Entre el desierto y las promesas

Entre el desierto y las promesas

Elemy Eunice Espinoza Ramírez

A través del tiempo, cada mujer ha enfrentado su propia travesía, marcada a menudo por decisiones desafiantes y la búsqueda constante de libertad. Por ejemplo, Agar, la madre de una gran nación, quien se encontró ante un vasto desierto y una promesa incierta. Aunque a veces interpretamos sus acciones como desobediencia y altivez, olvidamos que ella no eludió el diálogo con Dios cuando le preguntó: ¿qué haces aquí? ¿A dónde vas?

Sabemos que es inevitable enfrentar dificultades en nuestro caminar. No obstante, la clave está en cómo respondemos a esas preguntas cruciales que desafían los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Optamos por evitar la confrontación huyendo de nuestras decisiones? O, como Agar, ¿nos atrevemos a reconocer nuestra realidad con sinceridad, abriendo nuestro corazón a la transformación que solo proviene del encuentro con el Padre?

Cada una de nosotras, en nuestras travesías únicas, nos encontramos entre el desierto de las adversidades y el edén de las promesas. Justo en ese trayecto de reflexión y andar, Dios sale a nuestro encuentro, y con gran amor nos llama por nuestro nombre, reconoce nuestra condición y nos invita a reflexionar sobre nuestras decisiones y el rumbo que queremos tomar preguntándonos: ¿Qué haces en medio de tus luchas diarias? ¿Hacia dónde te diriges ante las decisiones constantes que tomas en tu vida?

El Dios del diálogo

En ocasiones, nos encontramos ante situaciones para las cuales, nuestros recursos resultan insuficientes. Es allí cuando el Dios del diálogo se hace presente, ofreciendo esperanza y orientación. Nuestro primer desafío es tener la capacidad de dialogar de manera sincera con el Padre, quien es la fuente inagotable de amor y sabiduría.

Dialogar con Dios no se trata simplemente de pedir favores o soluciones inmediatas. Significa reconocer con humildad nuestras limitaciones y permitir que la voluntad divina moldee nuestras decisiones. Someterse a la autoridad de Dios no implica aceptar la opresión, ya que esto resulta inaceptable en cualquier circunstancia. Más bien, es un recordatorio de que, incluso cuando nos encontremos en medio del desierto, rodeadas de incertidumbre y desafíos, el Dios del diálogo nos libera a través de las preguntas que nos llevan a la reflexión y la toma de conciencia sobre nuestros actos.

Agar comenzó a hablar, y con su voz expresó su vulnerabilidad al Dios del diálogo. Ella mostró valor al reconocer su huida y expresar su deseo de liberación. La indicación de Dios a Agar para que regresara al lado de su señora y obedecerla, en nuestros tiempos parece desconcertante, si la abordamos desde la óptica de la opresión; pareciera un llamado a permanecer en un entorno de violencia. No obstante, la enseñanza radica en la transformación interna que puede ocurrir cuando, en lugar de evitar una circunstancia difícil, elegimos afrontarla con valentía y dignidad. Dios le recordó a esta madre esclava y extranjera, que regresar a las leyes de ese tiempo le garantizaban protección a ella como a su hijo, ya que el patriarca estaba obligado a proveerles de lo necesario.

Aunque parece contradictorio obedecer a alguien que ha causado sufrimiento, la indicación de Dios implicó un cambio radical en la perspectiva de Agar, quien, en lugar de someterse a la opresión, pudo optar por asumir una actitud de servicio donde encontraría el camino hacia la verdadera libertad y transformación interior.

La mujer que le puso nombre a Dios

Desde mi adolescencia, el testimonio de Agar ha sido un faro de esperanza en mis desiertos. Es extraordinario y admirable saber que Dios no solo escuchó su voz, también platicó con ella y asumió un compromiso: “De mi parte, yo haré que tengas tantos descendientes, que nadie podrá contarlos”.

Es maravilloso descubrir que la promesa de Dios no se limita únicamente a la maternidad, sino que abarca la totalidad de nuestra existencia, originada en nuestra propia voz. El hecho de que a través de ella podamos denunciar las injusticias que enfrentamos y proclamar nuestra verdad sin restricciones en un mundo donde a menudo se nos dice cómo debemos ser y actuar, constituye el camino hacia la libertad.

A medida que reconozcamos y abracemos nuestra voz, asumiremos con responsabilidad y diligencia nuestras decisiones y estaremos listas para enfrentar el segundo desafío: nombrar a Dios. Agar le dio el nombre: «Tú eres el Dios que todo lo ve». Siendo extranjera, esclava, mujer y madre de una gran nación, ella vio al Dios que la miró primero. Tú, ¿qué nombre le has dado a Dios?

Para mí, es “el Dios que todo lo escucha”, porque no me juzga y con ternura me levanta y sostiene una y otra vez, recordándome que no estoy sola. Mi madre, mi hermana, mi sobrina, mis amigas, mis cuñadas y mis hermanas en la fe, con sus voces me alientan a confiar en la promesa de libertad. Esta promesa nos alcanza a todas, donde la opresión y la injusticia no determinan nuestra vida ni quiénes somos. Al contrario, nos impulsa a enfrentar nuestra realidad, tomar acción y buscar alternativas donde todas seamos capaces de vivir en el Edén, siendo guardianas de nuestras hermanas.

Que Dios nos sostenga, y que sigamos cultivando las herramientas necesarias para que nuestra voz resuene con prudencia, responsabilidad y amor. Sigamos aprendiendo de Agar y de su responsabilidad ante cada decisión. Así como le brindó a Sara, como a una hermana, la posibilidad del cumplimiento de la promesa que Dios le había dado, también nosotras seamos capaces de encontrar y responder ante las promesas que Dios nos ha hecho.

Referencias

• Brancher, M. (1997). De los ojos de Agar a los ojos de Dios. Génesis 16,1-16. RIBLA N° 25, ¡Pero nosotras decimos!, pp. 11-27.

• Traducción al Lenguaje Actual (TLA)

• Schwantes. M. (2001/2). Palabras junto a la fuente. Lindas palabras en lugares escondidos: Anotaciones sobre Génesis 16, 1-16. RIBLA N°39, Sembrando esperanzas, pp.10-19.

• Días, L. (2005/1). ¡Qué alegría!- La palabra de Yahweh también vino a la mujer – Un análisis ecofeminista de Génesis 16. RIBLA N°50, Lecturas bíblicas latinoamericanas y caribeñas.

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Un banquete de gracia y comunión

Un banquete de gracia y comunión

Min. Ausencio Arroyo García

Ustedes no tienen razón para sentirse orgullosos. Ya conocen el dicho: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa.» Así que echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva. Ustedes son, en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros. Así que debemos celebrar nuestra Pascua con el pan sin levadura que es la sinceridad y la verdad, y no con la vieja levadura ni con la corrupción de la maldad y la perversidad

(1 Corintios 5:6-8, DHH).

En una sociedad caracterizada por la aceleración del ritmo de vida, la celebración de la Cena corre el riesgo de convertirse en un elemento más de las comidas rápidas, el amoldamiento de las formas religiosas a las condiciones de existencia es una tentación que desvirtúa el significado esencial de esta ordenanza de Jesucristo. Para quienes dicen creer en Cristo sin pertenecer a la comunidad cristiana, o a quienes están en un momento de decepción de las relaciones interpersonales, la idea de recibir a domicilio un paquete con el pan y el vino bendecidos no está lejos de ser una preferencia y, por tanto, sería muy posible verlo aparecer en el espectro de ventas en línea.

Esta acomodación a la necesidad personal no deja de ser un recurso de autoengaño de quien piense que hace la voluntad divina. Es necesario mantener el sentido esencial de las ordenanzas bíblicas a fin de no desvirtuar su conexión con la fe. Los emblemas del pan y el vino son más que comida, son representaciones de la gracia y la fidelidad divinos, son símbolos de una presencia sagrada que actúa en favor de los seres humanos para romper las condiciones de opresión y alienación. Son, al mismo tiempo, la garantía de un futuro eterno, cuando la creación entera sea recreada y establecida en perfecta armonía con el Padre y el Hijo y entre sí, habiendo superado lo finito y frágil de esta existencia.

Una noche diferente

En la descripción rabínica del ritual de la pascua judía, cuando se llena la segunda copa, un niño pregunta: ¿Por qué esta noche es diferente? El padre contesta: «Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y el Señor nuestro Dios nos sacó de allí con brazo fuerte y extendido y si el Santo, bendito sea, no hubiera sacado a nuestros antepasados de Egipto, entonces nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, todavía seríamos esclavos del Faraón en Egipto […] y cuanto más se cuenta la historia de la salida de Egipto, más digno de elogio es […] en cada generación, que cada uno se mire a sí mismo como si hubiera salido de Egipto y le dirás a tu hijo en aquel día, diciendo: es por lo que el Señor hizo por mí cuando salí de Egipto». (Hagada de Pesaj).

En el plan de Dios, el cordero de la pascua anticipó el sacrificio de Cristo. La revelación de la Palabra describe cómo la humanidad resiste a Dios y contraría su voluntad santa generando el distanciamiento entre ambos y entre las criaturas, por lo que su carácter justo demanda la restauración de las relaciones. Dios mismo la inicia y la hace posible. A causa del pecado todo ser humano está condenado a la muerte, tanto física como espiritualmente. Pero Dios, por su sola gracia, sin mérito humano, en un primer pacto redime por medio de la sangre de ciertos animales representativos, como un cordero; y en un segundo y culminante pacto, lo hace por medio de su mismo Hijo. El Padre eterno envía a su único Hijo a morir en lugar de la humanidad pecadora. Para que todo aquel que acepte su sacrificio redentor reciba la bendición del perdón divino. Por esto, nuestra pascua es Cristo.

Esta noche es diferente, porque Dios trajo la liberación plena. El ser humano siendo incapaz de resolver sus problemas esenciales, permanecía cautivo bajo el poder del pecado. Solo el amor sacrificial de Cristo le pudo traer al universo entero la verdadera reconciliación. Lo que parece un acto violento e insensible, constituye la expresión más profunda de amor sublime y lo que parecía la mayor debilidad divina, fue la victoria sobre todos los poderes rebeldes, Pablo escribió: y despojando a las potestades y autoridades, las exhibió en un espectáculo público, triunfando sobre ellas en la cruz (Colosenses 2:15). Para nosotros, este tiempo debe ser de inmensa gratitud por la liberación que nos ha sido otorgada como regalo del Dios de amor. Su don infinito ha pasado por alto nuestras rebeliones, perdonó nuestra arrogancia y egoísmo y nos quitó el temor.

Un banquete de gracia

La última cena de Jesús fue la mesa de los desvalidos, de los olvidados del sistema social. Como anfitrión, Jesús reunió una familia de personas marginadas, sus discípulos eran hombres que en apariencia no tenían un futuro espectacular, no tenían poder económico ni político, eran personas pobres que encarnaban a los condenados de la tierra, fue un encuentro de parias, incluyendo a Jesús, quien se encarnó entre los desheredados. En esta cena culmina la búsqueda de las comidas de Jesús, ya fuesen las cenas con pecadores adinerados o comidas en el campo con multitudes hambrientas, todas expresan la gracia que redime. El mensaje de fondo es: para Dios, todos somos hijos e hijas perdidos y encontrados, nadie será olvidado.

La mesa de la Cena no sólo se adorna con elementos de color blanco que es símbolo de la pureza, también se adorna de color púrpura (morado o violeta) como una referencia al perdón. El perdón de Dios es una decisión inesperada que recibimos los hombres y mujeres, es el acto sublime de quitar la culpa de nuestros hombros y mirarnos como inocentes. Los corazones humildes entienden que nadie es merecedor del sacrificio de amor hecho por Jesús, nadie es digno de que se le otorgue el pan de vida. Nadie tiene nada de qué presumir, ni su perfección moral ni su gran servicio.

La causa de la Cena es la gracia divina que busca salvar; pero la condición es la fe de la persona que participa. Es un encuentro de gracia y fe. Los creyentes nos acercamos a la mesa en actitud de contrición, en arrepentimiento por nuestra pecaminosidad. No hay otra manera de participar del banquete, somos invitados por un favor inmerecido; cada año somos convidados de nuevo como por primera vez, nadie llega con mérito alguno. Es la cena de los hijos pródigos quienes arrepentidos vuelven a casa. Al lado, en la mesa de invitados, se halla otro hijo o hija pródigos, todos venidos del camino contaminado, afectados por imperfección y la insensatez.

Las comidas que ocurren en la historia bíblica, generalmente sellan un pacto o la expresión de protección a una persona: Tú me preparas mesa delante de mis perseguidores (Salmo 23:5). Sin embargo; uno de los contextos que realzan el evento que puede ser tan sencillo en su contenido, es cuando expresan perdón y gracia. Uno de los encuentros del Resucitado con sus discípulos ocurrió junto al lago, donde Jesús les ofreció un almuerzo, entre ellos estaba el atormentado Pedro. Pedro había pasado horas de aflicción, había sido débil en la hora de la prueba, ¿cómo vería a los ojos de nuevo a su maestro? Esa comida, en la mañana a la orilla del lago, fue la señal de restauración: “sin reproches ni condenas”; “empecemos de nuevo, pero esta vez será mejor”.

Hace años, el día de la Cena solíamos cantar: «¡Si fui motivo de dolor Oh Cristo, si por mi causa el débil tropezó, si en tus pisadas caminar no quise… ¡Si vana y torpe mi palabra ha sido, si al que sufría en su dolor dejé, perdón te ruego mi Señor y Dios!». De cuántas cosas nos arrepentimos, sin lugar a dudas. La Cena es tiempo de contrición, pero lo es sobre todo de aceptar la gracia del perdón. Solo después del dolor espiritual puede brotar el gozo verdadero, el gozo que perdura viene de la certeza del perdón y la restauración. Representa la experiencia de fe que acepta la mano invisible de Dios en la historia de salvación. El reavivamiento personal no se encontrará en la forma del culto sino en la profundidad de la experiencia. No está en el orden del ritual ni en las palabras litúrgicas empleadas en él, tampoco en las luces del altar o la vestimenta personal, se halla en la conciencia de la presencia personal de Jesucristo.

Nadie va a la mesa solo

Los banquetes romanos del primer siglo consistían de dos momentos claves, la cena propia que consistía del consumo de alimentos para todos los asistentes y el convivio posterior para el grupo de hombres selectos que incluía el consumo de vino y los debates sobre temas filosóficos o políticos, así como la presencia de músicos y espectáculos diversos, en ellos prevalecían las jerarquías sociales y el uso de esclavos y prostitutas.

El peligro que el apóstol Pablo observa en la iglesia de Corinto es la trivialización de la Cena del Señor, haciendo de ella un encuentro de valores mundanos, de pretensiones de privilegios y preservación de jerarquías sociales. En las fiestas de “agapei”, convivios de amor cristiano, ligadas a la participación de los elementos de la Cena del Señor, había quienes se creían con el derecho de los mejores asientos y las mejores comidas. La comunión de la Cena es una comunión de iguales, ante Cristo desaparecen las jerarquías. En este acto, todos los miembros nos sentimos identificados con la realidad espiritual de ser iglesia. La Cena del Señor es más que un encuentro de personas con historia común, es un encuentro de quienes, además, tienen un futuro eterno juntos.

Lo que sucede en las comidas, revela el carácter de los comensales. Al parecer algunos miembros de la iglesia en Corinto asumían que el solo hecho de participar de los emblemas les era confiable para una vida feliz y un futuro eterno. La enseñanza de Pablo a la iglesia de Corinto resalta la direccionalidad de evitar las comidas paganas de las casas o los templos, les prohíbe participar de las festividades de la ciudad: […] no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (1 Corintios 10:21). En este capítulo Pablo refiere que el carácter de Dios es inalterable a lo largo de los siglos, como fue en el pasado así es hoy, su santidad es incuestionable y si se participa de los emblemas con las actitudes equivocadas persiste la misma amenaza: […] Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto (10:5). ¿Sacrificará alguien la unidad del cuerpo de Cristo por las preferencias sociales egoístas y por comer lo que le agrada?

Los paganos creían que al participar de los elementos de sus festividades podrían recibir beneficios concretos inmediatos, como protección, virilidad, sanidad, prosperidad, y muchos otros. Pero las observaciones del apóstol indican que los elementos no tienen poder en sí mismos, aunque lleguen de manera milagrosa como el maná o el agua en el desierto, nada asegura salvación o inmortalidad por sí mismo. Su visión mágica estaba lejos de la realidad del concepto bíblico. La búsqueda de transformación no es de los elementos sino de las personas. La participación de la Cena es un impulso de transformación de la conciencia personal fundamentada en la presencia del Señor resucitado. Lo esencial no está en la forma o los elementos concretos sino en la fe de los participantes.

La pasión por una iglesia sin mancha ni arruga puede llevar a una práctica legalista en la Cena del Señor, se delimita quién participa y quién no, y se exhibe a determinadas personas por sus condiciones, se promueve el miedo a no ser dignos. La actitud de discriminar a algunos creyentes porque son diferentes y menospreciar su calidad de fe es poner en duda su pertenencia al cuerpo de Cristo. En un cuerpo, hay elementos sencillos pero que son relevantes para el conjunto; por lo cual nadie debe menospreciar a ningún miembro. Pablo condena el clasismo de los corintios que se creían “espirituales”, pretendían hacer de su don de lenguas (glosolalia) un don celestial, discriminando a los que no lo tuvieran.

Cuando nos miramos con orgullo, creyéndonos merecedores de los bienes eternos, miramos de soslayo y con menosprecio al hermano o la hermana diferentes, si nos comparamos ante quienes no tienen los mismos dones que nosotros tenemos, o no tienen las características ni las condiciones que consideramos buenas o superiores, como las que sentimos tener, segregamos y con ello rompemos la comunión del cuerpo de Cristo. Un cuerpo es una diversidad de órganos entrelazados donde todos los miembros, sencillos o complejos, tienen una función vital. Ningún órgano aislado es un cuerpo en sí mismo, sólo somos cuerpo en relación de interdependencia. Porque el que come y bebe sin considerar a los que forman el cuerpo del Señor, se condena a sí mismo (1 Corintios 11:29, PDT).

Los emblemas del pan y el vino (jugo de uva) son para aquellos que entiendan su significado, participen con reverencia del acto y mantengan la comunión con el Señor y el cuerpo espiritual de Cristo. El evento de la Cena es un banquete impregnado de gracia incondicional y santidad de vida.

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El amor de Dios en medio de la oscuridad

El amor de Dios en medio de la oscuridad

Hna. Valeria Alejandra Espinoza Pardo

Es parte de la vida humana experimentar distintas emociones, las mismas pueden ser de felicidad, angustia, tristeza y demás. Son tan comunes que en la Biblia encontramos varias narraciones que se centran en el estado anímico de las personas. Por supuesto, a todos nos encantaría vivir separados de situaciones que desencadenan emociones que causan conflicto y son negativas, sin embargo, a pesar de que las calamidades suelen venir acompañadas de mucho dolor y angustia, también se hace presente el abrazo lleno de ternura por parte de nuestro Dios, quien permanece en todo el proceso de sombra y dolor, no se aleja ni abandona, hasta que al final del túnel se alcanza a ver la luz. Al menos así lo sentí yo, y hoy quiero platicarte parte de mi historia.

En el 2020 mis papás se contagiaron de Covid-19. Comenzaron con síntomas controlables, pero pasados unos días, los dos empezaron a tener dificultad para respirar, por lo que requirieron apoyo de oxígeno. Recuerdo perfectamente un día donde el tanque con el que contaba mi papá se quedó vacío y solo teníamos un concentrador que usaba mi mamá, el cual generaba oxígeno, pero solo lo suficiente para abastecer a una persona. Comenzamos desesperadamente a buscar un lugar donde pudieran rellenar el tanque de mi papá, pero no encontrábamos, ya que en ese momento había escasez en todo Nuevo León, debido a la pandemia. Al no contar con el tanque, llegó un punto donde no sabíamos a quién darle el concentrador, por un lado, mi papá, quien tenía la saturación más baja, lo necesitaba, por el otro mi mamá, cuando se lo retirábamos un rato, nos suplicaba que no nos tardáramos, porque sentía que el aire le faltaba cada vez más. La incertidumbre y desesperación de no encontrar un lugar para rellenar el tanque y la tristeza que me daba elegir entre a quién darle el concentrador, y por cuánto tiempo, a dos de las personas más importantes de mi vida, provocaron algunas de las horas más largas que he tenido en la vida.

Pasados los días, las cosas empeoraron, teniendo que internar de urgencia a mi papá que ya no estaba reaccionando al tratamiento, tuve que despedirme de él, sin saber que ese día que lo dejé en el hospital, sería el último que lo volvería a ver con vida. Recuerdo las llamadas recurrentes de parte del hospital, para reportarnos sobre la situación de mi papá y siempre eran malas noticias. No se recuperaba, iba empeorando. Y así, mientras tanto, la situación con mi mamá también era inestable, ya que su oxigenación estaba cada vez más baja, y después de días de lucha por respirar, tuvimos que internarla también.

Lamentablemente, un domingo por la mañana nos dieron la noticia que nadie quería escuchar, mi papá ya descansaba en el Señor. Era tan difícil el panorama, por una parte, el dolor de perder a mi papá, de saber que ya no lo vería más, fue devastador. Por otro lado, la incertidumbre que causaba que mi mamá estuviera hospitalizada, con la posibilidad de que ella tampoco sobreviviera a la enfermedad. Por si eso no fuera suficiente, justo en ese tiempo, mi hermana y yo dimos positivo a Covid-19. En los días siguientes, el sueño desapareció de nosotras, debido a la tristeza ocasionada por papá, a la angustia que sentíamos por mamá y al malestar físico que teníamos. El cansancio mental era extremo. Una de las cosas que más me dolía, era que, en medio de tanto dolor, no podíamos recibir visitas, nadie nos podía abrazar o acercarse, solo éramos mi hermana y yo.

Mi mamá duró internada casi dos meses, donde tuvieron que intubarla para que pudiera seguir respirando, y como la intubación no fue suficiente, tuvieron que realizarle una traqueostomía. El pronóstico era muy desalentador, los doctores nos decían que nos preparáramos para lo peor. Sumado a eso, la cuenta del hospital iba en aumento, como ya llevaba tiempo internada, tendríamos que pagar más de medio millón de pesos.

En esos momentos de mayor incertidumbre y profundo dolor, nunca dejamos de confiar, de creer y de orar a Dios, porque sabíamos que Él tenía el control. Recordaba fielmente lo que dice su palabra: La voluntad de Dios siempre será buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Tal vez pienses: “¿cómo es posible esto? ¡Si perdió a su papá!” pero, aunque la muerte de papá no era lo que yo quería, pude descansar en la idea de que, para Dios, ese fue el tiempo de mi papá con nosotras, y confié firmemente que el propósito del Señor, en la vida de mi papá, ya había sido cumplido, confiando además en la promesa de que algún día lo volveré a ver. También comprendí que hubiera sido egoísta de mi parte querer que mi papá sobreviviera, ya que posiblemente sufriría secuelas muy graves por todo el proceso de enfermedad que atravesó, lo cual hubiera limitado mucho sus actividades; y para mi papá, quien era una persona demasiado activa, esto hubiera sido algo devastador.

En medio de ese valle de sombra, pude ver y sentir tan claro y palpable el amor de Dios, sentir su abrazo a través de las personas que me rodeaban. ¡Fue algo maravilloso! Mis amigos organizaron una caravana fuera de mi casa, y aunque fue a lo lejos, su visita fue muy reconfortante. Hermanos de la iglesia y familia nos apoyaron en todo momento, económica, emocional y espiritualmente, en muchas personas conocidas y no conocidas Dios puso una gran disposición en sus corazones. Jamás me sentí sola. Dios me abrazó con fuerza por medio de tantas muestras de amor.

Sé que el Señor cuidó de mi vida en todo momento, aunque me contagié de Covid, mis síntomas fueron leves, y gracias a eso puede cuidar a mis padres. Él proveyó, aún con la escasez de oxígeno, y la saturación en los hospitales, suplió toda necesidad que tuvimos. Vi el inmenso amor de Dios al sanar completamente a mi mamá, y que ahora ella pueda ser un testimonio vivo de lo que Dios puede hacer a pesar de cualquier pronóstico.

Y, respecto a la cuenta del hospital, aunque no teníamos los recursos para cubrirla, Dios abrió las puertas. Un primo le escribió por redes sociales al gobernador de aquel entonces de N. L., comentándole la situación por la que mi familia pasaba. Era casi imposible que pudiera leer su mensaje, pero pasó. La Secretaría de Salud se puso en contacto conmigo y ellos arreglaron la cuenta del hospital a una módica cantidad, pudiendo así dar de alta a mi mamá. El proceso de recuperación y duelo fue muy duro y lento, pero pudimos salir adelante con la ayuda de Dios. Hoy, más que nunca, confío plenamente en que tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

Durante todo este proceso experimenté aquel texto que dice: Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:7). Esa paz que solo da nuestro Señor, inundó mi vida, abrazándome y no dejándome caer en mi momento más difícil.

Sea cual sea la situación por la que estés pasando, tienes que saber de dónde viene tu ayuda, Dios tiene el control de toda situación, y por más oscuro que esté el panorama, Él siempre está obrando, y te puede brindar una paz profunda y verdadera que provee confianza y seguridad a pesar de las circunstancias que nos rodean, una paz que supera cualquier situación que estemos atravesando.

Tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

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Trabajo en equipo

Trabajo en equipo

Min. José Manuel Ortiz Vázquez

 

No solo de enamoramiento vive un matrimonio…

Estimados hermanos, quizá ustedes como muchos otros se preguntan qué se necesita para que un matrimonio funcione, y tal vez aun estás intentando descifrar las claves para un buen funcionamiento, quiero invitarte a hacer unas reflexiones sobre uno de los principios matrimoniales más importantes.

Hay un aparato que nos servirá para ilustrar nuestro artículo, se llama péndulo de Newton. Este aparato está formado por varias esferas suspendidas en el aire y formadas en línea. Su funcionamiento consiste en que una esfera de un extremo golpea a las demás, lo que provoca que la esfera del otro extremo se desplace, y al regresar vuelva a golpear para balancear a la esfera que inició el movimiento. Si vemos este aparato en funcionamiento, aunque tuvo que iniciar en alguno de los extremos, ya no sabríamos donde comenzó, dado que ha entrado en un ciclo de funcionamiento. Para que las esferas sigan balanceándose depende de la fuerza de las dos esferas de los extremos y no solo de la que inició el movimiento.

Una relación de pareja siempre ha de iniciar en algo que todos conocemos como atracción o enamoramiento; sin embargo, el enamoramiento por sí solo, resulta insuficiente para que una relación sea realmente funcional, pues el matrimonio tiene que ser impulsado por otras características más allá de lo que se siente, por ejemplo: las decisiones, los proyectos, las metas y, por supuesto, nuestra clave: el trabajo en equipo. De tal manera que, como en el ejemplo del péndulo de Newton, donde las dos esferas extremas golpean para mantener el movimiento del aparato, para que el matrimonio entre en un ciclo de funcionalidad, el enamoramiento debe dar paso al trabajo en equipo, a las decisiones y a los proyectos en conjunto. Es así como en este ciclo vital del matrimonio, y al mismo tiempo el trabajo en equipo, alimenta el enamoramiento, volviéndose características complementarias y vitales de un ciclo funcional, donde si un aspecto deja de funcionar, todo se detiene y el matrimonio inicia una fase de decaimiento.

¿Qué entendemos por trabajo en equipo?

Uno de los errores comunes que se tiene en los matrimonios, es llegar asumiendo que las definiciones o lo que entendemos sobre algo, es lo que las demás personas entenderán. Todos tienen en su mente una comprensión de lo que es ser esposo o esposa, de lo que es familia, de lo que es trabajo, etc. Y esto ha sido formado por las propias historias, por los ejemplos de los padres o de personas altamente significativas para quién está llegando a formar parte de un nuevo hogar, aunque dichos ejemplos no siempre sean los más correctos o saludables. Sin embargo, si esto no es corregido con el paso del tiempo dentro de un diálogo matrimonial, para adaptarlo a la relación, terminará carcomiendo las bases del vínculo, aun cuando haya iniciado con enamoramiento. Por ello, es necesario que, como primer punto para poder trabajar en equipo, entendamos qué es trabajo en equipo.

Durante mucho tiempo, el trabajo en equipo como tema ha sido un concepto poco abordado. Muchas veces, en el matrimonio se llega a asumir un rol que por costumbre ha sido asignado y asumido por cada uno de los esposos y estos, a su vez, lo transmiten como algo automático a las siguientes generaciones. Sin embargo, el no hacer énfasis en el trabajo en equipo puede traer consecuencias que terminan desgastando la relación, tal es el caso del cansancio emocional, la insatisfacción, la frustración y la saturación de responsabilidades. Pensemos, por ejemplo, en los roles asignados, en los cuales el hombre se casa para ser un proveedor y la mujer para atender su casa. Si bien esta fue una forma funcional en un tiempo, puede acarrear, en determinado momento, las consecuencias antes mencionadas.

Lo que funcionó anteriormente, en gran parte determinado por el contexto sociocultural, no siempre responde a los desafíos y tiempos presentes; pues, las necesidades actuales, los deseos de realización y la complejidad misma del ser humano demandan algo más que una asignación tradicional y automática de roles, pues las personas tienen sueños, necesidades, etc. Un hombre también necesita involucrarse y disfrutar la crianza de sus hijos y sus detalles hermosos, y tiene aptitudes para ello. Lo mismo aplica a una mujer, quien ha sido dotada de capacidades y deseos de realización. Ante esta situación, la pregunta que surge entonces es:

¿Cómo impulsar el trabajo en equipo?

1. ¿Qué dice la Biblia?

En la Palabra no encontraremos una receta que nos diga específicamente paso por paso cómo resolver cada situación de la vida, más bien, encontraremos principios que nos permitirán formarnos en sabiduría para entender las situaciones y tomar las mejores decisiones para nuestras familias y matrimonios. Dios no da recetas, da principios en los que podamos basar nuestras decisiones para que lo que hagamos pueda prosperar; es por ello que no encontraremos tareas exclusivas de cada uno para trabajar en equipo. Más bien tendremos el desafío de que cada pareja pueda llegar a tomar sus propias decisiones basados en principios como la ayuda mutua y la corresponsabilidad.

2. Decidir desde la libertad

Cada pareja tiene la posibilidad de entenderse mutuamente desde la libertad de las decisiones, y para ello es importante ponerse de acuerdo en cómo sobrellevar las responsabilidades que un hogar implica, tales como: la provisión económica, crianza de los hijos, tareas escolares, tareas del hogar, proyectos familiares, proyectos patrimoniales, aspectos recreativos y todo lo que a los miembros del matrimonio compete, comprendiendo que cada desafío o necesidad se aborda desde la corresponsabilidad y la ayuda mutua, llegando a asumirlas desde la libertad, más que de la imposición tradicional.

3. Decidir desde el amor

Finalmente, es necesario responder al principio fundamental que une la pareja, el amor. Pero más allá de pensar en él como una cuestión sentimental, entenderlo como una cuestión de decisiones que se manifiesta en acciones, intenciones, anhelos y deseos del mayor bien de la pareja.

Ante los desafíos y necesidades propias de nuestros tiempos, algo que nos permitirá tomar decisiones para que el matrimonio pueda ser realmente un equipo, es ser conscientes también de que el matrimonio no consiste en buscar la satisfacción propia sino la de ambos, y que en este camino habrá momentos de sacrificio con tal de llegar a la meta que ambos se han propuesto, indistintamente de cuál sea. Y para ello, la sensibilidad, la empatía y la comprensión hacia la pareja serán elementos claves para entender que una tarea va más allá de un rol de género, sino que se asume en miras del apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo.

Porque si caen, el uno levantará a su compañero;

pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante.

También, si dos duermen juntos se calientan mutuamente, pero ¿cómo se caentará uno solo?

A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,

pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

(Eclesiastés 4:9-12).

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La Iglesia: el cuerpo de Cristo

Una doctrina que sana

Min. Ausencio Arroyo García

El lenguaje bíblico recurre al uso de símbolos como el vehículo que nos acerca a los objetos y experiencias sobrenaturales. Entre otros elementos, los textos están llenos de metáforas las cuales describen una realidad que resulta inaccesible a los sentidos o al simple razonamiento. Las metáforas, literalmente “llevar más allá”, son el medio por el cual se definen cualidades o características de algo trascendente. Los términos empleados por estas figuras literarias pertenecen al lenguaje cotidiano, pero se refieren a lo sublime y eterno. Cuando se habla de la iglesia como cuerpo no es un dato literal sino un símbolo lleno de significado.

Cuando Pablo define la iglesia como cuerpo (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 10:16-17; 12:12-27; Efesios 4:4,12,16; 5:30; Colosenses 1:18,22, 24; 2:17, 19; 3:15) se refiere a la diversidad necesaria de sus miembros, ya que a manera del cuerpo, se integra de muchos miembros y todos son interdependientes e interrelacionados; sin embargo, hay que comprender la gran verdad: lo uno integrado es más que la suma de sus partes. Como en un cuerpo, ninguno puede ser sin los otros, ni sería capaz de realizar su función en aislamiento, ni tendría significado puesto que nadie existe solo para sí. La Iglesia como comunidad visible, se forma de personas que no solo han nacido juntas, se han criado juntas, sino que deciden permanecer y trabajar juntas porque están entrelazadas entre sí por Jesucristo.

La iglesia es la comunidad corporativa de los creyentes en Cristo Jesús a quienes Dios llamó a conformar un colectivo de fe, para experimentar la gracia transformadora que renueva la persona que somos, a cada miembro nos da un llamado de vida como función para el cuerpo y nos capacita para cumplirlo por medio de los dones y fuerza de su Espíritu. Qué debemos ver en la iglesia:

La Iglesia es parte del plan redentor de Dios

La iglesia nace del amor del Padre y del Hijo. El amor del Hijo que va a la muerte en una edad plena de vida y en un juicio amañado; siendo inocente fue condenado y derramó su sangre, entregó el último suspiro de su aliento pendiendo de la cruz. El amor del Padre que se expresa en la iniciativa de salvar y se mantiene en silencio cuando su Hijo muere, este profundo silencio expresa la empatía de Dios por los humanos. El silencio de Dios es la melodía de amor más conmovedora.

El plan redentor de Dios se define a través de su proyecto de establecer su reino. El reino de Dios fue anticipado por los profetas del Antiguo Testamento y manifestado en la encarnación y las enseñanzas del Hijo, en el Nuevo. El reino, en un sentido bíblico, es el plan de Dios de ejercer señorío absoluto sobre todas las cosas. En él, toda la creación será liberada de toda imperfección y potenciada por lo eterno, hasta alcanzar su plenitud. Este plan implica la intervención salvadora de Dios a favor del ser humano en todos sus ámbitos de vida.

La declaración de Jesús: “el reino de Dios está próximo de ustedes” nos remite a la idea de que el reino de Dios no debe ser puesto exclusivamente al final o fuera de la historia, sino que debe ser buscado desde aquí y ahora, porque ya está presente (Marcos 1:15; Lucas 10:9,11; Mateo 4:17). Los evangelios nos enseñan que Dios definió el tiempo para manifestarlo, Él determinó el momento oportuno (en griego kairós), así, el reino se hizo cercano en la persona y la misión de Jesús. La dimensión presente nos indica que no hay que esperar más: el reino llegó ya, y es necesario creer en él. El ya del reino corresponde con la esperanza confiada en el futuro triunfo de Dios y por medio de Él, de los justos; para este fin llama a los oyentes a cambiar de mentalidad y con ello abrirse a experiencias espirituales nuevas.

La dimensión temporal del “ya” se refiere a la acción reconciliadora de Dios, la transformación presente de la condición humana y en la cual la iglesia opera como agente de restauración espiritual; la dimensión del “todavía no”, que anuncia la consumación del plan de Dios se completará en el retorno de Jesús y será la concreción visible del reino eterno en todas las dimensiones de la vida.

Por tanto, debemos comprender que la iglesia es parte del proceso del reino, un reino que ha comenzado, haciéndose evidente allí donde dominan la justicia y la paz (en hebreo shalom). La paz que viene de Dios consiste en la experiencia de bienestar pleno, se alcanza como fruto de la verdadera justicia y conlleva la reconciliación de las relaciones, la salud emocional y espiritual y recrea el ambiente donde cada uno realiza lo mejor de sí. Para esto existe la iglesia.

La teología de la Iglesia como cuerpo

La iglesia es el templo de Dios, esto significa que Él habita en la comunidad de creyentes por medio del Espíritu (Efesios 2:21-22; 1 Corintios 3:9-17; 6:9-20; 2 Corintios 6:14-18; 1 Pedro 2:5). La Iglesia local es una comunidad que nace y se nutre del Espíritu Santo, los miembros son engendrados por su poder y son llamados para el servicio cristiano. Es morada del Espíritu, donde se hace manifiesto el Señorío de Cristo y donde se hace posible, de manera clara y nutricio el encuentro entre Dios y la humanidad. Los creyentes son alentados por el Espíritu a integrarse en congregaciones que promueven una salvación integral para todos los creyentes y que trascienden los muros de la membrecía porque su modelo comunitario es el de Jesucristo, el hermano incluyente, restaurador y solidario. Debemos comprender que, sin el Espíritu: la iglesia se muere y, sin la iglesia, la misión de Cristo se empobrece.

La iglesia tiene la encomienda de ser agente de la misión de Dios en la Tierra. La iglesia confiesa al Señor y proclaman sus buenas nuevas hasta los confines de la tierra. La evangelización busca llevar a personas a los pies de Cristo e integrarlos en la comunidad de creyentes. En razón de esto, ni la evangelización ni la acción social tendrían sentido si no se le mira como la expresión visible y terrenal del Reino de Dios. Como una comunidad visible somos un compañerismo de pecadores arrepentidos, regenerados y santificados, a quienes el Señor nos ha integrado para conformar el pueblo de Dios, en un conjunto de personas llamadas a servirle y a vivir juntas en una comunidad que da testimonio del carácter y de los valores de su Reino. 

La experiencia de comunión entre creyentes es experiencia de vida plena, consiste en el intercambio de medios y energías vitales. Una experiencia de vida cristiana, aislada y sin relaciones es una contradicción, ya que el seguimiento de Jesús solo se puede realizar junto con otros, pero nunca exclusiva de lo privado. La carencia radical de relaciones es la muerte total. Por medio del Espíritu, Dios crea la comunión con él (2 Corintios 13:14) y genera la red de relaciones comunitarias en las que la vida surge, florece y fructifica. La vida verdadera surge de la comunión y donde aparecen comunidades que posibilitan y alimentan la vida. La iglesia es el espacio vital para el crecimiento integral de las personas, experimentar la gracia restauradora, la sanidad, la paz y el amor manifestados en Jesús.

El término cuerpo es aplicado por el apóstol Pablo a la iglesia en una forma metafórica para referirse a condiciones o cualidades de la personalidad corporativa de Cristo. La iglesia como comunión implica la pluralidad en la unidad. Una comunión real une lo diferente y diferencia lo uno. La “comunión del Espíritu Santo” es amor que une y libertad que permite a cada uno ser aquello para lo que fue creado (Efesios 2:10). Las experiencias de Dios acontecen no solo individualmente, en el encuentro íntimo con el Padre amoroso, sino también socialmente, en el encuentro con los demás. En la Iglesia somos integrados los diferentes (Gálatas 3:28) aunque preservamos algunas particularidades personales (1 Corintios 7:17).

Todos los creyentes recibimos el mismo regalo del Espíritu Santo (Romanos 6:23), pero en cada uno se manifiesta de manera distinta, porque somos llamados a conformar un cuerpo, un cuerpo tiene miembros diversos, pero todos son interdependientes y se interrelacionan para preservar la vida y cumplir los propósitos del ser que representa el cuerpo. Así también el Espíritu en la iglesia, crea unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Lo que cada persona es y tiene por el Espíritu es puesto al servicio del reino de Dios (1 Corintios 7:17-24). Los dones o carismas del Espíritu se experimentan en el seguimiento obediente de Jesús y operan, principalmente, en la construcción de la comunidad de Cristo, que da testimonio del Reino futuro.

Los seres humanos están sujetos a fuerzas que determinan su existencia, frecuentemente actúan de una forma destructiva, lo que produce enfermedad existencial. Uno de los propósitos de los dones del Espíritu es la restauración. Desde un enfoque integral, la restauración restablece la comunión perturbada y la vuelve dispuesta a compartir la vida. Así vemos cómo Jesús curó a los enfermos: restableciendo, por su solidaridad con ellos, su comunión con Dios. En un mundo de egoísmos y abusos, los creyentes necesitamos sanar nuestras relaciones. 

La Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que cada uno de los creyentes es un miembro activo, porque el Espíritu ha dado diversidad de dones y con base en ellos, desempeñan diferentes tareas. Como la cabeza realiza ciertas funciones para el cuerpo, así Cristo lo hace para la iglesia: la dirige, orienta, coordina, equilibra, la representa y es su fuente de vida. Los creyentes están relacionados con Cristo y entre sí, como lo están los diferentes miembros de un cuerpo, de modo que todos necesitan la participación de los demás (Romanos 12:3-21; 14:1-12; 1 Corintios 12:12-13, 25-26; Efesios 4:1-6; 5:30; Santiago 4:11-12).

En un mundo con claras tendencias uniformistas y marginadoras, solo la unidad en la diversidad convierte a la comunidad en una “Iglesia integradora” (1 Corintios 12). Los carismas son otorgados para dar testimonio del señorío liberador de Cristo en las situaciones de vida, no son un escape a un mundo de fantasías religiosas (Romanos 12:1-8). La iglesia responde al plan de Dios de formar una gran familia, de la cual Dios es el Señor y que tiene una administración ordenada por Él. El plan de Dios tiene una perspectiva cósmica: de reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10, 20-23). El misterio del plan de Dios consiste en la redención por medio del establecimiento de la paz que supera todas las barreras y los odios, prejuicios y tradiciones humanas (Efesios 3:4-6; 8-11; Colosenses 2:8).

Ser miembros del cuerpo que revela el misterio de los tiempos, es la experiencia que define nuestra identidad, como parte de la historia humana y de la esperanza eterna. Esta condición conlleva un privilegio y un compromiso, hemos sido rescatados por gracia y lo hemos sido para vivir y anunciar ese favor inmerecido de Dios. Cada miembro, mujer o varón, de cualquier edad y condición social, es parte vital para la manifestación de Cristo en el mundo y para que la existencia de cada uno se afirme y crezca. Vivir juntos requiere compasión, fuerza que perdona y amor que actúa. Seamos la iglesia que Dios quiere y el mundo necesita.

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Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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CONGRESO NACIONAL FEMENIL 2023 “Revestidas en Cristo”

Revestidas en Cristo

CONGRESO NACIONAL FEMENIL 2023

“Revestidas en Cristo”

Reseña

¡Por la gracia de Dios, desde muy temprano del jueves 2 de noviembre de 2023 comenzaron a llegar más de mil congresistas, provenientes de todos los puntos del país e invitadas de Estados Unidos y Guatemala! Con un clima cálido y agradable y teniendo como marco la espléndida vista del Océano Pacífico, Mazatlán nos dio la bienvenida.

Dada la magnitud del evento, al principio hubo dudas y confusión, pero con el paso de las horas, nos fuimos acomodando y a las 6 de la tarde, ya estábamos listas para el Culto de Apertura. Dámaris Flores inició cantando “Ha sido largo el viaje, pero al fin llegué…” mientras, en la pantalla veíamos fotografías con grupos femeniles de cada Distrito, los Estados que lo conforman y el nombre de su Directora Distrital, también de las hermanas de Estados Unidos y Guatemala.  Jocheved Martínez, dio la bienvenida oficial a todas las congresistas. 

Rachel Cruz y Rosa Isela Robles nos guiaron en inspiradas alabanzas y dieron paso al Min. Efraín Reyna Vargas, Secretario del Consejo Ejecutivo General, quien hizo la Declaratoria de Apertura. A continuación, el Min. Vicente Arturo Chávez Solís, Presidente del Consejo de Administración, envió un cálido mensaje en video, para felicitar y alentar a todas las participantes. Y se llegó el momento de la primera Plenaria, con gran alegría recibimos a Eva Escamilla, quien expuso el tema “Revestidas de Gracia” y finalizamos este emotivo momento escuchando a Brenda Janett Martínez con el canto “La Bondad de Dios”.

El viernes, a las 9:30 de la mañana, ya estábamos listas para continuar. Juanita Guzmán nos condujo en un sentido tiempo de oración titulado Dios y Yo. En seguida, Elizama Rodríguez y Elizabeth Montiel nos dirigieron con vibrantes cantos para recibir a Perla Esquivel, quien tuvo una magnífica exposición de la Conferencia “María Magdalena, libre para testificar” al finalizar, se dieron las indicaciones para participar en el Concurso en Línea, previamente anunciado. Nos alegra decir que las ganadoras fueron: Primer Lugar: Giezi Arteaga del Dto 17, Segundo Lugar: Adiel Salinas del Dto 6 y Tercer Lugar: Dalila Martínez del Dto 2, quien donó su premio para la Iglesia en Acapulco ¡Deseamos intensas bendiciones para nuestras hermanas ganadoras!

Después de un breve receso, continuamos con el Foro “Las Mujeres en la Historia de la Salvación en México” contando con la acertada participación de reconocidas líderes de nuestra Iglesia: Elemy Espinoza, Ana Karen Meneses, Karla Zaldívar y Gloria Alcalá, quienes nos hablaron desde la experiencia de sus ministerios cómo ha sido la participación de niñas, adolescentes, mujeres y adultas mayores en la historia de la salvación en nuestro país. 

En seguida fue el tiempo de la fotografía, un gran desafío que se logró en tres tomas, por medio de diversos dispositivos. Después las congresistas tuvimos un tiempo libre, algunas lo utilizaron para convivir, otras para estar en la playa y algunas más, para visitar las diversas opciones turísticas de Mazatlán. A las 8 pm nos dimos cita nuevamente en el salón Los Tapices, para tener nuestra Noche de Blanco. Con la dirección de Elida Pérez y Rachel González, quien desarrolló la Dinámica “De Corazón a Corazón” preparamos nuestras vidas para recibir la Palabra de Dios por medio de Eva Delgado con la Segunda Plenaria “Revestidas de Fe”. Experimentamos la presencia de Dios que culminó con un enternecedor tiempo de oración y unción dirigido por el Min. Neftalí Pascasio, Sobreveedor del Distrito anfitrión, respaldado por ocho ministros y pastores que estuvieron ungiendo a cientos de hermanas que pasaron al frente. Bendecimos a Dios por este tiempo que llenó nuestras vidas de fe y esperanza. 

El sábado a las 9:30 de la mañana, iniciamos con un tiempo de oración, dirigido por Rachel González García, el tema fue “Dios y mi familia”, reflexionando en la parábola del Padre Amoroso y orando por nuestras familias. Continuamos con un devocional conducido por Esperanza Bautista y Cristy Pérez, quienes nos invitaron a leer Éxodo 20. Fue una memorable experiencia, escuchar en voces de todas las mujeres los Diez Mandamientos. Continuamos con el Panel “Mi Vestuario Esencial” teniendo como base bíblica Efesios 6:13-17. Karla Zaldívar habló sobre el Cinto de la Verdad, Elemy Espinoza acerca del Chaleco de la Justicia, Priscila Ruiz, el Evangelio de la Paz, Abigail Contreras, el Escudo de la fe, Ana Karen Meneses, el Sombrero de la Salvación y Gloria Alcalá, tocó el tema de la Espada del Espíritu. Nuestras panelistas tuvieron una excelente participación, y todas fuimos favorecidas por los dones que Dios ha puesto en sus vidas. 

La segunda reunión fue a las cuatro de la tarde. Dirigidas por Rachel Vázquez y Rebeca Santiago, todas alabamos al Señor con entusiasmo y alegría. Después tuvimos un momento muy especial: se entregaron Reconocimientos a Mujeres Pioneras de nuestra Iglesia, hermanas de todos los Distritos, que se han distinguido por su trabajo en la Obra de Dios. Se elaboró un video especial con sus fotografías. Con el canto “Enséñame a escuchar tu voz”, preparamos nuestro corazón para escuchar la Tercera Plenaria, “Revestidas de Santidad”, expuesta por Jocheved Martínez, quien, al concluir, invitó al Min. Efraín Reyna, para que hiciera una oración de Restauración en nuestro favor. Esa tarde, recaudamos una ofrenda para nuestra Iglesia en Acapulco. Dios se hizo presente en esta reunión y todas salimos confortadas. 

La tercera reunión del sábado fue a las ocho de la noche. Todas fuimos llegando al salón portando trajes típicos. Era un escenario multicolor, hermanas con flores en la cabeza, rebozos de colores brillantes, faldas amplias y blusas bordadas, sombreros adornados, etcétera. Y en un ambiente festivo y fraternal, nos dirigieron Ana Delia Pérez, Rosa Isela Robles y Perla Esquivel. Primero fue la presentación de Mujeres de la Biblia, con el Distrito 14, en seguida, el tema del Congreso Ministerial Internacional donde Priscila Ruiz, presentó un video con la Propuesta de este organismo a la que pertenece nuestra Iglesia y la Agenda que estarán desarrollando en Nigeria, África. En seguida, Fabiola Fuentes, presentó a Lourdes Chávez de USA y a Sandra Argueta de Guatemala, quienes nos hablaron de cómo participan las mujeres de sus respectivos países en la Historia de la Salvación. Fue una charla muy edificante. 

Para finalizar, presenciamos el Gran Desfile de Trajes Típicos. Cada Distrito desfiló, incluyendo Guatemala y Estados Unidos, cuyas hermanas representaban diversas nacionalidades. Todas nos deleitamos viendo los trajes de cada región; El vestido de Sinaloa, estado anfitrión, el tradicional traje de la china poblana, el multicolor vestido de Chiapas, los vaporosos vestidos de Veracruz, los coloridos trajes de Baja California, Chihuahua, Sonora, Jalisco. Las bellas hermanas de San Luis y Zacatecas. La ropa típica de Tlaxcala, las regias, con sus blusas de cuello alto y botas. Querétaro, Estado de México, Coahuila, Tamaulipas, también se hicieron presentes. Las hermanas yucatecas con sus elegantes ternos y sus “bombas” que provocaron la risa de todas las presentes, las oaxaqueñas que nos impresionaron con sus vestidos, hasta Frida y Diego Rivera, personificados por dos hermanas, nos acompañaron. Vivimos una hermosa e inolvidable fiesta y dimos gracias a Dios por la diversidad cultural. Fue un día intenso y muy bendecido que culminó con una rifa de regalos, patrocinada por un ministerio de nuestra iglesia.

El domingo cinco de noviembre, iniciamos con Momentos de Oración, a cargo de Abigail Hernández y Rachel Jiménez. Las reflexiones y cantos propiciaron un ambiente muy espiritual. Oramos por la iglesia en Acapulco, por nuestros líderes, y para que Dios que siga dando aliento y bendición a cada mujer. En ese entorno, pasamos al Culto de Clausura, siendo dirigidas por Yael Esparza y Lidia Quiñones. Al finalizar los acordes del himno “Cuán Grande es Él”, Elida Pérez y Jocheved Martínez pasaron al frente para agradecer a Dios su gran misericordia y entregar Reconocimientos a todo el equipo por su valioso trabajo y esfuerzo. Así, pasó Sara Escandón, para presentar la última Plenaria “Revestidas de Amor” y cerrar con broche de oro todas las reflexiones del Congreso. Fue una exposición que seguirá desafiando nuestras vidas en todo tiempo. Al concluir, pasó el Min. Efraín Reyna Vargas, para dar las palabras finales, las Directoras Distritales entonaron el emblemático canto “Tiempo de Paz”, todas las congresistas con gran emoción y uniendo nuestras manos cantamos “cuando llegue al fin aquel Dios vivo, mis lágrimas y penas las olvidaré, viviré siempre esperando a Jesucristo y cuando vuelva ha de encontrarme en su camino…” Vivimos un momento memorable.  Por último, el Min. Efraín Reyna, anunció la clausura del Congreso Nacional Femenil “Revestidas en Cristo” 

¡Gloria a Dios siempre!

Jocheved Martínez Vargas

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Mensaje especial a la iglesia

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Cristo ante la confusión

Cristo ante la confusión

Min. Josué Ramírez de Jesús

“Entonces les preguntó:

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Pedro contestó: —Tú eres el Mesías”

(Marcos 8:29, NTV).

Jesús de Nazaret vivió expuesto a que sus contemporáneos y discípulos no lo conocieran bien y se hicieran imágenes equivocadas y falsas, desfiguradoras de su identidad y misión. Y es que resulta fácil perdernos ante las propias imágenes y subjetividades que nos hacemos de Dios. Una mirada somera a la iglesia nos confirmara esto.

Hoy nos encontramos ante un evangelio de promesas sin demandas, del auto perdón y la autoayuda, de la dominación proselitista, de la búsqueda de la cantidad y no de la calidad, del acceso al poder político, etcétera, en palabras de Dietrich Bonhoeffer: de una “gracia barata”.

Desde los orígenes, el corazón del hombre ha sido propenso a dejarse llevar por sus propias ideas, expectativas y aspiraciones. Por eso, Jesús indagó a sus discípulos en el momento preciso, y comprobó que ellos, al igual que mucha gente lo veían desde las expectativas mesiánicas de las ideas religiosas y políticas dominantes de su mundo socio religioso. Ellos esperaban a un mesías diferente, y no comprendían la buena nueva de Jesús, ni su conducta profética con la que mostraba la llegada del reino de Dios.

Si la novedad de Jesús y del reino de Dios sorprendió y desconcertó incluso a sus discípulos, con la expansión del cristianismo, la proliferación de iglesias, la multiplicación de las doctrinas y las artes, se han multiplicado enormemente imágenes de Jesús de todo tipo, con ellas también la confusión.

Nuestra condición humana nos expone siempre a un doble riesgo al momento de conocer y relacionarnos con otra persona, lo mismo sucede con Jesús. El riesgo de imaginarnos al “otro” no como es, sino como nos conviene y deseamos que sea. Por eso, los cristianos de todo tiempo y lugar, vivimos expuestos a falsear o desfigurar la imagen verdadera de Jesús con proyecciones, ideas y creencias (religiosas, culturales, ideológicas y psicológicas) diferentes y hasta opuestas a la imagen que Jesús da de sí mismo y de su causa del Reino de Dios.

Por ello, para todos y cada uno de nosotros los cristianos se mantiene vigente la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Con esta interpelación Él no reprocha a nadie, sólo busca que ninguno de sus discípulos se engañe. 

Jesús quiere que nos liberemos de las falsas imágenes y deformaciones de su persona y misión, para que podamos gozar del esplendor de su verdadera imagen vivificante. 

Para personalizar la interpelación de Jesús es necesario preguntarse con esperanzado interés: Mis ideas de Jesús, ¿me permiten relacionarme con Él como realmente es? Y es que, no es suficiente para ser verdaderos cristianos un conocimiento genérico, superficial, rutinario, sentimental o simplemente teórico sobre Jesús. Se requiere el conocimiento vivencial, cercano e íntimo, de la fe, que nos haga verlo como es y vivir como Él.

Nadie puede decir sin engañarse que ya conoce perfecta y plenamente a Jesús, según cuentan los evangelios ya desde el comienzo fue mal conocido por la gente y por sus discípulos. El evangelio de Marcos relata que, de camino a Cesárea de Filipo cerca ya de la subida final a Jerusalén, los discípulos decían al Maestro que la gente lo confundía con Juan el Bautista o con Elías o alguno de los profetas; y los mismos discípulos lo imaginaban como un mesías nacionalista y triunfal. 

Esta situación no es nueva, hoy tenemos al menos tres dificultades para conocer bien a Jesús. 

1. El misterio de la persona de Jesús. Los cuatro evangelios muestran en numerosos episodios que los discípulos de Jesús, aunque le admiraban y acompañaban, no entendían lo que hacía y les enseñaba. Estaban desconcertados por su persona, enseñanzas y causa, no cabía en los esquemas religiosos y culturales que tenían, pues Él desbordaba todas sus expectativas. 

2. Las mediaciones culturales y religiosas que nos transmiten la figura de Jesús. Las mediaciones se convierten en obstáculos en la medida en que las doctrinas, predicaciones, enseñanzas, escritos, canciones e imágenes no transmitan fielmente los rasgos esenciales de la identidad de Jesús; cuando lo mutilan, distorsionan y sustituyen con proyecciones religiosas, psicológicas e ideológicas. Esto puede suceder de manera involuntaria e inconsciente. 

3. Los propios límites de nuestra condición humana. La tendencia a imaginar a Jesús a nuestra propia imagen y semejanza, al servicio de nuestras seguridades, éxitos y conveniencias de todo tipo. Un texto antiguo de Jenófanes de Colofón reflejaba ya esa limitante de la condición humana, al decir: “los etíopes piensan que sus dioses son negros y chatos; los tracios dicen que sus dioses son de ojos azules y rubio cabello. Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar como los hombres, pintarían imágenes de dioses como bueyes, caballos y leones.

Estos límites y dificultades en algún momento nos pueden llevar a tener imágenes e ideas distorsionadas de Jesús en alguna etapa de nuestra vida. Esto lo vio Jesús en sus primeros discípulos, y, según el evangelio de Juan, lo lamentó cuando, al despedirse de ellos, interpeló a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido?”

Lo que está en juego en el hecho de conocer bien a Jesucristo o conocerlo mal es decisivo para nuestra fe cristiana, para el cristianismo y para el servicio del proyecto de Dios sobre la vida de la humanidad. 

Es enorme la responsabilidad histórica que tenemos en esto cada uno de los que hemos aceptado el Evangelio y su mensaje. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestras comprensiones de Jesús. Algunas directrices para lograr esto son:

a. Saber lo que dicen los evangelios. Conocer lo que la narrativa de los evangelios dice de Jesús es importante y no solo quedarnos con la imagen que el mercado religioso ofrece. En los evangelios, Jesús tiene vida y fuerza. Desborda humanidad, realismo y solidaridad, es una buena noticia para todos los desdichados, despreciados y excluidos. Ama con total desinterés, con misericordia y ternura. De la comparación entre las imágenes más usadas de Jesús y los rasgos de la imagen vital que Él da de sí mismo en las narraciones de los evangelios, brotan estas tres preguntas para un discernimiento básico: mis imágenes de Jesús, ¿me dejan ver a Jesús o me lo desfiguran y me lo ocultan? ¿Me mueven a asumir su causa, a creer con su fe, a esperar con su esperanza, a ser libre con su libertad para hacer como Él haría hoy amando con su amor? ¿En qué ha cambiado mi imagen de Jesús en los últimos años, y en qué debe cambiar ahora?

b. Comprender lo que dicen los evangelios. Es necesario insistir en la importancia de tomar muy en cuenta el contexto histórico de Jesús, para conocerle a Él en su conducta testificada en el Nuevo Testamento y aplicar todo eso a la situación concreta en que vive cada persona, en su familia, barrio, pueblo o trabajo. 

c. Sacar de todo eso las consecuencias necesarias para vivir y comportarse de acuerdo con lo que nos enseñó Jesús. Es importante comprender los contextos actuales para dar actualidad al mensaje de Jesús. Se trata de hacer ahora lo que haría Jesús como Él lo haría. 

Durante mucho tiempo se leyeron los evangelios como crónicas biográficas de Jesús. Se suponía que los evangelios contaban los hechos y dichos de Jesús tal y como sucedieron. Hoy está claro que los evangelios no nos ofrecen bibliografías de Jesús, sino testimonios de fe. 

Ante las subjetividades que rodean al mundo cristiano, lo más importante es que vivamos y nos comportemos como los evangelios dicen que un cristiano tiene que vivir y tiene que comportarse. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestra comprensión de Jesús.

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Pronunciamento 20 de octubre de 2023

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