Andaremos en tu camino

Por: Min. Avelardo Alarcón

Se dice que la única constante en la vida es el cambio. Afirmación que tiene gran peso de verdad porque es así; todo cambia y siempre está cambiando y aunque parece que, como dijo el predicador: no hay nada nuevo debajo del sol, lo cierto es que eso que no es nuevo siempre es diferente. Como el flujo de un río que se renueva y cambia permanentemente al mismo tiempo que es el mismo río; la vida, así como la historia se mantienen en permanente cambio. Con la Iglesia, ocurre algo similar: es siempre la misma y es única; sin embargo, existe en medio de tiempos cambiantes que le exigen hacer un trabajo de adecuación con tal de vivir de manera santa y seguir presentando su mensaje en medio de los tiempos que le toca vivir. Es así como a cada generación le corresponde, en su turno, tomar la decisión de andar en el camino de Dios, al mismo tiempo le corresponde tener la claridad de lo que representa esto en su tiempo. El camino del Señor es uno, no hay otro; pero andar en él, incluye el desafío de interpretar, de traducir y de aplicar el evangelio eterno a la época, a la cultura y a las circunstancias pasajeras y cambiantes, de otra manera cada generación corre el riesgo de extraviarse.

El pueblo de Israel es ejemplo de ese extravío. Lamentablemente, el pueblo elegido difícilmente puede ser un modelo a seguir e imitar, pues en él se evidencia aquello que debemos evitar si queremos andar en el camino de Dios. Por supuesto esta valoración la hacemos con temor y temblor, cuidando de no caer en una actitud de soberbia, como si la Iglesia fuera un mejor pueblo1. Israel tuvo bastas oportunidades de experimentar en su historia las bendiciones de las promesas hechas por Dios; sin embargo, falló en sus decisiones pues no supo distinguir los tiempos y los desafíos a los que se enfrentaron. Un ejemplo claro es lo que ocurrió con el discurso de despedida que realizó Josué en el capítulo 24 de su libro.

Para comprender la trascendencia de lo ocurrido en esta narración bíblica necesitamos recordar que el pueblo está por iniciar un cambio de paradigma en su manera de vivir. Pasarán de la vida nómada y errante a la vida sedentaria y estable. Pasarán de la dependencia absoluta en el Dios que los acompañó en las jornadas, al disfrute del fruto de su esfuerzo mediante el trabajo de la tierra, la crianza del ganado y el comercio. La época de los grandes prodigios de Dios y las grandes hazañas del pueblo darán paso a una nueva experiencia en las que los milagros se verán en lo cotidiano y las hazañas dejarán de ser heroicas y se volverán rutinarias. La generación que está por establecerse en la tierra ya no verá al maná llover del cielo, no verá codornices venir con el viento, no verán salir agua de una piedra ni les acompañará una columna de fuego por las noches, ya no esperarán a que la nube se mueva para ir tras de ella; ahora las nubes viajarán por sus cielos y de ellas esperarán la lluvia, su techo no será el cielo sino el de una casa adornada, construida con ladrillos y piedra. Las jornadas y las caminatas han pasado a la historia; ahora la vida consiste en trabajar, fructificar y descansar por las tardes en el patio o la sala de su casa. ¿Cómo será la experiencia con Dios ahora?, ¿Qué significa andar en el camino de Dios ante la nueva experiencia? ¿Qué nuevos desafíos para la fe le traerá este cambio? ¿Cómo será su relación con Dios ahora? ¿A qué le llamarán milagro? ¿Cómo sabrán que Dios les acompaña? ¿Cuál será su misión como pueblo establecido en la buena tierra?

Ante esta realidad inminente, Josué, como buen pastor de Israel, les ofrece tres claves para andar en el camino de Dios, mismas que Israel decidió ignorar después, pero que si las hubieran considerado les habría ido bien y su camino en Dios hubiera prosperado.

Servir exclusivamente a Dios:

“Decidan a quién sirven, a Jehová o los ídolos.” (Josué 24:15)

El primer desafío de Josué consistió en renunciar a los ídolos para consagrarse de manera exclusiva en el servicio y la adoración a Dios. A primera vista, este desafío no tendría razón de ser para un pueblo que durante cuarenta años no conoció a otro Dios más que a Jehová, con quien caminó y aprendió a vivir en su voluntad mediante contundentes lecciones en el desierto. Además, los Israelitas no tenían ya, en ese momento, la práctica de hacerse o fabricarse ídolos, no portaban imágenes ni esculturas de otras deidades, mucho menos se hacían imágenes del verdadero Dios. Sin embargo, Josué tenía una visión diferente acerca de lo que es la idolatría, que no era superficial. Pues cuando se mira a la idolatría sólo “por encimita” se está en un mayor peligro, porque se vive creyendo que una media verdad es la verdad completa. El problema de Israel no eran los ídolos hechos de materiales sino los que se llevan en el corazón, los invisibles, los intangibles, los que no tienen forma o están hechos de materia, los ídolos que se pueden ocultar profundamente, los ídolos más peligrosos.

Israel acababa de poseer una tierra en la que habitaban pueblos que sí tenían ídolos visibles, y en la convivencia con ellos, Israel se vería seducido al encontrar en ellos aquello que reflejaba materialmente lo que llevaban en el corazón.

La tragedia de Israel consistió en que no lograron notar la diferencia y se confiaron en creer que ellos no tenían ídolos, pero con el paso del tiempo su idolatría salió a la luz y no tardaron en manifestarla.

La Iglesia ha corrido el mismo riesgo a lo largo de su historia y en la actualidad. La Biblia está llena de advertencias contra la idolatría, y el Nuevo Testamento hace hincapié muy especial en ello. Los ídolos están presentes en el mundo y se hacen poderosos; tanto que muchos creyentes viven seducidos ante ellos. Un ídolo es aquello que el ser humano crea, al que le da poder y después se inclina ante él para ofrecerle su servicio, su adoración, su entrega y su confianza. Ese poder, creado por el ser humano, se convierte en su amo, le exige sacrificios, los somete a su voluntad, lo deshumaniza y le lleva a realizar actos inconvenientes. Por eso el materialismo, el dinero, el mercado, la violencia, la belleza o el estatus social, pueden ser ídolos. Hoy día se idolatra a personalidades, el placer, la comodidad, la salud, la familia, el deporte, la prosperidad, entre otros. Así, aún aquello que puede tener apariencia de bien o de piedad puede convertirse en un ídolo.

Identifiquemos a nuestros propios ídolos y a aquellos que pretenden seducirnos para someternos a los caprichos de su voluntad. Renunciemos a ellos y decidamos servir al Señor, el dueño de la vida, sólo así podremos andar en su camino.

Proveer para Dios una nueva generación de gente piadosa:

Mi casa y yo (Josué 24:15)

El segundo desafío que presentó Josué al pueblo fue el de concentrarse en servir a los otros y no en sí mismo. Mi casa y yo es una expresión en la que se antepone la casa a uno mismo. Josué no se dio el permiso de concebir las bendiciones de Dios como un disfrute individual, no veía la posesión de la tierra como un acto de heroísmo propio. Toda su vida se mantuvo fiel, fue constante en su esfuerzo, sostuvo su mirada en la promesa, tuvo una visión respecto al futuro y nada de eso lo hizo pensando en sí mismo sino en los suyos. Josué es el líder que es ejemplo de servicio desinteresado, es el hombre que entiende que los proyectos de Dios no son para una persona sino para una comunidad. Por ello, él nunca concibió una tierra prometida en la que no estuvieran los suyos. Su casa, en ese contexto no es solo su familia, son todos aquellos que llevan su mismo estandarte, es una comunidad mucho más incluyente.

Lamentablemente Israel no le dio importancia a este desafío. En el capítulo 2 de Jueces, nos encontramos ante la segunda tragedia israelita: murió Josué y toda aquella generación, y después de esto se levantó una nueva generación que no conoció a Jehová ni la obra que había hecho (2:9-10). ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es que una generación de personas fieles no logró trasmitirle la fe a la siguiente generación? ¿En qué fallaron? Estas preguntas merecen dedicarnos a darles respuesta de manera amplia, por lo que no será posible tratarlas aquí; sin embargo, algo nos queda claro: aquella generación falló en proveerle a Dios una nueva generación de gente piadosa y con ello vino la ruina sobre el pueblo.

Andar en el camino del Señor nunca debe ser para nosotros un asunto individualista ni debemos concebirlo como algo egocéntrico. La Iglesia de hoy, cada uno de sus miembros, no deberíamos darnos el permiso de concebir la eternidad sin los nuestros, no deberíamos permitirnos pensar en la realización de los proyectos de Dios sin que en ellos estén incluidos nuestros hermanos y nuestra familia. Lamentablemente, parece que el signo de nuestro tiempo, que impera respecto a la salvación es la frase: “sálvese quien pueda y no un “hasta que todos lleguemos.”

La Iglesia actual no puede ignorar este principio y necesita concentrar sus energías en trabajar para ganar a la siguiente generación para el Señor y para el servicio, abriendo espacios para el surgimiento de líderes jóvenes, discipulado a los adolescentes, encaminando a los niños en la vida cristiana; invirtiendo dinero, esfuerzo y recursos en proveer para Dios una generación nueva de personas piadosas que le amen con todo su corazón.

El desafío más importante que nos deja este principio es de hacer una labor hermenéutica seria. Esta tarea debe entenderse como la tarea de traducir la sana doctrina a un lenguaje comprensible para las nuevas generaciones, la de decodificar los principios eternos para que sean aplicables a las nuevas realidades, la de explicar a las nuevas generaciones cómo es caminar con Jesucristo en las nuevas experiencias, pero de acuerdo a la senda antigua.

Lamentablemente en muchos ámbitos de la Iglesia se observa que los esfuerzos están más orientados a conservar a quienes ya están y en dar satisfacciones a los miembros de mayor edad y de mayor tiempo en la Iglesia. Quienes tenemos más camino andado deberíamos manifestar nuestra madurez dejando de exigir que la Iglesia nos dé satisfacción y en lugar de ello disponernos para ser instrumentos que el Señor utilice para ganar a las nuevas generaciones, trasmitiéndoles de manera fiel pero actualizada la manera de andar en el camino de Dios.

Vivir bajo la gracia y en el camino permanente de la cruz:

Ustedes no pueden (Josué 24:18-27)

El tercer desafío de Josué es un adelanto de la explicación de la salvación por gracia mediante la fe. Josué presentó sus desafíos ante el pueblo, y ellos con buena intención respondieron con gran optimismo: nosotros también serviremos a Jehová. Ante lo cual Josué les increpó: ustedes no pueden servir a Jehová, porque él es Dios santo. Aun con ello, el pueblo se mantuvo firme en su decisión. No obstante, la manifestación de buena voluntad del pueblo, con el correr del tiempo se puso en evidencia que aquel compromiso frente a Dios no pudo ser sustentado, demostrando que Josué tenía razón. Y es que andar en el camino del Señor requiere más que un buen deseo, ánimo, optimismo y autoconfianza; precisa pasar por el camino de la cruz, ese camino que inicia con la autonegación2; resultado de haberse rendido, darse por vencido y considerarse derrotado ante Dios. El Señor resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes3. Allí es donde ocurrió la tercera tragedia a aquel pueblo. Aquella generación ante Josué no era consciente de lo que implica para un ser humano colocarse a la altura de la voluntad de Dios4, cosa imposible; sin embargo, su autosuficiencia los llevó a hacer un compromiso basados en su propia fuerza y se hicieron testigos contra sí de aquella insolencia5.

Ustedes no pueden, es una frase que debería llevar a las personas a abrir los ojos a la gracia de Dios. El apóstol Pablo escribió que la ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo6, su función es confrontarnos con nuestra realidad del pecado para que sabiéndonos perdidos y derrotados corramos a ampararnos bajo la gracia inefable del amor de Cristo7; así, humillados bajo su mano, seremos exaltados no en nuestra fuerza sino en el poder de Dios8. Andar en el camino de Dios es un desafío al que sólo se puede responder desde la propia impotencia, diciendo: no puedo… ¡deseo, anhelo, quiero, pero no puedo! Y entonces dar lugar al milagro de la gracia porque allí donde no podemos, el Señor hace prodigios; allí donde somos débiles el Señor es fuerte y perfecciona su poder en nosotros.

Por lo que, ante estos desafíos, nosotros, desde la fe en Cristo necesitamos responder: Señor, andaremos en tu camino dejando atrás a nuestros ídolos, no lo haremos solos sino en la comunión con nuestros hermanos, en la solidaridad con los necesitados, en la unidad de la Iglesia y en compañía de nuestra familia. Y todo esto lo haremos, no porque podamos, sino porque confiamos en tu gracia, por lo que nos rendimos ante ti Señor confesando que somos incapaces por nosotros mismos, pues eres un Dios santo y nosotros pecadores. Andaremos en tu camino, tomando la cruz y muriendo a nosotros mismos para que seas Tú en nosotros, y por tu gracia, perfeccionándose como poder en nuestra debilidad, experimentemos la fuerza de tu Espíritu y la bendición de andar en tu camino.

“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo… pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.” (1 Corintios 15:10)

Biografía

1 Romanos 11:20

2 Marcos 8:34

3 Santiago 4:6

4 Romanos 7:14-18

5 Josué 24:22

6 Gálatas 3:24

7 Romanos 3:19-20

8 1 Pedro 5:6

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