El amor de Dios en medio de la oscuridad

El amor de Dios en medio de la oscuridad

Hna. Valeria Alejandra Espinoza Pardo

Es parte de la vida humana experimentar distintas emociones, las mismas pueden ser de felicidad, angustia, tristeza y demás. Son tan comunes que en la Biblia encontramos varias narraciones que se centran en el estado anímico de las personas. Por supuesto, a todos nos encantaría vivir separados de situaciones que desencadenan emociones que causan conflicto y son negativas, sin embargo, a pesar de que las calamidades suelen venir acompañadas de mucho dolor y angustia, también se hace presente el abrazo lleno de ternura por parte de nuestro Dios, quien permanece en todo el proceso de sombra y dolor, no se aleja ni abandona, hasta que al final del túnel se alcanza a ver la luz. Al menos así lo sentí yo, y hoy quiero platicarte parte de mi historia.

En el 2020 mis papás se contagiaron de Covid-19. Comenzaron con síntomas controlables, pero pasados unos días, los dos empezaron a tener dificultad para respirar, por lo que requirieron apoyo de oxígeno. Recuerdo perfectamente un día donde el tanque con el que contaba mi papá se quedó vacío y solo teníamos un concentrador que usaba mi mamá, el cual generaba oxígeno, pero solo lo suficiente para abastecer a una persona. Comenzamos desesperadamente a buscar un lugar donde pudieran rellenar el tanque de mi papá, pero no encontrábamos, ya que en ese momento había escasez en todo Nuevo León, debido a la pandemia. Al no contar con el tanque, llegó un punto donde no sabíamos a quién darle el concentrador, por un lado, mi papá, quien tenía la saturación más baja, lo necesitaba, por el otro mi mamá, cuando se lo retirábamos un rato, nos suplicaba que no nos tardáramos, porque sentía que el aire le faltaba cada vez más. La incertidumbre y desesperación de no encontrar un lugar para rellenar el tanque y la tristeza que me daba elegir entre a quién darle el concentrador, y por cuánto tiempo, a dos de las personas más importantes de mi vida, provocaron algunas de las horas más largas que he tenido en la vida.

Pasados los días, las cosas empeoraron, teniendo que internar de urgencia a mi papá que ya no estaba reaccionando al tratamiento, tuve que despedirme de él, sin saber que ese día que lo dejé en el hospital, sería el último que lo volvería a ver con vida. Recuerdo las llamadas recurrentes de parte del hospital, para reportarnos sobre la situación de mi papá y siempre eran malas noticias. No se recuperaba, iba empeorando. Y así, mientras tanto, la situación con mi mamá también era inestable, ya que su oxigenación estaba cada vez más baja, y después de días de lucha por respirar, tuvimos que internarla también.

Lamentablemente, un domingo por la mañana nos dieron la noticia que nadie quería escuchar, mi papá ya descansaba en el Señor. Era tan difícil el panorama, por una parte, el dolor de perder a mi papá, de saber que ya no lo vería más, fue devastador. Por otro lado, la incertidumbre que causaba que mi mamá estuviera hospitalizada, con la posibilidad de que ella tampoco sobreviviera a la enfermedad. Por si eso no fuera suficiente, justo en ese tiempo, mi hermana y yo dimos positivo a Covid-19. En los días siguientes, el sueño desapareció de nosotras, debido a la tristeza ocasionada por papá, a la angustia que sentíamos por mamá y al malestar físico que teníamos. El cansancio mental era extremo. Una de las cosas que más me dolía, era que, en medio de tanto dolor, no podíamos recibir visitas, nadie nos podía abrazar o acercarse, solo éramos mi hermana y yo.

Mi mamá duró internada casi dos meses, donde tuvieron que intubarla para que pudiera seguir respirando, y como la intubación no fue suficiente, tuvieron que realizarle una traqueostomía. El pronóstico era muy desalentador, los doctores nos decían que nos preparáramos para lo peor. Sumado a eso, la cuenta del hospital iba en aumento, como ya llevaba tiempo internada, tendríamos que pagar más de medio millón de pesos.

En esos momentos de mayor incertidumbre y profundo dolor, nunca dejamos de confiar, de creer y de orar a Dios, porque sabíamos que Él tenía el control. Recordaba fielmente lo que dice su palabra: La voluntad de Dios siempre será buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Tal vez pienses: “¿cómo es posible esto? ¡Si perdió a su papá!” pero, aunque la muerte de papá no era lo que yo quería, pude descansar en la idea de que, para Dios, ese fue el tiempo de mi papá con nosotras, y confié firmemente que el propósito del Señor, en la vida de mi papá, ya había sido cumplido, confiando además en la promesa de que algún día lo volveré a ver. También comprendí que hubiera sido egoísta de mi parte querer que mi papá sobreviviera, ya que posiblemente sufriría secuelas muy graves por todo el proceso de enfermedad que atravesó, lo cual hubiera limitado mucho sus actividades; y para mi papá, quien era una persona demasiado activa, esto hubiera sido algo devastador.

En medio de ese valle de sombra, pude ver y sentir tan claro y palpable el amor de Dios, sentir su abrazo a través de las personas que me rodeaban. ¡Fue algo maravilloso! Mis amigos organizaron una caravana fuera de mi casa, y aunque fue a lo lejos, su visita fue muy reconfortante. Hermanos de la iglesia y familia nos apoyaron en todo momento, económica, emocional y espiritualmente, en muchas personas conocidas y no conocidas Dios puso una gran disposición en sus corazones. Jamás me sentí sola. Dios me abrazó con fuerza por medio de tantas muestras de amor.

Sé que el Señor cuidó de mi vida en todo momento, aunque me contagié de Covid, mis síntomas fueron leves, y gracias a eso puede cuidar a mis padres. Él proveyó, aún con la escasez de oxígeno, y la saturación en los hospitales, suplió toda necesidad que tuvimos. Vi el inmenso amor de Dios al sanar completamente a mi mamá, y que ahora ella pueda ser un testimonio vivo de lo que Dios puede hacer a pesar de cualquier pronóstico.

Y, respecto a la cuenta del hospital, aunque no teníamos los recursos para cubrirla, Dios abrió las puertas. Un primo le escribió por redes sociales al gobernador de aquel entonces de N. L., comentándole la situación por la que mi familia pasaba. Era casi imposible que pudiera leer su mensaje, pero pasó. La Secretaría de Salud se puso en contacto conmigo y ellos arreglaron la cuenta del hospital a una módica cantidad, pudiendo así dar de alta a mi mamá. El proceso de recuperación y duelo fue muy duro y lento, pero pudimos salir adelante con la ayuda de Dios. Hoy, más que nunca, confío plenamente en que tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

Durante todo este proceso experimenté aquel texto que dice: Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:7). Esa paz que solo da nuestro Señor, inundó mi vida, abrazándome y no dejándome caer en mi momento más difícil.

Sea cual sea la situación por la que estés pasando, tienes que saber de dónde viene tu ayuda, Dios tiene el control de toda situación, y por más oscuro que esté el panorama, Él siempre está obrando, y te puede brindar una paz profunda y verdadera que provee confianza y seguridad a pesar de las circunstancias que nos rodean, una paz que supera cualquier situación que estemos atravesando.

Tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

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Trabajo en equipo

Trabajo en equipo

Min. José Manuel Ortiz Vázquez

 

No solo de enamoramiento vive un matrimonio…

Estimados hermanos, quizá ustedes como muchos otros se preguntan qué se necesita para que un matrimonio funcione, y tal vez aun estás intentando descifrar las claves para un buen funcionamiento, quiero invitarte a hacer unas reflexiones sobre uno de los principios matrimoniales más importantes.

Hay un aparato que nos servirá para ilustrar nuestro artículo, se llama péndulo de Newton. Este aparato está formado por varias esferas suspendidas en el aire y formadas en línea. Su funcionamiento consiste en que una esfera de un extremo golpea a las demás, lo que provoca que la esfera del otro extremo se desplace, y al regresar vuelva a golpear para balancear a la esfera que inició el movimiento. Si vemos este aparato en funcionamiento, aunque tuvo que iniciar en alguno de los extremos, ya no sabríamos donde comenzó, dado que ha entrado en un ciclo de funcionamiento. Para que las esferas sigan balanceándose depende de la fuerza de las dos esferas de los extremos y no solo de la que inició el movimiento.

Una relación de pareja siempre ha de iniciar en algo que todos conocemos como atracción o enamoramiento; sin embargo, el enamoramiento por sí solo, resulta insuficiente para que una relación sea realmente funcional, pues el matrimonio tiene que ser impulsado por otras características más allá de lo que se siente, por ejemplo: las decisiones, los proyectos, las metas y, por supuesto, nuestra clave: el trabajo en equipo. De tal manera que, como en el ejemplo del péndulo de Newton, donde las dos esferas extremas golpean para mantener el movimiento del aparato, para que el matrimonio entre en un ciclo de funcionalidad, el enamoramiento debe dar paso al trabajo en equipo, a las decisiones y a los proyectos en conjunto. Es así como en este ciclo vital del matrimonio, y al mismo tiempo el trabajo en equipo, alimenta el enamoramiento, volviéndose características complementarias y vitales de un ciclo funcional, donde si un aspecto deja de funcionar, todo se detiene y el matrimonio inicia una fase de decaimiento.

¿Qué entendemos por trabajo en equipo?

Uno de los errores comunes que se tiene en los matrimonios, es llegar asumiendo que las definiciones o lo que entendemos sobre algo, es lo que las demás personas entenderán. Todos tienen en su mente una comprensión de lo que es ser esposo o esposa, de lo que es familia, de lo que es trabajo, etc. Y esto ha sido formado por las propias historias, por los ejemplos de los padres o de personas altamente significativas para quién está llegando a formar parte de un nuevo hogar, aunque dichos ejemplos no siempre sean los más correctos o saludables. Sin embargo, si esto no es corregido con el paso del tiempo dentro de un diálogo matrimonial, para adaptarlo a la relación, terminará carcomiendo las bases del vínculo, aun cuando haya iniciado con enamoramiento. Por ello, es necesario que, como primer punto para poder trabajar en equipo, entendamos qué es trabajo en equipo.

Durante mucho tiempo, el trabajo en equipo como tema ha sido un concepto poco abordado. Muchas veces, en el matrimonio se llega a asumir un rol que por costumbre ha sido asignado y asumido por cada uno de los esposos y estos, a su vez, lo transmiten como algo automático a las siguientes generaciones. Sin embargo, el no hacer énfasis en el trabajo en equipo puede traer consecuencias que terminan desgastando la relación, tal es el caso del cansancio emocional, la insatisfacción, la frustración y la saturación de responsabilidades. Pensemos, por ejemplo, en los roles asignados, en los cuales el hombre se casa para ser un proveedor y la mujer para atender su casa. Si bien esta fue una forma funcional en un tiempo, puede acarrear, en determinado momento, las consecuencias antes mencionadas.

Lo que funcionó anteriormente, en gran parte determinado por el contexto sociocultural, no siempre responde a los desafíos y tiempos presentes; pues, las necesidades actuales, los deseos de realización y la complejidad misma del ser humano demandan algo más que una asignación tradicional y automática de roles, pues las personas tienen sueños, necesidades, etc. Un hombre también necesita involucrarse y disfrutar la crianza de sus hijos y sus detalles hermosos, y tiene aptitudes para ello. Lo mismo aplica a una mujer, quien ha sido dotada de capacidades y deseos de realización. Ante esta situación, la pregunta que surge entonces es:

¿Cómo impulsar el trabajo en equipo?

1. ¿Qué dice la Biblia?

En la Palabra no encontraremos una receta que nos diga específicamente paso por paso cómo resolver cada situación de la vida, más bien, encontraremos principios que nos permitirán formarnos en sabiduría para entender las situaciones y tomar las mejores decisiones para nuestras familias y matrimonios. Dios no da recetas, da principios en los que podamos basar nuestras decisiones para que lo que hagamos pueda prosperar; es por ello que no encontraremos tareas exclusivas de cada uno para trabajar en equipo. Más bien tendremos el desafío de que cada pareja pueda llegar a tomar sus propias decisiones basados en principios como la ayuda mutua y la corresponsabilidad.

2. Decidir desde la libertad

Cada pareja tiene la posibilidad de entenderse mutuamente desde la libertad de las decisiones, y para ello es importante ponerse de acuerdo en cómo sobrellevar las responsabilidades que un hogar implica, tales como: la provisión económica, crianza de los hijos, tareas escolares, tareas del hogar, proyectos familiares, proyectos patrimoniales, aspectos recreativos y todo lo que a los miembros del matrimonio compete, comprendiendo que cada desafío o necesidad se aborda desde la corresponsabilidad y la ayuda mutua, llegando a asumirlas desde la libertad, más que de la imposición tradicional.

3. Decidir desde el amor

Finalmente, es necesario responder al principio fundamental que une la pareja, el amor. Pero más allá de pensar en él como una cuestión sentimental, entenderlo como una cuestión de decisiones que se manifiesta en acciones, intenciones, anhelos y deseos del mayor bien de la pareja.

Ante los desafíos y necesidades propias de nuestros tiempos, algo que nos permitirá tomar decisiones para que el matrimonio pueda ser realmente un equipo, es ser conscientes también de que el matrimonio no consiste en buscar la satisfacción propia sino la de ambos, y que en este camino habrá momentos de sacrificio con tal de llegar a la meta que ambos se han propuesto, indistintamente de cuál sea. Y para ello, la sensibilidad, la empatía y la comprensión hacia la pareja serán elementos claves para entender que una tarea va más allá de un rol de género, sino que se asume en miras del apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo.

Porque si caen, el uno levantará a su compañero;

pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante.

También, si dos duermen juntos se calientan mutuamente, pero ¿cómo se caentará uno solo?

A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,

pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

(Eclesiastés 4:9-12).

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La Iglesia: el cuerpo de Cristo

Una doctrina que sana

Min. Ausencio Arroyo García

El lenguaje bíblico recurre al uso de símbolos como el vehículo que nos acerca a los objetos y experiencias sobrenaturales. Entre otros elementos, los textos están llenos de metáforas las cuales describen una realidad que resulta inaccesible a los sentidos o al simple razonamiento. Las metáforas, literalmente “llevar más allá”, son el medio por el cual se definen cualidades o características de algo trascendente. Los términos empleados por estas figuras literarias pertenecen al lenguaje cotidiano, pero se refieren a lo sublime y eterno. Cuando se habla de la iglesia como cuerpo no es un dato literal sino un símbolo lleno de significado.

Cuando Pablo define la iglesia como cuerpo (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 10:16-17; 12:12-27; Efesios 4:4,12,16; 5:30; Colosenses 1:18,22, 24; 2:17, 19; 3:15) se refiere a la diversidad necesaria de sus miembros, ya que a manera del cuerpo, se integra de muchos miembros y todos son interdependientes e interrelacionados; sin embargo, hay que comprender la gran verdad: lo uno integrado es más que la suma de sus partes. Como en un cuerpo, ninguno puede ser sin los otros, ni sería capaz de realizar su función en aislamiento, ni tendría significado puesto que nadie existe solo para sí. La Iglesia como comunidad visible, se forma de personas que no solo han nacido juntas, se han criado juntas, sino que deciden permanecer y trabajar juntas porque están entrelazadas entre sí por Jesucristo.

La iglesia es la comunidad corporativa de los creyentes en Cristo Jesús a quienes Dios llamó a conformar un colectivo de fe, para experimentar la gracia transformadora que renueva la persona que somos, a cada miembro nos da un llamado de vida como función para el cuerpo y nos capacita para cumplirlo por medio de los dones y fuerza de su Espíritu. Qué debemos ver en la iglesia:

La Iglesia es parte del plan redentor de Dios

La iglesia nace del amor del Padre y del Hijo. El amor del Hijo que va a la muerte en una edad plena de vida y en un juicio amañado; siendo inocente fue condenado y derramó su sangre, entregó el último suspiro de su aliento pendiendo de la cruz. El amor del Padre que se expresa en la iniciativa de salvar y se mantiene en silencio cuando su Hijo muere, este profundo silencio expresa la empatía de Dios por los humanos. El silencio de Dios es la melodía de amor más conmovedora.

El plan redentor de Dios se define a través de su proyecto de establecer su reino. El reino de Dios fue anticipado por los profetas del Antiguo Testamento y manifestado en la encarnación y las enseñanzas del Hijo, en el Nuevo. El reino, en un sentido bíblico, es el plan de Dios de ejercer señorío absoluto sobre todas las cosas. En él, toda la creación será liberada de toda imperfección y potenciada por lo eterno, hasta alcanzar su plenitud. Este plan implica la intervención salvadora de Dios a favor del ser humano en todos sus ámbitos de vida.

La declaración de Jesús: “el reino de Dios está próximo de ustedes” nos remite a la idea de que el reino de Dios no debe ser puesto exclusivamente al final o fuera de la historia, sino que debe ser buscado desde aquí y ahora, porque ya está presente (Marcos 1:15; Lucas 10:9,11; Mateo 4:17). Los evangelios nos enseñan que Dios definió el tiempo para manifestarlo, Él determinó el momento oportuno (en griego kairós), así, el reino se hizo cercano en la persona y la misión de Jesús. La dimensión presente nos indica que no hay que esperar más: el reino llegó ya, y es necesario creer en él. El ya del reino corresponde con la esperanza confiada en el futuro triunfo de Dios y por medio de Él, de los justos; para este fin llama a los oyentes a cambiar de mentalidad y con ello abrirse a experiencias espirituales nuevas.

La dimensión temporal del “ya” se refiere a la acción reconciliadora de Dios, la transformación presente de la condición humana y en la cual la iglesia opera como agente de restauración espiritual; la dimensión del “todavía no”, que anuncia la consumación del plan de Dios se completará en el retorno de Jesús y será la concreción visible del reino eterno en todas las dimensiones de la vida.

Por tanto, debemos comprender que la iglesia es parte del proceso del reino, un reino que ha comenzado, haciéndose evidente allí donde dominan la justicia y la paz (en hebreo shalom). La paz que viene de Dios consiste en la experiencia de bienestar pleno, se alcanza como fruto de la verdadera justicia y conlleva la reconciliación de las relaciones, la salud emocional y espiritual y recrea el ambiente donde cada uno realiza lo mejor de sí. Para esto existe la iglesia.

La teología de la Iglesia como cuerpo

La iglesia es el templo de Dios, esto significa que Él habita en la comunidad de creyentes por medio del Espíritu (Efesios 2:21-22; 1 Corintios 3:9-17; 6:9-20; 2 Corintios 6:14-18; 1 Pedro 2:5). La Iglesia local es una comunidad que nace y se nutre del Espíritu Santo, los miembros son engendrados por su poder y son llamados para el servicio cristiano. Es morada del Espíritu, donde se hace manifiesto el Señorío de Cristo y donde se hace posible, de manera clara y nutricio el encuentro entre Dios y la humanidad. Los creyentes son alentados por el Espíritu a integrarse en congregaciones que promueven una salvación integral para todos los creyentes y que trascienden los muros de la membrecía porque su modelo comunitario es el de Jesucristo, el hermano incluyente, restaurador y solidario. Debemos comprender que, sin el Espíritu: la iglesia se muere y, sin la iglesia, la misión de Cristo se empobrece.

La iglesia tiene la encomienda de ser agente de la misión de Dios en la Tierra. La iglesia confiesa al Señor y proclaman sus buenas nuevas hasta los confines de la tierra. La evangelización busca llevar a personas a los pies de Cristo e integrarlos en la comunidad de creyentes. En razón de esto, ni la evangelización ni la acción social tendrían sentido si no se le mira como la expresión visible y terrenal del Reino de Dios. Como una comunidad visible somos un compañerismo de pecadores arrepentidos, regenerados y santificados, a quienes el Señor nos ha integrado para conformar el pueblo de Dios, en un conjunto de personas llamadas a servirle y a vivir juntas en una comunidad que da testimonio del carácter y de los valores de su Reino. 

La experiencia de comunión entre creyentes es experiencia de vida plena, consiste en el intercambio de medios y energías vitales. Una experiencia de vida cristiana, aislada y sin relaciones es una contradicción, ya que el seguimiento de Jesús solo se puede realizar junto con otros, pero nunca exclusiva de lo privado. La carencia radical de relaciones es la muerte total. Por medio del Espíritu, Dios crea la comunión con él (2 Corintios 13:14) y genera la red de relaciones comunitarias en las que la vida surge, florece y fructifica. La vida verdadera surge de la comunión y donde aparecen comunidades que posibilitan y alimentan la vida. La iglesia es el espacio vital para el crecimiento integral de las personas, experimentar la gracia restauradora, la sanidad, la paz y el amor manifestados en Jesús.

El término cuerpo es aplicado por el apóstol Pablo a la iglesia en una forma metafórica para referirse a condiciones o cualidades de la personalidad corporativa de Cristo. La iglesia como comunión implica la pluralidad en la unidad. Una comunión real une lo diferente y diferencia lo uno. La “comunión del Espíritu Santo” es amor que une y libertad que permite a cada uno ser aquello para lo que fue creado (Efesios 2:10). Las experiencias de Dios acontecen no solo individualmente, en el encuentro íntimo con el Padre amoroso, sino también socialmente, en el encuentro con los demás. En la Iglesia somos integrados los diferentes (Gálatas 3:28) aunque preservamos algunas particularidades personales (1 Corintios 7:17).

Todos los creyentes recibimos el mismo regalo del Espíritu Santo (Romanos 6:23), pero en cada uno se manifiesta de manera distinta, porque somos llamados a conformar un cuerpo, un cuerpo tiene miembros diversos, pero todos son interdependientes y se interrelacionan para preservar la vida y cumplir los propósitos del ser que representa el cuerpo. Así también el Espíritu en la iglesia, crea unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Lo que cada persona es y tiene por el Espíritu es puesto al servicio del reino de Dios (1 Corintios 7:17-24). Los dones o carismas del Espíritu se experimentan en el seguimiento obediente de Jesús y operan, principalmente, en la construcción de la comunidad de Cristo, que da testimonio del Reino futuro.

Los seres humanos están sujetos a fuerzas que determinan su existencia, frecuentemente actúan de una forma destructiva, lo que produce enfermedad existencial. Uno de los propósitos de los dones del Espíritu es la restauración. Desde un enfoque integral, la restauración restablece la comunión perturbada y la vuelve dispuesta a compartir la vida. Así vemos cómo Jesús curó a los enfermos: restableciendo, por su solidaridad con ellos, su comunión con Dios. En un mundo de egoísmos y abusos, los creyentes necesitamos sanar nuestras relaciones. 

La Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que cada uno de los creyentes es un miembro activo, porque el Espíritu ha dado diversidad de dones y con base en ellos, desempeñan diferentes tareas. Como la cabeza realiza ciertas funciones para el cuerpo, así Cristo lo hace para la iglesia: la dirige, orienta, coordina, equilibra, la representa y es su fuente de vida. Los creyentes están relacionados con Cristo y entre sí, como lo están los diferentes miembros de un cuerpo, de modo que todos necesitan la participación de los demás (Romanos 12:3-21; 14:1-12; 1 Corintios 12:12-13, 25-26; Efesios 4:1-6; 5:30; Santiago 4:11-12).

En un mundo con claras tendencias uniformistas y marginadoras, solo la unidad en la diversidad convierte a la comunidad en una “Iglesia integradora” (1 Corintios 12). Los carismas son otorgados para dar testimonio del señorío liberador de Cristo en las situaciones de vida, no son un escape a un mundo de fantasías religiosas (Romanos 12:1-8). La iglesia responde al plan de Dios de formar una gran familia, de la cual Dios es el Señor y que tiene una administración ordenada por Él. El plan de Dios tiene una perspectiva cósmica: de reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10, 20-23). El misterio del plan de Dios consiste en la redención por medio del establecimiento de la paz que supera todas las barreras y los odios, prejuicios y tradiciones humanas (Efesios 3:4-6; 8-11; Colosenses 2:8).

Ser miembros del cuerpo que revela el misterio de los tiempos, es la experiencia que define nuestra identidad, como parte de la historia humana y de la esperanza eterna. Esta condición conlleva un privilegio y un compromiso, hemos sido rescatados por gracia y lo hemos sido para vivir y anunciar ese favor inmerecido de Dios. Cada miembro, mujer o varón, de cualquier edad y condición social, es parte vital para la manifestación de Cristo en el mundo y para que la existencia de cada uno se afirme y crezca. Vivir juntos requiere compasión, fuerza que perdona y amor que actúa. Seamos la iglesia que Dios quiere y el mundo necesita.

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Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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Es mejor con amor

Es mejor con amor

Min. José Luis Chapan Xolo

Que no haya una raíz de amargura en sus corazones (paráfrasis de Hebreos 12:15).

Es increíble cómo en los últimos años se han disparado considerablemente las problemáticas en el ámbito matrimonial. Algunas vienen como consecuencia de ir acumulando roses, diferencias o situaciones menores que no se resuelven. Estas, desembocan, no sólo en situaciones que resultan devastadoras, incluso en una ruptura matrimonial. Pero, de no ser así, van provocando una brecha que cada día va borrando todo rastro de atención y cuidado mutuo entre los cónyuges. Lamentablemente, lo anterior pueden ir tejiendo poco a poco redes de amargura en el corazón de cada uno. 

El matrimonio, sin duda, es la mejor aventura que se puede vivir. Pero hay experiencias complicadas que son parte de la relación y que, generalmente, cuando iniciamos nuestro matrimonio, nadie está preparado del todo para enfrentarlas. Cada matrimonio va construyendo el modelo de hogar que desea de manera consciente o inconsciente. Y, seguramente, será al pasar los años, que sabremos si este cumplió con aquellos sueños y anhelos que nos planteamos al inicio de nuestro caminar juntos.

Por supuesto hay grandes retos dentro de la vida de pareja que debemos asumir con suma seriedad, ya que de otra forma caemos en el riesgo de poner nuestra atención en aspectos triviales y, peor aún, invertir energías de nuestro matrimonio sobre situaciones que no ayudan a llegar a ningún lado en nuestra relación.

¿Cómo llega a convertirse una relación con su pareja en algo bueno, algo que les diga que están siendo plenos en su relación y creciendo juntos? O, por el contrario, ¿cómo llega un matrimonio a ser asfixiante, desesperante y en algunos casos hasta peligroso para la integridad física y emocional? 

Cuando la prioridad no es el amor al otro

Claudia y Roberto (nombres ficticios) tenían grandes dificultades. Cuando tenían la oportunidad de expresar sus inconformidades, Claudia señalaba que Roberto no mostraba interés hacia ella, como esposa y como mujer, que solo se limitaban al trato formal por sus dos hijos. Incluso, señalaba que se habían casado sin el amor suficiente, pero que ella estaba dispuesta a soportarlo porque sus hijos tuvieran lo necesario en las cuestiones económicas, aunque eso implicara que frente a los demás la menospreciara y ridiculizara por no tener la figura de tal o cual persona, y que solo estaba con ella porque no tenía más opciones. Cuando la prioridad no es amar al otro; seguramente en nuestro corazón ya tenemos claro en qué habremos de mantenernos ocupados en dicha relación. 

Cuando he tenido la oportunidad de acompañar a algún matrimonio en alguna crisis de pareja es común que cada uno se encuentre en su rincón de batalla debido al daño mutuo que se han causado, sea por las palabras ásperas, soeces, o reproches, etc. Uno puede percatarse cómo las rutinas, las presiones laborales, los pendientes, las deudas económicas o las actividades cotidianas van asfixiando la relación, pero, sobre todo, lo que más daña es la falta de atención mutua, la falta de comprensión y de apoyo en los aspectos más básicos y cotidianos; si uno no está pendiente de esto será fácil entrar en ese espiral que va hacia abajo.

Si Jesús prioriza el amor al prójimo de la misma forma en que nosotros nos amamos a nosotros mismos, entonces: si dañamos al otro, si le ofendemos, si buscamos dañarlo de alguna forma, no es sino la evidencia de la falta de amor que prevalece en lo más profundo de nuestro corazón y que no se limita a personas que desconocen la Palabra. Claudia y Roberto eran personas que conocían la voluntad de Dios, sin embargo, habían normalizado el hecho de sobrevivir como pareja, como familia, y se habían conformado con sus circunstancias. 

Cuando no es nuestra prioridad el bienestar del otro, sino solo un aspecto que se vuelve irrelevante, como puede llegar a serlo la economía de un hogar, se desatarán las más terribles batallas, que dejarán cicatrices y que, por supuesto, no serán los mejores recuerdos.

Si la motivación que hay detrás de cada sacrificio no es el deseo de bienestar para los nuestros, sino solo el anhelo de poseer más riquezas, se pone en riesgo la cercanía, la unidad o la convivencia con los nuestros. Se debe poner en la balanza los costes de nuestra entrega al trabajo, aunque detrás esté el más noble deseo que los nuestros sean los receptores de los beneficios y bendiciones que pueden resultar del gran esfuerzo, pues de otra manera serán víctimas del deseo desmedido de poseer bienes. 

Lo que puede ayudar, es vivir con contentamiento en medio de las circunstancias, y esto es posible solo por amor; es el mejor sazonador para la relación. Proverbios 15:17 dice: Las verduras son mejores que la carne cuando se comen con amor (TLA). 

Una de las experiencias que el Señor nos ha permitido a mi esposa y a mí es que de vez en vez procuramos visualizar hacia donde vamos como pareja en cuanto a nuestros proyectos, planes, metas y si estos nos han ayudado a mejorar en nuestra relación. Es cierto, no todo ha sido miel sobre hojuelas, pero en medio de los momentos difíciles que hemos pasado, podemos decir con certeza que el Señor nos ha acompañado y ha suplido nuestras necesidades. 

Hubo una época en que la situación económica era bastante complicada y en algunos momentos nos sentíamos rebasados y llegamos a anhelar lo bien que les iba a los demás -por lo menos en las cuestiones materiales-. Así que decidimos que ambos trabajaríamos para suplir las necesidades que para nosotros, en ese momento, eran prioridad. Pero eso trajo como resultado el que solo nos veíamos algunas tardes, porque yo debía ocuparme en atender otros asuntos que requerían más tiempo y, por lo regular, era el tiempo en el que ella salía de trabajar. Y aunque aparentemente teníamos estabilidad, notamos que nuestra comunicación iba teniendo ciertas complicaciones. No nos dedicábamos tanto tiempo. No siempre podíamos andar juntos, porque ella debía descansar, para al otro día hacer su jornada laboral. Entonces tuvimos que pedir perdón al Señor porque nos estábamos desviando del camino, estábamos invirtiendo nuestro tiempo y energías en cumplir esos anhelos que no estaban alineados con Su voluntad. 

Sabíamos que teníamos que hacer algo si es que nuestra prioridad era verdaderamente nuestro deseo de servir al Señor y nuestro bienestar como pareja. Así que, nos enfocamos en actividades que podíamos hacer juntos en nuestra labor pastoral. 

Para mí cobra sentido Proverbios 15:17, porque creo que renunciaría siempre a una aparente estabilidad económica si ésta atenta de alguna manera a nuestro bienestar como pareja o si esto significara sacrificar el tiempo que puedo disfrutar con mi familia. Desde que el Señor nos permitió comenzar esta aventura, nos ha mostrado su mano de bondad en todo momento. 

La confianza en el Señor ha sido nuestro timón en este proyecto. Nos ha ayudado a recordar las palabras del apóstol Pablo: El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo (1 Corintios 13:7, TLA). Y no lo dice en el sentido estoico, en donde uno de los dos cónyuges debe soportar humillaciones, menosprecio, vejaciones, abandono, etc. Lo entendemos como una exhortación para ese tiempo en el que no se tengan todas las comodidades; allí podemos decir que el amor es capaz de soportar las carencias en aras de un bienestar mayor, y que esas carencias no son eternas, porque el Señor sabe de lo que tenemos necesidad (Mateo 6:8). 

El proverbista llama la atención sobre aquellas cosas que se van sembrando con odio o rencor y traen amargura al corazón y desasosiego a la relación, aun cuando ésta pueda estar en las mejores condiciones materiales. Aunque ambos tengan el potencial para construir una relación diferente, si no está el Señor guiando cada corazón, entonces no sólo no serán capaces de disfrutar todo lo que tienen, sino es muy probable que sigan pensando que necesitan conseguir más para realizarse. Por el contrario, cuando hay contentamiento en el corazón se aprende a valorar cada momento, a darle mayor importancia a las cosas cotidianas, pero que son las que fortalecen la relación: disfrutar juntos durante la comida, cuando salen de paseo, cuando van por un café o sencillamente aprenden a valorar cada momento que el Señor les permita. 

La relación como pareja solo se disfruta si hay amor, pues este es el ingrediente elemental. Cuando hay amor, todo lo que acontece alrededor de la relación se puede ver desde la perspectiva correcta, aun cuando en ocasiones se viva con limitaciones materiales, el amor en el corazón de cada uno produce una profunda gratitud y el contentamiento para poder ver más allá de sus circunstancias. 

Que el Señor nos permita ver cuán afortunados somos cuando en nuestro hogar se vive, se respira y se alimenta nuestra relación con el amor maravilloso que viene de la confianza depositada en nuestro Dios. 

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Pasar la estafeta

Pasar la estafeta

Min. Marcos de Melo

Introducción

El mundo está cambiando rápidamente y es algo que no podemos ni negar ni evitar. Estos cambios los podemos ver claramente a través de las brechas generacionales; que son cada vez más profundas. Si bien esta distancia entre generaciones siempre ha existido, en nuestros días se ha potenciado de una manera como nunca en la historia y el factor principal son los cambios vertiginosos y disruptivos que vivimos en nuestra época. 

Como consecuencia, cada vez se hace más difícil comprender y, sobre todo, atender pastoralmente la demanda que hay en un mundo tan diversificado como el nuestro. Por lo mismo, la necesidad de formar nuevos líderes y pastores es urgente. El ministerio necesita renovarse si quiere dar respuesta a las necesidades de las personas de nuestros días. 

Pero, para que una renovación ocurra es necesario, en primer lugar, ser conscientes de esta realidad y necesidad. En segundo lugar, debemos tomar decisiones apropiadas para que la renovación sea adecuada y se logre el objetivo: continuar con la expansión del Reino de Dios en este mundo. 

Según estudios que miden el acceso a la tecnología y al ámbito laboral, en el mundo actual tenemos identificadas varias generaciones que buscan su espacio. Compiten por tener cubiertas sus necesidades de ser escuchadas y acompañadas. Eso hace que lograr armonía y unidad entre ellos, sea un asunto cada vez más difícil de alcanzar. 

Diferentes generaciones en la actualidad:

Generación baby boomers (nacidos entre 1945 y 1964) 

Nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. Su nombre proviene del “baby boom”, es decir, del repunte en la tasa de natalidad de aquellos años. 

Esta generación tiene al trabajo como un modo de ser y de existir. Se destaca en ser muy activa y bastante estable; se compromete inclusive con lo que no ama hacer. No dedica mucho tiempo al ocio y a la actividad recreativa. Las mujeres aún se están incorporando al mercado laboral. Si bien persiste el ideal de familia tradicional, se empiezan a romper estructuras.

Generación “X” (nacidos entre 1965 y 1981) 

En esta generación tanto los hombres como las mujeres trabajan mucho, sin dejar de lado un equilibrio interesante entre el trabajo, la familia y el descanso. Busca ser feliz con su propia vida. 

Es la generación que vio nacer el Internet con los avances tecnológicos y está marcada por grandes cambios sociales. Se considera la generación de transición, porque tiende a tener más facilidad para convivir equilibradamente entre la tecnología y la vida social con actividades presenciales.

Busca participar de eventos en su comunidad. Es propensa a estar empleada y busca estabilidad laboral. Acepta con más facilidad las órdenes de jerarquía institucional. Hacen esfuerzos muy grandes para adaptarse a la vertiginosidad de la generación que sigue, ya que son padres de los millennials. 

Generación “Y” o millennials (nacidos entre 1982 y 1994) 

Esta generación es hija de la tecnología, la vida virtual es una extensión de la vida real. Sin embargo, aún conserva algunos códigos de privacidad en relación con lo que exponen o no en Internet. 

Se caracteriza por no dejar la vida en el trabajo, aunque es muy emprendedora y creativa. Busca vivir de lo que ama hacer. Es bastante idealista y aficionada a la tecnología del entretenimiento. Ama viajar, conocer el mundo, y subir las fotos a las redes sociales. Según estadísticas, esta generación permanece en sus trabajos un promedio de dos años, a diferencia de las generaciones anteriores, que son más estables. 

Generación “Z” o centennials (nacidos a partir de 1995 y hasta el presente)

Son conocidos como los “nativos digitales”, porque usan Internet desde su niñez. 

Esta generación se destaca por ser autodidacta. Aprende mucho por tutoriales, además de ser muy creativa porque tiene la facilidad de incorporar rápidamente nuevos conocimientos. Tiene mucha más información en su cerebro que todas las generaciones anteriores. Comparte mucho contenido de su vida privada sin filtros y aspira a ser “youtuber”. 

La vida social de esta generación pasa por estar un alto porcentaje de su tiempo en las redes sociales. Le preocupa encontrar una vocación acorde a sus gustos, conocerse a sí misma y aceptar las diferencias, en un mundo cada vez más globalizado. 

Esta misma realidad que existe en la sociedad, en cuanto a la diversidad de generaciones, las tenemos dentro de nuestras comunidades de fe. Como líderes pastorales, somos llamados a cuidar de ellos, guiar sus vidas y buscar la unidad. Eso, es una tarea cada vez más difícil. 

Hay líderes que se sienten superados por esta realidad y terminan derrotados, cuando una solución muy viable sería pasar la estafeta y renovar el ministerio.

La necesidad de un liderazgo renovado 

Hasta hace muy poco tiempo el mundo giraba en torno al adulto (la generación de los nacidos entre 1945 y 1964). Eran ellos quienes estaban en el liderazgo, pero esta realidad está cambiando a pasos apresurados, por el simple hecho de que la generación adulta hoy se considera inmigrante de la era digital. 

Hoy son los nativos digitales, es decir, las nuevas generaciones, los que cada día se posicionan más en el liderazgo de un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, ya que esta generación tiene más herramientas y están mucho más preparados para dar respuestas a los problemas actuales de manera rápida, ágil y práctica. 

Hemos vivido esta realidad en la pandemia, cuando se cerraron los templos y la única manera de ser iglesia era usando los medios digitales. Sin duda que fueron los nativos digitales quienes, en la mayoría de los casos, hicieron el trabajo que facilitó mucho las cosas para la generación adulta. 

Hoy ya se habla de la necesidad de ser iglesia híbrida, donde lo presencial y lo virtual se unen y son esenciales para el cumplimiento de la misión. Y en esa área de la tecnología, que cada vez será más indispensable, son los nativos digitales, las nuevas generaciones quienes harán un trabajo con mucha más excelencia que las demás generaciones. 

Indudablemente, cada generación es valiosa para Dios y útil para la expansión del Reino de los cielos en este mundo. No obstante, las nuevas son valiosas y esenciales, porque sin ellas, difícilmente el ministerio y liderazgo de nuestra iglesia podrá subsistir por mucho tiempo. 

Necesidad de líderes referentes que pasan la estafeta 

Pero hay un factor importante que no podemos omitir como iglesia en esta labor tan urgente, y es que las nuevas generaciones tienen muchas debilidades y, por lo mismo, necesitan de acompañamiento pastoral para su desarrollo saludable. 

Se las conoce como la generación de cristal, porque tienen mucha dificultad para manejar las frustraciones. Son guiadas por sus emociones. Además, tienen un rechazo muy fuerte a las estructuras institucionales y a todo tipo de liderazgo piramidal. 

A la generación actual le interesa sumarse al proyecto del Reino de Dios, pero buscan líderes que comprendan sus estilos de aprendizaje, confíen en ellos, valoren todo el potencial que tienen y les permitan ser parte en las tomas de decisiones. 

Por lo mismo, es importante pasar la estafeta, renovar nuestros ministerios y aprovechar todo el potencial que tienen las nuevas generaciones. Para ello se necesita de líderes referentes, maduros, centrados en Jesús como el apóstol Pablo, quien decía: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).

Necesidad de estar enfocados en Jesús

Todos conocemos el gran mandamiento de “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Este mandato también lo necesitamos aplicar con las nuevas generaciones. Jesús no solo nos pide que lo hagamos, Él lo hizo y nos dejó el ejemplo con su propia vida de cómo pasar la estafeta de manera correcta. 

En primer lugar, Jesús evidencia en su vida de ministerio que su liderazgo no ha sido solo con palabras, sino en acción: “Porque ejemplo os he dado” (Juan 13:15a). Con esta acción de servir a sus discípulos siendo Él el Señor y Maestro, Jesús nos compromete a servir también a las nuevas generaciones, lavando sus pies como lo hizo Él con sus discípulos. Pero esta actitud de servicio que nos propone Jesús, debe ser una actitud impulsada por un ingrediente fundamental, el mismo que movió a Jesús: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

Con esta forma de vida, Jesús iba formando discípulos y pasando la estafeta de su ministerio de manera natural. Sirviendo y amando a quienes estaban en una condición inferior que Él, pero que serían quienes ocuparían su lugar en el liderazgo en un futuro a corto plazo. 

En segundo lugar, Jesús nos muestra la importancia de empoderar a las personas: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).

Dentro de la iglesia, las nuevas generaciones pueden aportar mucho por el potencial que tienen, pero muchas veces necesitan del respaldo de sus líderes. Necesitamos empoderarlos con la confianza y la autoridad que Dios nos ha otorgado, como Jesús hizo con nosotros. 

Pasar la estafeta no es una opción, es nuestra obligación como siervos buenos y fieles

Jesús nos deja este ejemplo que tanto necesitamos en nuestros liderazgos y ministerios: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). “En realidad, a ustedes les conviene que me vaya. Porque si no me voy, el Espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio, si me voy, yo lo enviaré” (Juan 16:7, TLA).

Si bien todo cambio cuesta, produce temor, miedo e incertidumbre; no nos olvidemos de que la obra es de Dios. Él respalda a quienes son enviados a la mies porque Jesús mismo ha prometido: “y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).

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Una iglesia sana y que sana

Una iglesia sana y que sana

Min. Joel J. Pachuca Rosales

«Una iglesia sana y que sana», escuchaba al predicador decir. Un predicador, que meses atrás, el cáncer lo postró por largos periodos, a veces en casa, otras en el hospital. Y era en el hospital donde oraba y alentaba a otros enfermos. En ocasiones con dolor, otras veces sin fuerza, pero no dejaba la oportunidad de dar esperanza a otros a su alrededor. Quienes iban a animarlo, salían animados de la visita. Este desafiante testimonio, hace recordar uno de los sentidos esenciales de la iglesia: la sanidad, su esmero en el proceso de sanación de ella y ocupada en la sanación de otros. Ambas tareas, en Dios. 

La iglesia está llamada a ser una comunidad sana y sanadora. En palabras del escritor argentino Daniel Schipani: «Las marcas de la iglesia como comunidad sanadora son: pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y morada del Espíritu Santo. Dichas categorías no pueden considerarse por separado, solamente desde el aspecto metodológico es posible hacerlo. Estas marcas son maneras específicas en que la comunidad de fe se comporta y son las que hacen posible las prácticas y experiencias de cuidado, apoyo y sostén de las personas que se involucran en la vida de la iglesia.»1

La iglesia como pueblo de Dios. 

La iglesia, entre las diferentes analogías que menciona el Nuevo Testamento, es pueblo de Dios. Es el pueblo de Dios que anda peregrino. Estar como peregrinos en el camino es una metáfora que nos ayuda a no creer que vamos solos. Es en ese camino donde se da el encuentro con otros, pues el pueblo de Dios está llamado a vivir en relaciones de fraternidad, amor y solidaridad. «La iglesia como pueblo de Dios significa que ella debe asumir una actitud de franca solidaridad y de comunión, de manera que pueda estar en camino junto con los pueblos, las naciones y las sociedades, ella es pueblo de Dios peregrinante»2.

La iglesia como cuerpo de Cristo. 

El apóstol Pablo desarrolla la idea de la comunidad como cuerpo de Cristo (1 Corintios 12). Dejando claro que no hay alguien más importante que otro, por ninguna razón, como por ejemplo, algún talento excepcional que tuviese. Cada parte permite, con su aporte, que todo el cuerpo funcione armónicamente.

El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer3, con relación a la identidad de iglesia como “cuerpo de Cristo”, refiere que la iglesia tiene su unidad en la vinculación de la persona de Cristo y con la comunidad. Dios no puede verse en la comunidad sin Cristo, pues es a través de Él que va a actuar en la comunidad”. La iglesia está llamada a abrazar, tocar, caminar, hablar, como lo hizo Cristo, cuando tuvo cuerpo en la tierra. 

La iglesia como morada del Espíritu. 

La iglesia es morada del Espíritu Santo, referido por Juan como el consolador: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). En referencia a la función del Espíritu Santo como acompañante, consejero, consolador y abogado. Veamos:

Parakléseos (παρακλήσεως), término que aparece en 2 de Corintios 1:3 y en Juan 14:16.

Paráclesis (Παράκλησις), implica acciones como consolar, confortar, exhortar, animar, ayudar.

ParáclitosΠ (αράκλητος), se refiere al que proporciona protección, seguridad, ayuda, a quien conforta o da consejo. 

El apóstol Pablo habla del Espíritu que se manifiesta en la comunidad por medio de los dones que le otorga a cada miembro4. Esto permite que la comunidad reciba un poder para desempeñar su misión. La iglesia es una comunidad sanadora donde mora el Espíritu. En la comunidad, el Espíritu se manifiesta en el servicio y la colaboración de unos con otros, no hay jerarquía de dones, todos estamos invitados y convocados a ponerlos a disposición de la comunidad. La comunidad debe tener siempre presente el ejemplo de Jesús, cuando lava los pies a sus discípulos (Juan 13:14). La autoridad que distingue a la comunidad es el servicio, no el poder desde una posición de jerarquía para regir la vida de los otros.

La iglesia, llamada a servir para sanar

El servicio al que está llamada la iglesia implica la acción de estar cerca con quien sufre para buscar su sanidad. En el Antiguo Testamento la palabra servicio está relacionada con la acción de sanar. En la Septuaginta, que es una traducción del Antiguo Testamento al griego, se traduce en numerosas ocasiones la palabra servicio mediante el vocablo θεράπων, que trasliterado es therapeu. Esto, debido a que la etimología de esta palabra refiere a un “estar cerca”. Describe la acción de alguien que se mantiene cerca de otro como medio para su sanidad. 

En la evolución del término, therapeu fue relacionándose más con la acción de un médico o psicoterapeuta que se mantiene cerca de un paciente para socorrerlo y acompañarlo en su proceso de sanidad. No obstante, desde la perspectiva bíblica, therapeu es la acción de servicio de quienes Dios llama, que describe su cercanía y calidez en el acompañamiento hacia el débil y enfermo.

En la Septuaginta, se utiliza therapeu para describir la acción de los líderes que sirven a Dios acompañando al pueblo (Números 12:7; Josué 1:2; 8:31,33; 9:4,6). El ejemplo más claro es Moisés, quien fue un “pastor” para Israel, los acompañó en el proceso de transición de la esclavitud a la libertad. La carta a los Hebreos lo expresa así: Así pues, Moisés, como siervo (θεράπων, therapeu), fue fiel en toda la casa de Dios, y su servicio consistió en ser testigo de las cosas que Dios había de decir (Hebreos 3:5, DHH).

El ministerio sanador de Jesús

En el Nuevo Testamento, este pasaje de Hebreos es el único en el que se utiliza therapeu para referirse al servicio, la mayoría de las veces se utiliza para describir las acciones sanadoras de Jesús. Esta es la base para concluir que entre los discípulos el servicio se entendía como acciones encaminadas a acompañar a otros en el proceso de restaurar y sanar, pues Jesús servía a la gente sanando. El evangelista Mateo da el siguiente testimonio: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando (θεραπεύων) toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35). 

Jesús vino a traer salvación y sanidad

La iglesia está llamada a buscar a los perdidos para salvación. Pero la salvación desde la perspectiva bíblica no sólo es en términos futuros al final de los tiempos. La salvación que trae Jesús inicia desde que Él llega a la vida de la persona.

Salvación y sanidad. La Biblia, habla de la salvación en términos futuros, pero también en términos históricos, de liberación y de sanidad. En el sentido básico de la palabra, el término salvación está relacionado con sanidad. Por eso algunos textos donde algunas traducciones utilizan la palabra “salvación”, la misma traducción en otras revisiones anteriores usa la palabra “salud”. Tal es el caso de la versión Reina Valera Antigua. Veamos, por ejemplo, las líneas finales del Salmo 91: 

Lo saciaré de larga vida,

Y le mostraré mi salvación 

(Reina-Valera 1960).

Saciarélo de larga vida,

Y mostraréle mi salud

(Reina-Valera Antigua).

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de que la salvación, en un sentido, se presenta como sanación. Todo el ministerio de Jesús está lleno de referencias al acto de salvar, cuya evidencia concreta está en el sanar. Ante cojos, ciegos, enfermos, la expresión de Jesús: “tu fe te ha salvado”, se hacía palpable en la sanidad de ellos. 

El servicio sanador de Jesús revela aspectos muy importantes de su actuación que orientan nuestro accionar como discípulos hoy en día: 

1. Las sanaciones de Jesús muestran su cercanía a los marginados. Los enfermos, y por causa de ellos sus familias, tenían que soportar una situación de marginación por parte de la sociedad de aquella época (por ejemplo, Juan 9:1-2). Jesús, contra corriente: toca, abraza, tiene comunión, dialoga, establece contacto, se acerca y convive con los enfermos, impuros y marginados. 

2. Las obras de sanidad de Jesús evidencian lo central de las personas sobre las tradiciones. El hecho de que Jesús se acerque a los enfermos marginados, los toque y se deje tocar por ellos era un atentado contra las normas de pureza que gobernaban la sociedad palestina del siglo primero. El ejemplo de Jesús es un ejemplo para nosotros. Es ineludible preguntarnos: ¿Qué tradiciones, costumbres o formas representan un obstáculo en la actualidad para que la iglesia, los creyentes, desarrollen ministerios de servicio sanador? ¿Cómo superar tales obstáculos?

Por una iglesia sanadora

Ser discípulos de Cristo implica ser siervos, cuya tarea es la de estar cerca de los necesitados para acompañarlos en sus procesos de salvación, liberación y sanación: “y sanad (θεραπεύετε) a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9).

Las siguientes acciones son ejemplos concretos de cómo desarrollar la salvación aquí y ahora, este servicio sanador entre nosotros y hacia los demás:

1. Restauración: promover la sanidad de la persona en todos los ámbitos de su vida y que, a la misma vez, pueda sentirse renovada, en condiciones para desempeñar sus responsabilidades.

2. Contención: proveer un espacio donde la persona se sienta sostenida y segura. Implica el apoyo y respaldo en las crisis. 

3. Orientación: invitar a la persona a pensar y discutir una variedad de opciones que puedan facilitar la resolución del conflicto o crisis que se haya presentado. 

4. Reconciliación: generar espacios para abrir el corazón, confesar los errores, ante Dios o los demás, para reconciliarse. La expresión histórica de esta función incorpora aspectos como la confesión y el perdón.

5. Formación: discipular a las personas para que alcancen su plenitud en Cristo y desarrollen sus dones, sirviendo en ministerios acordes a estos. 

6. Liberación: proporcionar contextos de seguridad y confianza mutua que faciliten a la persona la oportunidad de enfrentar y superar las experiencias que le han impedido realizar sus sueños, alcanzar metas y contribuir a la sociedad. 

7. Dignificación: fomentar la transformación de aquellas personas que se sienten víctimas y dependientes de fuerzas externas e internas que las paralizan, en protagonistas de su historia, que se levantan a servir.

Una iglesia sanadora, es una comunidad que hace suyas las palabras de Jesús que tomó del Antiguo Testamento y aplicó a su ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).

¡Amén! ¡Que así sea!

Referencias:

1 SCHIPANI, Daniel. Bases eclesiológicas: La iglesia como comunidad sanadora, 1997

2 MOLTMANN, Jürgen. La iglesia, fuerza del Espíritu. Hacia una eclesiología mesiánica. Sígueme: Salamanca, 1978

3 BONHOEFER, Dietrich. Creer y Vivir. Salamanca: Sígueme, 1974

4 En 1 Corintios 12: 4-11

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El amor comienza en casa

El amor comienza en casa

Hna. Elizabeth Sánchez Ramírez

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

(1 Juan 4:11)

El carácter se forja en casa, allí obtenemos la confianza en nosotros; si somos amados y se alimentan nuestros sueños. La casa, sin importar la construcción, el tamaño o comodidades que ofrece, es el espacio íntimo en el que nos sentimos en libertad de ser y hacer. Nuestra casa habla de nosotras y de nuestra familia; de los gustos, costumbres, organización, hábitos y de la manera en que nos relacionamos. El valor principal de nuestra casa son los lazos afectivos que entrelazan a la familia, representan la seguridad, confianza y aceptación. Cuando es el espacio cálido y nutricio que debiera ser, nos hace exclamar: “¡No hay como estar en casa”! La clave está en el amor que se respira bajo su techo.

Dios creó la familia para que, a través de la relación de la pareja, y en el cuidado de padres e hijos y entre hermanos, el amor encuentre su plena expresión. Cuando el amor que une a un hombre y una mujer en matrimonio se mantiene vivo y floreciente, los hijos crecen sabiéndose amados, protegidos, atendidos en las necesidades de cada etapa de su desarrollo, en un ambiente cálido y armonioso que aun cuando sean adultos, en los tiempos difíciles, tristes o alegres podrán recordar y nutrirse de ese amor familiar.

Cuando hablamos de familia, generalmente pensamos en el modelo inicial creado por Dios; papá, mamá e hijos, sin embargo, en nuestra sociedad tenemos una gran variedad de familias en las que pueden estar incluidos abuelos, tíos, primos, o también puede haber la ausencia de mamá, papá o ambos, hoy se considera familia al núcleo de personas que habitan en la misma casa, unidos por una relación consanguínea o adopción.

El plan de Dios, para la familia es que sea fuente de amor, aceptación y apoyo, sin embargo, en muchos hogares lo que fluyen son conflictos: entre los padres, entre los hermanos, entre padres e hijos; problemas económicos, adicciones, etc. Crece la violencia, el abandono, el divorcio, el desamor, dejando dolor, angustia, baja autoestima, temor; sobre todo en los más pequeños e indefensos. Muchos problemas surgen cuando nos olvidamos de nutrir el amor. Así como necesitamos alimentar nuestro cuerpo cada día con productos saludables, el amor necesita atención y cuidados para mantenerse fuerte y sano. 

Cuando una pareja se une pensando que el amor es solo placer, complacencia, cuando para cada uno solo importa satisfacer sus intereses y necesidades sin tomar en cuenta los del otro, si no están dispuestos a ceder, a dejar su propio bienestar por el bien del otro; el amor está destinado a morir y toda la familia lo sufrirá.

Amar requiere entrega y decisión. El amor se hace evidente por la importancia que damos a la o las personas amadas, por la atención que ponemos a sus necesidades y el esfuerzo que hacemos para satisfacerlas, aun sobre nuestro propio bienestar. El apóstol Juan nos habla acerca del amor perfecto, el amor de Dios: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Dios nos muestra un amor sin límites buscando nuestro bien, por esto, el apóstol nos pide: Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros (1 Juan 4:11). Los otros que están más cercanos son nuestra familia, por eso el amor debe empezar en casa. 

Solemos pensar que amar es vivir siempre felices, que cada uno pueda tener y hacer lo que quiera. Así no es el amor. El apóstol Pablo, nos enseña que el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece (1 Corintios 13:4) Es decir, el amor no se centra en mis intereses y deseos, sino en hacer lo que es bueno para la persona amada. 

Entonces, ¿cómo podemos amar sin buscar nuestros propios intereses? La Biblia es un manual completo del amor. Aquí solo presentaré algunos consejos que sirvan de orientación.

1. Pide la ayuda de Dios. Recuerda que Él te ama, y ama a tu familia. Él te dice: Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo (Jeremías 29:11, DHH).

2. Mantén tu atención en cada miembro de la familia. Qué todos puedan sentirse en libertad y confianza para contarte sus experiencias, sus intereses, sus necesidades, gustos y disgustos. Escúchalos atentamente. De esta forma ellos también estarán dispuestos a escuchar, tus opiniones y consejos. 

3. Respeta a las personas dentro y fuera de casa. Tú conducta es ejemplo para tu familia. El respeto es fundamental para convivir en paz y armonía, por lo que en casa deben establecerse reglas y normas justas que protejan la integridad de todos. Evita la mentira, las palabras hirientes, conductas egoístas, demandantes, impulsivas y sobre todo agresivas de y hacia todas las personas sin importar su edad. Fomenta conductas y palabras amables. En todos los casos el respeto debe ser mutuo.

4. Pasa tiempo de calidad con tu familia. Planea un día a la semana para hacer cosas juntos, actividades que proporcionen alegría, algo que todos disfruten. Por ejemplo: caminar, una noche familiar con juegos de mesa, ver un programa en la televisión, cenar. Esto ayuda a conocernos mejor y reforzar los lazos de unión familiar.

5. Actúa con empatía y comprensión ante los problemas que surgen entre los miembros de la familia. Es necesario aprender que lo que tú piensas, quieres y sientas no es lo único que importa, es preciso tomar en cuenta lo que el otro piensa, quiere y siente para comprender por qué actúa de determinada manera y poder tomar decisiones y acuerdos en caso de conflicto.

6. Ejerce la autoridad que te corresponde con sensibilidad, firmeza, respeto y justicia.

7. Nutre a tu familia cada día con el amor de Dios a través de la oración y el estudio de la Palabra. Tomen tiempo para hacerlo en familia. Cuando el amor de Dios está entre nosotros la casa se llena de paz, esperanza, fe, gratitud y alegría. El amor empieza en casa y se transmite a otros ámbitos de la comunidad.

Dios nos dé sabiduría para que nuestra casa sea ese espacio del genuino amor.

Referencias

• Biblia de Estudio RVR 1960. Editorial Vida. 

• Biblia Edición de Promesas, revisión 1960

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