Andad en la verdad

Min. Ausencio Arroyo García

No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad.

(3 Juan 4)

En la actualidad, invocar la necesidad de la verdad puede implicar el riesgo de ser catalogado como hereje, el relativismo absoluto ha ganado adeptos en todas las esferas de la sociedad y es incluso una expresión dentro de ciertas teologías cristianas. La verdad que creemos; sostienen algunos, es una verdad parcial, temporal y construida en un momento histórico de una sociedad. En lugar de ser movidos a la búsqueda de un relato trascendente, infinito y sublime se pretende que las creencias se asienten sobre un yo individual, frágil, enfermo y torcido que se dice a sí mismo ser lo único real. Frente a esta situación, qué comunica el Evangelio a una generación que escucha con sus ojos y piensa con sus sentimientos.

Para mostrar las diferentes formas de pensamiento entre las etapas culturales, se hizo la siguiente comparación tomada del deporte: Un árbitro de béisbol (umpire, ampáyer) premoderno habría dicho algo como esto: “Hay bolas, y hay strikes y los llamo como son”. El modernista habría dicho: “Hay bolas y strikes, y los llamo como los veo”. Y el árbitro posmodernista diría: “No son nada hasta que yo los llame” (citado en “Telling the truth” D. A. Carson Ed. 2000, p. 20). Esto plantea que la realidad depende del sujeto. El posmodernista enmarca la realidad nombrando aspectos a su antojo ya que su postulado consiste en que el hombre es la medida de todo. No se requiere que diga la verdad puesto que para muchos no existe tal.

La verdad en la revelación bíblica

El término hebreo emet se traduce como: Verdad, exactitud, objetividad, certeza; sinceridad, veracidad; honradez, imparcialidad, justicia; lealtad, fidelidad. Como adjetivo: verdadero, auténtico, genuino, fidedigno, estable, legítimo, válido; honrado, sincero, veraz. En el Antiguo Testamento dominan los significados de “verdad” como correspondencia a la realidad y al pensamiento, y de “honradez, lealtad”. Lo que se dice es verdadero o cierto, el hecho ha sucedido y el informe es fidedigno; la sentencia responde a los hechos y es imparcial; el testigo es veraz y fidedigno. Se opone a lo falso, ficticio, engañoso, ilegítimo. Si responde al pensamiento, la expresión es sincera o veraz; si responde a la intención, la promesa es de fiar y su autor es fiel; si uno responde a sus criterios, es íntegro, coherente; si una decisión responde a la autoridad, el mandato es legítimo, válido (Diccionario hebreo-español, Luis Alonso-Schökel, Trotta, 1999, p. 76).

En el Antiguo Testamento la verdad está asociada con emunah (fe o confianza) que expresa lo que es firme, lo que se mantiene, pero no en el caso de un objeto sino la decisión del hombre o de Dios respecto a otras personas. En este sentido, la verdad significa fidelidad, confianza, lealtad, conducta recta o sinceridad. Cuando se habla de la Verdad de Dios se señala su lealtad a la alianza, la cual se manifiesta en su actividad en la historia humana. La verdad es la decisión y firmeza con la que Dios mantiene su palabra y hace que se cumpla lo anunciado por Él en la historia. El pensamiento hebreo no juzga la conducta según una norma abstracta, sino de acuerdo con la relación comunitaria en la que cada miembro debe dar muestras de su lealtad.

Las personas en las que se puede confiar son calificadas de verdaderos (emet), en tanto sean personas fieles y rectas. En el Antiguo Testamento no se encuentra “emet” unido a verbos de percepción sino a verbos que implican actuar o experimentar. La verdad, en el pensamiento hebreo, no se puede decir que es, sino que acontece. Se puede afirmar que la verdad es aquella conducta que cumple determinada expectativa o exigencia, la cual se sostiene por la confianza dada. En esta concepción también alude al futuro como en el caso de los profetas; la verdad no es algo que se refiere a las cosas ocultas que se develan o descubren; verdad, es aquello que va a ocurrir en el futuro.

El dominio actual de lo aparente

En el entendimiento de muchos, la verdad consiste en la preferencia subjetiva de cada persona. Creen que la idea de que algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad. En el fondo, los dichos pueden ser mentiras; sin embargo, la forma que lo presentan hace creer como si todo fuera verdad, se pueden arreglar fotos, distorsionar, inventar o parcializar noticias o bien, se pueden presentar datos inventados o deformados sobre personas y se llegan a establecer como verdad en el conjunto de ideas de los escuchas o lectores. De esta manera, se involucran más las emociones que la razón para hacer creer que es real, no importando si se puede comprobar o no. A esto se le ha llamado posverdad.

La posverdad implica las noticias falsas (fake news), lo cual consiste en que la información rigurosa y la mentira conviven en el mismo espacio. El objetivo es enfangar, dificultar las diferencias e introducir una visión cínica de las cosas, para promover la desinformación. Así se ha vuelto común la tendencia de mentir de forma sistemática. El entorno social está impregnado de “mentiras blancas”, las cuales enuncian algo que en sí no es falso, pero que deja de lado una parte de la verdad. Esto es muy común en las redes sociales, cuando los participantes construyen una imagen de su persona que no corresponde con la realidad, sino que solo refleja cómo quieren ser vistos, para ello se deben ocultar sus aspectos desagradables o negativos. Esta forma de presentar información se considera aceptable en lo social, se elogian como astucia o medio para un supuesto bien mayor; esto es, la pretendida buena fama del usuario.

Las afirmaciones que son fake news también pueden ser en el fondo “mentiras negras”, como las que se enuncian, sabiendo que es falso con el fin de crear la narrativa social o grupal para manipulación de las personas. Esta forma de encarar la comunicación, a la larga, aniquila la confianza del tejido social. En este entorno se ha vuelto común la calumnia. La calumnia es una declaración poderosa que alimenta al morbo y la maldad intrínseca de los seres humanos, es capaz de convertir a cualquiera en culpable de un hecho que jamás cometió, es una construcción diabólica que adquiere vida propia. Quien llega a creer en ella es casi imposible de que cambie su percepción. Esto se debe a que el escándalo lo mueve todo. Para que una información logre la propagación deseada debe ser estridente, si desprestigia o acusa a alguien y es escandalosa tiene más probabilidades de triunfar. Escándalo es el dicho o hecho que causa gran asombro en alguien por considerarlo contrario a la moral o a las convenciones sociales. No importa la verdad sino los likes o seguidores que logre. Al acusar a alguien se desata una violencia poderosa en su contra. Cuando esto ocurre, el mal está hecho, contamina el ambiente moral y se disemina el virus. En nuestro entorno cultural es más importante una noticia dañina ofensiva que hacer un bien. Ante una acusación es muy difícil defenderse. Se dice que la calumnia es un monstruo que camina solo. 

La gente no cree en nada, por eso le es más fácil creer en las supuestas verdades que enuncian escándalos. Las noticias falsas se propagan seis veces más rápido que las verdaderas (ver el documental: “El dilema de las redes sociales”). El sistema privilegia las noticias falsas porque son más rentables para las compañías que las difunden, gracias al clickbait o gancho publicitario. Sin embargo, las noticias falsas son como la comida basura, sacian al minuto, sobre estimulan las neuronas, pero son calorías vacías; lo peor es que a los pocos minutos el consumidor quiere más. Resulta que la verdad es aburrida pero las noticias falsas están erosionando el tejido social. Estamos dejando de confiar el uno en el otro y han aparecido muchos odiadores conocidos como haters, por el término en inglés, que lanzan expresiones venenosas a diestra y siniestra. Frente a esto nos cuestionamos sobre el carácter que debemos mostrar los cristianos, los seguidores del Dios que guarda el pacto y cumple sus promesas, que se fundamenta en la verdad de sus dichos.

Daños morales irreparables

Las noticias falsas o la manipulación de los datos están provocando graves daños en las personas que llegan a ser el blanco de intenciones perversas, al ser denostadas o desacreditadas en su identidad o su dignidad personal. Los individuos llegan a ser objeto de hostigamiento, humillación por exhibición de lo privado o ataques verbales virulentos a su integridad, esto se debe a que los hablantes o escribientes piensan que les asiste el derecho de decir lo que sienten o piensan.

Un buen ejemplo de cómo se puede destruir la reputación, el estado emocional y las relaciones de una persona lo vemos en “La cacería” (Película danesa del director Thomas Vinterberg, 2012). Presenta la historia de Lucas, un docente que trabaja de manera temporal como asistente en un jardín de infantes. Se trata de un hombre solitario, pero muy querido en la pequeña comunidad en la que habita. Se ha divorciado hace poco, tiene un hijo adolescente que lo idolatra, y su única afición que sale un poco de lo común es participar en temporadas de caza. Las otras docentes y hasta los niños se rinden ante el atractivo y la discreta seducción de Lucas, empieza un noviazgo que parece hacerle muy bien. Hasta que su mundo se derrumba por completo. Una pequeña y encantadora niña de su salón se siente traicionada por el protagonista y asegura que él se ha propasado. No es difícil entender por qué la directora de la escuela, la familia de la chica y el pueblo en general le creerán a la “víctima” e iniciarán una cruzada efecto “bola de nieve” contra el “victimario”. La gente le será hostil de formas diferentes, para ellos es culpable, están dispuestos a deshacerse de él, la policía le lleva detenido, pareciera el final de este buen hombre, pero lo salva el hecho de que las narraciones de los niños no coinciden con la realidad, pues afirman que los acosos ocurrieron en el sótano de su casa. La casa de Lucas no tiene sótano. Todo era una fantasía, no tan inocente, de una niña, que se extendió por efecto psicológico en otros infantes. Al final se reconoce su inocencia; sin embargo, tendrá que vivir con la carga de miradas acusadoras, solo su carácter le mantendrá de pie. La gran lección es que: «¡En la era de la posverdad, cualquiera puede ser la siguiente víctima!» —Susan Crowley.

De forma lamentable, todos llegamos a ser cómplices del mal, podemos estar entre los que linchan, pero también entre los que son linchados. La posverdad es una distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con fin de influir en la opinión pública y en las emociones sociales.

Factores que la favorecen

Algunos pensadores ven el origen de esto en la idea de que el fin justifica los medios, se deja de lado el reconocimiento del valor intrínseco de las personas y se sobrepasan los límites del respeto del honor y la dignidad del otro al perseguir supuestas ganancias convencionales. En buena medida, esta condición funciona por la pereza mental de muchos de nosotros para evitar pensar o indagar si las declaraciones corresponden con la realidad. A lo que encaja con lo que pensamos o deseamos oponemos menos resistencia.

El manejo convencional de los datos para conformar una narrativa lleva a la crisis de la verdad. La exigencia intrínseca de que las declaraciones que hacemos correspondan con los hechos perdió relevancia y pareciera que lo importante es solo la construcción de la imagen. Desafortunadamente este criterio impacta, no siempre de forma evidente, pero sí de manera profunda, en una crisis de carácter. Lo que se está estableciendo como criterio dominante en el esquema de relaciones es la hipocresía moral o simulación. Si nos movemos con el postulado de que lo que cuenta es la opinión personal y no el hecho concreto, entonces, estaremos en un mundo de percepciones, no de actos y datos precisos. Las percepciones son subjetivas, efímeras y muy susceptibles de error.

Si dejamos de lado la necesidad de la verdad seremos presa de la manipulación en diferentes ámbitos: políticos, económicos, de relaciones, culturales e incluso religiosos. Personas sin escrúpulos engañan a muchos ingenuos, les venden la idea de un futuro mejor, pero en realidad les arrebatan su inocencia y su libertad. Por la falta de exigencia de la verdad de los mensajes, la gente termina siendo objeto de estafas y fraudes. Otros son lastimados en su honorabilidad al confiar en personas que aparentan querer el bien, pero son fabricantes de ilusiones.

La perspectiva paulina

El apóstol Pablo muestra la integridad de sus propósitos y sobre el contenido de su mensaje: Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios (2 Corintios 4:2). 

Pablo se opone a los sofistas. Los sofistas eran pensadores que, desde el siglo quinto antes de Cristo, se dedicaban a enseñar principalmente retórica, o sea el arte de hablar bien, y de la erística, o arte de persuadir y convencer. Su objetivo era darles la formación necesaria a los jóvenes, para que fuesen los líderes de la política. Los sofistas no creían en el ideal de la verdad absoluta, más bien, priorizaban el concepto de utilidad, enseñando que la principal virtud que se debía buscar era la capacidad de ser eficaz ante las masas.

Para el sofismo, toda moral y cultura proviene del hombre. Esta postura los llevó a romper con el pensamiento tradicional y desarrollaron el escepticismo y relativismo subjetivo. Creían en el carácter funcional del lenguaje y en que no existe un conocimiento válido y necesario, y esta forma de pensar los convirtió en los primeros en incursionar en una teoría del conocimiento. Fueron hábiles para manipular a las personas. Si contamos con la habilidad de seducir y engañar, podemos lograr que la gente haga lo que pretendemos, pero las intenciones egoístas, de tomar a los demás como cosas para nuestros fines no es aceptable a los ojos de Dios, ya que su esencia es la verdad (emet).

Andemos en la verdad 

Hoy, más que nunca, somos llamados a andar en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad (3 Juan 4). Andar en la verdad es actuar de forma confiable, es responder a Cristo de forma adecuada y es mantener la rectitud del habla, motivación y acción. Resistamos la ligereza de la posverdad para marcar la diferencia.

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