Encontrando la paz en medio de las tormentas

Min. Ausencio Arroyo García

Oye, Oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio…” Salmo 61:1-2

Se cuenta, que hace mucho tiempo, un destacado Rey, invitó a los artistas de su reino a expresar en una pintura la escena que describiera la paz perfecta. Varios de ellos realizaron sus obras, pero al final, el rey sólo se fijó en dos que llamaron fuertemente su atención. La primera era una imagen de un precioso lago cristalino con montañas nevadas de fondo, un pequeño riachuelo que corría lentamente colina abajo, mientras una variedad de flores crecían a las orillas de la corriente de agua; el cielo azul y el paisaje verde hacían sentir una quietud extraordinaria. Muchos pensaron que esta pintura recibiría el reconocimiento.

Sin embargo; el Rey eligió la otra pintura, en la misma, se apreciaba un entorno gris de una voraz tormenta, el fuerte viento levantaba olas embravecidas que reventaban sobre una gran roca, salpicando con furia latigazos húmedos en todas direcciones mientras en lo alto de la roca, en una pequeña saliente, se hallaba un nido con varios polluelos los cuales eran alimentados por una atribulada madre, el vuelo del ave la mostraba arrojada esquivando una y otra vez las lenguas voraces del agitado mar; en ella el sabio rey alcanzó a percibir la paz real de la existencia humana. La paz no es la ausencia de problemas sino la confianza del corazón en medio de las dificultades, esa paz verdadera sólo puede venir de Dios. La paz de Dios es una paz en medio de las tormentas.

La vida son problemas.

Desde que somos conscientes de la realidad, no damos cuenta del permanente estado de incertidumbre que enfrentamos. Las múltiples responsabilidades, los cambios internos y externos que nos suceden, las contrariedades a nuestros deseos o planes y las limitaciones propias o adquiridas que nos determinan, son constantes problemas, resistencias y contrariedades. Una mañana alguien se levanta con entusiasmo de iniciar su día de actividades y descubre que le han robado su auto o se quedó sin gas en la cocina, se olvidó pagar el recibo de teléfono y está sin servicio, ha habido un accidente automovilístico justo por donde debe pasar hacia su trabajo y llegará tarde y lo peor es que ya tiene varias advertencias de su jefe inmediato, sólo por poner un ejemplo.

En un instante, tu condición emocional puede cambiar, de pronto ocurre algo que rompe tu corazón y te sientes invadido por el desaliento y la incertidumbre: te dan un diagnóstico grave sobre tu salud o la de alguien querido; la persona que amas decidió romper la relación, tu hijo o tu hija tomó decisiones que ponen en peligro su integridad, eres acusado (a) de un delito que no cometiste pero alguien te encontró a modo para liberarse de sus responsabilidades y tu vida comenzará un largo camino cuesta abajo en todos los sentidos. A veces la vida nos golpea con furia.

La vida cambia por una palabra dicha o por un silencio, un gesto mal interpretado, un anhelo que no se cumple, un plan que no prospera, un intento fallido de cambiar los hábitos autodestructivos; tus ahorros se esfuman en un mal negocio o por el establecimiento de políticas económicas del Estado que trastocan tu plan de vida, eres víctima de chantajes o una estafa, se termina un ciclo de trabajo y quedas fuera de un presupuesto estable. Tu existencia da un giro brusco y quedas mal parado y de pronto pierdes la dirección. La vida es como hallarse en medio de una tormenta. Las tormentas a veces llegan de fuera y otras inician dentro de nosotros mismos. Enfrentas fuerzas que no están en tu control y aun aquellas que se supone que están bajo tu dominio en realidad no lo están; porque quieres y al mismo tiempo no quieres, sino que te dejas llevar por el impulso del deseo o de la costumbre.

Los hijos de Dios estamos expuestos a los conflictos y adversidades de la vida. El libro de los Hechos capítulo 27 contiene la narración de una situación crítica que enfrentó Pablo: mientras era llevado hacia Roma junto con un grupo de prisioneros a bordo de una embarcación de carga, se hallaban cruzando el mar Mediterráneo en una época de fuertes vientos. El centurión, encargado de los presos desoye la recomendación del apóstol de esperar a que pase el temporal y decide emprender el recorrido, hallándose en alta mar los vientos huracanados golpearán contra la nave y provocarán el miedo de marineros y pasajeros por igual. Debieron deshacerse de lo innecesario y aun de lo importante para la navegación intentando sobrevivir a la amenazante tormenta. El escritor, compañero de viaje, dice que habían perdido las esperanzas de salvarse: “Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” 27:20.

Qué frágiles nos sentimos frente a los problemas serios, nos exigen muchas respuestas nuevas y que no serán suficientes y tal vez muchas equivocadas, somos como pequeñas barcas a punto de ser engullidas por el embravecido mar de confusión y dolor. No hay palabras que alcancen ni recursos humanos suficientes para aliviar del todo el corazón herido. ¿A dónde irá nuestra vida? Nos preguntamos, ¿Cuándo terminará el caos? ¿Qué es lo mejor o lo correcto que puedo hacer? ¿Mañana será mejor? ¿Cómo puedo seguir después de lo que ha pasado?

Dios es soberano.

Más allá de lo que perciben nuestros sentidos, hay una realidad que está conducida por el Dios majestuoso, Señor del universo. El Dios creador de todo el mundo es también el Dios sustentador del mismo. En los capítulos 38-39 de Job, el Señor expone su poder sobre la creación entera, Él puso límite a los elementos más grandes y los más pequeños; en su sabiduría decidió cómo funcionarían, pero también sigue en control. Su proceder ante Job, quien ha estado manifestando su descontento por el mal que le ha venido y del cual piensa que no tiene sentido. Dios, por medio de preguntas retóricas lleva a Job a reconocer su lugar frente al portento de quien gobierna el mar, el ciclo del día y la noche, así como la luz, la nieve, la lluvia, las estrellas y los animales; en resumen: hay alguien sentado en el trono, como lo señala la visión de Juan en Apocalipsis 4; el cosmos no está abandonado a su suerte, no lo mueve el azar, hay quien dirige a su manera y en sus tiempos todas las cosas.

Es maravilloso saber que el mundo no está a la deriva, que cada cosa tiene su función y su tiempo y que Dios mantiene sus planes o intenciones, que puedo desconocer pero que nada está fuera de su voluntad. Las imágenes apocalípticas de los eventos catastróficos, no son actos aislados o que las criaturas hacen por sí mismas, más bien responden a la intervención divina. El Señor del universo y de la historia manda sobre los elementos y reprende a la humanidad por su insensatez. Al mismo tiempo, durante estos acontecimientos caóticos, Él guarda a los suyos y por ello para los creyentes son signos de redención.

El Señor es soberano sobre todo, cierta ocasión Jesús se hallaba en una barca en medio del mar y fueron azotados por una tormenta, los discípulos lucharon a su manera con el temporal; mientras, Jesús dormía. Al levantarse: “…reprendió al viento, y dijo al mar: calla enmudece…y se hizo grande bonanza…  y se decían al uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y la mar le obedecen? Marcos 4:37-41. Dios tiene el mundo en sus manos.

Confiar a pesar de todo

Desde hace cuatro meses, casi todos los países estamos sufriendo el embate del COVID-19, y amenaza con hacernos naufragar; día tras día somos informados del incremento de víctimas por la epidemia. Los gobiernos y las instituciones de salud exhiben su insuficiencia ante los casos que se incrementan minuto a minuto. Pero, el problema se ha agravado con los miedos que despierta este enemigo invisible. Los especialistas en conducta humana hablan de las problemáticas que acarrea el estar expuestos a la enfermedad mortal en caso de quedar infectados por este virus. Se despierta el miedo al sufrimiento y al final de la existencia. Ante esta realidad, procuramos hacer nuestra parte, más sabemos, que somos susceptibles del contagio. Sin embargo; nuestra confianza para vivir cada día con entereza y armonía está puesta en Aquel que tiene el mundo en sus manos y en quien hemos depositado toda nuestra vida.

El dolor de las pérdidas y los miedos por lo que puede venir nos roban la tranquilidad y nos invade una sensación de angustia. La angustia puede deberse a que jugamos a ser dioses, en el sentido que pretendemos tener el control; sin embargo, nuestra condición frágil y vulnerable nos incapacita  y nos ubica en los verdaderos límites.

La paz que se sustenta en el poder económico o de la fuerza, se termina en el momento del contagio, nadie sabe cómo reaccionará su organismo, mientras que la paz que se sustenta en el poder de Dios se mantiene a pesar de las circunstancias. La paz que provine de Dios implica la confianza que en las manos de Dios todo está bien, lo que no significa que sea agradable, fácil o inteligible.

Por encima de las contrariedades, los quebrantos y los infortunios de la vida hay quien sabe de ti y puede darle sentido a las circunstancias. Durante la tormenta enfrentada por Pablo, sus compañeros de viaje se hallaban temerosos y habían dejado de comer, en medio de las circunstancias, Dios le hizo una promesa al apóstol y él compartió con confianza estas palabras: “…tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho” Hechos 27:25

Tener fe en Dios es confiar en sus designios y en su benevolencia. Tener fe es aprender a soltarnos en las manos de Dios, quien es nuestra roca de refugio y nos resguardará en medio de las tormentas. La fe no es un refugio de cobardes ni la consolación barata que nos enajene de la vida real sino una fe valiente que enfrenta las adversidades, sabiendo que Dios tiene planes más allá de las frustraciones humanas y que Él puede transformar la amenaza en una experiencia de bendición.

Encontramos la paz, aún en medio de las tormentas, al esperar en la provisión de Dios, quien tendrá una salida a nuestras aflicciones, nos dará las fuerzas para resistir la adversidad y la gracia de seguir caminando. El salmista dice: “¡Cuan preciosa, Oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” Salmo 36:7-9.

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