La grandeza de la iglesia

Min. Israel Delgado Sánchez

Al vivir en un mundo cuya cultura e influencias son herederas de la modernidad, hemos creído que buscar lo grande y la grandeza, es la manera de mostrar a Dios. Pero vale la pena hacernos la siguiente pregunta: ¿Será que la grandeza de Dios se muestra en cosas consideradas pequeñas y hasta insignificantes?

Jesús refirió en diversas ocasiones la importancia de poner nuestra mirada en lo pequeño. Como ejemplos tenemos entre otros: la parábola del sembrador (Mateo 13:1-9) en donde la pequeña semilla que cae en buena tierra, da fruto al ciento, sesenta y treinta por uno; mas adelante encontramos la parábola de la semilla de mostaza (13:31-32) en ella Jesús enfatiza que dicha semilla es la mas pequeña de todas las semillas, pero que cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, tan grande que las aves del cielo hacen nido en sus ramas; también encontramos en el verso 33 del mismo capítulo la parábola de la levadura, en donde Jesús refiere que una minúscula cantidad de dicho elemento es capaz de leudar una gran cantidad de harina (tres medidas de harina son aproximadamente 22 litros). Para algo tan grandioso e importante, que significaba la salvación del mundo como lo era el Evangelio del Reino de Dios; Jesús decide usar ejemplos de cosas muy pequeñas, imperceptibles y a las que normalmente no se les da mucha importancia.

La palabra entonces nos indica que debemos ir de lo mega a lo pequeño. Para conocernos más, necesitamos ver lo que normalmente no nos detenemos a observar por considerarlo minúsculo.

Nuestra realidad como iglesia nos dice que hemos sido una iglesia pequeña de pequeñas comunidades, pero por lo visto, el Señor nos ha llevado a vernos aún más pequeños, para mostrarnos definitivamente dónde está nuestra grandeza. Quizá estábamos cómodos y sintiéndonos exitosos en los templos, con la Convocación Nacional en puerta, un evento masivo sin precedentes en la historia de la iglesia.

Sin embargo, el Señor que hizo lo pequeño e imperceptible nos sacó de ahí para llevarnos a casa. Pero ¡cuidado!, no vaya a sucedernos que nos acomodemos en nuestras casas y ahí nos encerremos. El Señor nos está permitiendo estar en casa y ahí hacer vida con nuestras familias con mayor tiempo disponible para poner nuestra mirada en lo pequeño; que no por serlo es denostable, al contrario, para el Señor es y para nosotros debiera ser lo más importante del ser iglesia: nuestra fe personal y familiar.

El capítulo 18 de Mateo aborda grandes temas, que tienen conexión directa con las relaciones más cercanas. Estos temas son enormemente relevantes por que nos dejan en claro que el meollo de la vivencia en el evangelio está en las relaciones cercanas basadas en el amor. Los temas abordados por Jesús según el evangelista son:

1. Humildad y sencillez ante nuestros hermanos: ser como niños (1-5).

2. No escandalizar a los pequeños: no ser tropiezo en ninguna circunstancia (6-9).

3. No demeritar a nadie, incluido el descarriado; antes bien, buscarlo como a oveja perdida (10-14).

4. El proceso de perdón-reconciliación: ponerse de acuerdo como prioridad de la iglesia (15-22).

5. ¡Perdonar, perdonar, perdonar! Nuestra mirada debe estar puesta en Dios, nuestro anhelo debe ser alcanzar la altura de amor que Dios tiene por nosotros, que nos perdona de todo corazón (23-35).

Por lo anterior, quiero compartir, en el amor del Señor, las siguientes pautas que nos indican en dónde está nuestra grandeza:

La grandeza de la iglesia está en la fe de sus integrantes

“Jesús les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20). Para mover montañas se necesita algo tan pequeño como una fe tamaño grano de mostaza. La iglesia de Dios necesita la fe de sus integrantes para subsistir en medio de este tiempo de crisis e incertidumbre, si mantenemos la fe en Dios los montes nos obedecerán. Nada ni nadie puede acaba con una iglesia cuyos miembros tienen una fe pequeña y a la vez grandiosa como un grano de mostaza.

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos” (Hebreos 11:1-2, RV60). ¿Qué puede vencer a una iglesia cuyos miembros tienen fe en lo que aún no llega y en lo que no pueden ver? Absolutamente nada. Al contrario, podemos afirmar como hace el profeta Habacuc:

«Aunque no den higos las higueras, ni den uvas las viñas ni aceitunas los olivos; aunque no haya en nuestros campos nada que cosechar; aunque no tengamos vacas ni ovejas, siempre te alabaré con alegría porque tú eres mi salvador. Dios mío, tú me das nuevas fuerzas; me das la rapidez de un venado, y me pones en lugares altos» (Habacuc 3:17-19, TLA).

La grandeza de la iglesia está en el qué y para qué de su fe y acción en el mundo, no en el cómo

No solo estamos en el mundo para reunirnos en los templos cada sábado –ese ha sido el cómo de muchos por mucho tiempo–. Estamos en el mundo porque somos la iglesia de Dios que fue creada por Él para ser luz y sal de la tierra: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13-16). Así que hermanos ¿Qué somos? Luz y sal. ¿Para qué estamos? Para alumbrar, romper tinieblas, para dar sabor y preservar la vida. ¿Cómo lo haremos si no podemos reunirnos en los templos? Viviendo y haciendo crecer la fe en nuestro corazón y el de los nuestros, haciendo el bien, dando ayuda al que lo requiera, estando presencial o virtualmente con el que sufre, orando y ayunando.

Dietrich Bonhoeffer, escribió lo siguiente desde una celda nazi en 1944: «La Iglesia es la Iglesia únicamente cuando existe para los demás…. La Iglesia ha de tomar parte en los problemas seculares de la vida cotidiana, no en forma dominante, sino ayudando y sirviendo». Debemos procurar ser “la iglesia para los demás”, pero aún mejor “la iglesia con los demás”.

La grandeza de la iglesia está donde están dos o tres congregados en el nombre de Jesús

La expresión de Jesús en Mateo 18:20, alude a:

1. La importancia de la búsqueda de la restauración del pecador que permita integrarlo plenamente a la iglesia (18:15-17).

2. El uso responsable de la autoridad que da a los que son miembros de la iglesia para permitir o prohibir (18:18) y

3. En la capacidad que tiene ésta de ponerse de acuerdo en lo que pide a Dios (18:19).

Todo esto se da en la expresión más pequeña posible de la iglesia. Jesús insistió en que la iglesia se da, crece y bendice en lo pequeño: doce discípulos, sus amigos de Betania (Marta, María y Lázaro) o dos o tres reunidos en Su nombre. Cuando dos o tres nos juntamos, la iglesia sucede, lo cual nos deja muy en claro algo que escuché hace algún tiempo y es que: a la iglesia no se va, la iglesia es.

La descentralización de la iglesia, la potenciación de las iglesias locales y agrego: de las familias que conforman a la iglesia local, serán determinantes en los años por delante.

La grandeza de la iglesia está en la intimidad de las relaciones más cercanas

Los momentos más difíciles, significativos e íntimos que Jesús vivió, los experimentó con unos cuantos: con sus doce discípulos (Marcos 6:30-32), Él y el Padre (14:23), cuando comparte con sus más cercanos amigos el pan y el vino como símbolo de su entrega total por amor (26:17-29), con tres de sus discípulos en la hora de la angustia en Getsemaní (Mateo 26:37).

El Señor nos ha estado permitiendo en los meses pasados concentrarnos en lo más importante que muchas veces descuidamos porque lo consideramos pequeño: nuestra relación personal con Él y la experiencia de vida en fe con nuestros seres amados más cercanos. En casa, con Dios y con nuestros seres amados: ¡Sigamos haciendo iglesia!

No desaprovechemos esta grandiosa oportunidad de fortalecer nuestra fe: orando, leyendo la Palabra, escuchando la amorosa voz de nuestro Dios. No perdamos este valioso tiempo de compartir la fe y el amor que Dios nos da con nuestra esposa o esposo, con nuestros padres, hijos, hermanos, amigos queridos. ¡Es tiempo de dedicarnos a lo grande de la iglesia! Una iglesia integrada por hermanos llenos de fe, por matrimonios edificados en la Palabra, por familias que viven en el amor de Dios; será grandiosa y fuerte y tendrá todo lo necesario para cumplir con la Misión encomendada por el Señor.

Cuenta una anécdota de un joven que soñó que entraba en un gran negocio. En el mostrador estaba un ángel como dependiente. “¿Qué venden aquí?” le preguntó el joven. “Todo lo que usted desea” contestó el ángel. El joven entonces comenzó a hacer la lista de cosas: “Quiero que terminen las guerras en el mundo, quiero más justicia por los obreros explotados, tolerancia y generosidad hacia los extranjeros, más amor en las familias, trabajo para los desempleados, más unión en la iglesia y que sanen todos los enfermos por el Coronavirus” Pero el ángel lo interrumpió diciendo: “Joven, usted se ha equivocado. Nosotros no vendemos frutos, vendemos solamente semillas”. Dios necesita nuestra colaboración y responsabilidad. No interviene directamente en el mundo sino nos da su ayuda para que nos hagamos siempre más responsables. La manera de que las semillas germinen y den fruto es cultivándolas en el corazón y en nuestras relaciones más cercanas.

La fe nace en el corazón, brota y se desarrolla en la intimidad de la familia, se comparte y da fruto con la iglesia en el mundo.

Conclusión

Lo que ha estado pasando es difícil y triste; pero también puede ser bueno, porque nos hace preguntarnos si a lo que estábamos dando mayor valor, realmente es tan valioso como creíamos, a saber: los templos, los aparatos, la música, los eventos, etc. Un pequeño virus, imperceptible al ojo humano, nos hizo replegarnos y ha impedido realizar grandes reuniones, grandes proyectos. Pero no nos impide ser iglesia, porque si nos congregamos 200, 100, 50 o 2, no hay diferencia: somos iglesia.

Si el Señor nos ha permitido volver a los templos, ¡No volvamos iguales! Volvamos con una fe renovada y fuerte, volvamos con nuestra familia llena de la Palabra y experimentando más plenamente el amor de Dios, volvamos con la visión clara para poner nuestros ojos en la grandeza de la iglesia y no en lo que parece grande, pero que nos ha distraído de lo verdaderamente importante. Volvamos dispuestos a cumplir cabalmente con nuestra razón de ser iglesia, a saber: vivir en la voluntad de Dios, siendo y haciendo lo que Él nos enseñó en Su Evangelio: “No todos los que me dicen: “Señor, Señor”, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: “Señor, Señor, nosotros comunicamos mensajes en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros.” Pero entonces les contestaré: “Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!” (Mateo 7:21-23, DHH).

Que esta situación apremiante que estamos viviendo nos haga recordar la promesa de Jesús, ¡Él está con nosotros! Pero que también nos recuerde la Misión que Él puso en nuestras manos de hacer discípulos, bautizarles y enseñarles con palabra y acción lo que nos ha mandado: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:18-20, RV60).

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