Sobre los duelos

Psic. Citlally Romero Olivares

Hazme saber, Señor, el límite de mis días y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy (Salmos 39:4, NVI).

¿Qué pasaría si Dios te contara cuándo será el día y la hora en la que morirás? ¿Cambiarías algo de tu vida en ese mismo instante? 

Pensar en morir o en que algún ser muy amado morirá es algo que no queremos ni pensar, pero que, sin duda alguna, sabemos que pasará. Quisiera que recordaras un poco sobre todo lo que ha sucedido en los últimos 3 años, desde que nos dijeron que había un virus mortal y muy peligroso para la humanidad, que avanzaba muy rápido y para el cual no se encontraba una cura. De primer momento no se creía tan cerca, algunos pensaban que era una pequeña gripe o incluso una “cortina de humo” por parte del gobierno, hasta que se vivió de manera cercana. Comenzamos a ver cómo los hospitales se llenaban uno a uno, las farmacias tenían filas que parecían interminables y la demanda de tanques de oxígeno estaba al límite.

El temor comenzó a invadir a la población del mundo. Fue muy normal sentir miedo en esos tiempos, pues no se tenía la certidumbre de qué pasaba y cómo es que había un caos tan repentino. En algún momento, comenzamos a mirar con atención a nuestro alrededor más próximo y, lamentablemente, en muchos hogares, personas amadas comenzaron a enfermar. La angustia embargó muchos corazones y no se sabía qué hacer con exactitud. Se comenzó a ver a seres amados enfermos, que no podían levantarse, que no podían respirar y aún con tanques de oxígeno se veían mal, hasta que se intentaba buscar una camilla en hospitales, los cuales que se encontraban saturados y, por desgracia, muchas veces se llegó a escuchar la frase “no lo logró”. 

Nadie puede explicar lo que pasa por el corazón cuando se escuchan esas palabras, ese dolor que aprieta el pecho con fuerza, que de primer impacto no sabes si es real lo que estás viviendo o sigue siendo tu mente; pero el llanto de los demás, te hace caer en esa terrible verdad: un ser amado, ya no está, ya no se podrá hablar con él, abrazarle, escucharle u olerle, ya no más. Ese sentimiento lo vivieron cientos de familias en la Iglesia, por personas cercanas o conocidos lejanos; estoy casi segura que nadie quedó exento de esa realidad. 

Es importante que recuerdes, si en esos días llegaste a sentir miedo; no fue por ser una persona débil, esa angustia tampoco era falta de fe; y en esos momentos diste lo mejor que pudiste. Tienes que saber que Dios sí estaba presente, se encontraba justo allí donde siempre ha estado, a tu lado. Y aun, si en el presente o en el futuro, algún ser al que amas, enferma y muere, debes tener por seguro que Dios se encuentra sosteniendo fuertemente tu mano. 

Quisiera preguntarte algo, si es que alguna vez has tenido que despedir a un ser amado a causa de la muerte, ¿realmente has vivido tu duelo? Permítete llorar cuanto puedas, grita, abraza, rompe, haz lo que necesites, no consideres de poca importancia lo que sientes. A veces se puede llegar a creer, incorrectamente, que “ya pasó mucho tiempo y deberías superarlo”; pero, la verdad es que tu cuerpo y tu mente, incluso tu espíritu, necesitan llorar esa ausencia. A pesar del tiempo que ha pasado, hay cosas que tu mente no podrá entender e incluso tus pensamientos podrán parecer bloqueados, no pueden pensar en nada más que en el dolor. 

En ocasiones ya no se quiere llorar y evitar a toda costa estar tristes, pero el cuerpo no entiende esto, porque resiente todo lo que se reprime, así que se manifiesta y se empieza a enfermar; los músculos se tensan y dolores gástricos, entre otros malestares, aparecen; por ende, ahora la persona se ve envuelta en disturbios mentales y físicos, lo que prolonga más el estado de enfermedad, todo ello, por no vivir el duelo de manera adecuada. 

Te recomiendo ampliamente que no evites pasar tu duelo. Sé que puede doler nuevamente y que muchas voces pueden llegar a decirte que lo tienes que superar rápido. No es verdad, cada quién tiene su tiempo y no existe un estándar de mucho o poco. Si necesitas ayuda pastoral o atención psicológica, pídela sin miedo o temor de lo que los demás puedan llegar a pensar; pero, sobre todo, no te alejes de Dios, pues, en ese momento de dolor no necesitas ser fuerte, necesitas decirle a Dios: “no entiendo lo que pasa, pero sé que tienes el control, nunca lo pierdes”. 

Es importante que sepas que el duelo no solamente se vive ante la pérdida mortal de un ser querido; es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, ya sea un empleo, una separación de pareja, hasta el perder una parte de tu cuerpo; y cualquiera de estas situaciones tienen su propio proceso que requiere ser vivida y atendida. No subestimes ningún sentimiento de pérdida, no dejes que otras personas sugieran que “exageras”. Para estar bien físicamente, tu cabecita debe estar bien en sus emociones y ellas solo tienen esa garantía cuando se vive un duelo a la vez, por supuesto, acompañados de la guía de Dios. 

El perder a un ser querido, es uno de los duelos más difíciles de manejar emocionalmente, pues a veces nos encerramos y creemos que eso es lo mejor que podemos hacer por nosotros y por los demás; pero no es así, notarás que te alejas de los que te aman y siguen contigo. Superar ese proceso no quiere decir que olvidaremos a esa persona; recuerda que en Cristo Jesús tenemos la esperanza de la resurrección.

Quisiera compartir contigo algunos elementos para que puedas pasar algún duelo de una manera sana, si lo necesitas ahora o en el futuro:

• Permítete sentir el dolor, así como todas las otras emociones. No te digas a ti mismo cómo deberías sentirte ni dejes que otras personas te digan cómo deberías hacerlo.

• Ten paciencia con el proceso. No te presiones con expectativas. Acepta que necesitas experimentar tu dolor y tus emociones (todo a su debido tiempo). No juzgues tus emociones ni te compares con otras personas. Recuerda que nadie puede decirte cómo llevar el luto o cuándo dejarlo.

• Busca ayuda profesional y espiritual. Habla acerca de tu pérdida, tus recuerdos y tu experiencia de la vida y muerte de tu ser querido o la pérdida de tu pareja o del empleo. No pienses que estás protegiendo a tu familia y amigos al no expresar tu tristeza.

• Platica con otras personas que sean de tu plena confianza, que escuchen sin juzgar -amigos, familia o hermanos-, exprésales tus emociones y pídeles que solo te escuchen.

• Ocúpate de ti mismo(a). Come bien y haz ejercicio. No te abandones. 

• Perdónate por todas las cosas que hayas o no dicho o hecho. El perdón para ti y otros son importantes para sanar.

• Intenta seguir una rutina de actividades. No permitas que la cama te absorba. Por más difícil que te resulte, desayuna, come y cena a horas específicas. Lee, ve películas, ten momentos de recreación con amigos, reúnete en el templo. Poco a poco, dale respiros a tu dolor y siente el amor de Dios a través de todo lo que te rodea. 

• Y, por último, busca aún más a Dios, es tu principal refugio. La noche siempre se ve más oscura antes de que amanece. Nuestro buen Padre siempre está presente, pero con mayor fuerza y atención, cuando sus hijos atraviesan valles oscuros, Él sostiene su mano y nunca los soltará. 

Le pido a Dios, fuente de esperanza, que los llene completamente de alegría y paz, porque confían en él. Entonces rebosarán de una esperanza segura mediante el poder del Espíritu Santo (Romanos 15:13, NTV)

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