas preguntas depende su práctica cristiana. Reconozcamos que nadie llega en blanco o con una mente vacía a Cristo; llegamos llenos de pensamientos, prejuicios y suposiciones acerca de Dios. A partir de allí hacemos teología, pero hay que estar conscientes de nuestros propios sesgos históricos; porque como mexicanos tenemos una herencia cultural católica, españolizada y arábiga, un machismo exacerbado de afirmamiento y una comprensión dañada de la autoridad. Por lo anterior, el latinoamericano tiene una comprensión inadecuada de Dios, como un dios de juicio, de castigo, lejano, ausente y autoritario.

Pero veamos cómo es la divinidad. Dios se da a conocer en Jesús (Hebreos 1:2), Dios se contextualizó en Jesús (Hebreos 10:5-9) y Jesús se contextualizó (Juan 1:14) en un ser humano para servir y enseñar, para amar, pero también para aprender (Hebreos 5:8-9). Fue una contextualización mutua y radical, la encarnación del Hijo de Dios, quien habitó entre nosotros, porque se quiso hacer uno de nosotros; caminar nuestras calles, padecer nuestras enfermedades (Isaías 53:4), comer nuestras comidas, llevar el polvo de nuestra naturaleza humana en sus sandalias, practicar nuestros oficios, pero sobre todo encarnar y apropiarse de una humanidad íntegra, genuina y humilde, para que nadie le cuente lo que es llorar por un amigo muerto (Lucas 11:35), sentir indignación por el maltrato a los niños (Marcos 10:13-14), disgustarse por un comercio inmoral en los lugares sagrados (Juan 2:14-17) pero también para ser abrazado por esos ancianos a la entrada del templo cuando, siendo niño, sus padres lo llevaron a presentar (Mateo 2:25-38).

Si Jesús nos mostró a Dios (Juan 1:18; 14:9), entonces ¿cómo es Dios? Dios ama y le gusta la gente, y es capaz de viajar mucho para encontrarse con ella, no se escandaliza ni se asusta por el pecado de las personas, no etiqueta a nadie, tiene fe en la gente y cree que pueden cambiar, sabe relacionarse con cualquiera, le gusta servir a los demás, se interesa realmente por el ser humano, sabe ser buen amigo, conoce lo que significa amar a las muchedumbres y sacrificarse por ellas, es íntegro y no le gusta la hipocresía, no le gustan las injusticias de ningún tipo, es paciente, comprensivo, tiene valentía y confronta los valores equivocados del mundo, le encanta enseñar, predicar y sanar. Y sobre todo ama a: ancianos, mujeres, hombres, matrimonios, publicanos, pecadores; le gusta compartir la mesa con cualquier tipo de personas (Lucas 7:34). Y así debemos de ser nosotros. Hay personas que tienen en mal concepto a los cristianos como, amargados, aguafiestas, cortados, poco amigables y desinteresados de los problemas sociales de los demás, pero debemos de ser todo lo contrario para servir a nuestro prójimo en su contexto.

Pero también la Iglesia muestra a Dios: para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21, 1 Juan 4:14; Mateo 5:16). ¿Cómo es vista la Iglesia cristiana? Como una comunidad encerrada en el templo, no se relacionan con la sociedad, señalan todo lo malo de la cultura, pero no contribuyen a mejorarla, se escandalizan de todo, se relacionan sólo con los hermanos de su iglesia, no toman, no fuman, pero pueden ser chismosos, juzgones, presumidos e indiferentes.

Es fácil asumir que Dios es un Dios de ira, enojado, lejano, listo para acusar y castigar sin embargo Dios tiene emociones y nos las transmite, emociones de amor, de compasión, de un amor inconmensurable que nos tiene. Por ejemplo: le dolió su corazón (Génesis 6:6; Éxodo 32:14; 1 Samuel 15:35); He visto tu oración y visto tus lágrimas (Isaías 38:1-7); Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión (Oseas 11:8-9); … porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo (Joel 2:12-14; Amós 7:3; Jonás 3:9-10).

Nuestro Señor Jesús decidió venir a nosotros encarnado, vestido de carne, hueso, sangre, pelo, saliva, sudor y lágrimas, pero no de cualquier carne, sino la de un carpintero, que no era una imagen de autoridad, poder o gloria. En ello podemos discernir que Dios nos muestra en Jesús el concepto que quiere que tengamos de Él, pero también el papel que debemos desempeñar. Además, Jesús siendo un hombre íntegro y sin pecado, y estando en posición de hacerlo, cuando tuvo oportunidad, no juzgó a los demás (2 Pedro 2:22; Hebreos 4:15; Lucas 7:36-50; Lucas 15; Lucas 19:1-10; Marcos 5:21-34; Juan 8:1-11).

Abraham J. Heschel, en su libro Los Profetas, nos dice que históricamente ha habido problemas con esta comprensión de Dios: «Clemente de Alejandría pensaba que Dios no tiene emociones de ningún tipo, y que, si uno era completamente liberado de emociones, entonces era como Dios. A Agustín de Hipona, la pasión de Dios en el Antiguo Testamento le molestaba, por lo que decía que seguramente eran problemas de traducción. Tomás de Aquino decía que era imposible que Dios cambiara de alguna manera. Por lo que la pasión era incompatible con su ser».

Heschel considera que la raíz de esas ideas es griega, y no sería la primera vez que los pensadores griegos se infiltraron en la teología cristiana, ya que Platón dividió el alma entre lo racional y lo emocional y que lo racional partía de lo divino y lo emocional de lo animal. En su comprensión Dios era racional y todo lo que era emocional no era compatible con Dios.

No obstante, Dios tiene emociones, y emociones fuertes. Pero su principal deseo es de vida y bendición para el ser humano y no de ira ni de destruir a nadie. Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis (Ezequiel 18:32). Las emociones de Dios son un acto premeditado no para desatar su ira, sino para que ella se desvanezca por el arrepentimiento del ser humano:

En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciera lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle (Jeremías 18:7-10; Habacuc 3:2; Salmo 145:8-9). Por lo que podemos decir que la ira de Dios es instrumental, condicionada y sujeta a su voluntad: Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte (Isaías 48:9; Oseas 11:9).

Dios es un Dios de amor, y la gracia de Dios por el ser humano siempre ha estado ahí y también la hemos visto presente en el Antiguo Testamento.

Podemos ver que la Palabra nos insta a ser portadores de gracia y de buenas nuevas a nuestros conciudadanos (Lucas 4:18-19; Santiago 1:27), por lo que cada iglesia local, cada uno de los pastores y los miembros deben estar conscientes de que están ahí para servir a su contexto, y encarnar la realidad de la gente a quienes son enviados a servir, a ponerse en los zapatos de los que sufren para sufrir junto con ellos, para enjugar sus lágrimas, para ayudarlos a levantarse, para que salgan de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9). Pero no debemos hacerlo en nuestras fuerzas, sino en su Santo Espíritu, pero no podemos hacerlo a nuestro estilo, sino al estilo de Jesús quien dijo: Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Juan 13:15).

III. La Iglesia contextual

Existen dos posiciones al momento de evaluar una iglesia: Tenemos en nuestro medio, por una parte, las iglesias cristianas que se determinan como exitosas por sus resultados numéricos, y por otra, iglesias pequeñas que basan su éxito en la fidelidad del carácter piadoso.

Tener una Iglesia grande y un ministerio exitoso no significa necesariamente que le estemos dando la gloria a Dios en todo, pero ser una Iglesia fiel sin desarrollo no implica que Dios se complazca en ella. Debemos preguntarnos ¿no sería mejor forjar a partir de la Palabra y en función del grupo social al que vamos a servir, un modelo de Iglesia y de ministerio fiel a la Escritura y a nuestro ministerio? Dónde Dios nos lleve, a ser competentes y productivos (2 Corintios 3:5-6).

Jesús les dijo a sus discípulos que debían dar fruto, en esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos (Juan 15:8). La parábola del sembrador nos habla de que hay varios tipos de terrenos, pero también de la generosidad del sembrador que utiliza la «técnica del voleo» para sembrar. Ante lo cual algunos le dirían: ¡qué desperdicio de semillas! Pero también hay que comprender la prodigalidad de Dios, deseando que su alcance sea mayor, muy superior y que ninguna persona, sector, grupo social, etnia, etc., se queden sin la posibilidad de recibirla (Lucas 14:21-23).

Los que piensan que lo que Dios quiere de la iglesia es solo que sean piadosos, aunque sean poquitos, aunque no tengan alcance misionero, se podrán justificar auto-convenciéndose de que eso es la voluntad de Dios y evitarán hacerse preguntas difíciles y confrontantes mientras las personas de su entorno mueren de inanición espiritual. Pero por la otra parte, el éxito “por el éxito” tampoco es el criterio ni fundacional, ni funcional y último, porque no podemos ni debemos tener éxito a costa del Evangelio de Jesucristo y de reducir sus demandas lógicas y haciendo insípida su Palabra (Marcos 9:50), pero debemos ser competentes, debemos ser productivos, debemos de dar fruto.

Acerca de esta comprensión teológica cada iglesia, cada equipo local de líderes y cada Pastor, deben hablar con Dios y después esperar, y saber escuchar (1 Samuel 3:10-11; Hechos 9:6). No pretendamos que «nos las sabemos todas». En ocasiones caemos en este error y ponemos diques y fronteras en cuanto a la comprensión del evangelio e interpretamos algo que Jesús nunca puso ahí, queriendo transmitir el evangelio en un kit, en un paquete que lo hace cuadrado, lo entalla, lo limita, lo lastima o lo desdibuja. Es decir, un paquete cultural que desvirtúa sus intenciones reales, desde una práctica religiosa que, desgastada por el uso de los años, ha caído en la monotonía y ha dejado de transmitir la vida, la viveza, la alegría y la energía de la obra redentora de la cruz de Cristo.

Pregúntese, ¿cómo sus creencias bíblicas y doctrinales pueden relacionarse con el mundo de hoy? De ahí surge la visión teológica, de una profunda reflexión de la Palabra de Dios y de cómo se va a verter en el mundo moderno, en el contexto específico que le ha tocado vivir. Debemos hacer accesibles, entendibles y oportunas las verdades de la Palabra de Dios para las personas, a quienes Él nos ha enviado a servir.

Jesús rompió los esquemas teológicos de su tiempo y sus consecuencias lógicas de la vida práctica (Mateo 7:29); en cambio los fariseos, escribas y sacerdotes eran sumamente rígidos, pero a la vez cultos, inteligentes, racionales; pero históricamente inapropiados e irrelevantes. Sirvieron en su tiempo, pero quisieron encasillar a todos en su propio molde, en su propia comprensión, en su propio estilo de ser, de pensar, de vivir, de entender a Dios, y entonces se volvieron incomprensibles e intrascendentes para sus propios conciudadanos. Nosotros no podemos caer en ese error y debemos ser conscientes de nuestros filtros sociales, históricos, mentales y culturales para cuestionarlos, superarlos y no dejar que nos gobiernen en detrimento de la misión que Jesús nos ha dado de servir a las personas de nuestro contexto en su propio contexto.

No hay que aislarnos del mundo al que somos llamados a ganar. Hay cristianos que piensan que no es tan malo vivir aislados de los demás, ya que vivir en un mundo caído y seguir a Cristo es agotador y quizá lo mejor sería vivir como Antonio Abad quien se decidió por una vida ascética, alejada de la sociedad. Porque cada día leemos titulares que muestran lo conflictivo que puede ser el mundo y pareciera ser que pelear la buena batalla de la fe cada vez se vuelve más difícil con el tiempo. ¿No sería más fácil mudarme al desierto, y dedicarme a una vida de oración y no tener que lidiar con el mundo? Muchas veces este pensamiento nos tienta al momento de interactuar con la cultura general y nuestro entorno. en vez de hacernos presentes en las circunstancias del mundo con la palabra de Dios, a través de nuestras palabras y nuestras obras, y preferimos aislarnos en nuestra burbuja cristiana.

La relación del cristiano con la cultura

El Señor no nos llamó para vivir afuera de este mundo, sino en él (Juan 17:11-17); Cristo no nos quiere sacar del mundo y su contexto, de hecho, hay una cláusula de permanencia en esta declaración “No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Tradicionalmente el cristiano se sustrae de la sociedad y la cultura diciendo: «Estoy en el mundo, pero no soy del mundo», que muchas veces suena a algo así: «estoy aquí, no me queda otra y me urge que venga Cristo, porque esta sociedad no me merece». Sin embargo, debemos de cambiar ese modelo de pensamiento con todas sus consecuencias por el siguiente: «No soy del mundo, pero estoy en el mundo».

Seamos sabios en el trato con nuestros semejantes (Lucas 16:8), seamos sabios al momento de abordar nuestros ministerios, para poder conectar con la gente, seamos sabios al discernir cómo hablar, qué ministerios emprender, qué folletos usar, qué ilustraciones usar, cómo relacionarnos con nuestro entorno, qué banderas enarbolar, qué luchas sociales adoptar, cómo acompañar en sus batallas a los enfermos, a los desposeídos, a las adolescentes embarazadas, a la madre que tiene un hijo con vicios o en la cárcel, al anciano abandonado, a los padres que les han violado a una hija, o desaparecido un hijo.

Mandatos: Cultural, espiritual y misionológico

¿Y cómo le hacemos para que la sal no se vuelva insípida? Hay que comprender que el primer gran mandato de todo cristiano es: amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37-39). El segundo mandato es el evangélico: Id y haced discípulos (Mateo 28:19-19), pero también hay otro mandato que no siempre observamos, es el mandato cultural: todo cristiano ha sido llamado a cuidar el jardín que el Padre ha creado, a través de sus habilidades, dones, vocación, y trabajo con excelencia para Su Gloria (Génesis 2:15; 1 Corintios 10:31; Colosenses 3:22-23; Génesis 1:28; 2:15).

El mandato cultural es cultivar, cuidar, sojuzgar, dominar, es tomar lo hecho por nuestro creador y hacer cosas con ello, es lo creativo de nuestra vida, no solamente lo artístico, sino el potencial de la imagen y semejanza que tenemos de parte de Dios para transformar el mundo de las cosas: como cuando encontramos curas a las enfermedades, leyes para proteger a los indefensos, cuando construimos nuestras casas y hasta cuando buscamos el lado amable de las cosas. Cada uno de nosotros aporta algo a la cultura de su entorno, seamos comerciantes, taxistas, empleados, empresarios, o cualquier profesión u oficio, y en todo ello adoramos a Dios, sirviendo con buena voluntad, como al Señor, y no a los hombres (Efesios 6:7). Porque el trabajo secular no es producto de la invención humana el trabajo secular realmente es un trabajo teológico que corresponde a la voluntad de Dios, de transformar el mundo (Éxodo 20:9).

¿Qué es la cultura? Dany Crouch dice al respecto: «La cultura es lo que los seres humanos hacen del mundo. En ambos sentidos. La cultura son las cosas que hacemos. Dios da un mundo lleno de fibras y hacemos ropa. Dios nos da un mundo lleno de madera y hacemos muebles e instrumentos. Dios nos habla y nosotros rehacemos idiomas. La cultura es el significado que hacemos. Este mundo no viene con una explicación, sin embargo, todos sentimos que debe significar algo. “Hacemos sentido del mundo haciendo cosas en el mundo”.»

¿Y cómo participamos de ella? Al entender que hemos sido llamados a cultivar este mundo, comprendemos que no es algo de lo que tengamos que huir. Ese es nuestro llamado como humanos de este planeta según Génesis 1 y 2, aunque obviamente se hizo más difícil a partir del capítulo 3; donde el ser humano en lugar de cultivar su jardín abusa de él, lo explota, lo acaba, lo contamina por su gula, su codicia y los apetitos de su carne, porque quiere ser poderoso, rico y famoso. Inclusive hay quienes no quieren trabajar pues piensan que el trabajo es una maldición, no un don de Dios para bendecir a otros (Génesis 2:15; Deuteronomio 5:13; 2 Tesalonicenses 3:10).

El cristiano puede y debe participar activamente generando cultura a su alrededor, y cultivar su jardín mientras mantiene su santidad. No trabaja solo para su bien, ha superado su posición egoísta e individualista y ha pasado a tener una comprensión más corporativa, porque hace florecer y fructificar a la sociedad de su alrededor. Y aunque finalmente no todos se conviertan al evangelio, la Palabra que habrá compartido libre y generosamente, dará su fruto en su tiempo, y hasta la que no dé fruto, habrá significado un cambio de modelo para aquellos que lo hayan escuchado. Como cristianos debemos de comprender que nuestro impacto será mucho mayor si asumimos nuestro papel en el mundo como sujetos históricos, contribuyendo al cambio y mejoramiento el mundo en todos los sentidos, que escondiéndonos de él.

Conclusión

Dios nos ha llamado del contexto a servir en el mismo contexto. Replanteemos nuestros ministerios, repensémoslos, reflexionémoslos. La iglesia, como la Cruz Roja, son instituciones cuyo propósito fundacional es servir a los que no son parte de ellos, a los enfermos, a los heridos.

Al acercarse a nuestros conciudadanos siéntase parte de ellos, no vaya a la defensiva, no se asuste de nada, sea de corazón abierto y de sonrisa generosa. Genere bendición en cualquier relación humana que tenga. Acérquese a la gente de la colonia, de la calle, visítelos en sus casas. Preocúpese realmente por ellos y que lo sientan, que no interpreten que usted va, solo porque quiere llevarlos a la iglesia. Sea generoso y misericordioso. Piense y estructure las estrategias de cómo se va a relacionar con ellos. En oración, considere qué pasaje bíblico expresa mejor el amor de Dios para esa persona que usted esté visitando, en particular. Genere iniciativas de justicia social en su entorno.

Seamos activistas del Espíritu Santo a favor del mejoramiento de las condiciones, espirituales, familiares, económicas, alimenticias de nuestra sociedad y ofrezcamos una visión fresca de la vida en Cristo Jesús. Hagamos que la gente aprecie que estemos en su colonia, que nos ame porque les somos útiles, porque somos de bendición en sus condiciones sociales. Hagamos actividades de esparcimiento espiritual para la colonia, para los niños, para los jóvenes, para los matrimonios, para los adultos mayores para que se cumpla aquel pasaje: …Y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:47).

Referencia

1 https://www.hispanidad.com/sin-categoria/con-la-biblia-en-una-mano-y-el-periodico-en-la-otra_8054251_102.html

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