Tres retratos de Dios
Min. Ausencio Arroyo G.
“Si el Señor no me hubiera ayudado, yo estaría ya en el silencio de la muerte.
Cuando alguna vez dije: “Mis pies resbalan”, tu amor, Señor, vino en mi ayuda.
En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, tú me das consuelo y alegría”.
(Salmo 94:17-19, DHH)
Hablar de Dios es hablar de lo infinito y absoluto, de lo invisible y totalmente diferente. Dios es aquel que existe por sí mismo, es aquello que está más allá de los límites de nuestro lenguaje y por tanto, es imposible definir con términos concretos. Sin embargo; el inaccesible se hace accesible. Dios se revela a todos en el mundo visible, en los actos de la historia de su pueblo y en las manifestaciones cotidianas de gracia. Si somos sensibles, podremos ver que todo nos habla de Dios. Los elementos y fenómenos de la creación nos declaran sus atributos y su manera de ser.
Para hablar de la naturaleza y el carácter de Dios, los escritores bíblicos recurren al uso de metáforas como imágenes mentales de lenguaje que funcionan como un puente que nos permite acercarnos a quien es trascendente y Santo. La Biblia está llena de metáforas que describen las experiencias de quienes caminaron con Dios. Veamos aquí tres de éstas a las cuales llamamos retratos que funcionan como vehículos de entendimiento para acercarnos a la realidad espiritual. Así que veamos quién es Dios:
- Sustentador de la vida. Si el Señor no me hubiera ayudado, yo estaría ya en el silencio de la muerte.
La vida es posible por las leyes a las cuales está sujeta la creación. El mundo funciona como una máquina maravillosa: un día sigue al otro, la lluvia llega a su tiempo, vuelve la primavera después del invierno, las montañas permanecen en su sitio, las aves trinan cada mañana, y tantos y tantos prodigios, grandes y pequeños ocurren simultánea y consecutivamente a lo largo de los siglos. Además, entre la humanidad hay más bien que mal, hay más gente dispuesta a amar, a dar, a honrar a otros, a cuidar y proveer porque hay algo de Dios en cada persona humana.
Son muchos y muy variados los factores que intervienen para que se geste y consolide una vida. Los seres humanos somos tan frágiles e indefensos y estamos expuestos a innumerables elementos que pueden truncar una existencia: enfermedades, accidentes, descuidos o maldad humana, ignorancia, entre otros. Se requieren de infinitas manifestaciones divinas para consolidar una vida. La existencia es más que un milagro, es una cantidad enorme de milagros, algunos de ellos nos llegan a ser visibles, pero de la mayor parte no nos damos cuenta, porque Dios hace funcionar la creación de tal manera que permanece oculto en los principios de su obra.
Vivimos en un universo que tiene equilibrio en sus elementos químicos y que mantiene las leyes físicas. Hay una distribución que viene del diseño divino, no es casualidad y menos intervención humana, por ejemplo: nacen, más o menos la misma cantidad de hombres y mujeres, hay la cantidad de oxígeno necesaria para la vitalidad de nuestros cuerpos, las temperaturas de la tierra son las apropiadas. Entre muchos aspectos.
Pero, también, en las experiencias personales hallamos la intervención de la mano de Dios para salvarnos. Al revisar nuestras historias, nos damos cuenta de cuántas veces se pudieron haber truncado nuestros años, ya que siempre estamos expuestos a la finitud por diferentes circunstancias. Sin embargo; no nos damos cuenta de esto hasta que nos encontramos con situaciones límite. No percibimos lo complejo del buen funcionamiento del mundo que habitamos hasta que algo sale de su curso y se torna amenazante. La tierra firme proporciona estabilidad y bienestar, pero si ocurre un movimiento de las capas tectónicas, dependiendo de las dimensiones, puede producir daño en las edificaciones y provocar la muerte o al menos generar terror y confusión. Los microorganismos son necesarios para la vida, tienen funciones de transformar o degradar ciertas materias, convertirlas en un bien a nuestros cuerpos, pero si mutan o se alteran pueden traer graves daños.
La vida son milagros diarios que a diario olvidamos. El salmista nos revela cómo es el Señor, él reconoce que la vida es posible gracias a la intervención divina. Si el Señor se retrajera del universo, si se abstuviera de actuar, si dejara el mundo a la deriva, el mundo entero naufragaría y perecería sin remedio. El salmista nos declara su experiencia personal: ha sido preservado y su vida ha florecido por la disposición benevolente del autor de la vida. Cada día de existencia que alcanzamos, cada etapa que cumplimos aplaza lo inevitable. La vida es posible por la misericordia y el poder de Dios.
- Cuidador eficaz. Cuando alguna vez dije: “Mis pies resbalan”, tu amor, Señor, vino en mi ayuda.
Lo que creemos de Dios determina la actitud ante las adversidades. Nuestras creencias son los mejores recursos con que contamos para enfrentar la vida, ellas son el fundamento de nuestras acciones. En esta frase el salmista pinta un hermoso cuadro de reposo espiritual. A la hora de la necesidad, a la hora del dolor, mi fuerza y mi coraje vienen de Aquel que está junto a mí. Cuando mi mundo se derrumba y mi corazón se rompe, sé que no estoy solo, que Dios es mi cuidador. La NVI dice: “No bien decía: “Mis pies resbalan”, cuando ya tu amor, Señor, venía en mi ayuda”.
Nuestra historia como creyentes tiene momentos donde Dios parece distante y ajeno a nuestros sufrimientos. El cruce por los valles oscuros no son fáciles ni agradables. Cuando la fe es quebrantada en las pérdidas y sentimos desfallecer, en esas horas de lucha interna, buscamos refugio en Aquel que es fiel y que nos guardará hasta el final. Un himno clásico lo señala así:
Dónde está Dios, pregunté, cuando todo me iba mal,
Dónde está Dios preguntó mi ser; si existe, dónde está,
Yo lo busqué sin descansar por los templos de la ciudad,
Sólo en el templo de una oración al fin hallé la paz.
Jamás pedí riquezas, yo no puedo pedir más
Estrellas, cielos, luna, mar. Señor soy rico ya
Busca al Señor no lo dudes más, donde quiera que vayas irá,
Una oración bastará, verás. Allí lo encontrarás…
(Al alcance de una oración)
Podemos caminar confiados sabiendo que nuestro pastor va adelante de nosotros. Sus promesas son verdaderas, Él ha dicho: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” Juan 10:27-28. El cuidado de Dios a través de Jesús nos llena de seguridad y su cercanía nos permite disfrutar la paz interior. Jamás estamos solos. Esta vivencia no se crea en el instante, proviene de una relación cultivada a lo largo de los días. La belleza de esta imagen proporciona certidumbre y confianza. Dios está cercano e inmediato a sus criaturas, su disposición es cuidar a quien le invoca. Antes de pedirlo, antes de saberlo, el Padre ya cuidaba te ti y de mí.
- Alegre consolador. “En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, tú me das consuelo y alegría”
Somos peregrinos del polvo, somos frágiles papalotes agitados por el viento, tan solo sostenidos por un hilo invisible. A lo largo de la vida serán muchos los quebrantos: por los sueños rotos, por las oraciones que no llegan, por las traiciones de los amigos, porque extrañamente te sientes solo o sola, porque las voces ajenas te dicen que no vales, porque debes tomar decisiones que van a lastimar a quienes te importan, porque tu amor tarda demasiado, por esas heridas profundas que no sanan, por tus rutinas vacías, porque no puedes vencer tus luchas internas, porque fallaste una promesa. Son muchas las veces que caminamos cerca del abismo y la desesperación. En el proceso de crecer, vamos aprendido que la vida está llena de preocupaciones.
Todos enfrentamos condiciones de sufrimiento: por la pobreza, por enfermedades crónicas, por abandonos, por la muerte de seres amados, por abusos diferentes, por frustraciones de los planes, por una familia tóxica. Pero, también son muchos los factores externos, como la amenaza del COVID 19. Esta epidemia que se extiende sobre la humanidad es una sombra oscura que absorbe el amor y la esperanza y así, en un abrir y cerrar de ojos hemos perdido la quietud del alma. En el momento del confinamiento se despertaron los miedos agazapados dentro. Sin duda, son muchas las angustias y aflicciones, como padres, madres e hijos. Nos duele lo que dejamos de hacer y de ganar, nos duelen los que enferman, los que mueren, los que quedan con el vacío. Nos duele la muerte visible de tantos, nos duele la muerte posible de cada uno.
Frente a la realidad de la muerte el alma se perturba. La gente que teme a la muerte y se aferra a la vida de forma desesperada es porque sospecha que esta vida es todo lo que existe. En medio de la angustia y los miedos, la presencia del Padre conforta nuestro corazón. Su Palabra es aliento y fortaleza en las tribulaciones. Se dice del Salmo 23 que “ha secado muchas lágrimas y ha dado el molde en el que muchos corazones han encontrado la paz” (citado por Harold Kushner. ¿Quién necesita a Dios? Ed. EMECE. P. 172). Cuando las cosas marchan bien, Dios es indefinible; pero en los tiempos de crisis Dios se vuelve real y comprometido para nuestra conciencia. En el fondo, afirmamos que de no ser por Él no habríamos salido adelante.
La fe en Dios, como sentido pleno de la vida, nos permite transformar las desgracias en oportunidades de bendición. Gracias a la disposición de fe encontramos motivos de alegría espiritual en medio de las tormentas. Dios es la presencia que necesitamos en esta hora de incertidumbre y aflicción, Él nos hace sentir la consolación en nuestra vulnerabilidad.
Estos retratos nos cuentan cómo es Dios, su manera de ser es vida, confianza y gozo, en esta visión enfrentamos las condiciones de adversidad. Ante la realidad amenazante recuerda que Dios es quien hace posible que vivas, Él está cerca y nos brinda consolación en las preocupaciones. ¿Es este el Dios en el que cree?