A SOLAS CON JESÚS

Durante un viaje a Nicaragua hace algunos meses, me encontré con una frase de Ernesto Cardenal – poeta, teólogo, religioso y escritor, oriundo de ese país – que cimbró mis pensamientos: «…al ser humano moderno ya le resulta difícil estar solo; por el deseo de acrecentar su yo, le es casi imposible. Pero si alguna vez está consigo mismo, en su pequeña habitación, y a punto de conocer a Dios, enciende la radio o el televisor». Quizá me llamó poderosamente la atención, porque en aquellos meses, debido al mucho trabajo, pocos momentos de calma y solitud lograba tener.

Solitud se diferencia de soledad. La soledad, la pudiéramos resumir como la carencia circunstancial de la compañía. Bien puede ser voluntaria, pero la mayoría de las definiciones la señalan como involuntaria. Otra acepción de soledad, la refiere como el «pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo»(i). A menudo, a la soledad se le relaciona con sentimientos desagradables o negativos.

El término solitud, en cambio, expresa lo que el ser humano necesita para revisar su interior y también su exterior. Las definiciones de solitud la enuncian como carencia de compañía. La mayoría añaden que ésta es voluntaria. Se relaciona con sentimientos de quietud y sosiego. Se le vincula con la introspección y la meditación.

Mientras que a la soledad se le dan connotaciones negativas, las cuales manifiestan que, a veces, no necesariamente surge de la voluntad; a la solitud, se le dan connotaciones positivas, en las que se alude que puede surgir de la voluntad. Si bien, etimológicamente se relacionan, para los propósitos del presente artículo, la solitud expresa mejor lo que deseamos compartir.

En los Evangelios, es frecuente ver a Jesús que toma espacios para la solitud y el silencio. Al hacer referencia ahora al silencio, es importante aclarar que no es propiamente un método de relajación: «es más bien el ejercicio de actitudes esenciales que nos formula una exigencia: la necesidad de abrirnos a Dios»(ii).

Uno de los momentos de solitud más dramáticos que tuvo Jesús, lo encontramos en Marcos 14:32-36(iii)Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.

Del relato, podemos resaltar varios elementos valiosos que la solitud y el silencio nos regalan para enriquecer nuestro itinerario espiritual:

Distancia de la vida.

Jesús se apartó a orar dice el relato. Lo hacía de manera recurrente, aún en medio de la mucha necesidad y de la búsqueda incesante de la gente. A veces, trataba de encontrarle sentido a su llamado, pues, por momentos, implicaba dolor y sufrimiento. De andar por el desierto y desgastarse, se alejaba de la muchedumbre y se encontraba consigo mismo, y con su Padre, siendo lleno así, de aliento y esperanza.

La vida es nuestro propio desierto, de donde será necesario apartarnos a nuestro Getsemaní. En el camino de la vida poblado de fracasos, derrotas, luchas, miedos, alegrías, victorias, certezas y sueños; el apartarse y contar con la compañía y presencia de Dios será vitalizante. Nos ayudará a no perder el sentido.

En el camino de la existencia, a veces es necesario tomar distancia. Como el pintor de su obra, para verla de lejos completa, después acercarse y retocarla. Así es necesario distanciarse de las propias obras de la vida.

Permite ver hacia adentro.

El apartarse permite ver dentro de sí. Jesús, encuentra en su interior tristeza y temor cuando ora en el Getsemaní. No los evade. Los asume y expresa al Padre. En la solitud se encuentra con Él como vulnerable.

La solitud y el silencio permiten vernos hacia dentro. Vernos de frente, para encontrarnos. Ver nuestras miserias, luchas, sombras; ver nuestra humanidad. En el silencio tenemos los propios desatinos ante nuestros ojos. En el silencio no miramos a los otros, miramos a nosotros mismos y nos enfrentamos a lo que descubrimos. No juzgamos a los demás. El Silencio es una forma de encuentro consigo mismo, donde es necesario asumir la propia contingencia y vulnerabilidad.

Ir a dentro, a veces causa miedo, por temor a lo que se puede encontrar. Sin embargo, es necesario, para aprender y crecer; para sanar y recuperar.

Da libertad.

Jesús puso distancia del trajinar constante. Los momentos en el Getsemaní, evidencian su práctica invariable. Él puso distancia. Los valores de la época no lo dominaron; caminó libre, y dio libertad.

El retiro da libertad. La libertad de los moldes y exigencias sociales, que a menudo nos abrazan y pretenden engullir. La distancia de la vida que es validada por la productividad y, aparentemente, saciada por el consumismo.

La solitud manifiesta la renuncia a las exigencias de la época en la que se vive; al trabajo incesante para producir, a las propias expectativas de la vida, de nosotros mismos. El silencio permite encontrar las expectativas del Dios que libera.

Jesús se apartaba y revisaba su corazón. Las tentaciones en el desierto, no lo vencieron. Ante éstas, permaneció firme. En el alejamiento y el silencio se renuncia no sólo a hablar, sino también a todas aquellas ocupaciones que apartan de Dios y de uno mismo, a aquellas tentaciones que pretenden robar la libertad.

Permite nuestra alineación con Dios.

Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú: fueron las palabras de Jesús en su oración aquella noche en el Getsemaní. La distancia de la vida, permite también distanciarse de todo aquello de nosotros que desea ir en sentido contrario a Dios; para así poder decir: no lo que yo quiero, sino lo que tú.

«La lucha más grande es contra nosotros mismos»(iv). Contra nuestras insatisfacciones, vacíos, anhelos contrarios a Dios, que nos separan de Él. Ideas y visiones que nos distancian de los sueños y anhelos del Padre. Deseos excesivos egoístas, que nos alejan del Reino. La distancia de la vida, representará el alejamiento de la obsesión por querer ocupar siempre el centro. Sí, necesitamos solitud y silencio, para quitarnos del centro y poner a Dios.

Abre a su voluntad y al amor.

…Sea lo que quieres tú, fue la oración de Jesús. La voluntad de su Padre, por encima de todo, era lo que deseaba hacer. El silencio ayuda al oído a percibir la voluntad, la Palabra de Dios. Aumenta la sensibilidad para captar la presencia del Buen Pastor como espacio en el que nos movemos y para atender su voz que nos indica el camino que es vida y lleva a la vida.

Jesús se alejó con un grupo de discípulos. El otro, recuerda, representa a Jesús. El que en el silencio está abierto a la Palabra de Dios, también presta oído a las palabras de los hermanos, también puede ver en el prójimo la presencia del Señor. La solitud y el silencio, se viven desde la comunidad. Parafraseando las palabras de Bonhoefher: «en la realidad de la otra persona se manifiesta el Jesús presente y resucitado»(v).

La solitud no es aislarse, y dejar de relacionarse. Es tomar distancia del ajetreo que distrae, -del entorno deshumanizante e individualista que envuelve-, para acercarse a Dios, y también así, unirse al hermano. Es la solitud que permite la vida en comunidad. Carencia de la compañía del entorno, que permite estar en la compañía del hermano, y amarlo. Mirar hacia adentro, para salir, entrar en el corazón de Dios, y así, desde el amor, mirar el corazón del otro, abriendo el propio.

A solas con Jesús.

En estas épocas recientes, donde la tecnología se ha convertido en el principal instrumento que afecta nuestras relaciones, no solamente con Dios, sino también con las personas amadas y con las cercanas, se hace necesario tomar distancia(vi). «A solas con Jesús», es el título de un hermoso himno, que resume muy bien, las bendiciones que esos momentos de retiro nos regalan:

A solas al huerto yo voy,

Cuando duerme aún al floresta;

Y en quietud y paz con Jesús estoy,

Oyendo absorto allí su voz.

CORO

¡Él conmigo está, puedo oír su voz!

Y que suyo, dice, seré;

Y el encanto que hallo en Él allí,

Con nadie tener podré.

Tan dulce es la voz del Señor,

Que las aves guardan silencio;

Y tan sólo se oye esa voz de amor,

Que inmensa paz al alma da.

Con Él encantado yo estoy,

Aunque en torno lleguen las sombras;

Más me ordena a ir que a escuchar yo voy, Su voz doquier la pena esté.

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