Cristo ante la confusión

Min. Josué Ramírez de Jesús

“Entonces les preguntó:

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Pedro contestó: —Tú eres el Mesías”

(Marcos 8:29, NTV).

Jesús de Nazaret vivió expuesto a que sus contemporáneos y discípulos no lo conocieran bien y se hicieran imágenes equivocadas y falsas, desfiguradoras de su identidad y misión. Y es que resulta fácil perdernos ante las propias imágenes y subjetividades que nos hacemos de Dios. Una mirada somera a la iglesia nos confirmara esto.

Hoy nos encontramos ante un evangelio de promesas sin demandas, del auto perdón y la autoayuda, de la dominación proselitista, de la búsqueda de la cantidad y no de la calidad, del acceso al poder político, etcétera, en palabras de Dietrich Bonhoeffer: de una “gracia barata”.

Desde los orígenes, el corazón del hombre ha sido propenso a dejarse llevar por sus propias ideas, expectativas y aspiraciones. Por eso, Jesús indagó a sus discípulos en el momento preciso, y comprobó que ellos, al igual que mucha gente lo veían desde las expectativas mesiánicas de las ideas religiosas y políticas dominantes de su mundo socio religioso. Ellos esperaban a un mesías diferente, y no comprendían la buena nueva de Jesús, ni su conducta profética con la que mostraba la llegada del reino de Dios.

Si la novedad de Jesús y del reino de Dios sorprendió y desconcertó incluso a sus discípulos, con la expansión del cristianismo, la proliferación de iglesias, la multiplicación de las doctrinas y las artes, se han multiplicado enormemente imágenes de Jesús de todo tipo, con ellas también la confusión.

Nuestra condición humana nos expone siempre a un doble riesgo al momento de conocer y relacionarnos con otra persona, lo mismo sucede con Jesús. El riesgo de imaginarnos al “otro” no como es, sino como nos conviene y deseamos que sea. Por eso, los cristianos de todo tiempo y lugar, vivimos expuestos a falsear o desfigurar la imagen verdadera de Jesús con proyecciones, ideas y creencias (religiosas, culturales, ideológicas y psicológicas) diferentes y hasta opuestas a la imagen que Jesús da de sí mismo y de su causa del Reino de Dios.

Por ello, para todos y cada uno de nosotros los cristianos se mantiene vigente la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Con esta interpelación Él no reprocha a nadie, sólo busca que ninguno de sus discípulos se engañe. 

Jesús quiere que nos liberemos de las falsas imágenes y deformaciones de su persona y misión, para que podamos gozar del esplendor de su verdadera imagen vivificante. 

Para personalizar la interpelación de Jesús es necesario preguntarse con esperanzado interés: Mis ideas de Jesús, ¿me permiten relacionarme con Él como realmente es? Y es que, no es suficiente para ser verdaderos cristianos un conocimiento genérico, superficial, rutinario, sentimental o simplemente teórico sobre Jesús. Se requiere el conocimiento vivencial, cercano e íntimo, de la fe, que nos haga verlo como es y vivir como Él.

Nadie puede decir sin engañarse que ya conoce perfecta y plenamente a Jesús, según cuentan los evangelios ya desde el comienzo fue mal conocido por la gente y por sus discípulos. El evangelio de Marcos relata que, de camino a Cesárea de Filipo cerca ya de la subida final a Jerusalén, los discípulos decían al Maestro que la gente lo confundía con Juan el Bautista o con Elías o alguno de los profetas; y los mismos discípulos lo imaginaban como un mesías nacionalista y triunfal. 

Esta situación no es nueva, hoy tenemos al menos tres dificultades para conocer bien a Jesús. 

1. El misterio de la persona de Jesús. Los cuatro evangelios muestran en numerosos episodios que los discípulos de Jesús, aunque le admiraban y acompañaban, no entendían lo que hacía y les enseñaba. Estaban desconcertados por su persona, enseñanzas y causa, no cabía en los esquemas religiosos y culturales que tenían, pues Él desbordaba todas sus expectativas. 

2. Las mediaciones culturales y religiosas que nos transmiten la figura de Jesús. Las mediaciones se convierten en obstáculos en la medida en que las doctrinas, predicaciones, enseñanzas, escritos, canciones e imágenes no transmitan fielmente los rasgos esenciales de la identidad de Jesús; cuando lo mutilan, distorsionan y sustituyen con proyecciones religiosas, psicológicas e ideológicas. Esto puede suceder de manera involuntaria e inconsciente. 

3. Los propios límites de nuestra condición humana. La tendencia a imaginar a Jesús a nuestra propia imagen y semejanza, al servicio de nuestras seguridades, éxitos y conveniencias de todo tipo. Un texto antiguo de Jenófanes de Colofón reflejaba ya esa limitante de la condición humana, al decir: “los etíopes piensan que sus dioses son negros y chatos; los tracios dicen que sus dioses son de ojos azules y rubio cabello. Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar como los hombres, pintarían imágenes de dioses como bueyes, caballos y leones.

Estos límites y dificultades en algún momento nos pueden llevar a tener imágenes e ideas distorsionadas de Jesús en alguna etapa de nuestra vida. Esto lo vio Jesús en sus primeros discípulos, y, según el evangelio de Juan, lo lamentó cuando, al despedirse de ellos, interpeló a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido?”

Lo que está en juego en el hecho de conocer bien a Jesucristo o conocerlo mal es decisivo para nuestra fe cristiana, para el cristianismo y para el servicio del proyecto de Dios sobre la vida de la humanidad. 

Es enorme la responsabilidad histórica que tenemos en esto cada uno de los que hemos aceptado el Evangelio y su mensaje. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestras comprensiones de Jesús. Algunas directrices para lograr esto son:

a. Saber lo que dicen los evangelios. Conocer lo que la narrativa de los evangelios dice de Jesús es importante y no solo quedarnos con la imagen que el mercado religioso ofrece. En los evangelios, Jesús tiene vida y fuerza. Desborda humanidad, realismo y solidaridad, es una buena noticia para todos los desdichados, despreciados y excluidos. Ama con total desinterés, con misericordia y ternura. De la comparación entre las imágenes más usadas de Jesús y los rasgos de la imagen vital que Él da de sí mismo en las narraciones de los evangelios, brotan estas tres preguntas para un discernimiento básico: mis imágenes de Jesús, ¿me dejan ver a Jesús o me lo desfiguran y me lo ocultan? ¿Me mueven a asumir su causa, a creer con su fe, a esperar con su esperanza, a ser libre con su libertad para hacer como Él haría hoy amando con su amor? ¿En qué ha cambiado mi imagen de Jesús en los últimos años, y en qué debe cambiar ahora?

b. Comprender lo que dicen los evangelios. Es necesario insistir en la importancia de tomar muy en cuenta el contexto histórico de Jesús, para conocerle a Él en su conducta testificada en el Nuevo Testamento y aplicar todo eso a la situación concreta en que vive cada persona, en su familia, barrio, pueblo o trabajo. 

c. Sacar de todo eso las consecuencias necesarias para vivir y comportarse de acuerdo con lo que nos enseñó Jesús. Es importante comprender los contextos actuales para dar actualidad al mensaje de Jesús. Se trata de hacer ahora lo que haría Jesús como Él lo haría. 

Durante mucho tiempo se leyeron los evangelios como crónicas biográficas de Jesús. Se suponía que los evangelios contaban los hechos y dichos de Jesús tal y como sucedieron. Hoy está claro que los evangelios no nos ofrecen bibliografías de Jesús, sino testimonios de fe. 

Ante las subjetividades que rodean al mundo cristiano, lo más importante es que vivamos y nos comportemos como los evangelios dicen que un cristiano tiene que vivir y tiene que comportarse. Para eso es necesario discernir y mejorar nuestra comprensión de Jesús.

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