Con los ojos de Jesús

Min. Israel García López

La cadena es una herramienta muy útil, su ventaja yace en su fortaleza combinada con su flexibilidad. Las generaciones familiares son como un conjunto de eslabones, uno unido al otro, la unidad mantiene su fortaleza y al mismo tiempo su flexibilidad. En la iglesia sucede lo mismo, cada generación requiere estar unida a la otra, todo eslabón tiene la misma fortaleza, valor e importancia. Pero, cuando una generación no valora a otra generación, cuando un integrante de la iglesia no valora al diferente, esta cadena pierde su fortaleza. La fortaleza está en la unidad y la flexibilidad está en recibir tal y cual es a quien es diferente. 

Una iglesia donde solo hay ancianos o donde solo hay jóvenes no es un síntoma saludable. Hay quienes se posicionan desde una actitud radical, priorizando un sector de la iglesia sobre otro. Se ha escuchado decir, “la vieja guardia era lo mejor”, ya desde ese momento hay una predisposición de no recibir, ni escuchar lo que las nuevas generaciones quieren decir. La contra postura de tachar lo antiguo, lo viejo, lo pasado como algo que debe ser desechado, tampoco es saludable, quienes desfilan por el sendero de la novedad se les olvida que pisan sobre las bases que construyeron quienes nos preceden. Clasificar a la iglesia como la vieja guardia o la nueva guardia, como lo antiguo y lo nuevo, crea disonancias, separaciones, brechas casi insalvables, estos pensamientos polarizan a la iglesia, en dos expresiones opuestas. En esto la iglesia pierde su razón de ser. 

La desvinculación con las generaciones es peligrosa. En Jueces se narra la situación que enfrentó en pueblo hebreo, no había abuelos que contaran y que compartieran sus historias de salvación a las nuevas generaciones en la tierra prometida. Los relatos de fe quedaron en el olvido. ¿Qué nos dicen los abuelos y los padres a las generaciones presentes? ¿Hay relatos de fe y salvación para la iglesia de hoy?

En Mateo 19:13-15, Jesús nos ofrece una perspectiva desafiante y reveladora. El texto enfatiza la acción de Jesús, después de reprender a los discípulos por alejar a los niños, los abraza y los coloca al centro y, con ello, lleva nuestra atención a ellos e invita a renovar la visión sobre los presupuestos sociales y culturales. En su enseñanza, Jesús siempre proponía algo diferente y mejor, nunca dejaba espacios vacíos. El Maestro les permitió ver desde una perspectiva que antes no habían visto, este panorama tiene dos momentos:

El primer momento. Jesús les dice que el reino de los cielos es de quienes son como los niños, invitando a los discípulos a verlos de forma diferente, con dignidad, con respeto, ubicándolos en igualdad de dignidad. Jesús pone de relieve su falta de estatus, y su vulnerabilidad, marginalidad y debilidad, así como su incomodidad para el mundo adulto. De esta manera el maestro les permite ver a los niños con una mirada que choca radicalmente con su visión cultural.

Segundo momento. Jesús dignifica la mirada de los niños, esta mirada que había sido ignorada; hasta ese momento la única lectura u opinión válida era la de los hombres, la de los adultos, pero Jesús con este acto ha validado la mirada de los niños, ahora son ellos los que también miran. Su mirada ahora nos enseña a mirar el Reino completamente diferente. Necesitamos la perspectiva de los niños para ver de manera integral y complementaria el reino de Dios. 

La expresión que el texto usa para “niños” es una palabra genérica que refiere a niños y adolescentes. Recordemos que una persona era niño hasta llegar a los 12 años y después de esa edad eran considerados como adultos. La adolescencia y la juventud como ahora las entendemos son compresiones muy recientes. 

¿Cómo habrán quedado los discípulos ante la mirada de los niños? ¿Cómo nos miran los niños, adolescentes y jóvenes a los pastores, maestros y a la iglesia en general? 

Después de esto, Jesús tocó a los niños. Con esto nos enseña a tocar su realidad, a conectar con su necesidad, ser sensibles y empáticos con ellos. Para esto deben volverse relevantes para la iglesia y dejar de ser invisibles. 

Actualmente, el mundo ofrece a las nuevas generaciones diferentes “alternativas” de vida, ideales, valores; esto sumado a las nuevas propuestas sexuales, ideologías de género, capitalismo descarnado y la hegemonía de mercado (inmediatez, consumismo, satisfacción efímera) y la tendencia sincretista de la religiosidad. Ante esta realidad los desafíos juveniles aumentan, la atención y orientación debe incidir en los diferentes aspectos: emocional, social, ideológico, relacional, sexual, político y ético/moral entre otros. 

El peligro radica en que el mundo tenga un catálogo amplio de alternativas y la iglesia quede bajo la sombra de esta oferta. Jesús siempre fue y sigue siendo una alternativa, siempre fue diferente a lo que en su tiempo había, y su mensaje fue claro y preciso. Una alternativa se caracteriza por ser diferente a lo que se oferta y ser clara en lo que comunica y ofrece. La iglesia debe ser una alternativa a la cultura hegemónica, de la misma manera como lo fue Jesús. 

La Iglesia debe ser iglesia para los demás. El Señor siempre se ha acercado a nuestras circunstancias, lo hizo al vaciarse y encarnarse. Jesús se acercó y tocó a los niños, al enfermo, endemoniado, a toda persona necesitada de su gracia y salvación. Si Dios se encarnó para comunicar su salvación, a nosotros no nos queda otro camino. Si queremos servir a los jóvenes debemos conocer y vivir en su contexto, tocar su necesidad y ser sensibles para ver la vida y el Reino como ellos lo miran. Dios no solo está en el cielo y en el templo, debemos encontrarlo también en la juventud de la iglesia. 

No podemos permitir que una generación se desconecte de otra. Las nuevas generaciones necesitan no solo escuchar las historias de personajes bíblicos y sus hazañas, necesitan una iglesia donde hombres y mujeres sean verdaderos testigos de fe, instrumentos del Espíritu, que sean comunidad donde desarrollen el sentido de pertenencia, para ser una nueva generación de discípulos del Señor.

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