Escuchando a Dios en el silencio

Min. Ausencio Arroyo García

“…Y tras el terremoto un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su mano y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías? 1 Reyes 19:9-13

Durante la II guerra mundial, el gobierno de Gran Bretaña elaboró una serie de mensajes para mantener en alto el espíritu de los ciudadanos que había estado expuesto por varios años a la ansiedad y el miedo de la conflagración, entre ellos el bombardeó sobre Londres. Una frase preparada para tal fin, pero que no se empleó, ya que se tenía previsto emplearla en caso de que los nazis invadieran su territorio; al no llevarse a cabo, la publicidad se desechó al finalizar el conflicto bélico en 1945. La frase reza así: “Keep calm and carry on” “Mantenga la calma y siga adelante”. Desde hace pocos años, se volvió popular y actualmente se imprime el slogan en indistintos objetos de publicidad. El mensaje: “Mantenga la calma”, se ha vuelto imprescindible en estos días. ¿Cómo podemos desde la fe mantener la calma?

Hacer, no siempre es lo mejor.

El cuerpo humano está conformado de tal manera que ante el peligro responde secretando substancias que activan la totalidad de la persona y le empujan a enfrentar o huir, según el carácter y las circunstancias, a la situación de amenaza. La adrenalina, noradrenalina y el cortisol reúnen las energías del organismo y lo ponen alerta para dar una respuesta, aceleran el corazón y mueven a ejecutar acciones. En razón de nuestra biología, hemos llegado a pensar que en los peligros lo mejor que podemos hacer es responder con acciones. En los indicios de riesgo nos enfocamos a construir diques, según la naturaleza del peligro, que detengan la catástrofe. Cuando las acciones son insuficientes o imperfectas para contener el desastre, nos invade el pesimismo. Aun en el ámbito espiritual, en una situación crítica, generalmente respondemos con activismo, como si por el solo hecho de realizar algo fuese suficiente para superar la adversidad.

La amenaza del COVID 19 ha puesto en suspenso la vida cotidiana que llevábamos y nos ha obligado a buscar respuestas para evitar el daño o por lo menos sufrir lo menos posible. La tendencia de nuestras respuestas ha sido de producir algo, de no estar quietos, buscamos mostrar que somos personas de bien, que somos responsables y podemos justificar lo que recibimos; para esto, nos hemos enfocado en construir un discurso, fabricar implementos de protección, repetir, en pequeño, el servicio de iglesia y muchas otras cosas, que son buenas o más bien excelentes, pero que no son lo único que debemos emprender. Las acciones sin sentido desgastan pronto, los intentos de llenar el tiempo o el vacío nos pueden dejar extraviados, cumplir un programa no es todo. Hay quien en medio del activismo se puede sentir fracasado. Hay algo que debemos aprender o fortalecer en nuestro caminar con el Señor como nos lo muestra la historia de Elías.

Elías, el gran profeta del Antiguo Testamento, encontrará a Dios, no el estruendo de las manifestaciones portentosas sino en la quietud del silbo apacible de la presencia de un Dios-Pastor que cuida de sus ovejas. Cuando el profeta se vio amenazado por el poder de la terrorífica reina Jezabel, de inmediato puso en marcha un plan de escape. Es probable que haya deducido que todo dependía de él, que su astucia y su voluntad lo pondrían a salvo. Su impulso de huir le lleva al pozo de la desesperación. Cuando pierde la confianza en sus propias fuerzas, y no siente el respaldo de quien lo envió a la misión de vocero divino, se siente desvalido y abandonado, su falta de esperanza le lleva a desear morir. Sin embargo; mientras se halla invadido de profunda tristeza, Dios lo encuentra en un alto del camino. La voz de Dios le advierte que se ponga en pie, pues tiene por delante un largo camino, todavía deberá completar un plan de vida. En la siguiente etapa de su andar por la soledad del desierto, lo encontramos dentro de una cueva. La narración nos descubre que ha entrado en un refugio seguro, evita quedar expuesto y se pone a resguardo. Allí ocurrirá el instante clave que despertará su verdadero poder espiritual.

Elías ha hecho demostraciones extraordinarias frente a los adversarios de la fe de Israel, pero se inundó de miedo cuando se supo perseguido por la mujer más poderosa del reino. Mientras está en el interior de la cueva, el Señor le dice que salga y se ubique en el espacio abierto del monte. Dios se le revelará, se mostrará ante este hombre que va quedado en evidencia por sus carencias y fragilidades, que se ha dado cuenta que sus miedos son grandes y sus pensamientos tienden al pesimismo. Dios quiere dejar de ser el poderoso desconocido, para ser el íntimo impulso del profeta. El momento del encuentro es muy significativo, ante sus ojos primero vino un fuerte viento que rompía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento; luego vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto; después vino un fuego, pero Dios no estaba en el fuego; tras el viento llegó un viento apacible y delicado. Allí vendrá Dios para hablar en intimidad con su siervo.

Escuchar a Dios en la quietud y el silencio, será siempre mejor

Los encuentros personales de Dios con los seres humanos ocurren en soledad. Estos encuentros permiten el diálogo sobre los asuntos más profundos como las motivaciones del corazón, las emociones y la manera de cómo se ven a sí mismas las personas. ¿Qué haces aquí, Elías? Le pregunta el Señor. Es una pregunta que contiene muchas otras: ¿Por qué llegaste aquí? ¿Qué persona eres en este momento? ¿Qué te mueve? ¿A qué le temes? ¿Qué te preocupa? ¿Por qué elegiste este lugar?, y más posibles cuestionamientos. Al hacer propio el relato, estas preguntas resuenan en nuestros oídos. En la quietud y el silencio escuchamos a Dios decirnos de nuevo ¿Qué haces aquí? La tendencia al activismo, incluyendo el religioso nos impide escuchar las interrogantes esenciales y las encomiendas personales de Dios, actuamos en la medida de nuestras fuerzas, lo que nos parece bien. No que sea malo, pero no es lo único y no siempre es lo mejor que podemos hacer.

El evangelio de Lucas 10:38-42 cuenta la historia de dos mujeres aldeanas quienes reciben a Jesús en su hogar. La anfitriona Marta, se moverá preocupada por los quehaceres domésticos, irá de un lado para otro atendiendo las necesidades físicas de los comensales, no es malo; mientras María, se sentará junto a Jesús y en silencio escuchará las palabras íntimas de sentido y aliento, María escogió lo mejor. La vida nos impone acciones para sobrevivir. Pero hay un ángulo que jamás debe desatenderse, éste tiene que ver con la comprensión del sentido espiritual de la existencia: ¿Para qué vivimos? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Qué nos mueve? ¿Qué dice Dios de nosotros? ¿Qué espera que hagamos?

¿De dónde vendrá nuestra fuerza y noble disposición a enfrentar las adversidades? De percibir la presencia rectora de Dios en lo más hondo del ser, de la confianza que nos da el saber que estamos en sus planes y que sus promesas son fieles, que todo tiene un fin aceptable a sus propósitos; de aprender a depender de él y no de nuestras fuerzas o nuestra inteligencia. Cuando haya que elegir entre pasar tiempo en la misión de Dios o pasar tiempo con el Dios de la misión, debemos tener clara la prioridad. A veces el activismo tiene sus raíces en la angustia y se convierte en una forma de intentar evadirla, lamentablemente, siempre nos alcanzan el miedo, la frustración o el cansancio.

Aunque parezca una participación infructuosa porque sea invisible a los ojos de los demás y no deje huellas evidentes para seguir el camino, el tiempo que pasemos en quietud y silencio con el Señor, hará posible el desarrollo del carácter cristiano, la sensibilidad espiritual y la resistencia frente a las adversidades. Cuando renunciamos a la búsqueda del rendimiento y nos enfoquemos en deleitarnos en los momentos de escuchar a Dios, estaremos dejando a Dios ser Dios y alcanzarás la calma de tu corazón.

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