Nuestra fe sobrevivirá el invierno

Min. Ausencio Arroyo G.

En el siglo XVIII, Catalina la Grande, de origen alemán, se casó con el Zar Pedro III de Rusia. Con noble intención, tuvo a bien promover que alemanes fuesen a poblar la zona oriental del río Volga haciendo que los campos produjeran sobre todo trigo. Unas 27 mil personas se sumaron a su llamado y se trasladaron para instalarse en las tierras que les asignó el imperio ruso. El camino fue largo y penoso, además, una vez establecidos, eran azotados por bandas de ladrones. Esta migración costó la vida de varios miles de ellos. Los recién llegados desconocían de los crudos inviernos de la región. En los primeros años se vieron en la necesidad de construir sótanos en los cuáles se refugiaban las familias junto con los animales, permanecían ocultos durante los meses de diciembre a marzo, saliendo a la superficie cuando las nieves empezaban a derretirse. En primavera, la vida comenzaba de nuevo.

Este 2020 estamos en primavera, pero parece invierno, no por el frío en el cuerpo sino por el frío en el alma. Para muchos, la reclusión en casa está resultando un tiempo dónde la fe está puesta a prueba. El aislamiento de la Comunidad de creyentes, la intimidad de la Cena, el distanciamiento de los amigos, la carencia de contactos afectivos, las presiones financieras, entre otras limitantes; nos hacen sentir frustración e impotencia. Nos parece estar atrapados en una cueva como el profeta Elías. Afuera, la amenaza mortal; adentro, la soledad y el miedo. ¿Sobrevivirá nuestra fe? Nos preguntamos, en el silencio de la noche. A la manera de un drama, veamos un mensaje de aliento en tres actos basado en el Salmo 77 (versión Dios Habla Hoy):

Primer acto: desilusión.

“Mi alma no encuentra consuelo. Me acuerdo de Dios y lloro; me pongo a pensar y me desanimo…en mi interior medito, y me pregunto: ¿Acaso va a estar siempre enojado el Señor? ¿No volverá a tratarnos con bondad? ¿Acaso su amor se ha terminado? ¿Se ha acabado su promesa para siempre? ¿Acaso se ha olvidado Dios de su bondad? ¿Está tan enojado, que ya no tiene compasión? Lo que más me duele es pensar que el altísimo ya no es el mismo con nosotros” vv. 2c-3, 6b-10.

¿Te has despertado alguna mañana con ganas de llorar porque sientes que algo en tu interior, inocente y piadoso se rompió? ¿Has tenido la abrumadora sensación que nada tiene sentido y que estás sólo para enfrentar los problemas? ¿Has tenido el deseo o has realizado el acto de gritar a Dios tu desesperación y amargura? ¿Te has preguntado por qué parece te da la espalda? ¿Por qué se niega a traerte consuelo y alegría? De manera similar es la apertura de esta oración de lamento. Todos esperamos que la vida sea de cierta forma, que lleguen los momentos y se den los resultados, en nuestra opinión, consecuentes; pero muchas veces sucede lo contrario. Para el creyente, es decepcionante sufrir el abandono de Dios. El salmista dice: “Lo que más me duele es que Dios ya no es el mismo”. Esta es la meditación de un corazón desilusionado.

Antes de sentencias categóricas, se suscitan las dudas y se conmueve la consciencia. En el proceso del Salmo, parece que la fe del orante se va marchitando y la presencia divina se vuelve borrosa, pero antes que desaparezca del todo, el orante se resiste a dejarle ir, por ello pregunta; seis veces se pregunta: ¿Por qué me ha dejado Dios? En el soliloquio íntimo, invadido por la nostalgia espiritual se repite, una y otra vez: ¡Dios no era así! No es como lo estoy viendo ahora. Es terrible sentirse traicionado del ser amado. ¿Por qué sufro injusticia? ¿Por qué no responde a mis oraciones? ¿Por qué sigo en mi miseria? ¿Por qué estoy al borde del abismo? ¿Por qué, si lo que quiero es bueno, no lo consigo? ¿Por qué, si lo busco, se me esconde? ¿Por qué dejó que mis sueños se rompieran y mi vida se apagara con tristeza? ¿Acaso, no le gusta a Dios la luz de las sonrisas?

La desilusión en lo sagrado, es la experiencia que nos reduce de tamaño y nos recuerda nuestra pequeñez ante el ser Absoluto y el universo que se preserva y se expande. La desilusión es un profundo abismo que se extiende entre las expectativas que tenemos de Dios, ya sean por imaginación personal o influencia de otros y la realidad de la vida. Ese abismo se puede formar en un instante, cuando aquello que amas o te da confianza se esfuma, como una bomba que estalla dejando un enorme cráter de vacío y frustración; o bien, puede ocurrir por la erosión imperceptible continua de pequeñas pero significativas decepciones, cuando nos cuestionamos si de verdad le importamos a Dios. Mientras nuestra existencia es más o menos llevadera, la fe “tradicional” subsiste, pero, cuando es puesta al fuego, se puede evaporar hasta desaparecer. En sus horas de desolación, el salmista busca a Dios, su oración es una mezcla de gritos y llanto (vv. 1-3a). ¡En verdad, qué pequeños somos!

Segundo acto: Rememoración

“Recordaré las maravillas que hizo el Señor en otros tiempos; pensaré en todo lo que ha hecho” vv. 11-12

Es muy frecuente, que en los momentos de crisis se desmorone la estructura interna de nuestros pensamientos y sentimientos, en un instante se esfuma nuestra seguridad y como consecuencia: perdemos la confianza y olvidamos los actos liberadores y protectores de Dios. Para no extraviarse, el salmista recurre a la memoria. Él decide rememorar las intervenciones divinas en la creación y en su vida personal. Rememorar es el proceso mental de hacer memoria. Este acto es relevante en razón que la vida no se conforma sólo del presente sino del pasado y el futuro. La memoria conforma nuestra manera de ser porque nunca estamos ya hechos en la versión final, sino que nos seguimos haciendo, mas no por nosotros solos, a lo largo de la existencia.

Cuando llega la oscuridad en la noche de la vida, las sombras difusas se vuelven amenazantes despertando nuestros miedos más profundos. En este momento de tinieblas, las luces del pasado iluminan nuestros pensamientos. Cuando miramos nuestra historia personal, descubrimos que la muerte y la tragedia nos acechan en cada jornada, y que si aún nos hallamos presentes es porque hemos sido librados infinitas veces por la bondadosa mano de Dios. Es así que arribamos a una convicción: somos sobrevivientes por la gracia de Dios.

La mayoría de nosotros; hombres y mujeres sufrimos heridas en algún momento de la vida y traemos en nuestra piel las cicatrices de un cuerpo que logró sanar. Estas cicatrices pueden ser vistas de dos maneras: podemos revivir el dolor, el miedo o el enojo que nos produjeron y por ello caer o mantener la amargura del alma o podemos mirar más allá de ellas y agradecer, porque fuimos rescatados de la amenaza inminente. Alguien que haya pasado por una operación de corazón abierto, un accidente, una enfermedad o una agresión; las marcas en su cuerpo o en su alma, le mostrarán cómo, habiendo estado expuestos al final, sus años fueron prolongados. Una y otra vez fuimos guardados por gracia inmerecida. Cuando los días grises nublan la fe, los recuerdos luminosos renuevan la confianza de un amor divino que prevalece inalterable y que volverá a traernos las alegrías de ayer.

Tercer acto: Admiración

“¡Tú eres el Dios que hace maravillas! ¡Diste a conocer tu poder a las naciones! Con tu poder rescataste a tu pueblo… Oh Dios, cuando el mar te vio, tuvo miedo y temblaron sus aguas más profundas… Te abriste paso por el mar; atravesaste muchas aguas, pero nadie encontró tus huellas” vv. 14-19

El ser humano se inquieta porque no alcanza a comprender los misterios de la voluntad del Soberano del universo. Ante lo que parece incongruente del carácter divino, el ser se incomoda y protesta. El salmista comenzó el lamento con el dolor espiritual de la decepción de Dios porque en su interior hay caos. Sin embargo; cuando se mide ante lo absoluto e infinito y se dará cuenta de lo pequeño que es. Ante las manifestaciones de Dios en la creación y en la historia, el ser humano descubrirá su pequeñez y su fragilidad. La creación funciona de tal manera que hace posible la vida. El mundo es una casa habitable para la humanidad, su belleza y operatividad son maravillosas y quien mantenga los ojos abiertos no podrá dejar de extasiarse por su orden extraordinario.

Ante los fenómenos de la naturaleza como: el mar, la lluvia, los truenos y relámpagos, los terremotos, la criatura humana no tiene control, estos hechos escapan a su voluntad. Así que, mientras Dios muestra su poder y soberanía, el hombre es sólo un testigo de este dominio. La percepción humana de su impotencia para manipular estos fenómenos le llevará a comprender que jamás podrá decir a Dios, Señor de todas las cosas, lo que debiera hacer. Si no puede decir a un rayo cuándo irrumpir, menos le puede decir a quien lo creó cómo obrar, si no puede impedir un terremoto, menos podrá obligar a quien creó la tierra entera a su manera, cómo debe actuar en la vida personal.

Ante la majestad surge un temor de aniquilación de la criatura. Dios es imponente: “cuando el mar te vio, tuvo miedo”, afirma el salmista. Si el mar tuvo miedo, cuánto más lo debe tener la pequeña criatura humana. Dios gobierna su mundo, hace su voluntad en la historia, manifiesta su poder en el cumplimiento de sus promesas, lo hace sobre todas las cosas y los tiempos. Los actos prodigiosos del Creador despiertan la sensación de temor en los hombres que reconocen su vulnerabilidad. Los relatos de las visiones de Dios están llenos de estupor en las criaturas, tanto humanas como angelicales. Ante la Majestad de la gloria divina los mismos ángeles cubren sus rostros y entonan canción a su perfecta santidad. El que es inaccesible está lleno de poder y ante él se rinde el corazón humilde. El salmista se siente cautivado y se estremece porque se halla frente a los más alto y bello de todo. Dios tiene el mundo en sus manos y es fiel para cumplir sus promesas.

En los bosques invernales las semillas sobreviven enterradas y las nuevas plantas empezarán a crecer por debajo del hielo. Más allá de la capa de frío que cubre este momento, se halla un nuevo tiempo de vida. El invierno del alma pasará y vendrá una primavera llena de nueva vitalidad y entusiasmo para la fe. Si tu corazón está atento, percibirás la belleza y el orden de la creación y confirmarás que el Señor se mantiene en su trono para siempre. Nuestra fe sobrevivirá el invierno porque Dios está allí, en el misterio de la vida. Nuestros tiempos están en sus manos.

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