Cuando pase la noche

Min. Avelardo Alarcón Pineda

Todo hace parecer que nuestro barco está llegando a tierra firme. Aún no ha pasado la noche pero ya se asoma en el horizonte la luz tenue de un nuevo día. Parece que con el paso de los segundos el frío cala más como si supiera que está llegando su fin y se aferrara con mayor insistencia al cuerpo. Hemos sobrevivido, era impensable que en un lago como este pudiera experimentarse tal embate por la sobrevivencia; sin embargo, apareció Él y aunque no se calmó el viento lo que ocurrió fue todavía más sorpresivo y sorprendente.

Cuando salimos aquella tarde de la otra orilla, cansados de haber corrido, gritado y cargado las cestas de pan y de peces, –después de todo, quién iba a imaginarse que inmediatamente del largo viaje de regreso al que todos fuimos a predicar, tendríamos que dar de comer a cinco mil varones, a las mujeres, los niños y los esclavos que se acercaron–, no sabíamos lo que nos esperaría. Toda la noche estuvimos luchando contra el fuerte viento, ninguno de nosotros había conseguido descansar ni dormir; al contrario, la lucha constante por tratar de robarle unos centímetros al lago contra la fuerza de aquel viento inusitado nos desmoralizaba al tiempo que provocaba la desesperación y la frustración. Fue entonces cuando ocurrió, y fue como si el salmo 139 se escribiera sobre aquel firmamento estrellado:   Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Cuando escuchamos su voz segura en medio de la noche: tengan ánimo, soy yo, no teman1. Entonces ocurrió lo que menos nos imaginamos, cada uno se prendió del bote hasta con los dientes pues sabíamos que en medio de aquella confusión el lugar más seguro era mantenernos dentro de la barca sujetándonos lo mejor que pudiéramos. Pero Pedro, si, Pedro, no sabemos qué le pasó por la cabeza, pero hizo lo que a ninguno de los demás se nos hubiera ocurrido. Pensábamos que era una locura, a nadie se le viene a la mente que puede caminar sobre el agua, mucho menos en medio de aquella inestabilidad, pero algo marcó la diferencia: si eres Tú manda que yo vaya. Nuestra noche se volvió resplandor cuando los once vimos a Pedro descender de la barca y dar pasos sobre el mar inquieto, fue como si la luz de pleno día dirigiera sus rayos hacia aquella figura endeble que caminaba como cuando un bebé comienza a dar sus primeros pasos. Como si el cielo oscuro fuera un gran lienzo de tela y se rasgara justamente allí para que una luz imponente se fijara sobre ese instante. Pero no había luz de la luna y mucho menos del sol, no hubo alguna luz celeste que se abriera paso entre la cortina, lo que realmente ocurrió es que hubo una iluminación potente en medio de nuestra oscuridad interior. Y de pronto, el cansancio, el sueño, el enojo, el temor, la frustración y la impotencia desaparecieron. Y aunque seguíamos en medio de aquella gresca provocada por el viento y las olas, y nuestra barca seguía siendo sacudida y obligada a retroceder, en nuestro interior hubo regocijo, esperanza, iluminación y paz.

Salimos de aquella noche transformados, después de aquello éramos las mismas personas, pero percibíamos la vida y al mundo de una manera diferente. Esa luz que transformó nuestra oscuridad interior aquella noche siguió iluminando nuestros pasos en adelante.

En la escritura existen varios relatos que tienen en común la epopeya de haber atravesado una noche complicada que resultó transformadora: Jacob en Bet-el y en Peniel, la primera pascua cuando los Israelitas fueron liberados de Egipto, los discípulos ante una tempestad que anegaba su barca o aquella noche cuando vieron a Jesús caminar sobre el agua, cuando Pedro fue llamado por Jesús en la primera pesca milagrosa o cuando fue reencontrado en el Evangelio de Juan2. Cada una de estas historias tienen algo en común: quienes atravesaron por esta noche singular tuvieron la oportunidad de ser encontrados por Dios y ser transformados.

En estas narraciones, la noche se asemeja al capullo en el que se introduce una oruga para sufrir su metamorfosis3; entra en ella siendo gusano y sale transformada en mariposa; el mismo ser pero con diferente forma y diferente manera de asumir la vida. Destaco en itálicas la palabra sufrir porque el cambio, el desarrollo y el crecimiento la mayoría de las veces implica sufrimiento. Crecer duele, dejar lo viejo, lo caduco y lo corrupto atrás para dirigirse hacia algo nuevo, es un proceso doloroso que comienza con la decisión de anhelar lo mejor y estar dispuesto a cubrir el costo de ello.

Hablar sobre lo que ocurrirá “después de la pandemia” indudablemente nos mete en el terreno de la especulación, pero las diversas opiniones se sitúan entre dos posiciones. Algunos hablan de que este será un punto de inflexión; es decir, un parteaguas que marcará y cambiará la historia humana y que será como darle la vuelta a una página para comenzar algo nuevo. Una segunda postura sostiene que esta experiencia será un catalizador, un acelerador que nos llevará a realizar con mayor prisa asuntos que ya venían realizándose o que estaban pendientes. ¿Cómo será la vida después de que la fase crítica de la pandemia haya pasado y volvamos a nuestra “normalidad”? ¿Seguiremos siendo los mismos? ¿Seguiremos realizando las cosas como lo veníamos haciendo? ¿Habrá algún cambio? De ser así, ¿será positivo o negativo? ¿Será para bien o para mal? ¿Será para ser mejores o peores? Estas preguntas y planteamientos son válidos tanto para la sociedad a nivel mundial, a nivel nacional y sobre todo para nuestra iglesia como comunidad de discípulos de Cristo. El tema es muy amplio como para tratar de abordar los macropanoramas, ambientes en los que la iglesia debería tener incidencia pero que dejaremos para otro momento. Por ahora enfoquemos la mirada en nuestra comunidad; nuestra pequeña barquita que se embate entre las olas embravecidas de un mundo convulsionado. ¿Cómo terminaremos esta travesía? ¿Que nos dejará la noche como pendiente para realizar al llegar el día? ¿Qué transformaciones habremos experimentado? ¿Qué iglesia vamos a construir después de la pandemia? ¿Daremos la vuelta a la página y comenzaremos algo nuevo o utilizaremos esta experiencia para darle un impulso renovado y acelerado a los asuntos pendiente que tenemos atrás?

Es muy complicado saber lo que ocurrirá porque en gran medida depende de la respuesta que cada uno dé a esta experiencia, de cómo respondamos y de lo que hagamos durante el confinamiento, de cómo reaccionemos a la contingencia y de qué tan profundo reflexionemos acerca de lo que ocurre. Si en este periodo se produce esta lucha interna de la que tanto nos habla la Escritura y que dibuja mediante los relatos de la noche metamórfica.

Jacob en Betel estaba viviendo una crisis en la que se hallaba solo y completamente desamparado. Huyendo de su hermano para salvar su vida se queda dormido en un lugar en el que tiene que usar una piedra como almohada porque en el escape no lleva consigo más que lo elemental. Allí le aparece el Señor en sueños y le hace saber tres cosas:

1. Que es heredero de las promesas por su gracia.

2. Que cuenta con Su presencia para asegurar que se realicen Sus propósitos.

3. Que aunque ha dejado muchas cosas atrás y su presente no es muy alentador, (Dios) tiene un futuro para él.

Jacob termina transformado por la visión y responde a Dios mediante compromisos que surgen de manera espontánea:

1. Serás mi Dios.

2. Dejaré un testimonio permanente de este encuentro.

3. Entregaré mi diezmo para Ti.

De aquel capullo salió un nuevo ser que dejó atrás al niño que dependía de su mamá para resolverle los problemas y dar lugar al hombre nuevo que ahora dependía de Dios plenamente. El niño que huía dio paso al adulto que piensa en volver para encarar y resolver la situación con su hermano. El inmaduro que luchaba por tener el privilegio de primogénito dio lugar al hombre adulto que cambio de tesoro: de ahora en adelante el Señor será lo más preciado y ocupará un lugar cada vez más primordial en su vida.

Pero la noche de la metamorfosis todavía tiene algo más para Jacob. No ha sido suficiente el primer encuentro, porque aún sigue siendo el hombre suplantador. Jacob debe cambiar de nombre, debe dejar atrás su vieja forma del todo para dar lugar algo cada vez mejor, experiencia que nos recuerda que la vida es proceso.

La noche en Peniel fue distinta. Parece que Jacob sigue valiéndose de tretas para conseguir lo que desea y ha dejado de lado al Señor. Se dirige al encuentro con su hermano, una experiencia por demás sublime: la reconciliación entre los hermanos peleados. Pero Jacob lo tiene todo planeado; sabe que su hermano viene a encontrarlo con 400 hombres. Jacob se llena de temor y aunque el Señor le dice que confíe, que estará con él, aún así diseña una estrategia temeraria que pondría a sus hijos en gran peligro. Así es, Jacob manda por delante un cargamento con regalos y detrás de ellos a los niños y las mujeres, pensando que eso podría sensibilizar a su hermano. Y divide el campamento en dos partes por si acaso su hermano y sus cuatrocientos hombres deciden destruir el primer campamento (en el que va su familia) entonces se salvará la mitad de sus bienes. Aquella noche, Jacob se queda detrás, dejando como resguardo un río, entre su familia y él. Estando solo viene un varón (que es una mediación de Dios) y pelea con él toda la noche, como resultado le desencaja un muslo, pero le da su bendición. En esta experiencia, cercana a la muerte, en la que Dios le deja ver con claridad que el quedarse solo no ha sido sino la peor de sus decisiones porque aparentemente donde más seguro estaba más expuesto se quedó. Jacob no murió aquella noche, quedó lastimado y desgastado, pero en su interior se renovó; así que, ahora más vulnerable que nunca, lastimado y con una pierna que antes era su fuerza pero ahora es una carga, se adelanta al campamento y humillado se dispone a esperar a su hermano, con quien tiene uno de los encuentros más emotivos narrados en la Escritura. Nuevamente la noche de la metamorfosis ha dejado su fruto.

Al inicio de este artículo se incluye la lectura narrativa de una de las noches de metamorfosis que tuvieron los discípulos. Aquella noche llegaron a tierra firme sabiendo que todo discípulo de Cristo está llamado a caminar sobre el agua; es decir, a estar por encima de las circunstancias. Que en lugar de esperar que Jesús quite la adversidad, tengan ellos la capacidad de caminar sobre el mar embravecido para ir al encuentro de su Señor.

La noche de la metamorfosis, en particular parece que atañe a Pedro, el discípulo en quien se representa constantemente el proceso de transformación. En los evangelios hay dos relatos similares que conocemos como la pesca milagrosa. Una de ellas esta narrada por Lucas y la otra por Juan. La primera se sitúa al inicio del Evangelio, en el momento en que Pedro es llamado por Jesús a ser pescador de hombres; en el segundo, narrado al final del Evangelio de Juan, Jesús tiene otro encuentro con Pedro en el que lo llama a apacentar a sus ovejas. Ambos episodios también ocurren durante la noche y su resultado es determinante para la vida de Simón, quien después será llamado Pedro. En estos relatos Pedro es introducido a un capullo del que saldrá renovado; entrará un pescador y saldrá un discípulo, entrará un discípulo frustrado, avergonzado y temeroso, y saldrá un pastor valeroso que cuidará de la iglesia y dará su vida por Jesús.

Cada discípulo y cada comunidad –entendiendo que la comunidad es vista como un cuerpo– en nuestro caminar tras las huellas de Jesús tenemos oportunidades únicas. Lo que para muchos es señal de amenaza o tiempo en donde gobiernan los terrores nocturnos, para nosotros es espacio de transformación, es tiempo de encuentro con nuestro Maestro y oportunidad para crecer. La sociedad actual con todo el avance tecnológico sostiene la utopía de crear una sociedad libre de sufrimiento y por otro lado se alimenta la fantasía de la felicidad permanente, la idea absurda de que un ser humano puede vivir siempre feliz, lo que tiene como consecuencia que la humanidad esté perdiendo brillantes oportunidades para crecer y ser mejores. Para la humanidad no habrá noche de metamorfosis, pues el miedo les ha invadido, y por miedo le han entregado al gobierno, a la ciencia, a la educación o a los gurús económicos el destino de sus vidas. La experiencia en la historia y sobre todo la revelación bíblica develan esta verdad: nadie se transforma en algo mejor si su vida está basada en el miedo, ya que es éste lo que lleva a cada persona a buscar su supervivencia, a atrincherarse y defenderse ante cualquier cosa que le represente una amenaza. Lo vemos claramente en los personajes mencionados en los textos bíblicos, su primera reacción fue buscar la supervivencia, es resultado del espanto y de sentirse impotentes ante la adversidad. Esto en gran medida es cierto en un mundo que siente que está cayendo en el vacío sin fe ni esperanza.

Pero para la iglesia la experiencia puede resultar diferente, somos el pueblo redimido al cual el Señor dirige hacia la realización de una nueva humanidad en cielo nuevo y tierra nueva. No conocemos el vacío sino la expectativa de plenitud; y, por tanto, “la noche” se convierte en la experiencia de metamorfosis. Por lo que en muchos casos ésta puede representar un punto de inflexión para dejar atrás lo que se requiera para dar paso a algo nuevo, pero también puede representar un catalizador de las cosas buenas que el Señor ha depositado en nosotros, el acelerador que puede impulsarnos para darle prisa a los asuntos pendientes, el poder transformador que puede darnos un empuje nuevo para realizar la voluntad de Dios.

La contingencia vino a obligarnos a levantar la alfombra para darnos cuenta de todo lo que hemos guardado allí; es decir, de abordar los temas pendientes y que hemos postergado porque nada nos hacía ver la prisa de atenderlos: vulnerabilidad, marginación, pobreza, violencia, trabajar en la prevención, inseguridad alimentaria, desarrollo del carácter cristiano. Cualquiera de estas visiones (como punto de inflexión o catalizador) es válida porque en realidad nos movemos constantemente hacia la realización plena de todas las cosas al mismo tiempo que vivimos la contemplación de la bondad de Dios y la espera de la venida de nuestro Salvador.

Entre tanto, ¿queremos regresar a la normalidad después de esto? Después de que pase la noche de la metamorfosis será imposible.

Referencias

1 Mateo 14

2 Génesis 28; 32; Éxodo 12; Mateo 8; 14; Lucas 5 y Juan 21.

3 La expresión metamorfosis, que proviene el verbo metamorfou (μεταμορφού) y significa transformar, se utiliza cuatro veces en el Nuevo Testamento, en dos ocasiones para referirse a la «transfiguración» y en el resto a la transformación de que se da en los creyentes, en Romanos 12:2 y 2 Corintios 3:18.

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