Jesús recorría los poblados: del templocentrismo a la vida

Min. Marcos de Melo

Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Introducción

Los evangelios sinópticos, a diferencia de los demás escritos del Nuevo Testamento, nos cuentan pormenores de la vida de Jesús que son únicos y fundamentales para entender con detalles quién fue Jesús y cómo actuó cuando se humanizó y vivió entre nosotros. Narraciones de su nacimiento, infancia, familia y forma de vida, son relatos que nos conectan con Jesús, a quien los evangelios lo llaman Hijo de Hombre, y de esta manera nos permite identificarnos con su forma de vida; ya que solo podemos seguirle como discípulos porque Él se encarnó haciéndose hombre y siervo de todos.

Gracias a Marcos, Mateo y Lucas, conocemos detalles de la vida de Jesús que son determinantes para nuestra vida de fe, tanto en lo personal como en lo comunitario; los cuales nos permiten seguirle como discípulos y así dar continuidad al proyecto del Reino que Él inauguró. Al conocer la vida de Jesús, que los evangelios nos presentan de manera brillante, podemos observar claramente que Jesús asume voluntariamente su labor misionera, adoptando un estilo de vida de servicio que constituye un modelo desafiante para el desarrollo de la misión en nuestro contexto.

Los evangelios sinópticos coinciden en que Jesús crece y desarrolla su ministerio en Galilea, al norte de Jerusalén. Los evangelistas cuentan que Jesús se acerca a Jerusalén para ser bautizado por Juan el Bautista en el rio Jordán, pero luego de su bautizo regresa a Galilea y desde allí desarrolla su ministerio predicando el evangelio del reino de Dios, recorriendo los pueblos y calles de Galilea, sanando toda clase de enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Estos detalles señalados por los sinópticos nos llevan a evaluar nuestro modelo de hacer misión para basarlo cada vez más en el de Jesús.

Analizando la realidad religiosa y cultural de la época de Jesús, lo más lógico sería pensar que al iniciar su ministerio lo haría en Jerusalén, ya que era allí donde se encontraba todo el sistema de operación religiosa de los judíos, con su brillante y magnífico templo, con sus sacerdotes investidos de mucho poder, con sus muchas y destacadas escuelas de maestros, sin olvidar los reconocidos e influyentes grupos, entre ellos y tal vez el más sobresaliente y conocido: el de los fariseos; y toda tradición religiosa que era central para cualquier judío de la época. Más aún cuando se trata de alguien que se manifestará en el pueblo hablando en nombre de Dios, como lo hizo Jesús. 

Pero Jesús deja en claro que no vino a encerrarse en un templo, menos a dar seguimiento a tradiciones y alimentar la maquinaria religiosa que operaba en Jerusalén. Él vino para traer vida, y vida en abundancia, para todo ser humano, para ello siempre buscaba el verdadero sentido de la ley. Es digno resaltar que Jesús no estaba en contra de la ley y las tradiciones, pero siempre buscaba que las mismas dieran respuestas a las necesidades del pueblo. Por eso dijo: No piensen que he venido para acabar con la ley de Moisés o la enseñanza de los profetas. No he venido para acabar con ellas, sino para darles completo significado (Mateo 5:17, PDT). En otros textos Jesús repite varias veces lo mismo: Oísteis que fue dicho […] pero Yo os digo […] (Mateo 5:38). Estos textos y muchos otros que podríamos mencionar, revelan la convicción de Jesús y el objetivo de su ministerio: Recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas proclamando el nuevo mensaje del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mateo 4:23).

El actuar de Jesús siempre sorprende y desafía

Ya vimos cómo Jesús, luego de su bautismo, regresa a Galilea y allí empieza su ministerio predicando el evangelio del reino de Dios (Mateo 4:12,17; Marcos 1:14,15; Lucas 4:14,15). Lucas nos da más detalles sobre este inicio diciendo: Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lucas 4:16-21).

Los detalles de Lucas son interesantes, pues nos muestran a Jesús asumiendo el papel de Mesías (v. 21c). Eso se debe a que todo el pueblo de Israel había esperado durante siglos la llegada del Mesías y de manera brillante Lucas cuenta cómo esta profecía se cumple con Jesús. Los presentes en aquella pequeña sinagoga de Nazaret, en aquel sábado, fueron privilegiados y ese evento no deja de asombrar. Las voces de todos en la sinagoga, cuyos ojos están fijos en Jesús, describen este momento (v. 21b). Muchos tal vez se preguntaban: ¿Será verdad lo que estamos escuchando? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su mamá María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Acaso no están todas sus hermanas aquí con nosotros? (Mateo 13:55-56).

Este asombro se debe en parte a que muchos maestros de la época enseñaban que el gran evento de la llegada del Mesías, tan esperado y anunciado por los grandes profetas como Isaías; sucedería en Jerusalén, específicamente en el Templo.

La frase de Natanael: ¿de Nazareth puede salir algo bueno? (Juan 1:46), describe el pensamiento colectivo que había sobre el Mesías. Había maestros que incluso afirmaban que el Mesías aparecería en el pináculo del templo, la parte más alta y visible, ya que desde allí todos lo podrían ver. Teniendo en cuenta este detalle, hace sentido una de las tentaciones de Jesús cuando Satanás lo llevó a la parte más alta del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo, porque escrito está: “Ordenará que sus ángeles te sostengan en sus manos, para que no tropieces con piedra alguna” (Mateo 4:6-7).

Pero Jesús sorprende a quienes estaban cerrados a todo lo que no fuera parte de la enseñanza tradicional, al dar inicio de su ministerio público en Galilea, una región considerada por los líderes religiosos como tierra de gentiles (Mateo 4:15). Eso genera un gran asombro e inquietud. Con esta forma de actuar, Jesús derriba grandes paradigmas y expone la fragilidad de los líderes religiosos de su tiempo. Bien pudo haber sido eso uno de los principales factores y motivos por los cuales los líderes religiosos no pudieron identificar a Jesús como el mesías: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (Juan 1:11).

Si queremos seguir a Jesús, necesitamos reconocerle como nuestro modelo a seguir. Si lo hacemos, es necesario dejarnos guiar por Él y si necesario, que nos sorprenda como lo hizo en Galilea aquel sábado en una sinagoga cuando se presenta ante los oyentes como el Mesías. Necesitamos abrazar su modelo de vida y eso implica un gran desafío que no deja de sorprender. 

Recorrer los poblados implica: ayudar, servir y liberar; no hacer proselitismo

[…] Dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4:18-19).

Esta imagen, de Jesús recorriendo los poblados de Galilea, proclamando libertad a cautivos y anunciando la buena noticia del Reino de Dios, es una práctica que necesitamos recuperar como iglesia ya que tradicionalmente se entiende por misión: hacer adeptos, seguidores y miembros de la institución. Pero si queremos ser discípulos de Jesús, Él debe conducir la misión y para ello debemos dejarnos conducir por Él, al impulso del Espíritu como Jesús mismo lo hizo. 

Para recorrer los poblados necesitamos estar llenos del Espíritu Santo 

Solo podremos abrazar el mensaje del Reino de Dios, tener el valor de Jesús de recorrer los poblados para anunciar las buenas noticias del Reino, sanar toda clase de enfermedad, liberar y restaurar al ser humano: si entendemos y asumimos lo dicho a la iglesia primitiva: vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea (Hechos 10:37-38).

Para ser testigos, necesitamos ser llenos del Espíritu Santo como lo fue el mismo Jesús. Solo así seremos valientes para salir de la seguridad y comodidad que nos proveen nuestros lugares de reunión y formas litúrgicas, para recorrer los poblados anunciando el reino de Dios, como lo hizo Jesús.

Recorrer los poblados implica salir de nuestros templos

Puesto que él es Señor del cielo y de la tierra, no vive en templos construidos por manos humanas (Hechos 17:24). Este texto nos deja ver que las primeras comunidades ya tenían la tentación de querer encerrarse en lugares físicos y desde allí vivir su espiritualidad alimentada por el culto, en vez de seguir por fe el modelo de Jesús de Nazareth. Si no fuera así, no tendría sentido que Lucas considerara este detalle al escribir a las comunidades de fe que leerían su documento.

Si somos genuinos y nuestros ojos están fijos en Jesús, como nos indica Hebreos 12:2, no tendríamos dificultad en reconocer que la vida espiritual de la mayoría de nosotros gira en torno a un lugar físico, como el templo, donde se realizan los programas y prácticamente todas las actividades que alimentan la vida del creyente. No podemos dejar de reconocer que muchas de nuestras reuniones se parecen cada vez más a una experiencia mística, desconectada de la realidad y centrada en la relación vertical, privada y fuertemente emocional, del individuo con Dios, olvidándonos de los que sufren y viven en nuestras Galileas.

Seguimos repitiendo muchos de los errores cometidos por los judíos de la época de Jesús, quienes centraban toda la vida de fe en Jerusalén, lejos de Galilea, y esperaban que el Mesías se manifestara en el Templo o en torno a las actividades litúrgicas ya establecidas. Pero Jesús sorprende rompiendo con los paradigmas judíos de su época. Si nuestros ojos están fijos en Jesús, no podemos seguir encerrados en nuestros edificios, ocupados únicamente en programas que responden intereses internos, mientras existe tanta necesidad en nuestro entorno. Necesitamos salir a nuestras galileas actuales llenas de gentiles, donde transitan personas sin esperanza, marginadas y excluidas de cualquier posibilidad para encontrarse con Dios en espacios y eventos que hemos declarado sagrados, como son nuestros templos, reuniones y liturgias. Necesitamos pasar del templocentrismo a la vida. Necesitamos estar hoy donde Jesús estaría. Urge que nos pongamos en el camino.

Recorrer los poblados implica ponernos en el camino

Ponerse en camino es la vida que eligió Jesús cuando decidió abrazar la labor de anunciar el reino de Dios. Mateo dice que Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza (Mateo 8:20). Eso muestra su desapego de toda clase de seguridades, actitud que debemos adoptar todos los que deseamos seguir Su modelo y ser enviados por Él para dar continuidad a Su misión.

El anuncio no se puede hacer sentados. Seguiremos siendo poco efectivos si continuamos centrados en nuestros templos y actividades litúrgicas. La disponibilidad y la movilidad son exigencias básicas y características distintivas del discípulo.

Jesús nos invita a cambiar, convertirnos y abrirnos al Reino

La predicación de Jesús fue y es: Ya está aquí el Reino, convertíos (Mateo 4:17). Convertirse es cambiar desde el fondo adoptando otros valores: los del Reino de Dios. También nos hace poner la mira en otro objetivo: la salvación integral de todo ser humano, pues esta es la voluntad de Dios.

Sin seguimiento no hay discípulos, sin discípulos no hay cambios, cuando no hay cambios no hay crecimiento, sin crecimiento hay retroceso y la muerte solo es cuestión de tiempo. Debemos preguntarnos: ¿Cambiamos o estamos siempre iguales? ¿Somos discípulos que seguimos a Jesús por el camino por Él trazado o estamos anclados en lo de siempre: templos, paradigmas y tradiciones? ¿Buscamos convertirnos constantemente en algo nuevo y mejor para bendecir a otros o nos aferramos a lo que tradicionalmente conocemos y que nos da seguridad religiosa? ¿Qué actitud mostraría Jesús hoy si recorriera las calles de “la Galilea actual”? ¿Lo reconocíamos y seguiríamos? O ¿desde nuestras practicas eclesiales y religiosas pediríamos su muerte?

La conversión implica ser como Jesús de Nazaret y dar continuidad a la misión, que Él inauguró y defendió con su propia vida. Así queda definida la vocación de la iglesia: hacer el bien, sanar, liberar y proclamar la buena noticia del reino de Dios, con la sencillez del que sabe que no da lo suyo, sino lo que ha recibido; con la urgencia del que entiende que no lo ha recibido no solo por privilegio, sino para compartir.

Galilea nos espera

A pesar de las dificultades y las oposiciones que sufrieron, tanto Jesús como los primeros creyentes, Galilea fue un lugar específico, estratégico y determinante. Galilea fue un lugar de entrañable recuerdo, en contraposición a Jerusalén y el Templo, donde la oposición terminó llevando a Jesús a la cruz. Galilea fue la patria espiritual de la primera comunidad cristiana. Aunque Jesús muere y resucita en Jerusalén, sabemos que el encuentro con sus discípulos y el envío suceden en Galilea (Juan 21).

Los discípulos, después de la resurrección se considerarán testigos de todo lo que Jesús hizo y dijo desde el principio, desde Galilea. Es ahí donde el Resucitado les ordena continuar la expansión del Reino de Dios.

Como el padre me ha enviado, así yo los envío a ustedes (Juan 20:21). En el envío por parte de Jesús, en su vida histórica, el acento se pone en una sola cosa: comunicar vida. Seamos Jesús hoy en nuestras galileas. 

Seamos Jesús para los demás

Jesús sacudió las tradiciones religiosas de Israel, entre ellas las relacionadas con el templo y el culto. Si decidimos seguirle, también hará lo mismo con nosotros, porque así como los judíos viajaban al templo de Jerusalén para presentar sus sacrificios, por lo general nosotros también preparamos durante la semana lo mejor de nuestra adoración, para entregársela a Dios el sábado, en nuestras reuniones en el templo. 

Que Dios nos sacuda de tal manera que todo lo que ya no responda a la demanda de la misión en nuestros días se caiga y demos lugar a nuevos paradigmas, para Su gloria.

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