Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

Más Artículos

REDES SOCIALES