CAMINANDO A LA LUZ DE SUS PROMESAS

Una doctrina que sana

Min. Ausencio Arroyo García

Con su poder divino, Jesús nos da todo lo que necesitamos para dedicar nuestra vida a Dios. Todo lo tenemos porque lo conocemos a él, quien nos llamó por su gloria y excelencia. Así, nos dio promesas preciosas y valiosas; confiando en ellas, ustedes serán semejantes a Dios y podrán escapar del mundo, el cual será destruido a causa de los malos deseos de los seres humanos (2 Pedro 1:3-4).

En un lejano 1924 comenzaron los estudios bíblicos sistemáticos para la membrecía de nuestra iglesia en México. Sus inicios fueron muy modestos, pero el fuerte apego a las Escrituras y el serio compromiso de obediencia de nuestros hermanos ha logrado que esta práctica perdure a lo largo de 100 años. La meta principal de las lecciones ha sido el aprendizaje para el crecimiento en el conocimiento y la experiencia de la fe cristiana.

Nuestra experiencia confirma la validez de la declaración de la Palabra revelada: somos un pueblo de mujeres y hombres bendecidos. Las Escrituras señalan que Dios, por su gracia, provee las virtudes que necesitamos para vivir en condición espiritual conforme a su corazón; ya que las condiciones de crianza y de influencia negativa del entorno son superadas por la intervención del Espíritu de Dios, quien actúa sobre nuestra mente y emociones y nos transforma para ser nuevas personas. Este es un proceso en el que vamos siendo conformados al carácter y la santidad de Cristo.

Necesitamos ser cambiados porque somos cortos de vista

Lo que hay en tus ojos define lo que ves. Es decir, el conjunto de ideas sobre el mundo y sobre el ser humano nos hacen ver la realidad de una forma particular. En el siglo primero, igual que ahora, se presume una supuesta libertad de ataduras: las personas tenían la tendencia a vivir con criterios egoístas. En el tiempo que se escribe la segunda carta de Pedro se divulgaba una filosofía de vida denominada epicureísmo; la cual consistía, entre otras cosas, en el rechazo de la autoridad divina sobre la vida moral, se proclamaban libres de restricciones, negaban que Dios gobernara la historia declarando que, más bien, ésta iba a su suerte.

El valor principal que promovían era lo útil. Juzgaban que no hay verdades morales absolutas, que solo se tienen opiniones particulares. Afirmaban que el hombre era la medida de todas las cosas y que cada uno tiene su verdad. Planteaban que las leyes morales eran convencionales, no naturales. Promovían la avaricia como válida y la consecución del placer por el placer; así como la evitación del dolor.

Varios de estos maestros se introdujeron en las iglesias. Algunos creyentes, ante la postergación del regreso de Jesús, dejaron de crecer en la gracia de Jesucristo y empezaron a vivir en la perspectiva de una existencia temporal, pensaron que no había retorno de Jesús y que, por lo tanto, no habría juicio final. En su escepticismo, estos, que una vez fueron seguidores de Jesucristo, quedaron atrapados por la filosofía de la época, dejaron los principios de la pureza y la justicia y se deslizaron hacia la inmoralidad.

El escritor sopla la tierra de los ojos de los lectores, y dice con dureza: El Señor castigará sobre todo a aquellos que se dejan llevar por sus sucios deseos y no respetan su autoridad (2 Pedro 2:10). Les reprocha el cinismo de asistir a los convites de la iglesia y comportarse como seres irracionales: Estos maestros insultan lo que no entienden… Ellos les hacen mal a otros y se les pagará con la misma moneda. Disfrutan haciendo a la vista de todos lo que les viene en gana; cuando cenan con ustedes, ellos son una mancha que causa vergüenza, pues con sus mañas lo echan todo a perder (2:12-13).

Hoy como ayer, un alto porcentaje de la humanidad está adoptando las propuestas de una vida sin Dios y, por lo tanto, sin valores permanentes. Para muchos no existe una realidad absoluta que determine las normas con las cuales deba vivir el ser humano. Proponen que cada uno debe, de su propio criterio y preferencia, definir cómo comportarse. El ser humano sin Dios busca ser ley a sí mismo; la sociedad que pretenden formar está caracterizada por el éxito basado en la avaricia y el egoísmo, es decir, su final es la ganancia. Se cree que cada uno tiene derecho de tomar lo que le venga en gana, solo porque así lo desea.

El espectro más oscuro de la búsqueda de la ganancia es la cosificación del otro. Los otros no son valorados como personas sino como cosas a las cuales se les quiere sacar provecho. Esto se hace evidente en muchos ámbitos de la vida: muchos políticos solo quieren nuestros votos para ocupar un cargo donde servirse, los ladrones quieren nuestros bienes, los asesinos las vidas, algunos hombres tratan a la mujer como su propiedad. Para muchas empresas, como las de internet, que en apariencia nos dan su servicio de forma gratuita, somos simples objetos, ya que nos convierten en consumidores y lucran con nuestras identidades y nuestros hábitos.

Este criterio está presente aun en los delitos más delicados como los secuestros, la trata de personas, el uso de niñas y niños como objetos de placer, igual que la industria de la pornografía y la prostitución; a todos los mueve el espíritu de la ganancia. Este es el mundo que estamos formando porque es lo que podemos hacer los humanos. Tenemos la vista muy corta, porque solo pensamos el presente.

La soberanía divina, un atributo olvidado

La imagen predominante de Dios es la de un ser misericordioso. Pero, se ha enfatizado tanto que parece que es el único aspecto del carácter divino. Aun los creyentes olvidamos que Él es Soberano y, por tanto, es juez. Los humanos, incluyendo muchos creyentes, hemos dejado de lado la actitud de reverencia ante la majestad divina. El texto de la carta nos enseña que la verdadera religión no viene de nuestros actos rituales sino del encuentro en temor reverente al Dios santo.

Las manifestaciones de Dios a los personajes del Antiguo Testamento provocaron temor y la postración ante lo Santo: Moisés fue exigido a quitarse sus zapatos, Isaías cayó de rodillas, Tomás reconoció a Jesucristo resucitado y le reconoció como su Señor y su Dios. La fe cristiana consiste en la sumisión a la voluntad divina. No se trata de hacer de Dios un ser mágico que cumple nuestros deseos. Él tiene el dominio real puesto que es eterno y único; además sabe y hace lo que es justo. Pedro argumenta la razón para esforzarse en vivir en obediencia a Dios: el futuro es de Dios y cumplirá sus promesas.

Como ya tienen esas promesas, esfuércense ahora por mejorar su vida así: a la fe, añádanle un carácter digno de admiración; al carácter digno de admiración, añádanle conocimiento. Al conocimiento, añádanle dominio propio; al dominio propio, añádanle constancia; a la constancia, añádanle servicio a Dios; al servicio a Dios añádanle afecto a sus hermanos en Cristo y a ese afecto, añádanle amor. Si todas estas cosas están presentes en su vida y aumentan, entonces no serán gente inútil y no habrán conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo. Si a alguien le faltan estas cosas, entonces está tan corto de vista que está ciego y ha olvidado que sus pecados fueron perdonados. Así que hermanos, Dios los llamó y los eligió. Esfuércense por demostrarlo en su vida, y así nunca caerán, sino que recibirán una grandiosa bienvenida al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:5-11, PDT).

Dios cumplirá sus promesas, resta que hagamos nuestra parte. Los cristianos somos desafiados a pelear contra el pecado. El Señor pide que actuemos en conformidad con la naturaleza a la que hemos sido llamados a participar. Pedro explica que la naturaleza determina el apetito (el puerco quiere lodo, el perro comerá su vómito (2:22); pero, las ovejas buscarán pasto limpio). Así como la esencia de los animales, la condición humana se expresará en sus decisiones, la naturaleza caída buscará satisfacer sus apetitos de placer de forma indiscriminada, mientras que una naturaleza renovada tenderá hacia lo santo. Hay un principio determinante: la naturaleza de los seres determina su conducta, construye su medio ambiente y establece sus tipos de asociación. Un apetito santo y puro busca lo que agrada al Dios santo en un ambiente espiritual y nos asocia con los de nuestra naturaleza. Pero debemos comprender que la nueva naturaleza, que viene por medio del nuevo nacimiento, no es el final, es solo el principio. Una vida santa crece, conforme a su esencia. Esto solo puede ocurrir porque el mismo Señor da los medios de gracia para el crecimiento. Lo que opera de manera correcta llega a ser excelente.

La santificación de los salvos exige disciplina y determinación de por vida. Hay una serie de virtudes cristianas que se suman en el desarrollo: fe (confianza y obediencia), virtud (excelencia moral), conocimiento (relación personal con el Señor y de su voluntad), dominio propio (control de sus pasiones e impulsos), paciencia (resistir las pruebas, Santiago 1:2-8), piedad (glorificación de Dios), afecto fraternal (aprecio y cuidado de los cristianos, Hebreos 13:1) y amor (un compromiso abnegado que busca el más alto bien de la persona amada). Todas estas virtudes son como círculos concéntricos que van aumentando la madurez del creyente. Es también como una escalera donde un escalón lleva al siguiente, en un ascenso hacia la meta del carácter que Dios forja en sus hijos.

La Carta de Pedro nos indica que todo lo que el cristiano necesita para el presente y para el futuro viene de Jesucristo; el mismo que nos llamó, es quien nos dio las promesas para el futuro. Un futuro que está condicionado por el efecto que permitimos haga su Espíritu en nuestro carácter. Esto es, para que una persona participe en los bienes de la vida cristiana debe entrar en relación con Jesucristo, y llegar a ser su discípulo por fe en su sacrificio redentor y su resurrección de entre los muertos.

La entrada a esa relación es la conversión, no la asistencia al culto, ni la bendición del ministro, ni las oraciones de nuestra madre, ni la tradición religiosa de nuestra familia. Esta relación comienza con la iniciativa de Jesucristo, Pedro dice que Cristo nos llamó “por su gloria y excelencia”. Las primeras bendiciones que El Dios Proveedor otorga a su pueblo son para el presente. Esto debe ser valorado en razón de que, la vida cristiana no es solamente una promesa escatológica (para el final de los tiempos), sea personal (nuestra muerte) o universal (la venida del Señor); sino que sus dones comienzan en el presente, desde ya nos ha dado todo lo que se necesita para “la vida y la piedad”.

Ser cristiano no es simplemente buscar a Dios por medio de Jesucristo para que Él provea para todas nuestras necesidades físicas, sino es dedicarse a Cristo en la vida moral. Es tener la actitud de obediencia que pone en primer lugar los asuntos de Dios. Es obedecerlo en la vida moral de tal manera que la conducta y las actitudes del cristiano sean un testimonio de la salvación de Dios y no una afrenta que lleve a los inconversos a dudar de la verdad del Evangelio.

El Evangelio implica determinación sobre el futuro del individuo. Pedro dice (1:2) que Cristo nos ha dado promesas, no vacías ni vanas sino valiosas y grandes. Pedro comienza su lucha contra el escepticismo escatológico en este verso al afirmar que el cristiano tiene un futuro seguro y grande. Estas promesas orientan al cristiano en su conducta en el presente (1:5) y le dan esperanza para un futuro escapando de la “corrupción” o la mortalidad, llegando a ser así “participante de la naturaleza divina” (1:4).

En los últimos años, mucha de la enseñanza sobre las “últimas cosas” que se escucha en los sermones es nada más que especulación. Por lo general no se relaciona la escatología bíblica con la ética cristiana en el tiempo presente. La enseñanza solo pretende satisfacer la curiosidad del creyente respecto a los tiempos y a los eventos de los últimos días, mas no se enfoca en la forma correcta de esperar el retorno del Señor.

Caminando a la luz de sus promesas

Pedro advierte la relación íntima entre el futuro y el presente. Los versos 3:11-12, que dicen: Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios; establecen la finitud de las cosas presentes y la certeza de la segunda venida de Cristo. La visión puesta en el futuro le da al cristiano la perspectiva necesaria para apreciar el valor de la vida santa y piadosa en el presente. En cambio, la persona que abandona la esperanza escatológica está en peligro de pensar que su conducta en el presente no tiene valor o importancia respecto a su destino eterno.

Además, la perspectiva escatológica que Pedro promueve es el antídoto para el pesimismo que piensa que la muerte acaba con todo. La muerte humana no tiene la última palabra porque el cristiano espera ser “participante de la naturaleza divina”, es decir, espera la resurrección cuando cambie su estado corruptible por el incorruptible, su mortalidad por la inmortalidad divina (1 Corintios 15:42, 50-58). Cristo es la respuesta al anhelo más profundo del ser humano, esto es, alcanzar vida eterna, la vida como la de Dios, sin corrupción ni amenazada por la muerte.

En los primeros versículos de la carta, Pedro presenta a Jesucristo como la respuesta completa a todas las necesidades del ser humano. En el presente, provee para las necesidades básicas de la vida natural y la existencia moral. Además, da promesa para el futuro que consiste en la victoria sobre la muerte. Esta existencia es temporal, este estado de cosas pasará, pero, hay una realidad nueva, incorruptible, que está viniendo. Pedro emplea un término mesiánico, la nueva creación consiste en “cielos nuevos y tierra nueva”. La promesa es que seremos revestidos de naturaleza incorruptible. Los cuerpos ya no envejecerán, ni estarán expuestos a las enfermedades, ni a la muerte y toda lágrima será borrada, la presencia plena del Padre y de Jesucristo llenarán todo en todas las cosas.

Si Cristo no regresara entonces toda la vida es un absurdo. Si no hay un Señor que haya vencido la muerte y que retornará a esta tierra con poder y gloria, entonces: “¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!” Si no hay un Señor Soberano a quien demos cuentas, si no hay valores absolutos de dignidad, amor, verdad y justicia; si no hay juicio, no hay justicia para las víctimas; nunca habrá justicia para las niñas y los niños inocentes a los cuales se les arrebata con violencia la pureza de su corazón por las mentes perversas que encuentran en su camino. Si no hay juicio divino, entonces las lágrimas de las mujeres que son abusadas o secuestradas y obligadas a prostituirse nunca serán enjugadas, los desaparecidos serán olvidados del todo y su sangre habrá sido derramada en vano, como lo habría sido su misma existencia. ¿Es suficiente nuestro deseo para asegurarnos un bello mundo? ¿No, acaso, estamos atrapados en nuestro corazón engañoso? ¿Podemos como humanos conformar un mundo correcto? Sin Dios, jamás.

Vivimos en esta confianza: Las promesas del Señor son preciosas y plenas para quienes caminan con Él. No son fruto de la casualidad ni de la magia, son regalos para quienes permanecen en fidelidad.

El objetivo de nuestros estudios bíblicos, en armonía con la Palabra eterna, es conocer y comprender el mensaje de Dios, para que nuestras vidas sean cambiadas y nuestra personalidad sea conformada a Cristo. Estamos siendo transformados por la influencia de su poder y su gracia.

Nos quedamos con este sabio consejo: «Ser un auténtico cristiano tiene un alto costo: según las normas de la Biblia. Hay enemigos que vencer, batallas que librar, sacrificios que hacer, un Egipto que dejar atrás, un desierto que cruzar, una cruz que cargar y una carrera que correr. La conversión no se trata de poner al convertido en un cómodo sillón y llevarlo sentado al reino. Es el comienzo de una tremenda batalla, en la cual cuesta mucho obtener la victoria. ¡La vida espiritual que nada cuesta, nada vale! Un cristianismo barato, sin una cruz, probará ser al final, un cristianismo inútil, sin ninguna corona». JC Ryle

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Proclamando el evangelio

Proclamando el evangelio

Min. Antonio Ixcot Quiche

Por gracia y misericordia de Dios somos iglesia, es una de las experiencias más gratificantes para mi vida. Recuerdo que de adolescente viví la emoción de apoyar en la realización de actividades en una cancha de básquetbol de nuestro municipio. Dichas campañas eran dirigidas por el grupo juvenil de la iglesia local. Estas actividades atraían músicos de otros lugares, inclusive de otras congregaciones, con predicadores invitados. En consecuencia, despertaban en la iglesia en general una motivación tal, que la asistencia a los eventos ascendía. Nuestros vecinos y amigos, en un número considerable, asistían a las actividades en estas campañas juveniles, como se denominaban en aquel tiempo, las cuales duraban dos noches.

Como resultado de estas actividades, al pasar algunos años nuestro grupo juvenil llegó a experimentar tal crecimiento que sumamos más de cien jóvenes. Aquello despertó interés en el pastorado de ese entonces; de allí en adelante se iniciaron las campañas evangelísticas a nivel de iglesia en general. Comenzamos con tres noches consecutivas, pero luego se pensaba en todo el esfuerzo y recursos que se invertían para tres noches, y que esto pudiese aprovecharse mejor si fuese por una semana. Entonces se pasó a una semana de campañas evangelísticas. Y desde hace aproximadamente doce años atrás las celebramos, para honra y gloria de Dios, durante dos semanas.

Hasta aquí ha sido una gran bendición celebrarlas sin importar el esfuerzo, dedicación y sacrificio; el cual es compensado con las diferentes formas en que nos ha bendecido el Señor, en diversas áreas como iglesia.

Todos los recursos que se utilizan son el resultado de ofrendas y aportaciones que llegan a un comité de recaudación local, el cual se crea solo para dicha actividad. Se organizan comisiones para la realización de todo el evento, se procura tomar en cuenta a toda la iglesia en general. Varias de estas comisiones trabajan meses antes del evento. Todo esto ha traído edificación, se fortalecen las relaciones, los nuevos oyentes se integran en comisiones y al ver ofrendar y trabajar a otros anima en nosotros ese deseo de servir. La temática de las dos semanas se enfoca en tres áreas: temas de evangelización donde proclamamos a Cristo, temas que invitan a una vida cristiana y en la finalización de cada tema se realiza un llamado al arrepentimiento.

Estos eventos hacen que algunos que habían dejado de asistir se sientan motivados a retomar el camino, ya que dichas actividades se realizan en un lugar público. Esto hace que a los invitados se les facilite la participación, ya que no es lo mismo atender una invitación al templo. Hemos tenido la dicha de ver llegar a familias casi completas asistir a las noches de campañas. Nos gozamos al ver que en las últimas noches algunos de los invitados ya nos saluden con “paz”, el saludo que nos distingue también como iglesia. Se toma nota de los invitados que asisten cada noche para darle seguimiento. Nos alegramos de recibirlos y que juntos nos gocemos en actividades donde experimentamos una bendición especial de Dios sobre nuestras vidas como iglesia.

Una de las actividades previas a celebrar las campañas, son tareas evangelísticas, en las que, desde hace unos años atrás, tenemos la bendición de hacer que toda la congregación salga a las calles a predicar y tocar puertas para invitar. Para ellos se hacen pequeños grupos donde se integra a bautizados acompañados de oyentes, jóvenes y niños, que tienen asignado previamente una manzana del municipio, un área o un camino vecinal para evangelizar. Toda esta distribución se trabaja y se da a conocer a la iglesia con anticipación y se postean en un muro para informarles a todos. También, antes de ese día, hacemos un repaso sobre los métodos, formas y recomendaciones para compartir el Evangelio, pero también les indicamos que compartan la invitación como se sientan más cómodos, que los métodos son una guía y que Dios a través de su Espíritu puede hacernos evangelizar como Él quiera. Esto da la posibilidad que lo hagan de manera libre y muchos que dominan el idioma nativo, el kiché, también lo usen, pues algunas veces esto genera mayor confianza. Estas “evangelizaciones masivas” –como las denominamos– las realizamos tres veces al año. Y estos últimos nos hemos esforzado para no llevarlas a cabo en sábado, sino en otro día. Hemos obtenido una respuesta positiva por parte de un 85% de la iglesia aproximadamente. Aparte, se comparten invitaciones escritas y se publican en las diferentes plataformas de las redes sociales. Procuramos hacer presencia para que la comunidad a la que pertenecemos se informe de las campañas y nos acompañen de forma presencial o de manera virtual.

Hoy, somos una iglesia a la que Dios le ha regalado un crecimiento tal que contamos con nueve misiones, una de ellas ya fue ascendida a estatus de iglesia, y ahora ya tenemos algunas más que han crecido y están cerca de ser nombradas iglesias también. Dios se ha manifestado de muchas maneras dándonos el fruto del trabajo de su iglesia, el mayor número de bautizados que hemos tenido en un año como congregación es de 72 personas.

Que la iglesia sea una que predique a Cristo, que sea proclamadora de la salvación que hay en Jesús, no ha sido fácil y, aún más, que la iglesia casi en su totalidad salga a las calles a evangelizar. Se experimentan miedos y estos nos pueden detener, por otro lado, la iglesia no se moverá de manera natural a predicar, necesitamos enseñarla y motivarla. Ya lo dice la Palabra: ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:15).

Durante años, intentamos de varias maneras motivar a la iglesia a que saliera a compartir el Evangelio, sin lograr ningún resultado; sin embargo, lo que ayudó fue el poder de la Palabra. Hubo un año donde predicamos por lo menos un sermón al mes, en sábado, haciendo conciencia de nuestra responsabilidad evangelizadora; procuramos aplicar las formas sencillas en las que se pueda compartir el Evangelio de Cristo. Tratamos de motivarlos mediante el testimonio de nuestros hermanos y los resultados que se obtenían.

Recuerdo que un sábado, en la puerta del templo, donde me he quedado atrás algunas veces para intentar saludar a la mayoría cuando van llegando, vi a una hermana llegar con una invitada al servicio de culto. El próximo sábado, la invitada llegó nuevamente, pero ahora no estaba acompañada de la hermana quien la llevó por vez primera, sino ahora de una persona a la que ella misma había invitado; dicha hermana solo tenía un sábado como experiencia en nuestra congregación, pero al siguiente sábado ya había hecho una labor evangelística llevando consigo a otra persona al servicio de culto. Y me pregunté: ¿qué método evangelístico utilizó? ¿Qué le dijo a esta persona para llevarla a la iglesia? ¿Cuántas capacitaciones ha recibido sobre cómo evangelizar? Sucede que, cuando la experiencia con el Evangelio llega a nuestro corazón, no podemos callar lo hermoso que es. Nos pasa como a los discípulos que dijeron: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (Hechos 4:20). Entonces, no se trata de métodos solamente, sino de testimonios para hacer que otros deseen también vivir y disfrutar lo que vivimos por la gracia de Dios.

Compartir el Evangelio es una de las tareas más edificantes que como iglesia tenemos que realizar. Esta labor no se hace solo desde los púlpitos, tampoco debe ser responsabilidad de unos pocos dentro de la congregación delegado a un grupo o a quienes tienen el don de evangelizar, y no debe estar limitado por nuestros métodos. Lo mejor es hacerlo de manera vivencial. Que nuestra evangelización se base en compartir nuestro tiempo, recursos y mesa. Que las personas no solo disfruten de la Palabra en nuestros eventos, sino a través de nuestra amistad y sincero interés. Debemos procurar que se sientan bien y disfruten nuestra compañía, visibilizándolos dentro de nuestras actividades, compartiendo la comida, conversando y riendo con ellos. Son de las cosas que más efecto tienen para mostrar el amor de Dios hacia los demás, como lo dijo Jesús: Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (Juan 17:26).

En una ocasión algunos administradores de la iglesia nos cuestionaban por qué gastábamos muchos recursos en las actividades evangelísticas, específicamente en las celebraciones de las campañas. Nos hicieron ver que estos recursos podrían utilizarse en la compra de terrenos o mejorar la infraestructura del templo, para ese tiempo se invertían aproximadamente cincuenta mil quetzales (son más de $100,000 pesos mexicanos). Ante esto, decidimos no celebrar las campañas ese año y lo informamos a la iglesia. Esta guardó silencio sujeta a nuestra decisión, pero al transcurrir los meses ya se empezaban a oír comentarios de que deberíamos realizar las campañas. Lo que terminó por hacernos cambiar de parecer fue que las personas ajenas a la iglesia, vecinos de nuestro municipio, empezaron a abordarnos y nos preguntaban: “¿cuándo y dónde se llevarán a cabo las campañas?, porque no hemos escuchado ningún anuncio o publicidad del evento”. Esto nos hizo reflexionar, pues nos sentíamos mal de responderles que ese año no se realizarían, y nos dimos cuenta de que era necesario realizarlas. A tan solo un mes de la fecha que normalmente las celebramos, nos movimos y recaudamos lo indispensable, no tuvimos expositores invitados, pero las realizamos y hubo resultados sorprendentes. Una vez más nos dimos cuenta de nuestro papel como iglesia y que por ningún motivo deberíamos de callar para proclamar el reino de Dios.

He comprendido que, como líderes ante una congregación, nos vemos tentados a optar por los caminos más cómodos. Tratar de guiar a la iglesia en el cumplimiento de la tarea de predicar a Jesús no es fácil, pues nos expone a situaciones incómodas como la negativa de la iglesia, que por lo regular no desea salir de la comodidad del templo. Cuántos líderes no han logrado llevar a cabo actividades de evangelización, han acabado agotados, frustrados y terminan conformándose con que haya algunos pocos, que, si lo hicieran, se piensa que eso podría ser suficiente.

La tarea de la evangelización también trae salud a nuestras congregaciones, nos exige compromiso, nos enseña a dar nuestro tiempo y recursos, nos obliga a responder dudas, los que nos ha llevado a interesarnos a estudiar a sentir el deseo de aprender para poder compartir de una mejor forma el Evangelio, nos hace vivir la alegría de ver como Dios trae a personas para hacerlas parte de su iglesia, somos fortalecidos al ver cómo el poder del Espíritu Santo obra cambiando vidas. Evangelizar es un ministerio lleno de bendición.

Este año, en la iglesia, habilitamos una clínica de consultas médicas y un pequeño dispensario de medicinas que busca ofrecer servicios gratuitos, pues comprendemos que no basta con hablar de Cristo, también estamos desafiados a vivir sus enseñanzas. Esperamos que este proyecto crezca para bendición de nuestra comunidad y familias necesitadas, que a la vez tengamos más áreas de servicio donde la iglesia pueda ejercer sus dones, profesiones y deseos de servir. Por el momento contamos con ocho médicos en la congregación, dispuestos a apoyarnos. Estamos atendiendo dos jornadas por mes, creemos que como iglesia somos sal de esta tierra y no quisiéramos perder nuestro sabor. Que en nuestras prioridades como iglesia esté el predicar de Cristo siempre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo (Hechos 5:32).

* El Min. Antonio Ixcot es pastor dedicado de la Iglesia de Dios en San Sebastián, Retalhuleu, Guatemala, Centroamérica.

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Nosotras también anunciamos

Nosotras también anunciamos

Por: Jocheved Martínez

Tú, Dios mío, hablaste, y miles de mujeres dieron la noticia (Salmos 68:11, TLA).

Deseo iniciar esta reflexión, enviando un especial reconocimiento a las mujeres de la Iglesia por su gran fe y perseverancia; a las que se acaban de bautizar, a quienes han permanecido fieles y firmes en medio de enfermedades y crisis, a las que honran al Señor, atendiendo amorosamente a su familia, a las mayores que con su sabiduría siguen brindando consejos. A las líderes que con todo el corazón se paran al frente para guiar y animar. A las mujeres que, habiendo recibido el llamado de Dios y fortalecidas por su Espíritu Santo, reflexionan en la Palabra y anuncian el mensaje.

La pandemia que vivimos años atrás fue el detonante para que muchas despertaran sus dones y los ejercieran. Por ejemplo, en el 2020 y debido a la contingencia sanitaria, con el programa La iglesia en casa, muchas mujeres se vieron en la necesidad de desempeñarse como guías espirituales en su hogar. En esa misma época y para mantener la comunión con el cuerpo de Cristo, se establecieron los cultos en línea, donde también dirigieron las reuniones, participaron con alabanzas, oraciones y expusieron mensajes bíblicos. De hecho, en la actualidad, en las redes sociales, siguen operando, con gran bendición, diversos programas donde ellas comparten la Palabra de Dios.

En una capacitación a mujeres líderes en el norte del país, se habló de la necesidad de prepararse de manera sistemática en las ciencias bíblicas y se mencionaron espacios de formación como los que ofrece el SEM para adquirir un desarrollo bíblico-teológico adecuado. Al finalizar una hermana comentó: “Yo pensé que las hermanas solamente habíamos sido llamadas para hacer tamales” ¡Sí, podemos hacer tamales y más obras para colaborar en la construcción de los templos! pero si se ha recibido el don de la predicación u otros dones, ¡hay que ejercerlos!

Los dones espirituales que Dios da a la iglesia para su edificación, ¿son exclusivamente para los hombres?

El ministerio de la mujer no es un derecho que se busque, tampoco una obligación que se otorgue, sino una manifestación de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10). No es un fin, sino el cumplimiento de un llamado divino. La función de la mujer en los ministerios de la iglesia sigue siendo un asunto de gran interés. En este tema tan trascendental, nuestro punto de partida es la Biblia con su mensaje pertinente, vivo y eficaz.

En el Nuevo Testamento vemos a Jesús durante su ministerio, alentando la vida de las mujeres; entabla una relación amistosa con Martha y María; sana a una endemoniada, María Magdalena; se deja interpelar por una extranjera; se conmueve ante la viuda que lleva a enterrar a su hijo; expone temas de profundidad teológica con una samaritana… y ella como fruto de su encuentro, es impulsada a cumplir un rol misionero en su comunidad. Existen más ejemplos de cómo Jesús dignifica a la mujer y la equipa para compartir el mensaje de salvación.

Una profetiza, una predicadora

En el Antiguo Testamento encontramos a Hulda, una profetiza que es mencionada en 2 Reyes 22:14-20 y 2 Crónicas 34:22-28. Vivió en Jerusalén, aproximadamente en el año 640 a.C., bajo el reinado de Josías, fue contemporánea de profetas como Jeremías y Sofonías. En ese tiempo, el rey envía algunos colaboradores al templo de Dios y allí encuentran una copia del libro de la Ley. Lo toman y lo leen ante Josías, y al escucharlo, rasga sus vestiduras en señal de tristeza y dolor porque el pueblo había desobedecido a Dios, y ahora sufrirían las consecuencias de su alejamiento.

El rey reconoce y honra el ministerio profético de Hulda al consultarle la voluntad del Señor. Ella cumple su función, interpreta fielmente el designio divino y no duda en advertir sobre el duro castigo. Josías entiende el mensaje y realiza de inmediato acciones pertinentes para acatar la voluntad de Dios y llamar al pueblo a la obediencia.

La profecía o predicación es un don

La profecía o predicación es un don, un regalo de Dios y Él, lo reparte a quien quiere. No tiene que ver con edad, sexo, condición social o nivel intelectual. Es la interpretación de la voluntad divina en circunstancias concretas de un pueblo. Genera esperanza, y su significado permite que sea interpretado desde nuevas realidades. Tiene que ver con evidenciar el pecado y llamar al arrepentimiento. La profecía es una palabra que se menciona en el presente, pero sigue siendo de inspiración para generaciones venideras. La denuncia, solución y esperanza es el camino de quienes ejercen esta actividad espiritual.

Las Huldas de hoy

¿A cuántas ha llamado Dios en este tiempo? Aunque había más profetas, Josías llama a Hulda por su reputación y credibilidad. Ella le da un mensaje claro y directo. Dios hoy sigue llamando Huldas. Mujeres con un testimonio de fe que prediquen la Palabra con denuedo y pasión.

¿Pueden realizar dentro de las disciplinas de las ciencias bíblicas una interpretación del texto sagrado? Las mujeres que interpretan el texto bíblico desafían las explicaciones tradicionales, impulsan un nuevo acercamiento hacia la Biblia, donde hombres y mujeres son tratados con la dignidad otorgada por Dios. Desde la visión que el Señor les presenta, aportan sabiduría y enseñanza, liberan la Palabra y el potencial que tiene, ofrecen nuevas ideas que enriquecen el conocimiento teológico. Promueven un diálogo para erradicar la discriminación donde “nadie debe ser excluido”.

¿Qué impacto ha tenido la interpretación bíblica realizada por mujeres? Las mujeres que se han preparado bíblica y teológicamente han encontrado textos liberadores para las personas oprimidas y marginadas. Como grupo menos favorecido, han vivido en carne propia el menosprecio y a través del evangelio han sabido experimentar la plenitud en sus vidas.

¿Pueden enriquecer el conocimiento teológico desde su perspectiva femenina? Claro que sí. Las predicadoras visibilizan a las mujeres, redescubren la posición que tuvieron en el movimiento de Jesús. Dan voz a enfermas como la desahuciada con flujo de sangre que toca el manto del Maestro; a la cananea, quien pasa de la súplica al reclamo, con tal de conseguir la salud para su hija; a la viuda de Naín, que le resucita a su único hijo. Recrean el tierno abrazo que se dan María y Elizabeth embarazadas, en la zona montañosa de Judá, y experimentan la sublime y sinigual emoción de María Magdalena al ver a Jesús resucitado.

¿Pueden promover mejores espacios para ellas dentro de la Iglesia? Sí, la reflexión bíblico-teológica ha impulsado la dignificación de las mujeres y de personas excluidas. Han ubicado en su contexto algunos textos que tradicionalmente habían sido usados para silenciar la voz de las mujeres. Tienen el compromiso de generar una vida digna para ellas y para todos. Buscan superar la dominación y deshumanización de la mitad del género humano.

Consideraciones finales

La interpretación del texto bíblico realizado por mujeres que tienen el don:

1. Bendice a quien la realiza y bendice a quien la recibe. La iglesia valida la acción.

2. El texto revelado es liberador y genera un encuentro de Dios con las mujeres.

3. Visibiliza a la mujer, le da voz y acción, identidad y propósito.

4. Resalta aspectos que a simple vista no se ven, como la misión de las mujeres.

5. Favorece la comprensión, la fe y la inclusión de las mujeres en la vida de la iglesia.

6. Desarrolla una pastoral para atender las necesidades específicas de las mujeres, promoviendo su bienestar completo.

Impulsemos la labor teológica de las mujeres. Estaremos bendiciendo a toda nuestra iglesia.

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EL DESAFÍO DE LA DESCONEXIÓN ECLESIAL

El desafío de la desconexión eclesial

Min. Josué Ramírez de Jesús

En los últimos años hemos experimentado un éxodo de miembros que han abandonado la iglesia, esto representa un enorme desafío para poder ser eficientes en la misión encomendada por el Señor. En la sociedad actual, muchos se encuentran desencantados con la institución eclesiástica. La desilusión con la iglesia puede surgir por diversas razones: hipocresía, escándalos, doctrinas controversiales o simplemente por una falta de conexión espiritual.

Ante este escenario, un peligro que enfrentamos es el dejar de ser pertinentes, perder el interés por las personas y alejarnos de su realidad social. Es cierto, la Iglesia ha cometido errores y ha fallado en cumplir su llamado a reflejar el amor de Cristo. Sin embargo, aún hay esperanza encontrada en la gracia y el amor de Dios, pues, la verdadera fe no está arraigada en las acciones de la iglesia, sino en la relación con Dios. Incluso cuando la institución falla, la presencia y el amor de Dios permanecen inquebrantables.

Una investigación del grupo de George Barna analizó la valoración de cristianos estadounidenses con las iglesias a las que asisten o a las que conviven, y descubrió que: «Incluso algunos miembros comprometidos de la iglesia sienten que están pasados de moda; el porcentaje de practicantes cristianos milenialls que están de acuerdo en que la Iglesia es irrelevante hoy es el mismo que el de no cristianos que sostienen este punto de vista (25%)».1

Aunque el estudio está dirigido a cristianos de Estados Unidos, esta realidad no es muy diferente de lo que nosotros vivimos, personas dentro y fuera de la iglesia la consideran irrelevante. Por este motivo, algunos miembros han comenzado a romper con la comunidad de fe que heredaron de sus padres, otros han comenzado a ir tras las grandes denominaciones, que tienen ministerios “exitosos” y movilizan a gran cantidad de personas con cultos vistosos y deslumbrantes, donde el pastor es visto como una celebridad o showman, en otras palabras, la llamada “cultura de la plataforma”; a la que pocos pueden acceder.

Las tendencias actuales no nos deben dejar impávidos, la iglesia ha sido llamada a ser portadora de Buenas Noticias, en palabras de Hebreos 12:15 a cuidarnos unos a otros, para que nadie deje de recibir la gracia de Dios. Hoy, la realidad que enfrentamos nos recuerda enormemente nuestros fallos y nosotros debemos reconocerlos con humildad. Sin embargo, no tenemos por qué vivir en el temor.

Es tiempo de despertar del letargo y trabajar porque las próximas generaciones encuentren un lugar y nos superen en fruto y extensión del Reino de Dios. Cada uno de nosotros debe hacer la parte que nos corresponde, amando a los demás como Dios nos ama a nosotros.

No podemos negar los cambios, cerrar los ojos, resistirnos. Los cambios han sido parte del cristianismo desde su origen. No somos mejores ni peores, solo tenemos desafíos diferentes.

¿Qué cambios se están gestando dentro del mundo cristiano hoy en día? Déjeme contarle:

Todos conocemos a hermanos y hermanas que ya no están en la iglesia que los vio crecer. Con algunas excepciones la mayoría está en contacto con alguna comunidad eclesial, algunos como asistentes ocasionales, otros como líderes.

Actualmente, en el mundo evangélico está surgiendo una categoría de los llamados ‘deseclesiados’, ‘desiglesiados’ o aquellos que se desvinculan o desconectan de la Iglesia. Mayormente se da en la relación jóvenes e iglesia, pero también puede incluir a personas de todas las edades.

Este fenómeno, puede ser una invitación a redescubrir el verdadero significado del Evangelio. Jesús criticó frecuentemente a los líderes religiosos de su tiempo por su hipocresía y falta de compasión hacia los marginados. En lugar de seguir ciegamente las normas religiosas, Jesús nos llamó a amar a Dios con todo nuestro ser y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La verdadera fe no se trata de cumplir con un conjunto de reglas, sino de vivir en amor y gracia.

Tradicionalmente, la vida de la iglesia ha sido bastante ‘eclesiocéntrica’ y ‘cultocéntrica’; muchas de las terminologías usadas: ser fiel, estar apartado, etc., están relacionados con que la persona vaya o no al culto, es más, a veces ni siquiera preocupándonos en qué condiciones llega, pero lo importante está en llegar. A veces nos interesa que estén ahí, aunque no hagan nada pero que estén ahí, y que lleguen a la iglesia, es una cuestión de repetir prácticas y construir hábitos.

El ‘templocentrismo’ hace sentir que los que no asisten están mal, que están ‘deseclesiados’. La pregunta es si esto es así desde el punto de vista teológico neotestamentario, y saber si también la iglesia debería ‘deseclesiarse’ de sí misma.

Muchos estamos acostumbrados, tan normalizados a años de prácticas con relación a la iglesia y se nos hace mucho más difícil cambiar. Cuando se analiza a los ‘deseclesiados’ observamos que algunos han encontrado la fidelidad yéndose de las iglesias locales, ellos la encuentran fuera porque dentro solo han encontrado traiciones al mensaje de Jesús, traiciones entre algunos miembros, pero también el riesgo de traicionarse a sí mismos de las convicciones que tienen por las presiones de una iglesia ‘eclesiocéntrica’.

¿Cómo se manifiestan estas presiones? “Hermanito, por qué no vino el sábado”, “los jóvenes cristianos no se visten así”, “las mujeres de Dios se visten de tal manera”, entre otras; básicamente se trata de ciertas estructuras que están ahí implantadas. Los espacios de reunión se convierten en espacios de alienación de la realidad, luego entonces, hay personas que ya no los quieren porque ese adoctrinamiento no corresponde con lo que vive el resto de la sociedad.

Hay muchas personas, jóvenes y adultos, que encuentran que salir de la iglesia es un evento liberador. Y la iglesia está a décadas atrás en ciertas posiciones y posturas, no porque no haya tomado una postura sino porque no se permite hablar de esos temas. Entonces, toman distancia porque han entendido que la única forma de ser fiel a Dios es ‘deseclesiarse’, despojarse de esa forma de ser iglesia.

Además, estamos en una época postcristiana, la presencia y relevancia de la Iglesia es muy diferente a lo que era medio siglo atrás. No es que las personas se vayan de la iglesia, sino que salen de ese tipo de estructuras buscando nuevas formas de ser comunidad posiblemente en otras iglesias o tipo de movimientos.

La desconexión eclesial puede ser una experiencia dolorosa y desorientadora, pero, en el entendimiento de muchos de los que se van, también puede ser una oportunidad para un crecimiento espiritual más profundo. Donde a través de la gracia de Dios, pueden encontrar esperanza y renovación incluso en medio de la desilusión religiosa.

El desafío que tenemos como iglesia es grande. Nuestro enfoque tiene que centrarse en las personas, en su relación con Dios y en vivir de acuerdo con los principios del evangelio, la iglesia está llamada a ser el signo visible de Dios más allá de las paredes de cualquier templo.

No solo las nuevas generaciones están en juego, todas las generaciones lo están. Tenemos que preguntarnos cuál es la motivación de alcanzarlos, queremos hacer discípulos de ellos, queremos decir que tenemos una iglesia llena, o tenemos interés en las situaciones que están pasando y los problemas que están enfrentando.

Algunos aspectos que debemos tener en cuenta si queremos alcanzar a quienes se han desconectados de las comunidades eclesiales, son los siguientes:

1. Ir a donde están

No solo debemos acondicionar los espacios del templo para recibir a las personas que invitemos. Nuestra forma de alcanzarlos no se puede reducir a eso, nosotros tenemos que hacer presencia en sus espacios. Si nos fijamos en la historia de la iglesia en los primeros trescientos años, los discípulos de los primeros discípulos que caminaron con Jesús seguían su mismo patrón de misión. ¿Cuál era? Ir donde estaba la gente, y hacer iglesia donde las personas se encontraban. Un caso muy particular lo vemos en la historia de Pedro y Cornelio en Hechos 10.

2. Usar sus medios

Tenemos también que usar sus medios, las redes sociales son los espacios que los jóvenes usan, cada cierto tiempo hay una red social que desplaza a otra red social. Es el medio donde se mueven. Tenemos que ser estudiosos de los medios en los que podemos alcanzar a las diferentes personas y generaciones. Hoy, todavía muchos se enojan y prohíben que los jóvenes tengan redes sociales o usen Biblia en el celular.

3. Usar su lenguaje

El lenguaje tiene que ser sencillo, real e importante. Debemos hablarles y comunicar lo que queremos de forma que podemos conectar con ellos. Ser reales, francos, desde el corazón.

Una de las críticas que tenemos de los estudios bíblicos o de los sermones, es que son como puentes rotos. Lo que sucede es que construimos puentes que no conectan. Hablamos de lo magnífico que hay del otro lado, cuando deberíamos llegar al otro lado. Sin embargo, no cruzamos porque los puentes están rotos, no hay una aplicación con la vida real, y si vemos en las Escrituras el mensaje de Jesús es sencillo, es objetivo, son cosas que se tocan: un arado, perlas, cerdos, una moneda, un padre. Son cosas de la vida real que conectan con el amor de Dios, pero también con la vida cotidiana de las personas.

4. Escuchar sus preguntas

Aquí empieza la parte de pastoral, nosotros estamos respondiendo preguntas que nadie está haciendo, nosotros hablamos de los temas que nos importa a nosotros, estamos haciendo apologética, sin pensar cuáles son los temas que les importan a los demás. No se puede responder, si antes no escuchamos. Como no escuchamos, difícilmente estamos respondiendo.

6. Dejar que contribuyan

Que tomen el lugar que el Señor ya les ha dado por gracia. Muchos se van porque no encuentran en la iglesia un espacio para desarrollar sus dones, algunos sienten que su palabra no es valorada. El discipulado es un medio para que todos contribuyan. No debemos descuidar a los miembros que tenemos pensando que es su obligación estar en los templos. Hay mucha vida fuera de las cuatro paredes y todos pueden contribuir a la expansión y vivencia del Reino.

7. Mucho amor

No dejemos que nuestras tradiciones y nuestras costumbres de invitar a gente a nuestros espacios nos impida alcanzar a las personas, debemos estar con ellos, caminar con ellos, pastorearlos, discipularlos, mentorearlos y sobre todo amarlos.

Que Dios nos dé la sabiduría para enfrentar los desafíos que la época nos presenta.

Referencias bibliográficas:

1 Estudio Barna: “En EUUU se ve la fe cristiana relevante, pero no la iglesia” – Evangélico Digital

Trueman, Carl R. El origen y el triunfo del ego moderno (Spanish Edition). B&H Publishing Group.

Kinnaman, David. Me perdieron (Especialidades Juveniles) (Spanish Edition). Vida.

Kinnaman, David, Lyons, Good Faith: Being a Christian When Society Thinks You’re Irrelevant and Extreme.

Tickle, Phyllis. Emergence Christianity . Baker Publishing Group.

How Pastors & Non-Christians See the Church’s Role – Barna Group.

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Entre el desierto y las promesas

Entre el desierto y las promesas

Elemy Eunice Espinoza Ramírez

A través del tiempo, cada mujer ha enfrentado su propia travesía, marcada a menudo por decisiones desafiantes y la búsqueda constante de libertad. Por ejemplo, Agar, la madre de una gran nación, quien se encontró ante un vasto desierto y una promesa incierta. Aunque a veces interpretamos sus acciones como desobediencia y altivez, olvidamos que ella no eludió el diálogo con Dios cuando le preguntó: ¿qué haces aquí? ¿A dónde vas?

Sabemos que es inevitable enfrentar dificultades en nuestro caminar. No obstante, la clave está en cómo respondemos a esas preguntas cruciales que desafían los rincones más profundos de nuestro corazón. ¿Optamos por evitar la confrontación huyendo de nuestras decisiones? O, como Agar, ¿nos atrevemos a reconocer nuestra realidad con sinceridad, abriendo nuestro corazón a la transformación que solo proviene del encuentro con el Padre?

Cada una de nosotras, en nuestras travesías únicas, nos encontramos entre el desierto de las adversidades y el edén de las promesas. Justo en ese trayecto de reflexión y andar, Dios sale a nuestro encuentro, y con gran amor nos llama por nuestro nombre, reconoce nuestra condición y nos invita a reflexionar sobre nuestras decisiones y el rumbo que queremos tomar preguntándonos: ¿Qué haces en medio de tus luchas diarias? ¿Hacia dónde te diriges ante las decisiones constantes que tomas en tu vida?

El Dios del diálogo

En ocasiones, nos encontramos ante situaciones para las cuales, nuestros recursos resultan insuficientes. Es allí cuando el Dios del diálogo se hace presente, ofreciendo esperanza y orientación. Nuestro primer desafío es tener la capacidad de dialogar de manera sincera con el Padre, quien es la fuente inagotable de amor y sabiduría.

Dialogar con Dios no se trata simplemente de pedir favores o soluciones inmediatas. Significa reconocer con humildad nuestras limitaciones y permitir que la voluntad divina moldee nuestras decisiones. Someterse a la autoridad de Dios no implica aceptar la opresión, ya que esto resulta inaceptable en cualquier circunstancia. Más bien, es un recordatorio de que, incluso cuando nos encontremos en medio del desierto, rodeadas de incertidumbre y desafíos, el Dios del diálogo nos libera a través de las preguntas que nos llevan a la reflexión y la toma de conciencia sobre nuestros actos.

Agar comenzó a hablar, y con su voz expresó su vulnerabilidad al Dios del diálogo. Ella mostró valor al reconocer su huida y expresar su deseo de liberación. La indicación de Dios a Agar para que regresara al lado de su señora y obedecerla, en nuestros tiempos parece desconcertante, si la abordamos desde la óptica de la opresión; pareciera un llamado a permanecer en un entorno de violencia. No obstante, la enseñanza radica en la transformación interna que puede ocurrir cuando, en lugar de evitar una circunstancia difícil, elegimos afrontarla con valentía y dignidad. Dios le recordó a esta madre esclava y extranjera, que regresar a las leyes de ese tiempo le garantizaban protección a ella como a su hijo, ya que el patriarca estaba obligado a proveerles de lo necesario.

Aunque parece contradictorio obedecer a alguien que ha causado sufrimiento, la indicación de Dios implicó un cambio radical en la perspectiva de Agar, quien, en lugar de someterse a la opresión, pudo optar por asumir una actitud de servicio donde encontraría el camino hacia la verdadera libertad y transformación interior.

La mujer que le puso nombre a Dios

Desde mi adolescencia, el testimonio de Agar ha sido un faro de esperanza en mis desiertos. Es extraordinario y admirable saber que Dios no solo escuchó su voz, también platicó con ella y asumió un compromiso: “De mi parte, yo haré que tengas tantos descendientes, que nadie podrá contarlos”.

Es maravilloso descubrir que la promesa de Dios no se limita únicamente a la maternidad, sino que abarca la totalidad de nuestra existencia, originada en nuestra propia voz. El hecho de que a través de ella podamos denunciar las injusticias que enfrentamos y proclamar nuestra verdad sin restricciones en un mundo donde a menudo se nos dice cómo debemos ser y actuar, constituye el camino hacia la libertad.

A medida que reconozcamos y abracemos nuestra voz, asumiremos con responsabilidad y diligencia nuestras decisiones y estaremos listas para enfrentar el segundo desafío: nombrar a Dios. Agar le dio el nombre: «Tú eres el Dios que todo lo ve». Siendo extranjera, esclava, mujer y madre de una gran nación, ella vio al Dios que la miró primero. Tú, ¿qué nombre le has dado a Dios?

Para mí, es “el Dios que todo lo escucha”, porque no me juzga y con ternura me levanta y sostiene una y otra vez, recordándome que no estoy sola. Mi madre, mi hermana, mi sobrina, mis amigas, mis cuñadas y mis hermanas en la fe, con sus voces me alientan a confiar en la promesa de libertad. Esta promesa nos alcanza a todas, donde la opresión y la injusticia no determinan nuestra vida ni quiénes somos. Al contrario, nos impulsa a enfrentar nuestra realidad, tomar acción y buscar alternativas donde todas seamos capaces de vivir en el Edén, siendo guardianas de nuestras hermanas.

Que Dios nos sostenga, y que sigamos cultivando las herramientas necesarias para que nuestra voz resuene con prudencia, responsabilidad y amor. Sigamos aprendiendo de Agar y de su responsabilidad ante cada decisión. Así como le brindó a Sara, como a una hermana, la posibilidad del cumplimiento de la promesa que Dios le había dado, también nosotras seamos capaces de encontrar y responder ante las promesas que Dios nos ha hecho.

Referencias

• Brancher, M. (1997). De los ojos de Agar a los ojos de Dios. Génesis 16,1-16. RIBLA N° 25, ¡Pero nosotras decimos!, pp. 11-27.

• Traducción al Lenguaje Actual (TLA)

• Schwantes. M. (2001/2). Palabras junto a la fuente. Lindas palabras en lugares escondidos: Anotaciones sobre Génesis 16, 1-16. RIBLA N°39, Sembrando esperanzas, pp.10-19.

• Días, L. (2005/1). ¡Qué alegría!- La palabra de Yahweh también vino a la mujer – Un análisis ecofeminista de Génesis 16. RIBLA N°50, Lecturas bíblicas latinoamericanas y caribeñas.

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Un banquete de gracia y comunión

Un banquete de gracia y comunión

Min. Ausencio Arroyo García

Ustedes no tienen razón para sentirse orgullosos. Ya conocen el dicho: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa.» Así que echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva. Ustedes son, en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros. Así que debemos celebrar nuestra Pascua con el pan sin levadura que es la sinceridad y la verdad, y no con la vieja levadura ni con la corrupción de la maldad y la perversidad

(1 Corintios 5:6-8, DHH).

En una sociedad caracterizada por la aceleración del ritmo de vida, la celebración de la Cena corre el riesgo de convertirse en un elemento más de las comidas rápidas, el amoldamiento de las formas religiosas a las condiciones de existencia es una tentación que desvirtúa el significado esencial de esta ordenanza de Jesucristo. Para quienes dicen creer en Cristo sin pertenecer a la comunidad cristiana, o a quienes están en un momento de decepción de las relaciones interpersonales, la idea de recibir a domicilio un paquete con el pan y el vino bendecidos no está lejos de ser una preferencia y, por tanto, sería muy posible verlo aparecer en el espectro de ventas en línea.

Esta acomodación a la necesidad personal no deja de ser un recurso de autoengaño de quien piense que hace la voluntad divina. Es necesario mantener el sentido esencial de las ordenanzas bíblicas a fin de no desvirtuar su conexión con la fe. Los emblemas del pan y el vino son más que comida, son representaciones de la gracia y la fidelidad divinos, son símbolos de una presencia sagrada que actúa en favor de los seres humanos para romper las condiciones de opresión y alienación. Son, al mismo tiempo, la garantía de un futuro eterno, cuando la creación entera sea recreada y establecida en perfecta armonía con el Padre y el Hijo y entre sí, habiendo superado lo finito y frágil de esta existencia.

Una noche diferente

En la descripción rabínica del ritual de la pascua judía, cuando se llena la segunda copa, un niño pregunta: ¿Por qué esta noche es diferente? El padre contesta: «Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y el Señor nuestro Dios nos sacó de allí con brazo fuerte y extendido y si el Santo, bendito sea, no hubiera sacado a nuestros antepasados de Egipto, entonces nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, todavía seríamos esclavos del Faraón en Egipto […] y cuanto más se cuenta la historia de la salida de Egipto, más digno de elogio es […] en cada generación, que cada uno se mire a sí mismo como si hubiera salido de Egipto y le dirás a tu hijo en aquel día, diciendo: es por lo que el Señor hizo por mí cuando salí de Egipto». (Hagada de Pesaj).

En el plan de Dios, el cordero de la pascua anticipó el sacrificio de Cristo. La revelación de la Palabra describe cómo la humanidad resiste a Dios y contraría su voluntad santa generando el distanciamiento entre ambos y entre las criaturas, por lo que su carácter justo demanda la restauración de las relaciones. Dios mismo la inicia y la hace posible. A causa del pecado todo ser humano está condenado a la muerte, tanto física como espiritualmente. Pero Dios, por su sola gracia, sin mérito humano, en un primer pacto redime por medio de la sangre de ciertos animales representativos, como un cordero; y en un segundo y culminante pacto, lo hace por medio de su mismo Hijo. El Padre eterno envía a su único Hijo a morir en lugar de la humanidad pecadora. Para que todo aquel que acepte su sacrificio redentor reciba la bendición del perdón divino. Por esto, nuestra pascua es Cristo.

Esta noche es diferente, porque Dios trajo la liberación plena. El ser humano siendo incapaz de resolver sus problemas esenciales, permanecía cautivo bajo el poder del pecado. Solo el amor sacrificial de Cristo le pudo traer al universo entero la verdadera reconciliación. Lo que parece un acto violento e insensible, constituye la expresión más profunda de amor sublime y lo que parecía la mayor debilidad divina, fue la victoria sobre todos los poderes rebeldes, Pablo escribió: y despojando a las potestades y autoridades, las exhibió en un espectáculo público, triunfando sobre ellas en la cruz (Colosenses 2:15). Para nosotros, este tiempo debe ser de inmensa gratitud por la liberación que nos ha sido otorgada como regalo del Dios de amor. Su don infinito ha pasado por alto nuestras rebeliones, perdonó nuestra arrogancia y egoísmo y nos quitó el temor.

Un banquete de gracia

La última cena de Jesús fue la mesa de los desvalidos, de los olvidados del sistema social. Como anfitrión, Jesús reunió una familia de personas marginadas, sus discípulos eran hombres que en apariencia no tenían un futuro espectacular, no tenían poder económico ni político, eran personas pobres que encarnaban a los condenados de la tierra, fue un encuentro de parias, incluyendo a Jesús, quien se encarnó entre los desheredados. En esta cena culmina la búsqueda de las comidas de Jesús, ya fuesen las cenas con pecadores adinerados o comidas en el campo con multitudes hambrientas, todas expresan la gracia que redime. El mensaje de fondo es: para Dios, todos somos hijos e hijas perdidos y encontrados, nadie será olvidado.

La mesa de la Cena no sólo se adorna con elementos de color blanco que es símbolo de la pureza, también se adorna de color púrpura (morado o violeta) como una referencia al perdón. El perdón de Dios es una decisión inesperada que recibimos los hombres y mujeres, es el acto sublime de quitar la culpa de nuestros hombros y mirarnos como inocentes. Los corazones humildes entienden que nadie es merecedor del sacrificio de amor hecho por Jesús, nadie es digno de que se le otorgue el pan de vida. Nadie tiene nada de qué presumir, ni su perfección moral ni su gran servicio.

La causa de la Cena es la gracia divina que busca salvar; pero la condición es la fe de la persona que participa. Es un encuentro de gracia y fe. Los creyentes nos acercamos a la mesa en actitud de contrición, en arrepentimiento por nuestra pecaminosidad. No hay otra manera de participar del banquete, somos invitados por un favor inmerecido; cada año somos convidados de nuevo como por primera vez, nadie llega con mérito alguno. Es la cena de los hijos pródigos quienes arrepentidos vuelven a casa. Al lado, en la mesa de invitados, se halla otro hijo o hija pródigos, todos venidos del camino contaminado, afectados por imperfección y la insensatez.

Las comidas que ocurren en la historia bíblica, generalmente sellan un pacto o la expresión de protección a una persona: Tú me preparas mesa delante de mis perseguidores (Salmo 23:5). Sin embargo; uno de los contextos que realzan el evento que puede ser tan sencillo en su contenido, es cuando expresan perdón y gracia. Uno de los encuentros del Resucitado con sus discípulos ocurrió junto al lago, donde Jesús les ofreció un almuerzo, entre ellos estaba el atormentado Pedro. Pedro había pasado horas de aflicción, había sido débil en la hora de la prueba, ¿cómo vería a los ojos de nuevo a su maestro? Esa comida, en la mañana a la orilla del lago, fue la señal de restauración: “sin reproches ni condenas”; “empecemos de nuevo, pero esta vez será mejor”.

Hace años, el día de la Cena solíamos cantar: «¡Si fui motivo de dolor Oh Cristo, si por mi causa el débil tropezó, si en tus pisadas caminar no quise… ¡Si vana y torpe mi palabra ha sido, si al que sufría en su dolor dejé, perdón te ruego mi Señor y Dios!». De cuántas cosas nos arrepentimos, sin lugar a dudas. La Cena es tiempo de contrición, pero lo es sobre todo de aceptar la gracia del perdón. Solo después del dolor espiritual puede brotar el gozo verdadero, el gozo que perdura viene de la certeza del perdón y la restauración. Representa la experiencia de fe que acepta la mano invisible de Dios en la historia de salvación. El reavivamiento personal no se encontrará en la forma del culto sino en la profundidad de la experiencia. No está en el orden del ritual ni en las palabras litúrgicas empleadas en él, tampoco en las luces del altar o la vestimenta personal, se halla en la conciencia de la presencia personal de Jesucristo.

Nadie va a la mesa solo

Los banquetes romanos del primer siglo consistían de dos momentos claves, la cena propia que consistía del consumo de alimentos para todos los asistentes y el convivio posterior para el grupo de hombres selectos que incluía el consumo de vino y los debates sobre temas filosóficos o políticos, así como la presencia de músicos y espectáculos diversos, en ellos prevalecían las jerarquías sociales y el uso de esclavos y prostitutas.

El peligro que el apóstol Pablo observa en la iglesia de Corinto es la trivialización de la Cena del Señor, haciendo de ella un encuentro de valores mundanos, de pretensiones de privilegios y preservación de jerarquías sociales. En las fiestas de “agapei”, convivios de amor cristiano, ligadas a la participación de los elementos de la Cena del Señor, había quienes se creían con el derecho de los mejores asientos y las mejores comidas. La comunión de la Cena es una comunión de iguales, ante Cristo desaparecen las jerarquías. En este acto, todos los miembros nos sentimos identificados con la realidad espiritual de ser iglesia. La Cena del Señor es más que un encuentro de personas con historia común, es un encuentro de quienes, además, tienen un futuro eterno juntos.

Lo que sucede en las comidas, revela el carácter de los comensales. Al parecer algunos miembros de la iglesia en Corinto asumían que el solo hecho de participar de los emblemas les era confiable para una vida feliz y un futuro eterno. La enseñanza de Pablo a la iglesia de Corinto resalta la direccionalidad de evitar las comidas paganas de las casas o los templos, les prohíbe participar de las festividades de la ciudad: […] no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (1 Corintios 10:21). En este capítulo Pablo refiere que el carácter de Dios es inalterable a lo largo de los siglos, como fue en el pasado así es hoy, su santidad es incuestionable y si se participa de los emblemas con las actitudes equivocadas persiste la misma amenaza: […] Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto (10:5). ¿Sacrificará alguien la unidad del cuerpo de Cristo por las preferencias sociales egoístas y por comer lo que le agrada?

Los paganos creían que al participar de los elementos de sus festividades podrían recibir beneficios concretos inmediatos, como protección, virilidad, sanidad, prosperidad, y muchos otros. Pero las observaciones del apóstol indican que los elementos no tienen poder en sí mismos, aunque lleguen de manera milagrosa como el maná o el agua en el desierto, nada asegura salvación o inmortalidad por sí mismo. Su visión mágica estaba lejos de la realidad del concepto bíblico. La búsqueda de transformación no es de los elementos sino de las personas. La participación de la Cena es un impulso de transformación de la conciencia personal fundamentada en la presencia del Señor resucitado. Lo esencial no está en la forma o los elementos concretos sino en la fe de los participantes.

La pasión por una iglesia sin mancha ni arruga puede llevar a una práctica legalista en la Cena del Señor, se delimita quién participa y quién no, y se exhibe a determinadas personas por sus condiciones, se promueve el miedo a no ser dignos. La actitud de discriminar a algunos creyentes porque son diferentes y menospreciar su calidad de fe es poner en duda su pertenencia al cuerpo de Cristo. En un cuerpo, hay elementos sencillos pero que son relevantes para el conjunto; por lo cual nadie debe menospreciar a ningún miembro. Pablo condena el clasismo de los corintios que se creían “espirituales”, pretendían hacer de su don de lenguas (glosolalia) un don celestial, discriminando a los que no lo tuvieran.

Cuando nos miramos con orgullo, creyéndonos merecedores de los bienes eternos, miramos de soslayo y con menosprecio al hermano o la hermana diferentes, si nos comparamos ante quienes no tienen los mismos dones que nosotros tenemos, o no tienen las características ni las condiciones que consideramos buenas o superiores, como las que sentimos tener, segregamos y con ello rompemos la comunión del cuerpo de Cristo. Un cuerpo es una diversidad de órganos entrelazados donde todos los miembros, sencillos o complejos, tienen una función vital. Ningún órgano aislado es un cuerpo en sí mismo, sólo somos cuerpo en relación de interdependencia. Porque el que come y bebe sin considerar a los que forman el cuerpo del Señor, se condena a sí mismo (1 Corintios 11:29, PDT).

Los emblemas del pan y el vino (jugo de uva) son para aquellos que entiendan su significado, participen con reverencia del acto y mantengan la comunión con el Señor y el cuerpo espiritual de Cristo. El evento de la Cena es un banquete impregnado de gracia incondicional y santidad de vida.

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El amor de Dios en medio de la oscuridad

El amor de Dios en medio de la oscuridad

Hna. Valeria Alejandra Espinoza Pardo

Es parte de la vida humana experimentar distintas emociones, las mismas pueden ser de felicidad, angustia, tristeza y demás. Son tan comunes que en la Biblia encontramos varias narraciones que se centran en el estado anímico de las personas. Por supuesto, a todos nos encantaría vivir separados de situaciones que desencadenan emociones que causan conflicto y son negativas, sin embargo, a pesar de que las calamidades suelen venir acompañadas de mucho dolor y angustia, también se hace presente el abrazo lleno de ternura por parte de nuestro Dios, quien permanece en todo el proceso de sombra y dolor, no se aleja ni abandona, hasta que al final del túnel se alcanza a ver la luz. Al menos así lo sentí yo, y hoy quiero platicarte parte de mi historia.

En el 2020 mis papás se contagiaron de Covid-19. Comenzaron con síntomas controlables, pero pasados unos días, los dos empezaron a tener dificultad para respirar, por lo que requirieron apoyo de oxígeno. Recuerdo perfectamente un día donde el tanque con el que contaba mi papá se quedó vacío y solo teníamos un concentrador que usaba mi mamá, el cual generaba oxígeno, pero solo lo suficiente para abastecer a una persona. Comenzamos desesperadamente a buscar un lugar donde pudieran rellenar el tanque de mi papá, pero no encontrábamos, ya que en ese momento había escasez en todo Nuevo León, debido a la pandemia. Al no contar con el tanque, llegó un punto donde no sabíamos a quién darle el concentrador, por un lado, mi papá, quien tenía la saturación más baja, lo necesitaba, por el otro mi mamá, cuando se lo retirábamos un rato, nos suplicaba que no nos tardáramos, porque sentía que el aire le faltaba cada vez más. La incertidumbre y desesperación de no encontrar un lugar para rellenar el tanque y la tristeza que me daba elegir entre a quién darle el concentrador, y por cuánto tiempo, a dos de las personas más importantes de mi vida, provocaron algunas de las horas más largas que he tenido en la vida.

Pasados los días, las cosas empeoraron, teniendo que internar de urgencia a mi papá que ya no estaba reaccionando al tratamiento, tuve que despedirme de él, sin saber que ese día que lo dejé en el hospital, sería el último que lo volvería a ver con vida. Recuerdo las llamadas recurrentes de parte del hospital, para reportarnos sobre la situación de mi papá y siempre eran malas noticias. No se recuperaba, iba empeorando. Y así, mientras tanto, la situación con mi mamá también era inestable, ya que su oxigenación estaba cada vez más baja, y después de días de lucha por respirar, tuvimos que internarla también.

Lamentablemente, un domingo por la mañana nos dieron la noticia que nadie quería escuchar, mi papá ya descansaba en el Señor. Era tan difícil el panorama, por una parte, el dolor de perder a mi papá, de saber que ya no lo vería más, fue devastador. Por otro lado, la incertidumbre que causaba que mi mamá estuviera hospitalizada, con la posibilidad de que ella tampoco sobreviviera a la enfermedad. Por si eso no fuera suficiente, justo en ese tiempo, mi hermana y yo dimos positivo a Covid-19. En los días siguientes, el sueño desapareció de nosotras, debido a la tristeza ocasionada por papá, a la angustia que sentíamos por mamá y al malestar físico que teníamos. El cansancio mental era extremo. Una de las cosas que más me dolía, era que, en medio de tanto dolor, no podíamos recibir visitas, nadie nos podía abrazar o acercarse, solo éramos mi hermana y yo.

Mi mamá duró internada casi dos meses, donde tuvieron que intubarla para que pudiera seguir respirando, y como la intubación no fue suficiente, tuvieron que realizarle una traqueostomía. El pronóstico era muy desalentador, los doctores nos decían que nos preparáramos para lo peor. Sumado a eso, la cuenta del hospital iba en aumento, como ya llevaba tiempo internada, tendríamos que pagar más de medio millón de pesos.

En esos momentos de mayor incertidumbre y profundo dolor, nunca dejamos de confiar, de creer y de orar a Dios, porque sabíamos que Él tenía el control. Recordaba fielmente lo que dice su palabra: La voluntad de Dios siempre será buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). Tal vez pienses: “¿cómo es posible esto? ¡Si perdió a su papá!” pero, aunque la muerte de papá no era lo que yo quería, pude descansar en la idea de que, para Dios, ese fue el tiempo de mi papá con nosotras, y confié firmemente que el propósito del Señor, en la vida de mi papá, ya había sido cumplido, confiando además en la promesa de que algún día lo volveré a ver. También comprendí que hubiera sido egoísta de mi parte querer que mi papá sobreviviera, ya que posiblemente sufriría secuelas muy graves por todo el proceso de enfermedad que atravesó, lo cual hubiera limitado mucho sus actividades; y para mi papá, quien era una persona demasiado activa, esto hubiera sido algo devastador.

En medio de ese valle de sombra, pude ver y sentir tan claro y palpable el amor de Dios, sentir su abrazo a través de las personas que me rodeaban. ¡Fue algo maravilloso! Mis amigos organizaron una caravana fuera de mi casa, y aunque fue a lo lejos, su visita fue muy reconfortante. Hermanos de la iglesia y familia nos apoyaron en todo momento, económica, emocional y espiritualmente, en muchas personas conocidas y no conocidas Dios puso una gran disposición en sus corazones. Jamás me sentí sola. Dios me abrazó con fuerza por medio de tantas muestras de amor.

Sé que el Señor cuidó de mi vida en todo momento, aunque me contagié de Covid, mis síntomas fueron leves, y gracias a eso puede cuidar a mis padres. Él proveyó, aún con la escasez de oxígeno, y la saturación en los hospitales, suplió toda necesidad que tuvimos. Vi el inmenso amor de Dios al sanar completamente a mi mamá, y que ahora ella pueda ser un testimonio vivo de lo que Dios puede hacer a pesar de cualquier pronóstico.

Y, respecto a la cuenta del hospital, aunque no teníamos los recursos para cubrirla, Dios abrió las puertas. Un primo le escribió por redes sociales al gobernador de aquel entonces de N. L., comentándole la situación por la que mi familia pasaba. Era casi imposible que pudiera leer su mensaje, pero pasó. La Secretaría de Salud se puso en contacto conmigo y ellos arreglaron la cuenta del hospital a una módica cantidad, pudiendo así dar de alta a mi mamá. El proceso de recuperación y duelo fue muy duro y lento, pero pudimos salir adelante con la ayuda de Dios. Hoy, más que nunca, confío plenamente en que tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

Durante todo este proceso experimenté aquel texto que dice: Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:7). Esa paz que solo da nuestro Señor, inundó mi vida, abrazándome y no dejándome caer en mi momento más difícil.

Sea cual sea la situación por la que estés pasando, tienes que saber de dónde viene tu ayuda, Dios tiene el control de toda situación, y por más oscuro que esté el panorama, Él siempre está obrando, y te puede brindar una paz profunda y verdadera que provee confianza y seguridad a pesar de las circunstancias que nos rodean, una paz que supera cualquier situación que estemos atravesando.

Tenemos un Dios que hace lo imposible posible, solo tienes que creer en Él.

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Trabajo en equipo

Trabajo en equipo

Min. José Manuel Ortiz Vázquez

 

No solo de enamoramiento vive un matrimonio…

Estimados hermanos, quizá ustedes como muchos otros se preguntan qué se necesita para que un matrimonio funcione, y tal vez aun estás intentando descifrar las claves para un buen funcionamiento, quiero invitarte a hacer unas reflexiones sobre uno de los principios matrimoniales más importantes.

Hay un aparato que nos servirá para ilustrar nuestro artículo, se llama péndulo de Newton. Este aparato está formado por varias esferas suspendidas en el aire y formadas en línea. Su funcionamiento consiste en que una esfera de un extremo golpea a las demás, lo que provoca que la esfera del otro extremo se desplace, y al regresar vuelva a golpear para balancear a la esfera que inició el movimiento. Si vemos este aparato en funcionamiento, aunque tuvo que iniciar en alguno de los extremos, ya no sabríamos donde comenzó, dado que ha entrado en un ciclo de funcionamiento. Para que las esferas sigan balanceándose depende de la fuerza de las dos esferas de los extremos y no solo de la que inició el movimiento.

Una relación de pareja siempre ha de iniciar en algo que todos conocemos como atracción o enamoramiento; sin embargo, el enamoramiento por sí solo, resulta insuficiente para que una relación sea realmente funcional, pues el matrimonio tiene que ser impulsado por otras características más allá de lo que se siente, por ejemplo: las decisiones, los proyectos, las metas y, por supuesto, nuestra clave: el trabajo en equipo. De tal manera que, como en el ejemplo del péndulo de Newton, donde las dos esferas extremas golpean para mantener el movimiento del aparato, para que el matrimonio entre en un ciclo de funcionalidad, el enamoramiento debe dar paso al trabajo en equipo, a las decisiones y a los proyectos en conjunto. Es así como en este ciclo vital del matrimonio, y al mismo tiempo el trabajo en equipo, alimenta el enamoramiento, volviéndose características complementarias y vitales de un ciclo funcional, donde si un aspecto deja de funcionar, todo se detiene y el matrimonio inicia una fase de decaimiento.

¿Qué entendemos por trabajo en equipo?

Uno de los errores comunes que se tiene en los matrimonios, es llegar asumiendo que las definiciones o lo que entendemos sobre algo, es lo que las demás personas entenderán. Todos tienen en su mente una comprensión de lo que es ser esposo o esposa, de lo que es familia, de lo que es trabajo, etc. Y esto ha sido formado por las propias historias, por los ejemplos de los padres o de personas altamente significativas para quién está llegando a formar parte de un nuevo hogar, aunque dichos ejemplos no siempre sean los más correctos o saludables. Sin embargo, si esto no es corregido con el paso del tiempo dentro de un diálogo matrimonial, para adaptarlo a la relación, terminará carcomiendo las bases del vínculo, aun cuando haya iniciado con enamoramiento. Por ello, es necesario que, como primer punto para poder trabajar en equipo, entendamos qué es trabajo en equipo.

Durante mucho tiempo, el trabajo en equipo como tema ha sido un concepto poco abordado. Muchas veces, en el matrimonio se llega a asumir un rol que por costumbre ha sido asignado y asumido por cada uno de los esposos y estos, a su vez, lo transmiten como algo automático a las siguientes generaciones. Sin embargo, el no hacer énfasis en el trabajo en equipo puede traer consecuencias que terminan desgastando la relación, tal es el caso del cansancio emocional, la insatisfacción, la frustración y la saturación de responsabilidades. Pensemos, por ejemplo, en los roles asignados, en los cuales el hombre se casa para ser un proveedor y la mujer para atender su casa. Si bien esta fue una forma funcional en un tiempo, puede acarrear, en determinado momento, las consecuencias antes mencionadas.

Lo que funcionó anteriormente, en gran parte determinado por el contexto sociocultural, no siempre responde a los desafíos y tiempos presentes; pues, las necesidades actuales, los deseos de realización y la complejidad misma del ser humano demandan algo más que una asignación tradicional y automática de roles, pues las personas tienen sueños, necesidades, etc. Un hombre también necesita involucrarse y disfrutar la crianza de sus hijos y sus detalles hermosos, y tiene aptitudes para ello. Lo mismo aplica a una mujer, quien ha sido dotada de capacidades y deseos de realización. Ante esta situación, la pregunta que surge entonces es:

¿Cómo impulsar el trabajo en equipo?

1. ¿Qué dice la Biblia?

En la Palabra no encontraremos una receta que nos diga específicamente paso por paso cómo resolver cada situación de la vida, más bien, encontraremos principios que nos permitirán formarnos en sabiduría para entender las situaciones y tomar las mejores decisiones para nuestras familias y matrimonios. Dios no da recetas, da principios en los que podamos basar nuestras decisiones para que lo que hagamos pueda prosperar; es por ello que no encontraremos tareas exclusivas de cada uno para trabajar en equipo. Más bien tendremos el desafío de que cada pareja pueda llegar a tomar sus propias decisiones basados en principios como la ayuda mutua y la corresponsabilidad.

2. Decidir desde la libertad

Cada pareja tiene la posibilidad de entenderse mutuamente desde la libertad de las decisiones, y para ello es importante ponerse de acuerdo en cómo sobrellevar las responsabilidades que un hogar implica, tales como: la provisión económica, crianza de los hijos, tareas escolares, tareas del hogar, proyectos familiares, proyectos patrimoniales, aspectos recreativos y todo lo que a los miembros del matrimonio compete, comprendiendo que cada desafío o necesidad se aborda desde la corresponsabilidad y la ayuda mutua, llegando a asumirlas desde la libertad, más que de la imposición tradicional.

3. Decidir desde el amor

Finalmente, es necesario responder al principio fundamental que une la pareja, el amor. Pero más allá de pensar en él como una cuestión sentimental, entenderlo como una cuestión de decisiones que se manifiesta en acciones, intenciones, anhelos y deseos del mayor bien de la pareja.

Ante los desafíos y necesidades propias de nuestros tiempos, algo que nos permitirá tomar decisiones para que el matrimonio pueda ser realmente un equipo, es ser conscientes también de que el matrimonio no consiste en buscar la satisfacción propia sino la de ambos, y que en este camino habrá momentos de sacrificio con tal de llegar a la meta que ambos se han propuesto, indistintamente de cuál sea. Y para ello, la sensibilidad, la empatía y la comprensión hacia la pareja serán elementos claves para entender que una tarea va más allá de un rol de género, sino que se asume en miras del apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo.

Porque si caen, el uno levantará a su compañero;

pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante.

También, si dos duermen juntos se calientan mutuamente, pero ¿cómo se caentará uno solo?

A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten,

pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

(Eclesiastés 4:9-12).

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La Iglesia: el cuerpo de Cristo

Una doctrina que sana

Min. Ausencio Arroyo García

El lenguaje bíblico recurre al uso de símbolos como el vehículo que nos acerca a los objetos y experiencias sobrenaturales. Entre otros elementos, los textos están llenos de metáforas las cuales describen una realidad que resulta inaccesible a los sentidos o al simple razonamiento. Las metáforas, literalmente “llevar más allá”, son el medio por el cual se definen cualidades o características de algo trascendente. Los términos empleados por estas figuras literarias pertenecen al lenguaje cotidiano, pero se refieren a lo sublime y eterno. Cuando se habla de la iglesia como cuerpo no es un dato literal sino un símbolo lleno de significado.

Cuando Pablo define la iglesia como cuerpo (Romanos 12:4-5; 1 Corintios 10:16-17; 12:12-27; Efesios 4:4,12,16; 5:30; Colosenses 1:18,22, 24; 2:17, 19; 3:15) se refiere a la diversidad necesaria de sus miembros, ya que a manera del cuerpo, se integra de muchos miembros y todos son interdependientes e interrelacionados; sin embargo, hay que comprender la gran verdad: lo uno integrado es más que la suma de sus partes. Como en un cuerpo, ninguno puede ser sin los otros, ni sería capaz de realizar su función en aislamiento, ni tendría significado puesto que nadie existe solo para sí. La Iglesia como comunidad visible, se forma de personas que no solo han nacido juntas, se han criado juntas, sino que deciden permanecer y trabajar juntas porque están entrelazadas entre sí por Jesucristo.

La iglesia es la comunidad corporativa de los creyentes en Cristo Jesús a quienes Dios llamó a conformar un colectivo de fe, para experimentar la gracia transformadora que renueva la persona que somos, a cada miembro nos da un llamado de vida como función para el cuerpo y nos capacita para cumplirlo por medio de los dones y fuerza de su Espíritu. Qué debemos ver en la iglesia:

La Iglesia es parte del plan redentor de Dios

La iglesia nace del amor del Padre y del Hijo. El amor del Hijo que va a la muerte en una edad plena de vida y en un juicio amañado; siendo inocente fue condenado y derramó su sangre, entregó el último suspiro de su aliento pendiendo de la cruz. El amor del Padre que se expresa en la iniciativa de salvar y se mantiene en silencio cuando su Hijo muere, este profundo silencio expresa la empatía de Dios por los humanos. El silencio de Dios es la melodía de amor más conmovedora.

El plan redentor de Dios se define a través de su proyecto de establecer su reino. El reino de Dios fue anticipado por los profetas del Antiguo Testamento y manifestado en la encarnación y las enseñanzas del Hijo, en el Nuevo. El reino, en un sentido bíblico, es el plan de Dios de ejercer señorío absoluto sobre todas las cosas. En él, toda la creación será liberada de toda imperfección y potenciada por lo eterno, hasta alcanzar su plenitud. Este plan implica la intervención salvadora de Dios a favor del ser humano en todos sus ámbitos de vida.

La declaración de Jesús: “el reino de Dios está próximo de ustedes” nos remite a la idea de que el reino de Dios no debe ser puesto exclusivamente al final o fuera de la historia, sino que debe ser buscado desde aquí y ahora, porque ya está presente (Marcos 1:15; Lucas 10:9,11; Mateo 4:17). Los evangelios nos enseñan que Dios definió el tiempo para manifestarlo, Él determinó el momento oportuno (en griego kairós), así, el reino se hizo cercano en la persona y la misión de Jesús. La dimensión presente nos indica que no hay que esperar más: el reino llegó ya, y es necesario creer en él. El ya del reino corresponde con la esperanza confiada en el futuro triunfo de Dios y por medio de Él, de los justos; para este fin llama a los oyentes a cambiar de mentalidad y con ello abrirse a experiencias espirituales nuevas.

La dimensión temporal del “ya” se refiere a la acción reconciliadora de Dios, la transformación presente de la condición humana y en la cual la iglesia opera como agente de restauración espiritual; la dimensión del “todavía no”, que anuncia la consumación del plan de Dios se completará en el retorno de Jesús y será la concreción visible del reino eterno en todas las dimensiones de la vida.

Por tanto, debemos comprender que la iglesia es parte del proceso del reino, un reino que ha comenzado, haciéndose evidente allí donde dominan la justicia y la paz (en hebreo shalom). La paz que viene de Dios consiste en la experiencia de bienestar pleno, se alcanza como fruto de la verdadera justicia y conlleva la reconciliación de las relaciones, la salud emocional y espiritual y recrea el ambiente donde cada uno realiza lo mejor de sí. Para esto existe la iglesia.

La teología de la Iglesia como cuerpo

La iglesia es el templo de Dios, esto significa que Él habita en la comunidad de creyentes por medio del Espíritu (Efesios 2:21-22; 1 Corintios 3:9-17; 6:9-20; 2 Corintios 6:14-18; 1 Pedro 2:5). La Iglesia local es una comunidad que nace y se nutre del Espíritu Santo, los miembros son engendrados por su poder y son llamados para el servicio cristiano. Es morada del Espíritu, donde se hace manifiesto el Señorío de Cristo y donde se hace posible, de manera clara y nutricio el encuentro entre Dios y la humanidad. Los creyentes son alentados por el Espíritu a integrarse en congregaciones que promueven una salvación integral para todos los creyentes y que trascienden los muros de la membrecía porque su modelo comunitario es el de Jesucristo, el hermano incluyente, restaurador y solidario. Debemos comprender que, sin el Espíritu: la iglesia se muere y, sin la iglesia, la misión de Cristo se empobrece.

La iglesia tiene la encomienda de ser agente de la misión de Dios en la Tierra. La iglesia confiesa al Señor y proclaman sus buenas nuevas hasta los confines de la tierra. La evangelización busca llevar a personas a los pies de Cristo e integrarlos en la comunidad de creyentes. En razón de esto, ni la evangelización ni la acción social tendrían sentido si no se le mira como la expresión visible y terrenal del Reino de Dios. Como una comunidad visible somos un compañerismo de pecadores arrepentidos, regenerados y santificados, a quienes el Señor nos ha integrado para conformar el pueblo de Dios, en un conjunto de personas llamadas a servirle y a vivir juntas en una comunidad que da testimonio del carácter y de los valores de su Reino. 

La experiencia de comunión entre creyentes es experiencia de vida plena, consiste en el intercambio de medios y energías vitales. Una experiencia de vida cristiana, aislada y sin relaciones es una contradicción, ya que el seguimiento de Jesús solo se puede realizar junto con otros, pero nunca exclusiva de lo privado. La carencia radical de relaciones es la muerte total. Por medio del Espíritu, Dios crea la comunión con él (2 Corintios 13:14) y genera la red de relaciones comunitarias en las que la vida surge, florece y fructifica. La vida verdadera surge de la comunión y donde aparecen comunidades que posibilitan y alimentan la vida. La iglesia es el espacio vital para el crecimiento integral de las personas, experimentar la gracia restauradora, la sanidad, la paz y el amor manifestados en Jesús.

El término cuerpo es aplicado por el apóstol Pablo a la iglesia en una forma metafórica para referirse a condiciones o cualidades de la personalidad corporativa de Cristo. La iglesia como comunión implica la pluralidad en la unidad. Una comunión real une lo diferente y diferencia lo uno. La “comunión del Espíritu Santo” es amor que une y libertad que permite a cada uno ser aquello para lo que fue creado (Efesios 2:10). Las experiencias de Dios acontecen no solo individualmente, en el encuentro íntimo con el Padre amoroso, sino también socialmente, en el encuentro con los demás. En la Iglesia somos integrados los diferentes (Gálatas 3:28) aunque preservamos algunas particularidades personales (1 Corintios 7:17).

Todos los creyentes recibimos el mismo regalo del Espíritu Santo (Romanos 6:23), pero en cada uno se manifiesta de manera distinta, porque somos llamados a conformar un cuerpo, un cuerpo tiene miembros diversos, pero todos son interdependientes y se interrelacionan para preservar la vida y cumplir los propósitos del ser que representa el cuerpo. Así también el Espíritu en la iglesia, crea unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Lo que cada persona es y tiene por el Espíritu es puesto al servicio del reino de Dios (1 Corintios 7:17-24). Los dones o carismas del Espíritu se experimentan en el seguimiento obediente de Jesús y operan, principalmente, en la construcción de la comunidad de Cristo, que da testimonio del Reino futuro.

Los seres humanos están sujetos a fuerzas que determinan su existencia, frecuentemente actúan de una forma destructiva, lo que produce enfermedad existencial. Uno de los propósitos de los dones del Espíritu es la restauración. Desde un enfoque integral, la restauración restablece la comunión perturbada y la vuelve dispuesta a compartir la vida. Así vemos cómo Jesús curó a los enfermos: restableciendo, por su solidaridad con ellos, su comunión con Dios. En un mundo de egoísmos y abusos, los creyentes necesitamos sanar nuestras relaciones. 

La Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que cada uno de los creyentes es un miembro activo, porque el Espíritu ha dado diversidad de dones y con base en ellos, desempeñan diferentes tareas. Como la cabeza realiza ciertas funciones para el cuerpo, así Cristo lo hace para la iglesia: la dirige, orienta, coordina, equilibra, la representa y es su fuente de vida. Los creyentes están relacionados con Cristo y entre sí, como lo están los diferentes miembros de un cuerpo, de modo que todos necesitan la participación de los demás (Romanos 12:3-21; 14:1-12; 1 Corintios 12:12-13, 25-26; Efesios 4:1-6; 5:30; Santiago 4:11-12).

En un mundo con claras tendencias uniformistas y marginadoras, solo la unidad en la diversidad convierte a la comunidad en una “Iglesia integradora” (1 Corintios 12). Los carismas son otorgados para dar testimonio del señorío liberador de Cristo en las situaciones de vida, no son un escape a un mundo de fantasías religiosas (Romanos 12:1-8). La iglesia responde al plan de Dios de formar una gran familia, de la cual Dios es el Señor y que tiene una administración ordenada por Él. El plan de Dios tiene una perspectiva cósmica: de reunir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10, 20-23). El misterio del plan de Dios consiste en la redención por medio del establecimiento de la paz que supera todas las barreras y los odios, prejuicios y tradiciones humanas (Efesios 3:4-6; 8-11; Colosenses 2:8).

Ser miembros del cuerpo que revela el misterio de los tiempos, es la experiencia que define nuestra identidad, como parte de la historia humana y de la esperanza eterna. Esta condición conlleva un privilegio y un compromiso, hemos sido rescatados por gracia y lo hemos sido para vivir y anunciar ese favor inmerecido de Dios. Cada miembro, mujer o varón, de cualquier edad y condición social, es parte vital para la manifestación de Cristo en el mundo y para que la existencia de cada uno se afirme y crezca. Vivir juntos requiere compasión, fuerza que perdona y amor que actúa. Seamos la iglesia que Dios quiere y el mundo necesita.

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Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Mujer, ¡qué grande es tu fe!

Hna. Cindy Ramos Pérez

 A través de los tiempos hemos visto y escuchado cómo la fe permite experimentar momentos asombrosos en nuestra vida y en la vida de los demás. Hebreos 11:1-3, (NVI) dice: Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.  En estos versos descubrimos como hombres y mujeres del pasado, fueron expuestos a situaciones difíciles, en donde su lógica humana no lo podía entender. Sin embargo, tuvieron el valor para creerle a Dios, y experimentar su poder ante tales situaciones. 

En Mateo 15:21-28 encontramos un relato en el que la fe es puesta a prueba, pero con un resultado maravilloso.  

Un encuentro con Jesús

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.  Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (vv. 21-22).

El relato menciona que una mujer cananea había salido al encuentro de Jesús. Estaba desesperada porque un demonio atormentaba horriblemente a su hija; se preocupaba y sufría al ver su condición. Seguramente, esta mujer, había agotado todos sus recursos, estaba cansada y con pocas esperanzas, agotada de buscar una solución y no encontrarla. Pero a pesar de su cansancio y desesperación, deseaba ver sana a su hija. No le importó lo que podía enfrentar: rechazo, obstáculos, romper barreras culturales; lo único que deseaba era llegar a donde estaba Aquel que le podía sanar a su hija. La fe la impulsó a salir al encuentro con Jesús, a pesar de que no era bien vista por los judíos, pues la consideraban impura, “pagana”. 

La fe, nos impulsa a hacer cosas que no imaginamos, nos mantiene activos y en movimiento; a no esperar a que la respuesta nos llegue, más bien a aprovechar las oportunidades que se nos presenten, en pocas palabras a salir al encuentro con Jesús.  

Quizá nos encontramos o hemos pasado la misma situación que la mujer. En algún momento, un familiar enferma de gravedad. Tratamos de buscar la mejor solución, consultamos a un médico, adquirimos los mejores medicamentos, nos unimos como familia, aportamos económicamente para el sustento, pero a pesar de todo, parece que nada de eso funciona. Entonces, doblamos nuestras rodillas y vamos al encuentro con Jesús, reconociendo que en Él está la respuesta. Pero a veces sentimos que no nos escucha y que no responde a nuestra petición. Llegamos a sentirnos solos. Pero, ¿hemos persistido? Esto fue lo que experimentó la mujer, quien, a pesar de eso, no desistió y continuó dando grandes voces.

El silencio también es una respuesta

“Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”  (vv. 23-24). 

Jesús guardó silencio y aparentemente ignoró la petición de la mujer, sin embargo, ese silencio indicaba que algo estaba por suceder, algo extraordinario y para que eso sucediera era necesaria la paciencia y dedicación. 

Cuantas veces hemos experimentado la misma situación, clamamos a Dios, con la esperanza de recibir una respuesta, pero lo único que recibimos es un silencio, que nos hace sentir solos, abandonados y sin pensarlo. La desesperación toca a nuestra puerta, y es en ese momento donde creemos que todo está perdido. Pero, el Espíritu de Dios nos recuerda: Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia (Isaías 41:10, NVI). Y entonces reconocemos que no estamos solos, que Jesús está a nuestro lado, acompañándonos en ese momento difícil, esperando el momento oportuno para intervenir. 

Jesús alaba la fe de la mujer

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora (vv. 25-28).

La respuesta de la mujer conmovió a Jesús, quien finalmente le concedió su petición y sanó a su hija en ese mismo momento. La mujer había reconocido que las palabras de Jesús eran ciertas y que no era merecedora de una respuesta, pero que ella solo necesitaba las “migajitas” para experimentar su poder. Un poquito del Maestro era suficiente para ella. 

Este relato nos permite reflexionar que muchas veces hemos estado expuestos a situaciones de mucha necesidad, en el cual clamamos a Dios con la esperanza de ser escuchados y recibir una respuesta alentadora. Muchas veces somos retados a actuar como esta mujer, a tener una fe valiente, inquebrantable, que no se desiste hasta obtener una respuesta. 

Cada vez más nos enfrentamos a un mundo que sufre violencia de todo tipo, narcotráfico, injusticias, abusos, personas desaparecidas, divorcios, pobreza, personas en adicciones, maltrato animal, desastres naturales y un sinfín de situaciones. Muchas de ellas nos llevan a la frustración, desánimo, desesperación y buscamos respuestas rápidas en el Señor, porque nos cuesta esperar. Pero los que conocemos a Dios sabemos que su tiempo es perfecto, y obrará en el tiempo oportuno. La Palabra nos enseña que las situaciones adversas nos permiten aprender; y, aunque muchas veces la espera es larga, el resultado es una bendición. Dios usa ese proceso para ayudar a fortalecer nuestra fe. 

Hace algunos años, Dios me permitió conocer a una persona que abrió su hogar para estudios de la Palabra, y con quien por un tiempo tuvimos la oportunidad de convivir, pero lamentablemente enfermó de gravedad y falleció. En algún momento cargué con la culpa y el remordimiento de que no hice lo suficiente para que tuviera un encuentro con Jesús y que lo aceptara como su Señor y salvador. La tristeza y desánimo que sentía en ese momento, me hicieron pensar que no era útil para el ministerio y que lo más conveniente era abandonarlo todo. Pero, el Espíritu de Dios me recordó lo que dice 1 Corintios 3:6: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Entendí que hay cosas que nos toca hacer -sembrar-, pero las cosas sorprendentes solamente las puede hacer el Señor. Ante esta situación Dios me enseñó que tenía que seguir, que todavía había mucho más que hacer, que la necesidad continuaba siendo mucha. Fortaleció mi fe, mis ganas de servir, renovó mis fuerzas y me recordó por qué me había llamado, no permitió que mi fe se debilitará. 

Hermano y hermana líder, no permita que su fe se debilite, porque le puede llevar por el camino equivocado. El mundo necesita de personas, con una fe firme, que no se deje vencer fácilmente, que provoque más encuentros con Jesús. Usted y yo, somos llamados a generar esos encuentros. ¿Está listo para hacerlo?

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