Identidad y compromiso: un credo que prevalece

Min. Ausencio Arroyo García

De un modo en que sólo corresponde a Dios realizarlo, Él ha preservado a su pueblo en medio de las cambiantes condiciones sociales y religiosas, a lo largo de la historia. Es nuestra comprensión que, en sus propósitos, Dios permitió que se conformara la Iglesia que llevaría su nombre, como identidad y reconocimiento a su Gloria. Como denominación organizada, la iglesia emergió a mediados del 1800, con una enseñanza fresca basada en la Palabra revelada, confiando en el Espíritu y mostrando disciplina en el estudio piadoso con la convicción de obediencia radical al Señor de todos los tiempos.

La iglesia en México ha recibido y mantenido esta preciosa doctrina que ha sido, es y será luz a los corazones anhelantes de verdad y rectitud. Por cien años, nuestros pasos han transitado el sendero de fe, siguiendo las huellas que nos han dejado las generaciones de hermanos y hermanas que supieron mantenerse fieles. No ha sido fácil este tránsito, hoy más que nunca nos sentimos impulsados de un espíritu de amor a las verdades divinas y con celo y temor cristiano nos acercamos al texto de las Sagradas Escrituras para que sigan siendo ellas la lámpara que guía el camino para su pueblo. En este artículo destacamos algunos de los temas centrales que caracterizan nuestra forma de fe, nos limitamos a citar lo que cabe en estas páginas:

La Autoridad de las Escrituras

Creemos que la Biblia es el conjunto de escritos a través de los cuales Dios se revela a las criaturas y reconocemos que ésta constituye la norma en el ámbito de fe y doctrina. Su fin esencial es comunicar auténticamente el mensaje divino. Este libro es el único que cumple el requisito como tal, ningún otro documento, ni pasado ni reciente puede reclamar el derecho de revelación infalible; por lo cual, conforma un canon (regla o norma) cerrado, nadie debe agregar ni quitar a sus palabras. Gracias al canon tenemos hoy una revelación de Dios completa: no le falta ninguno y suficiente: no necesita de otro (2 Timoteo 3:16). El esfuerzo del lector consiste en interpretar estas palabras con el propósito de obedecerlas, no se trata sólo de repetir literalmente las frases sino comprender su sentido para realizar lo que Dios espera que se cumpla. Creemos en el principio regulativo de la adoración: la iglesia debe hacer solamente lo que las Escrituras enseñan y exigen que haga, rechazamos cualquier celebración litúrgica que no sea explícitamente mencionada en el texto bíblico.

Dios es soberano

El Dios que se revela en la Biblia es soberano sobre toda la creación. Es “Dios todopoderoso” y es único digno de adoración y culto. Como Dios todopoderoso no ejerce un poder arbitrario y caótico. Él es trascendente, es inaccesible en un sentido, Él está envuelto en misterio y, por consiguiente, debemos acercarnos en temor y reverencia, no es manipulable por las intenciones humanas. Además es un Dios de santidad. Su Santidad significa intolerancia del pecado, mas, no un rechazo absoluto del pecador ya que al mismo tiempo Dios es amor. Él es cercano, es inmanente, se hizo presente en la persona de Jesucristo y por medio del Espíritu mora en nosotros. Sin embargo; aunque habita en nosotros, nunca se vuelve parte de nosotros y es accesible en cuanto él se hace accesible. Su modo de relación es ser responsable en un amor que se entrega, sus juicios son fieles a su voluntad y modo de ser. Creemos que Dios se identifica con el padecimiento y tribulaciones de su pueblo, pero no está atado a las leyes y la lógica humana, contesta a cada una de nuestras peticiones hechas en el nombre de Jesucristo, pero lo hace a su manera y cuando lo cree preciso.

La naturaleza pecaminosa del ser humano

Dios creó al ser humano con justicia y santidad, teniendo la ley en su corazón y con la potestad para cumplirla; pero también, con la posibilidad de transgresión, dejando a su libre albedrío la elección de sus actos (Génesis 2:16-17). El Creador hizo al ser humano a su imagen y semejanza, esto implica que le dio de su carácter. Le dio una mente apta para deliberar y analizar lo pertinente. Lo que hallamos en el principio, antes de la caída, es la buena creación de Dios, lo original es la bondad, nos fue puesta como la marca de su creación (Génesis 1:27,31). Pero, el ser humano eligió lo prohibido y su desobediencia produjo el dolor, la frustración y la muerte. Desde la primera pareja se hizo presente la inclinación al pecado. La inclinación al pecado se transmite en la descendencia humana, pero creemos que somos culpables de nuestros pecados cuando alcanzamos conciencia moral. Según el Salmo 51:5; todos heredamos una imagen moral y la condición de mortalidad. El pecado afecta la totalidad del ser, implica que incluso nuestra bondad está corrompida por el pecado, no hay dimensión que no esté libre de la impureza: la razón, la voluntad o el sentimiento (Salmo 51:5). Nacemos en un mundo pecaminoso, somos pecadores y propensos a pecar. Todo lo que el ser humano hace, aun sus obras de bondad, es imperfecto ante Dios. Dios exige de perfección moral para preservarnos delante de Él. Al fracasar, la humanidad necesitó de medios para la justificación, los medios humanos siempre fallan, pero Dios, en su bondad, propició la restauración de la relación rota.

La necesidad de un Salvador

El ser humano no puede alcanzar por sí mismo la justificación por el pecado, necesita de un medio que restablezca su relación con Dios. Dios mismo nos dio el medio para expiar los pecados. La naturaleza de Dios consiste en un amor santo. Por santidad entendemos la perfección de su carácter moral, el cual es un atributo propio y en cuanto al amor diremos que es la característica por medio de la cual Dios se comunica a sí mismo y establece una comunión con los santos o con quienes son capaces de serlo. En otras palabras, debido a su naturaleza, Dios no podía tener comunión con seres pecadores; sin embargo, por causa de su amor se mantenía anhelante por sus criaturas. En su santidad, Dios no puede permitir que el pecador se le acerque, pero al mismo tiempo, su amor lo atrae hacia Él. La salvación es iniciativa y realización de Dios, sólo el amor santo diseñó el plan (1 Juan 4:10), no es inventiva ni realización humana. El sacrificio de Cristo satisface la naturaleza de la santidad y el amor de Dios. Esta intervención de Dios, en la Biblia es definida como expiación.

La expiación se basa en la necesidad de Dios de gobernar su creación. Dios como el ser moral perfecto se caracteriza por los principios absolutos y esenciales de lo verdadero, lo recto, lo perfecto y lo bueno, estos deben preservarse intactos. Cuando Dios creó a la raza humana la dotó de racionalidad y voluntad, la ley moral le fue dada como un imperativo, por ello el gobierno moral es una necesidad divina. Como soberano moral de la creación, Dios no puede desentenderse de las sanciones a las leyes eternas e inmutables, porque se requieren para hacer posible la existencia. Si se invalidaran las sanciones acarrearía varias consecuencias: se resquebrajaría la distinción entre lo bueno y lo malo, se daría licencia al pecado y se introduciría el caos en un mundo de orden y belleza. Como Dios no puede dejar de lado esto, entonces o aplica la justicia retributiva sobre el pecador o mantiene la justicia pública proveyendo un sustituto. Al final, es nuestra decisión cómo enfrentamos a Dios, en nuestro esfuerzo humano de pretender hacer lo bueno o aceptando a Cristo como propiciación por nuestros pecados. El concepto de la expiación como necesidad del gobierno moral divino le da prominencia al sacrificio de Cristo como sustituto del castigo. También, la expiación es el medio por el cual el amor divino apela al corazón humano, tratando de persuadirnos de volver a casa. Además, el amor es tanto la exigencia de Dios a dejar el pecado como el poder transformador que actúa en quien escucha su llamado (1 Juan 4:16-18). La cruz de Cristo es la más grande expresión del amor de Dios, pero también representa la culminación de la rebelión del ser humano. Quien se ubica en la actitud de rebelión sentirán el peso de la condenación y quien la vea como la gracia de Dios hallará la propiciación para sus pecados.

La exigencia de una vida santa

Creemos que la santidad es el reajuste de toda nuestra naturaleza en la que los apetitos de la carne y los pensamientos son sometidos a Cristo en una mente renovada. Es una exigencia que proviene de la misma naturaleza de Dios con quien se tiene comunión por la fe. Si hemos nacido de nuevo, nuestra tendencia debe ser la santidad (1 Juan 2:29; 3:9-14; 5:4,18). La santidad es resultado de la unión con Cristo, no un mérito humano, porque el que tiene una esperanza viva no se conforma con su condición inicial, sino que se purifica (1 Juan 3:3). La santidad consiste en que Cristo tome dominio del corazón del creyente. Creemos que es una responsabilidad del creyente crecer en la santidad, la cual consiste en ser conformados al carácter de Cristo, pero no será un logro del ser humano. Es una acción de Dios por medio del Espíritu Santo quien suscita y produce la regeneración y la purificación interna y separación del pecado que es lo que debemos entender por santificación del creyente. La santidad en la vida es fruto y evidencia de la misma fe que justifica. Consiste en separarse del pecado para ser de Dios. Este es un proceso de dos tiempos, primero somos vaciados, limpiados del pecado (como condición pecaminosa), posteriormente llenados (recubiertos) de amor.

La realidad bíblica nos enseña que mientras estemos en la carne mortal no podemos llegar a la perfección de Dios, esto será hasta el momento de la glorificación en la resurrección; pero podemos crecer en madurez espiritual, la cual consiste en integridad, en la firme resolución de buscar el bien, fidelidad y amor. La madurez no se ha de confundir con un estado exento de pecado. El pecado está aún presente en la vida del cristiano, pero ya no tiene dominio, ya no reina. Creemos que la santidad personal no nos gana la salvación, pero confirma y atestigua una salvación ya recibida por la fe. Somos justificados sólo por la fe, pero no somos santificados aparte de las obras. La santidad no consiste en aislarse del mundo sino en enfrentarse a la maldad y superarla (1 Juan 5:4).

La resistencia al mundo

Creemos que la iglesia debe mostrar un distanciamiento radical con el mundo, así como la iglesia del Nuevo Testamento se desligó de muchos hábitos e instituciones del mundo en que surgió, sobre todo de los ámbitos de la vida y las costumbres que estaban relacionados con los cultos paganos; en la vida familiar, rechazaban la poligamia y el divorcio, el aborto, el asesinato y el abandono de las criaturas no deseadas. En la vida diaria, se oponían a la glotonería, la gula, las ropas lujosas y otras cosas más, que no eran compatibles con el modelo sencillo que atendía la vida a un mínimo necesario. Los cristianos opusieron un estilo de vida decididamente propio y diferente, que se modificó con las situaciones históricas, variando de acuerdo con las propias costumbres del “mundo particular”, que a su vez está en cambio constante.

Creemos que el propósito de la iglesia ante su mundo consiste en ser la diferencia. La iglesia emergió de la mano de Dios para establecer valores culturales distintos al mundo dominante. Como seguidores de Jesús proclamamos y enseñamos los valores supremos derivados del carácter moral de Dios. La doctrina de Jesús debe impactar positivamente y transformar para bien, las culturas. Por ejemplo: las relaciones de pareja deben ser permanentes, la dignidad del ser humano está más allá del materialismo, el placer a corto plazo conduce al desastre a largo plazo, esto es evidente en la inmoralidad sexual. Creemos que nuestros hábitos deben ser transformados no conformados al mundo.

La vigencia de la ley de Dios

Creemos que Cristo afirmó la ley y declaró su permanencia (Mateo 5:17-18) como revelación de la voluntad divina, que cuando se hace mención de que la ley termina en Cristo (Romanos 10:4), no es la ley como expresión de la voluntad divina, sino la idea de que el hombre podría cumplir las normas divinas y alcanzar la salvación por sus actos de obediencia. Los que creen ser capaces de cumplir la ley permanecen bajo el poder del pecado, por tanto, están bajo condenación, bajo maldición. Cristo nos libera de la ley, no en el sentido de abrogar. Porque ¿Para qué abrogar lo que Él vino a cumplir? Si lo cumplió quiere decir que era moralmente bueno. La expiación de Cristo nos otorga la justificación por medio de la fe, más no elimina la ley moral de Dios, sino que nos habilita a los pecadores para que seamos liberados de la condenación legal a una relación filial, pasamos a ser adoptados como hijos. Somos transformados de lo formal y legal a lo vital y espiritual. Su muerte puso fin a la ley como un medio de justicia. La obediencia a la ley no es el medio para la justificación. Somos justificados por fe en Cristo no por las “buenas obras” (Romanos 5:1). Si la justicia fuera alcanzable por medio de obediencia a los mandamientos, esto es por obras, entonces ya no sería por gracia; y sin embargo, es por gracia que somos salvos (Efesios 2:8). Nuestra fe se afirma en la gracia de Dios.

El sábado es el día del Señor

La observación del sábado pertenece a los diez mandamientos otorgados por Dios y escritos por su dedo en las tablas de la ley, la cual son definidas como piedras del testimonio (Deuteronomio 4:12-13; Éxodo 31:18). Esta ley es justa y contiene el deber para el ser humano (Nehemías 9:13; Salmo 19:7). El autor del sábado es el autor del evangelio de Jesucristo el Hijo de Dios. Él trajo a existencia el mundo, lo hizo en seis días y descansó el séptimo. Él bendijo ese día y lo hizo santo. El mismo Hijo de Dios participó activamente en la creación (Colosenses 1:15-16; Juan 1:1-3, 14). La culminación de la creación fue el sábado: el Señor tomó un día, el séptimo, descansó en él, lo bendijo y lo santificó. No existe ninguna evidencia en los textos bíblicos o históricos de cultos dominicales en los tiempos de los apóstoles. Son más sólidos los postulados de quienes mantenemos el respeto por el séptimo día: en realidad hay una armonía en los dos testamentos con respecto al lugar que Dios ha dado al sábado.

Creemos que la observancia del Sábado debe ser una experiencia de bendición en tanto es la oportunidad para entregar al Señor todas las cargas del alma, es un día de comunión como parte de la familia humana, es tiempo de reposo de toda ansiedad existencial. Es el reposo de las inquietudes de la vida temporal, confiando en el poder y generosidad de Dios.

Nuestro credo

Nuestro credo contiene elementos esenciales que prevalecen a lo largo de generaciones y que constituyen el núcleo fundamental de la fe. Pero también, hay elementos complementarios de la época o la cultura en la que se insertó la fe, y éstas son temporales o parciales. A cada generación nos corresponde decidir sobre la forma de presentar lo esencial y sobre la permanencia o no de lo secundario.

El credo es una directriz en la misión de la Iglesia, nuestra comprensión doctrinal define nuestra práctica pastoral y constituye una forma de vida cotidiana. Expresa el centro de la fe y el reconocimiento de la dignidad humana. Nuestra comprensión sobre Dios, el hombre, Jesucristo, el Espíritu, la Palabra y la misión de la Iglesia marcarán el rumbo de las prácticas. Nuestro ruego a Dios es que nos preserve fieles a su voluntad. Para gloria de su nombre y bendición de todos los creyentes.

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